“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




sábado, 25 de febrero de 2012

“Para mí el humor es una forma de militancia política”




FENÓMENO. El talentoso Horacio Sansivero, reciente ganador del premio Estrella de Mar al mejor espectáculo de humor grupal de la temporada, habla de su alter ego, Mariquena del Prado, y de lo que pasa cada noche en una sala de Mar del Plata con uno de los personajes más queridos del medio artístico local

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 25 de febrero de 2012)
Casi con la misma avidez con la que abrazó hace muchos años la profesión de actor (es egresado 1992 de la Escuela Provincial de Teatro), el rosarino (aunque nació en Firmat) Horacio Sansivero arremete cada noche desde su más famoso alter ego, Mariquena del Prado, contra la mala onda y la mediocridad, poniéndole a todo la alegría que caracteriza a un personaje al que define como “una muñeca o una animadora infantil, en un contexto de adultos, sin llegar a ser un travesti o una mujer”.
Mariquena del Prado y el club de las capocómicas es el espectáculo que el actor lleva adelante, al frente de un importante equipo artístico, en la presente temporada marplatense (en el Teatro del Ángel, en el corazón de la peatonal Rivadavia de Mar del Plata) y por el cual, hace un par de semanas, se llevó el Estrella de Mar al mejor espectáculo de humor grupal.
En una larga entrevista que mantuvo con El Ciudadano, Sansivero, que junto a Sergio Escobar (Mimí Nervios) fue el mentor en los años 90 del inolvidable espectáculo de humor Mimí y Mariquena en Berlín (marcó una bisagra en las propuestas generadas para espacios alternativos) y juntos protagonizaron, bajo las órdenes de Jorge Dunster, el imborrable Bordeaux (Los nudos del Doctor Duboise), habló del premio, de su carrera y del presente, en el que el humor se le revela como una clara forma de militancia.
—¿Qué genera en un actor como vos un premio como el Estrella de Mar, que tiene un espectro tan amplio en relación con todo lo que convive con ese galardón?
—Generó pura alegría y lo digo sabiendo que es una obviedad, pero vale la pena decirlo. De todos modos, hay cosas puntuales que me pasan que son las que pongo en primer plano: la primera es que como hace muchos años que hago este personaje, es la gente la que premió mucho antes a Mariquena del Prado, y lo sigue haciendo, porque en estos años he vivido experiencias de cariño muy profundas con el público. Mis presentaciones son muy festivas, de hecho trabajo mucho en fiestas, y hasta el momento, me desequilibraba un poco la cabeza que la gente me premie tanto con su aplauso y la prensa no lo haga. Entonces, lo primero que generó el premio es una especie de sensación de equilibrio. Por primera vez, público y prensa estuvieron en concordancia, al menos en lo que a mi trabajo respecta.
—¿Sentís que el premio te abre nuevas puertas en Buenos Aires?
—Eso es a diario, y sobre todo porque hace muy poco que estoy en Buenos Aires intentando insertarme, y estas dos nominaciones (también estaba nominado a mejor labor cómica masculina), más el premio, me han dado un empuje interesante.
—¿Cómo hacés para resignificar el humor de modo tal que Mariquena del Prado siempre esté vigente, siempre tan al tanto de todo?
—Uno puede elegir hacerlo o no, o en todo caso, sortearlo con ingenio y creatividad. Y yo trato de hacer eso, porque tengo claro algo muy sencillo y que me guía: yo hago humor. Aunque sea chiquito, humor; aunque sea poquito, humor; aunque sea desconocido y esté en un cumpleaños de 50 en un barrio de la zona sur en Rosario, un jueves a las 3 de la mañana animándolo, siempre hago humor. Y si estuviese en la tele en el espacio que fuese, haría lo mismo. Porque además, eso tiene que ver con el trabajo. Hacer humor es trabajar. Y yo defiendo y fomento el trabajo teatral. El universo de Mariquena siempre pareció un universo de improvisaciones y azahares, y te aseguro que no lo es. Incluso hace añares, cuando empezamos con Mimí (Sergio Escobar), la gente presuponía que improvisábamos todo, y era todo lo contrario. Es más: trabajábamos el doble, porque guionábamos, pero trabajábamos para que parezca improvisado.
