ESTRENO TEATRO. El autor, docente y director Rody Bertol habla de “Rezo por mí”, el nuevo trabajo del Centro Experimental Rosario Imagina, que elabora un ensayo sobre la problemática de la inseguridad, y que se conocerá mañana, a las 22, en La Manzana, de San Juan 1950
Por Miguel Passarini
De clásicos como Sófocles o Strindberg a otros clásicos más cercanos como Discépolo, González Castillo o Tito Cossa, la producción del Centro Experimental Rosario Imagina, que en 2011 cumplirá 20 años de trabajo y que en este tiempo lleva estrenados 17 espectáculos de poéticas y estéticas diversas, podría describirse como un viaje por terreno fértil, en el que, sin prejuicios y teniendo siempre presente el interés del público, su director, Rody Bertol, supo conducir con mesura y coherencia a un grupo de artistas que fue creciendo, al tiempo que formó un público que conoce y disfruta de sus propuestas, algo que se acentuó en los últimos años donde la “problemática del público” pasó a ser un tema de discusión y preocupación permanente en el equipo de trabajo que viene de mostrar en los últimos meses La familia argentina, obra inédita de Alberto Ure.
Desde esta noche, a las 22, en La Manzana (San Juan 1950), Rody Bertol sumará a su vasta trayectoria un nuevo desafío con el estreno de un texto propio. Se trata de Rezo por mí, “una obra que tiene un valor particular, porque me animo con un texto mío después de varios años, porque tiene grandes actuaciones de gente querida, y porque su historia gira alrededor de un robo callejero y un accidente de transito, cuestiones muy actuales, polémicas y preocupantes; y creo que el teatro puede decir otras cosas al respecto”, sostiene Bertol, quien tuvo a su cargo la dirección general y puesta en escena.
Definido por el grupo como “un thriller social que retrata con una mirada polémica la inseguridad imperante, dando vida a personajes endemoniadamente cercanos”, Rezo por mí, que cuenta con las actuaciones de Erika Arístides, Melisa Patriarca, Claudio Danterre, Juan Nemirovsky y Federico Tomé (también director de actores), se revela como “un relato en tono de fábula moral sobre la vida contemporánea, donde la fatalidad relaciona a un puñado de personas en torno a un accidente de tránsito, un robo y un abandono. También gasta palabras sobre la tragedia y no tan sólo como algo doloroso, sino como una manera de ajustar viejas cuentas y reconocer errores y fracasos”.
—¿Cómo definís esta nueva propuesta?
—Es un espectáculo al que definimos como un thriller social. Thriller, porque todos los personajes de la historia están sujetos al descubrimiento de un delito, y social, porque intenta mostrar otra faceta, esas otras caras que tiene por ejemplo un robo callejero, y es esa lectura que quizás no da la crónica policial.
—¿Y cuáles serían esas otras caras?
—Por ejemplo, las vidas que hay por detrás de lo que pasa, la realidad de los personajes, los vínculos, su entorno. De algún modo, en una sociedad, todos estamos enlazados, y con respecto al tema de los delitos, en nuestra historia se tornan difusas las líneas entre las víctimas y los victimarios.
—Volvés al a dramaturgia propia, ¿por qué?
—Tratamos de producir un texto propio, buscando seguir la tradición de grandes autores como Florencio Sánchez o González Castillo, entre otros dramaturgos argentinos, que proponían un teatro que discutía los problemas de su tiempo, quizás a través de una metáfora o de una historia sensible, pero siempre teniendo presente los grandes temas del tiempo que les tocaba vivir, y nosotros creemos que el tema de la inseguridad y de los accidentes de tránsito son una problemática muy grande tanto en ésta como en otras ciudades, y que investigando en el teatro argentino, este tipo de problemáticos están manifestadas: por ejemplo todo el sainete, es decir la dramaturgia de principios del siglo XX, reflejó las problemáticas surgidas de la inmigración, o lo que pasó después acá con el tema de las grandes bandas delictivas. También en aquél momento hubo una ciudadanía que salió a pedir el endurecimiento de las penas tal como pasa ahora.
