ESTRENO TEATRO. Mañana, a las 21.30, en el Club Imperial, frente al Parque de España, la talentosa escritora, actriz y directora Mónica Cabrera presenta “El Club de las Bataclanas”, unipersonal de humor con el que llega a Rosario
Por Miguel Passarini (nota publicada en El Ciudadano & la gente, en su edición del sábado 11 de septiembre)
Dueña de un modo de comicidad que entrelaza sabiamente la más clara tradición del grotesco argentino con el humor político, a través de la creación de personajes que desde los extremos coquetean entre la inocencia, la desfachatez y la bajada de línea, la actriz porteña Mónica Cabrera es, en sí misma, un vergel de creatividad y talento: no sólo actúa, sino que además escribe y dirige sus espectáculos, del mismo modo que crea muchas de las canciones que los integran, porque además canta, y lo hace muy bien.
Aunque con una vastísima carrera ligada al teatro (se formó, entre otros, con la legendaria Alejandra Boero), Cabrera, que mañana (sàbado), a las 21.30, desembarcará en el Club Imperial (Misión del Marinero, Sarmiento y el río) con el imperdible El Club de las Bataclanas (por el momento, con una única función), alcanzó en los últimos años cierta popularidad por sus participaciones en los ciclos de Pol-ka Tratame bien (2009) y actualmente en la tira Malparida, donde compone a Mabel, una amarga y gris oficinista que cada vez que aparece ilumina la pantalla. Sin embargo, en su haber resplandecen también unipersonales como Arrabalera, mujeres que trabajan, Dolly Guzmán no está muerta, El sistema de la víctima o el mas reciente The victory to la Madrecita, donde comparte el escenario con Teresa Murias.
En medio de las grabaciones, Cabrera dialogó con El Ciudadano acerca de El Club de las Bataclanas, espectáculo donde recrea seis personajes al tiempo que canta tangos y boleros, que ha recibido las mejores críticas en Buenos Aires, y al que la actriz reconoce como su “caballito de batalla”
—¿Podríamos definir a “El Club de las Bataclanas” como un clásico dentro de tu repertorio?
—Algo de eso hay, porque es el primer unipersonal que escribí, hace ya algunos años, con la idea de estar sola sobre el escenario, que fue toda una decisión porque yo soy una actriz formada en el teatro clásico; entonces, estar sola en escena, me resultaba casi como una maestría. Es un espectáculo que siguió vivo porque siguió yendo el público, me lo siguieron pidiendo de festivales y en las provincias, y es un desafío llevarlo a Rosario, donde hacía tiempo que quería ir.
—Si tuvieras que definir el lugar donde transcurre, ¿cómo lo describirías?, ¿es una casa de citas, un cabaret?
—La verdad, no sé bien qué es: puede ser un club, la trastienda de un teatro, un boliche, quizás un dormitorio y también, porqué no, un camarín con un lugar para maquillarse, donde conviven estas seis mujeres que ya son señoras grandes y dudo que estén para aguantar una cita, al menos al nivel que vos me preguntás (risas). Son mujeres que aparecen porque tienen cosas para contar, y en realidad es una excusa para hablar del amor, de la muerte, de la amistad, de las cosas que nos inquietan a las personas, y poder hablarlas con humor. Aclaro: no es un espectáculo liviano, no cuento chistes, no bajé ningún chiste de Internet, sí hay desnudos, sí hay sexo, sí hay violencia, y sobre todo con el público: bajo del escenario, y por ejemplo le digo a alguien: “¿Qué mirás cara de idiota?”, porque yo propongo un teatro muy participativo, como el de los cómicos de antes, que bajaban y terminaban agrediendo a la gente, basureaban y decían cosas terribles y uno salía y tenía que decir “¡cómo me divertí!”. Hablando seriamente, es todo lo contrario, yo no me meto con la gente siempre y cuando la gente no se meta conmigo (risas).
—Tus espectáculos tienen un claro compromiso ideológico. ¿Cómo hacés para escribir humor y al mismo tiempo plantear una bajada de línea que en ningún caso incomoda o molesta sino todo lo contario?