—Eso es militancia con el trabajo del actor, con el oficio…
—Es que así me gusta el teatro: el todo por el todo, al ciento por ciento, porque me gusta lucharla de verdad, me da placer remarla. Y eso me identifica con el país que quiero y con lo que está pasando: para mí el humor es una forma de militancia política. En Mar del Plata, repartimos volantes tres horas por día, antes de cada función, para llenar el teatro, y me fascina hacer eso y sacarme miles de fotos en la peatonal y charlar con la gente. Me encanta trabajar y me encanta que la gente vea que estamos trabajando. Eso también es hacer política, en este caso, de una manera alegre y feliz.
—En esta, como en otras temporadas, la remaste para llenar el teatro y hoy podés jactarte de ser el único “factótum” de “Mariquena del Prado y el Club de las capocómicas”. De todos modos, ¿la profesionalización definitiva exige la aparición de la figura del empresario o estás dispuesto a seguir siendo tu propia empresa?
—Empresarios siempre hay, de hecho, ahora estoy trabajando con uno. Pero lo que estoy haciendo en esta última etapa es profesionalizar definitivamente a Mariquena del Prado como una marca, como un producto, más allá del trabajo artístico; por eso busco darle una entidad “comercial”, hacer marketing, aunque tengo muy claro que Mariquena fue, es y será mi propia empresa, más allá de que por ahora sea sólo una Pyme (risas). Y mirá qué interesante: hasta en eso uno podría encuadrar lo artístico como un hecho político, porque se trata de armar un grupo de trabajo, delegar responsabilidades, confiar. Eso es lo que hago desde hace unos años con el personaje y con los espectáculos: armo equipos de trabajo y siempre, al empezar, planifico lo mismo como premisa, vender alegría y entretenimiento y no agresión ni faltas de respeto, ni vulgaridades. Yo me siento en sintonía con este momento social y político de nuestra historia más allá de que ocupe el lugar de alguien que entretiene y genera carcajadas en el público. Entonces, todas las inquietudes, desde cómo será el show, lo que hacemos, si el personaje es o no un travesti, o si lo pueden ver los niños, pasa todo a un segundo plano porque confían en la mirada, en el afecto que les estás dando cuando los invitás en la calle. Y después entran a la sala y se encuentran con el teatro, con actores, y eso es genial. Te abrazan, te lo agradecen y yo me siento feliz porque no estoy traicionando nada sino que estoy fomentando el teatro. En eso siento que crecí, porque convertí a Mariquena en un producto teatral muy digerible, mucho más masivo y popular, pero que no perdió su esencia.
—Una vez, Andrea Fiorino me dijo que si no te vas a Buenos Aires, en algún momento, la ciudad “te manda”. ¿Sentiste eso alguna vez o lo tuyo fue sólo una elección?
—Yo me fui a vivir a Buenos Aires hace tres años por elección, nadie me mandó a ningún lado. Me encanta moverme de acá para allá todo el tiempo. Además, mi vida laboral es así constantemente. De hecho, viajo a Rosario y a diferentes lugares del país permanentemente, y estuve todo el invierno en Termas de Río Hondo haciendo temporada. Igual, debo confesar que Mariquena del Prado y Rosario son un mismo sentimiento. Me encanta la gente de Rosario, hay algo muy especial y único con el público.
—Más allá de que hace muchos años que te merecés una gran marquesina con tu nombre en Rosario, ¿pensás que el premio posibilitará eso?, ¿será éste un “regreso con gloria”?
—¡Con gloria nada!, Tampoco soy Mariquita Sánchez de Thompson (risas). Dejemos la gloria para quienes la merecen de verdad. Y, ¿grandes marquesinas? No sé…creo que a Mariquena le encantarían, a mí no tanto. Prefiero el teatro lleno, que explote de gente, y un cartel no tan grande en la puerta, antes que grandes marquesinas con salas vacías. Me gusta la sala llena de gente riéndose a carcajadas, no hay mejor momento en mi vida que ése: el del éxtasis de los espectadores cuando se ríen. Los miro como cuando era muy chiquito y veía llorar de la risa a mi abuela y a mi tía María, y me siento satisfecho, me siento feliz.