—Quizás tenga que ver con la estigmatización que han sufrido y sufren ciertos sectores de la sociedad…
—Es algo de eso, y repasando la dramaturgia argentina, lo que aparece ahora como algo tan nuevo, en realidad no lo es: las calles siempre fueron peligrosas, más allá de esa idea que se reproduce y que todos tenemos en cierta forma en relación con un pasado idílico, eso que decimos los de nuestra generación que jugábamos en la vereda, o que los delincuentes de antes tenían códigos, y no es tan así. Lo que sí sucede ahora es que la proporción de lo que acontece es desmesurada y que era algo inimaginable algunas décadas atrás.
—¿Qué elementos aparecen a nivel narrativo?
—Tomamos como formato una narrativa de historias paralelas que se cruzan. La obra comienza cuando uno de los personajes atropella a otro en la calle y lo abandona; ese hecho va desencadenando distintos sucesos en la vida personal tanto de la victimaria como de la víctima, y al mismo tiempo se va viendo de qué manera, a pesar de que en apariencia no se trata de sucesos relacionados, en definitiva sí lo están. Tampoco pretendimos abordar un tratado sociológico sobre la inseguridad; por el contrario, es una historia muy emotiva y de algún modo, también es una historia de amor.
—¿Cómo se prepara el grupo para festejar en 2011 los veinte años?
—Lo vamos a festejar con la comunidad teatral, y para eso pensamos organizar una gran fiesta. Vamos a hacer una temporada de los tres últimos espectáculos: Los días de Julián Bisbal, La familia argentina y Rezo por mí, y tenemos pensado editar un DVD que recopile los 17 trabajos estrenados desde 1991 hasta la actualidad.
—El público acompañó y sostuvo las últimas temporadas de los espectáculos de Rosario Imagina ¿Trabajan especialmente para eso?
—Es un trabajo que, como equipo, venimos desarrollando desde hace varios años. Hoy tenemos entre nuestras preocupaciones al público porque completa la propuesta, y lo tenemos presente del momento mismo que comenzamos a imaginar el espectáculo; es una estrategia que nos ha servido para acerar gente al teatro, y sin rescindir calidad, pensamos y discutimos acerca de qué temáticas pueden interesarle hoy al público rosarino, más allá de que uno nunca sabe cuándo una obra podrá gusta o no. De lo que sí estamos convencidos, es que debería ser una preocupación en el teatro de Rosario el hecho de poder incluir al espectador dentro del imaginario de la obra.
Por Miguel Passarini
De clásicos como Sófocles o Strindberg a otros clásicos más cercanos como Discépolo, González Castillo o Tito Cossa, la producción del Centro Experimental Rosario Imagina, que en 2011 cumplirá 20 años de trabajo y que en este tiempo lleva estrenados 17 espectáculos de poéticas y estéticas diversas, podría describirse como un viaje por terreno fértil, en el que, sin prejuicios y teniendo siempre presente el interés del público, su director, Rody Bertol, supo conducir con mesura y coherencia a un grupo de artistas que fue creciendo, al tiempo que formó un público que conoce y disfruta de sus propuestas, algo que se acentuó en los últimos años donde la “problemática del público” pasó a ser un tema de discusión y preocupación permanente en el equipo de trabajo que viene de mostrar en los últimos meses La familia argentina, obra inédita de Alberto Ure.
Desde esta noche, a las 22, en La Manzana (San Juan 1950), Rody Bertol sumará a su vasta trayectoria un nuevo desafío con el estreno de un texto propio. Se trata de Rezo por mí, “una obra que tiene un valor particular, porque me animo con un texto mío después de varios años, porque tiene grandes actuaciones de gente querida, y porque su historia gira alrededor de un robo callejero y un accidente de transito, cuestiones muy actuales, polémicas y preocupantes; y creo que el teatro puede decir otras cosas al respecto”, sostiene Bertol, quien tuvo a su cargo la dirección general y puesta en escena.
Definido por el grupo como “un thriller social que retrata con una mirada polémica la inseguridad imperante, dando vida a personajes endemoniadamente cercanos”, Rezo por mí, que cuenta con las actuaciones de Erika Arístides, Melisa Patriarca, Claudio Danterre, Juan Nemirovsky y Federico Tomé (también director de actores), se revela como “un relato en tono de fábula moral sobre la vida contemporánea, donde la fatalidad relaciona a un puñado de personas en torno a un accidente de tránsito, un robo y un abandono. También gasta palabras sobre la tragedia y no tan sólo como algo doloroso, sino como una manera de ajustar viejas cuentas y reconocer errores y fracasos”.