—Yo podría macanear media hora y decir: “Sí, yo elaboro e investigo para escribir mis personajes…”, pero eso no pasa en absoluto. Tengo una escritura muy espontánea, y de escribir quizás doce hojas, termino dejando una hoja y media para cada personaje, porque limpio mucho todo lo que escribo, pero esa no es una construcción a priori, no es una propuesta, y muchas veces las cosas de humor las descubro cuando me enfrento con el espectador y me quedo callada porque todo el mundo se ríe y me digo: “¡Huy, mirá, esto era una broma!”. Bueno, así es como tengo armado el cerebro…
—Algo que al público parece que le gusta, porque tus propuestas son garantía de risa que, además, es la forma más noble de aportar algunas ideas…
—Es tan así que, al menos yo, puedo armar el humor con el aporte del espectador: quizás estoy diciendo algo muy serio, y la gente se ríe. Allí, seguramente, hay un disparador, una sorpresa, que después voy, con el paso del tiempo, comprendiendo, lo que aporta la mirada del otro, aunque no trabajo para la mirada del otro, yo trabajo desde mí, escribiendo con mucha frescura lo que se me ocurre y después lo voy acomodando en tiempo, en interés, y además, teniendo en claro que ahora el público tiene un tiempo de atención más corto que antes, que en el siglo pasado, por ejemplo, que es de donde yo soy (risas).
—¿Cómo describirías a estas “bataclanas”?
—Hay una abuela que hace sexo telefónico, trabaja en una hot line; Anelí, que es la que lleva más tiempo en el asunto, tiene más cancha, es como la que le encontró la vuelta y ve la vida desde un lugar sorprendente; después está la fundadora del club que dice que le robaron, que es la que habla del pasado y se revela como el personaje más melancólico y es muy interesante ver cómo la gente se ríe de las barbaridades que dice, porque se supone que deberían ser, al menos, cosas muy tristes. También hay una mujer que es muy posesiva, que habla y da consejos de cómo poseer al enamorado; después hay otra que habla sobre la amistad pero que, al mismo tiempo, es como una mujer gallina, y hay otra que da consejos sobre sexo pero es una adicta y su discurso está atravesado por su obsesión de volver a su adicción, y finalmente, una amante de (Leandro) Alem, una mujer de unos 200 años, que es bicentenaria, y habla de cuestiones ligadas con la política desde el lugar de una meretriz. Contado así es muy complicado, pero cuando la gente lo ve, dice: “¡Esto lo hago yo también!”.
—Intuyo que el humor es fundamental en tu vida, la vis cómica es algo intrínseco a tu persona, atraviesa tu discurso dentro y fuera de la escena...
—Es eso: se juntan dos o tres personas y yo tengo que hacer el payaso, no lo puedo remediar. Y el día que tengo sueño, que estoy cansada, me dicen: “Qué te pasa, ¿estás mal?”, y quizás sólo estoy calladita, oyendo lo que hablan los otros. Tengo afán de ser payasa, y como por ahí tengo un trasfondo medio trágico, estonces siento que con el humor me aliviano la jornada bromeando.
—¿Cómo definirías tu propuesta teatral?
—Creo que mi teatro es popular y, al mismo tiempo para 100 o 200 personas que se juntan a reírse de ciertas cosas. Pero, obviamente, el marco ideológico le pone un límite, yo tengo una postura tomada, y creo que más que político, mi teatro es ético y no está ni bien ni mal, no tengo una gran teoría sobre eso, pero sí tengo la intuición para saber claramente lo que está bien y lo que está mal. Me digo: “Por esto me juego y de acá me tengo que apartar”.
—Siendo una actriz con años de teatro, ¿sentís que irremediablemente es la televisión el medio que legitimiza a los actores?
—Sinceramente, no me doy cuenta. Teatralmente, a mí me va igual, no sé si me sumó público el hecho de estar en televisión, porque creo que la gente que ve televisión a la noche, y sobre todo una telenovela como Malparida, donde con Mabel estoy aportando mucha mala onda (risas), no sé si es la misma que va al teatro; no hay que perder de vista que es televisión de aire, es un programa que lo ve mucha gente y sí, te identifican, te reconocen, algo que quizás con el teatro no pasa, incluso no sé si saben que yo hago teatro. Sí dentro del mundo de la televisión, donde todo se ve más como un negocio que como un hecho artístico, quizás me conozcan más de esta manera. Y también puedo decir que en una televisión donde pareciera que sólo se apuesta a la belleza física, en Pol-ka, hay una intención de trabajar con gente que tenga algo más que ofrecer por fuera de la belleza. Porque como en el cine, y es algo que pasa a nivel mundial, se tienen muy en cuenta, como valores, la belleza y la juventud, y hay otros valores que por alguna razón no venden tanto. Es un tema que charlamos mucho con los colegas: si ponés la belleza frente al talento, pareciera que hay una gran masa de gente que elige la belleza. De todos modos, nada ha cambiado demasiado en mi vida con la televisión, mi panorama teatral sigue igual: no me llamaron ni del Carnegie Hall ni del estadio de Vélez, para que llene.