—¿Cómo definís esta nueva propuesta?
—Es un espectáculo al que definimos como un thriller social. Thriller, porque todos los personajes de la historia están sujetos al descubrimiento de un delito, y social, porque intenta mostrar otra faceta, esas otras caras que tiene por ejemplo un robo callejero, y es esa lectura que quizás no da la crónica policial.
—¿Y cuáles serían esas otras caras?
—Por ejemplo, las vidas que hay por detrás de lo que pasa, la realidad de los personajes, los vínculos, su entorno. De algún modo, en una sociedad, todos estamos enlazados, y con respecto al tema de los delitos, en nuestra historia se tornan difusas las líneas entre las víctimas y los victimarios.
—Volvés al a dramaturgia propia, ¿por qué?
—Tratamos de producir un texto propio, buscando seguir la tradición de grandes autores como Florencio Sánchez o González Castillo, entre otros dramaturgos argentinos, que proponían un teatro que discutía los problemas de su tiempo, quizás a través de una metáfora o de una historia sensible, pero siempre teniendo presente los grandes temas del tiempo que les tocaba vivir, y nosotros creemos que el tema de la inseguridad y de los accidentes de tránsito son una problemática muy grande tanto en ésta como en otras ciudades, y que investigando en el teatro argentino, este tipo de problemáticos están manifestadas: por ejemplo todo el sainete, es decir la dramaturgia de principios del siglo XX, reflejó las problemáticas surgidas de la inmigración, o lo que pasó después acá con el tema de las grandes bandas delictivas. También en aquél momento hubo una ciudadanía que salió a pedir el endurecimiento de las penas tal como pasa ahora.
—Quizás tenga que ver con la estigmatización que han sufrido y sufren ciertos sectores de la sociedad…
—Es algo de eso, y repasando la dramaturgia argentina, lo que aparece ahora como algo tan nuevo, en realidad no lo es: las calles siempre fueron peligrosas, más allá de esa idea que se reproduce y que todos tenemos en cierta forma en relación con un pasado idílico, eso que decimos los de nuestra generación que jugábamos en la vereda, o que los delincuentes de antes tenían códigos, y no es tan así. Lo que sí sucede ahora es que la proporción de lo que acontece es desmesurada y que era algo inimaginable algunas décadas atrás.
—¿Qué elementos aparecen a nivel narrativo?
—Tomamos como formato una narrativa de historias paralelas que se cruzan. La obra comienza cuando uno de los personajes atropella a otro en la calle y lo abandona; ese hecho va desencadenando distintos sucesos en la vida personal tanto de la victimaria como de la víctima, y al mismo tiempo se va viendo de qué manera, a pesar de que en apariencia no se trata de sucesos relacionados, en definitiva sí lo están. Tampoco pretendimos abordar un tratado sociológico sobre la inseguridad; por el contrario, es una historia muy emotiva y de algún modo, también es una historia de amor.
—¿Cómo se prepara el grupo para festejar en 2011 los veinte años?
—Lo vamos a festejar con la comunidad teatral, y para eso pensamos organizar una gran fiesta. Vamos a hacer una temporada de los tres últimos espectáculos: Los días de Julián Bisbal, La familia argentina y Rezo por mí, y tenemos pensado editar un DVD que recopile los 17 trabajos estrenados desde 1991 hasta la actualidad.
—El público acompañó y sostuvo las últimas temporadas de los espectáculos de Rosario Imagina ¿Trabajan especialmente para eso?
—Es un trabajo que, como equipo, venimos desarrollando desde hace varios años. Hoy tenemos entre nuestras preocupaciones al público porque completa la propuesta, y lo tenemos presente del momento mismo que comenzamos a imaginar el espectáculo; es una estrategia que nos ha servido para acerar gente al teatro, y sin rescindir calidad, pensamos y discutimos acerca de qué temáticas pueden interesarle hoy al público rosarino, más allá de que uno nunca sabe cuándo una obra podrá gusta o no. De lo que sí estamos convencidos, es que debería ser una preocupación en el teatro de Rosario el hecho de poder incluir al espectador dentro del imaginario de la obra.
No tan nuevo como parece
Por Rody Bertol
En el actual pánico al delito en el que todos estamos insertos, se pueden rastrear continuidades discursivas de otras épocas fundantes del país. “Ya no se puede salir a la calle…, los nuevos delincuentes no tienen códigos…, la justicia es lenta y no castiga lo suficiente…., la policía es inútil y corrupta…, cuando yo era chico jugaba tranquilo en la vereda”. Pareciera que estas frases abroquelados y entramadas en el sentido común, se van filtrando en todos los vínculos sociales y van limándose hasta llegar a ser casi banales. Las encontramos en petitorios vecinales o en ONGs, y en testimonios desesperados ante los movileros de los canales de noticias. “Nunca estuvimos peor”, dice cada manifestación a su manera. Al mismo tiempo, las historias que las generan son únicas en sus detalles y nos despiertan emociones diversas entre sí. Y a la vez, pretenden, de algún modo, explicar la realidad.
Lila caimari desarrolla muy bien esta problemática en su texto Genealogía del temor porteño. Esta y otras contribuciones a la reflexión sobre la cuestión del delito del presente, dejan en claro que la cuestión delictiva actual tiene una larga tradición. Sin embargo, nos produce un efecto de extrañamiento notable, porque pensar que es algo recurrente nos desmorona uno de los componentes más arraigados y más emotivos del sentido común: el de “antes esto no pasaba”.
Por ejemplo: con respecto a esa tradición, se puede rastrear cómo a principios del siglo pasado, las grandes ciudades del país pasaron por otros picos de pánico al delito. En esa época, a lo largo de la gran ola inmigratoria, nació toda un elenco de figuras de la amenaza, como el extranjero peligroso (el tano, el gallego, el suizo), que ponía en riesgo la pureza de la cultura e identidad de la Nación; o el anarquista, que no solamente se negaba a nacionalizarse sino que venia con un proyecto militante de cambio social; o la prostituta (recordemos nuestro barrio Pichincha), que fue el desvelo de la moral burguesa y las buenas costumbres, además, una actividad asociada al vicio y el delito. Esas nostálgicas y pintorescas calles de principio de siglo pasado, también estaban atestadas de peligros, como del punguista, o del cuento del tío, entre otros.
Toda esta época en el teatro es retratada magistralmente por el sainete, y autores como González Castillo (Pocas ganas, Los dientes del perro) o Florencio Sánchez (En familia, Los muertos).
Luego, en las próximas décadas, la incipiente modernización y las crisis de los años de entreguerras producen una renovación de ese elenco. Aparecen personajes más espectaculares como la del pistolero, por ejemplo el Pibe Cabeza, que hacia golpes violentos con autos y armas automáticas. En esa época, en nuestra ciudad, estaba la banda de Chicho Grande que practicaba el secuestro extorsivo. Recordemos que esos “nuevos” delitos desencadenaron una gran demanda social por el endurecimiento de las penas, caso similar a lo que fue hace pocos años atrás el caso Blumberg.
Esos años son retratados en el teatro por autores geniales como Roberto Arlt (300 millones) o Discépolo (El organito, Mateo).
Una mirada a todos esos años nos dice que no todo lo que parece como nuevo, al fin de cuentas es tan nuevo como parece. Es decir: en parte, el fenómeno actual no es más que la versión aggiornada de un problema cíclico hecho de repeticiones. Pero esto también nos lleva a un interrogante y a una reflexión profunda: ¿qué es lo que separa a la cuestión criminal actual de la que se planteó décadas atrás?
Porque salta a la vista, con una simple mirada a los contextos de sentido, que por más que las expresiones permanezcan idénticas decir “ya no se puede salir a la calle” o “la policía es corrupta” significa cosas diferentes en 1900 y en 2010.
Tener en cuenta estas dimensiones temporales es abandonar la noción de un pasado idílico, porque en nuestro país la policía siempre fue cuestionada, y las calles siempre fueron pensadas como lugar de peligro. Al mismo tiempo, cierto sentido de la historia nos lleva a reflexionar sobre dos cosas distintas, proporción que no es equivalencia, entre aquél pasado y éste presente. Y nos invita a reconocer distintas caras del delito, ese producto perverso de una sociedad que en su carrera por el enriquecimiento va transformando todos los valores, siendo el emergente de un naufragio social inimaginable décadas atrás.