Por Miguel Passarini (nota publicada en El Ciudadano & la gente, en su edición del sábado 11 de septiembre)
Dueña de un modo de comicidad que entrelaza sabiamente la más clara tradición del grotesco argentino con el humor político, a través de la creación de personajes que desde los extremos coquetean entre la inocencia, la desfachatez y la bajada de línea, la actriz porteña Mónica Cabrera es, en sí misma, un vergel de creatividad y talento: no sólo actúa, sino que además escribe y dirige sus espectáculos, del mismo modo que crea muchas de las canciones que los integran, porque además canta, y lo hace muy bien.
Aunque con una vastísima carrera ligada al teatro (se formó, entre otros, con la legendaria Alejandra Boero), Cabrera, que mañana (sàbado), a las 21.30, desembarcará en el Club Imperial (Misión del Marinero, Sarmiento y el río) con el imperdible El Club de las Bataclanas (por el momento, con una única función), alcanzó en los últimos años cierta popularidad por sus participaciones en los ciclos de Pol-ka Tratame bien (2009) y actualmente en la tira Malparida, donde compone a Mabel, una amarga y gris oficinista que cada vez que aparece ilumina la pantalla. Sin embargo, en su haber resplandecen también unipersonales como Arrabalera, mujeres que trabajan, Dolly Guzmán no está muerta, El sistema de la víctima o el mas reciente The victory to la Madrecita, donde comparte el escenario con Teresa Murias.
En medio de las grabaciones, Cabrera dialogó con El Ciudadano acerca de El Club de las Bataclanas, espectáculo donde recrea seis personajes al tiempo que canta tangos y boleros, que ha recibido las mejores críticas en Buenos Aires, y al que la actriz reconoce como su “caballito de batalla”
—¿Podríamos definir a “El Club de las Bataclanas” como un clásico dentro de tu repertorio?
—Algo de eso hay, porque es el primer unipersonal que escribí, hace ya algunos años, con la idea de estar sola sobre el escenario, que fue toda una decisión porque yo soy una actriz formada en el teatro clásico; entonces, estar sola en escena, me resultaba casi como una maestría. Es un espectáculo que siguió vivo porque siguió yendo el público, me lo siguieron pidiendo de festivales y en las provincias, y es un desafío llevarlo a Rosario, donde hacía tiempo que quería ir.
—Si tuvieras que definir el lugar donde transcurre, ¿cómo lo describirías?, ¿es una casa de citas, un cabaret?
—La verdad, no sé bien qué es: puede ser un club, la trastienda de un teatro, un boliche, quizás un dormitorio y también, porqué no, un camarín con un lugar para maquillarse, donde conviven estas seis mujeres que ya son señoras grandes y dudo que estén para aguantar una cita, al menos al nivel que vos me preguntás (risas). Son mujeres que aparecen porque tienen cosas para contar, y en realidad es una excusa para hablar del amor, de la muerte, de la amistad, de las cosas que nos inquietan a las personas, y poder hablarlas con humor. Aclaro: no es un espectáculo liviano, no cuento chistes, no bajé ningún chiste de Internet, sí hay desnudos, sí hay sexo, sí hay violencia, y sobre todo con el público: bajo del escenario, y por ejemplo le digo a alguien: “¿Qué mirás cara de idiota?”, porque yo propongo un teatro muy participativo, como el de los cómicos de antes, que bajaban y terminaban agrediendo a la gente, basureaban y decían cosas terribles y uno salía y tenía que decir “¡cómo me divertí!”. Hablando seriamente, es todo lo contrario, yo no me meto con la gente siempre y cuando la gente no se meta conmigo (risas).
—Tus espectáculos tienen un claro compromiso ideológico. ¿Cómo hacés para escribir humor y al mismo tiempo plantear una bajada de línea que en ningún caso incomoda o molesta sino todo lo contario?
—Yo podría macanear media hora y decir: “Sí, yo elaboro e investigo para escribir mis personajes…”, pero eso no pasa en absoluto. Tengo una escritura muy espontánea, y de escribir quizás doce hojas, termino dejando una hoja y media para cada personaje, porque limpio mucho todo lo que escribo, pero esa no es una construcción a priori, no es una propuesta, y muchas veces las cosas de humor las descubro cuando me enfrento con el espectador y me quedo callada porque todo el mundo se ríe y me digo: “¡Huy, mirá, esto era una broma!”. Bueno, así es como tengo armado el cerebro…
—Algo que al público parece que le gusta, porque tus propuestas son garantía de risa que, además, es la forma más noble de aportar algunas ideas…
—Es tan así que, al menos yo, puedo armar el humor con el aporte del espectador: quizás estoy diciendo algo muy serio, y la gente se ríe. Allí, seguramente, hay un disparador, una sorpresa, que después voy, con el paso del tiempo, comprendiendo, lo que aporta la mirada del otro, aunque no trabajo para la mirada del otro, yo trabajo desde mí, escribiendo con mucha frescura lo que se me ocurre y después lo voy acomodando en tiempo, en interés, y además, teniendo en claro que ahora el público tiene un tiempo de atención más corto que antes, que en el siglo pasado, por ejemplo, que es de donde yo soy (risas).
—¿Cómo describirías a estas “bataclanas”?
—Hay una abuela que hace sexo telefónico, trabaja en una hot line; Anelí, que es la que lleva más tiempo en el asunto, tiene más cancha, es como la que le encontró la vuelta y ve la vida desde un lugar sorprendente; después está la fundadora del club que dice que le robaron, que es la que habla del pasado y se revela como el personaje más melancólico y es muy interesante ver cómo la gente se ríe de las barbaridades que dice, porque se supone que deberían ser, al menos, cosas muy tristes. También hay una mujer que es muy posesiva, que habla y da consejos de cómo poseer al enamorado; después hay otra que habla sobre la amistad pero que, al mismo tiempo, es como una mujer gallina, y hay otra que da consejos sobre sexo pero es una adicta y su discurso está atravesado por su obsesión de volver a su adicción, y finalmente, una amante de (Leandro) Alem, una mujer de unos 200 años, que es bicentenaria, y habla de cuestiones ligadas con la política desde el lugar de una meretriz. Contado así es muy complicado, pero cuando la gente lo ve, dice: “¡Esto lo hago yo también!”.
—Intuyo que el humor es fundamental en tu vida, la vis cómica es algo intrínseco a tu persona, atraviesa tu discurso dentro y fuera de la escena...
—Es eso: se juntan dos o tres personas y yo tengo que hacer el payaso, no lo puedo remediar. Y el día que tengo sueño, que estoy cansada, me dicen: “Qué te pasa, ¿estás mal?”, y quizás sólo estoy calladita, oyendo lo que hablan los otros. Tengo afán de ser payasa, y como por ahí tengo un trasfondo medio trágico, estonces siento que con el humor me aliviano la jornada bromeando.
—¿Cómo definirías tu propuesta teatral?
—Creo que mi teatro es popular y, al mismo tiempo para 100 o 200 personas que se juntan a reírse de ciertas cosas. Pero, obviamente, el marco ideológico le pone un límite, yo tengo una postura tomada, y creo que más que político, mi teatro es ético y no está ni bien ni mal, no tengo una gran teoría sobre eso, pero sí tengo la intuición para saber claramente lo que está bien y lo que está mal. Me digo: “Por esto me juego y de acá me tengo que apartar”.
—Siendo una actriz con años de teatro, ¿sentís que irremediablemente es la televisión el medio que legitimiza a los actores?
—Sinceramente, no me doy cuenta. Teatralmente, a mí me va igual, no sé si me sumó público el hecho de estar en televisión, porque creo que la gente que ve televisión a la noche, y sobre todo una telenovela como Malparida, donde con Mabel estoy aportando mucha mala onda (risas), no sé si es la misma que va al teatro; no hay que perder de vista que es televisión de aire, es un programa que lo ve mucha gente y sí, te identifican, te reconocen, algo que quizás con el teatro no pasa, incluso no sé si saben que yo hago teatro. Sí dentro del mundo de la televisión, donde todo se ve más como un negocio que como un hecho artístico, quizás me conozcan más de esta manera. Y también puedo decir que en una televisión donde pareciera que sólo se apuesta a la belleza física, en Pol-ka, hay una intención de trabajar con gente que tenga algo más que ofrecer por fuera de la belleza. Porque como en el cine, y es algo que pasa a nivel mundial, se tienen muy en cuenta, como valores, la belleza y la juventud, y hay otros valores que por alguna razón no venden tanto. Es un tema que charlamos mucho con los colegas: si ponés la belleza frente al talento, pareciera que hay una gran masa de gente que elige la belleza. De todos modos, nada ha cambiado demasiado en mi vida con la televisión, mi panorama teatral sigue igual: no me llamaron ni del Carnegie Hall ni del estadio de Vélez, para que llene.
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