En el actual pánico al delito en el que todos estamos insertos, se pueden rastrear continuidades discursivas de otras épocas fundantes del país. “Ya no se puede salir a la calle…, los nuevos delincuentes no tienen códigos…, la justicia es lenta y no castiga lo suficiente…., la policía es inútil y corrupta…, cuando yo era chico jugaba tranquilo en la vereda”. Pareciera que estas frases abroquelados y entramadas en el sentido común, se van filtrando en todos los vínculos sociales y van limándose hasta llegar a ser casi banales. Las encontramos en petitorios vecinales o en ONGs, y en testimonios desesperados ante los movileros de los canales de noticias. “Nunca estuvimos peor”, dice cada manifestación a su manera. Al mismo tiempo, las historias que las generan son únicas en sus detalles y nos despiertan emociones diversas entre sí. Y a la vez, pretenden, de algún modo, explicar la realidad.
Lila caimari desarrolla muy bien esta problemática en su texto Genealogía del temor porteño. Esta y otras contribuciones a la reflexión sobre la cuestión del delito del presente, dejan en claro que la cuestión delictiva actual tiene una larga tradición. Sin embargo, nos produce un efecto de extrañamiento notable, porque pensar que es algo recurrente nos desmorona uno de los componentes más arraigados y más emotivos del sentido común: el de “antes esto no pasaba”.
Por ejemplo: con respecto a esa tradición, se puede rastrear cómo a principios del siglo pasado, las grandes ciudades del país pasaron por otros picos de pánico al delito. En esa época, a lo largo de la gran ola inmigratoria, nació toda un elenco de figuras de la amenaza, como el extranjero peligroso (el tano, el gallego, el suizo), que ponía en riesgo la pureza de la cultura e identidad de la Nación; o el anarquista, que no solamente se negaba a nacionalizarse sino que venia con un proyecto militante de cambio social; o la prostituta (recordemos nuestro barrio Pichincha), que fue el desvelo de la moral burguesa y las buenas costumbres, además, una actividad asociada al vicio y el delito. Esas nostálgicas y pintorescas calles de principio de siglo pasado, también estaban atestadas de peligros, como del punguista, o del cuento del tío, entre otros.
Toda esta época en el teatro es retratada magistralmente por el sainete, y autores como González Castillo (Pocas ganas, Los dientes del perro) o Florencio Sánchez (En familia, Los muertos).
Luego, en las próximas décadas, la incipiente modernización y las crisis de los años de entreguerras producen una renovación de ese elenco. Aparecen personajes más espectaculares como la del pistolero, por ejemplo el Pibe Cabeza, que hacia golpes violentos con autos y armas automáticas. En esa época, en nuestra ciudad, estaba la banda de Chicho Grande que practicaba el secuestro extorsivo. Recordemos que esos “nuevos” delitos desencadenaron una gran demanda social por el endurecimiento de las penas, caso similar a lo que fue hace pocos años atrás el caso Blumberg.
Esos años son retratados en el teatro por autores geniales como Roberto Arlt (300 millones) o Discépolo (El organito, Mateo).
Una mirada a todos esos años nos dice que no todo lo que parece como nuevo, al fin de cuentas es tan nuevo como parece. Es decir: en parte, el fenómeno actual no es más que la versión aggiornada de un problema cíclico hecho de repeticiones. Pero esto también nos lleva a un interrogante y a una reflexión profunda: ¿qué es lo que separa a la cuestión criminal actual de la que se planteó décadas atrás?
Porque salta a la vista, con una simple mirada a los contextos de sentido, que por más que las expresiones permanezcan idénticas decir “ya no se puede salir a la calle” o “la policía es corrupta” significa cosas diferentes en 1900 y en 2010.
Tener en cuenta estas dimensiones temporales es abandonar la noción de un pasado idílico, porque en nuestro país la policía siempre fue cuestionada, y las calles siempre fueron pensadas como lugar de peligro. Al mismo tiempo, cierto sentido de la historia nos lleva a reflexionar sobre dos cosas distintas, proporción que no es equivalencia, entre aquél pasado y éste presente. Y nos invita a reconocer distintas caras del delito, ese producto perverso de una sociedad que en su carrera por el enriquecimiento va transformando todos los valores, siendo el emergente de un naufragio social inimaginable décadas atrás.
grande aristidessss !
ResponderEliminarincreíble blog! grandes artistas! cuando vuelva de mi viaje en donde me estoy hospedando en uno de los mejores hoteles en miami me encantaría ir al teatro! amo ir grandes obras!
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