“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 20 de agosto de 2013

Furor anecdótico en formato homenaje

Los elencos: Vivi Strano y Celeste Campos, Juan Pablo Cabral y Homero Chiavarino, Silvina Santandrea y Franco Fontanarrosa, Juan Iriarte y Manuel Baella.
Los elencos: Vivi Strano y Celeste Campos, Juan Pablo Cabral y Homero Chiavarino, Silvina Santandrea y Franco Fontanarrosa, Juan Iriarte y Manuel Baella.


CRÍTICA TEATRO

La sexta edición de Cuatro Cuartetos "Puro Fontanarrosa", se revela como un valioso recorrido por la lógica que en encierran los entrañables personajes del Negro





Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 20 de agosto de 2013)
Comunes y al mismo tiempo particulares, ajenos a la lógica doméstica y, de igual modo, fácilmente reconocibles a la vuelta de cualquier esquina. Son esos mismos que alguna vez vio o escuchó, esos de los cuales le contaron los amigos entrañables, esos que en sí mismos acreditan un anecdotario tan colorido que, lejos de dudar de su autenticidad, quizás se pueda comprobar que aún están por allí, y hasta se los pueda ver por El Cairo o en cualquier esquina “rosarigasina”.
Puro Fontanarrosa es un hecho teatral que buscó y consiguió poner en valor el proyecto de Cultura municipal Cuatro Cuartetos, que el viernes estrenó en La Comedia (Mitre y Ricardone) su versión 2013, donde volverá a presentarse los próximos 23 y 30, a partir de las 21.
Apelando a un verdadero seleccionado de teatristas locales entre actores y directores, creando cuatro grupos a los que sumaron sendos músicos con mayor o menor compromiso escénico, el trabajo de todo el equipo de La Comedia y la destacable tarea de Silvina La Calamita a cargo del vestuario y maquillaje, la sexta edición de Cuatro Cuartetos está integrada por un recorte aleatorio de cuentos y relatos del recordado Roberto Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007), alcanzando el que, quizás, sea hasta el momento uno de los más logrados proyectos teatrales locales en su homenaje por la diversidad, el riesgo y, sobre todo, por un notable interés por poner en valor al autor, sin perder de vista que se trata de un proyecto teatral, habilitando una serie de licencias necesarias como para que aquello que tiene un carácter unívoco funcione dentro de un cuerpo de obra integrador.
Escapado de El mundo ha vivido equivocado, en primer lugar, Celeste Campos le pone el cuerpo (literalmente) al relato “Yo fui amante del Yeti”. Acompañada por la acompasada y exquisita presencia de Vivi Strano en acordeón, el relato en primera persona de una experiencia inolvidable de esta mujer sin nombre, peluquera y en la versión algo afrancesada, que tuvo intimidad con el “abominable hombre de las nieves”, parece encontrar en la talentosa actriz el cause perfecto para alcanzar los climas, los matices y cierta ferocidad que requiere el personaje.
Actriz y cantante, de la mano de su madre Gladys Temporelli desde la dirección, Campos (también hija del recordado Norberto Campos), es una artista de un caudal exuberante, con un dominio corporal infrecuente y una osadía y desparpajo que la posicionan hoy en la primera línea de una estirpe de actrices locales abocadas al humor.
Acto seguido, Juan Pablo Cabral se ocupa de desandar los entretelones de “Te digo más” en la piel de El Zurdo, acaso uno de los cuentos más conocidos del Negro, acerca de las peripecias vividas por el Gordo Luis disfrazado de Papá Noel, junto a una serie de personajes, en un tórrido verano rosarino. El segmento tiene, más allá de la incuestionable presencia y talento de Cabral, un actor de una enorme diversidad de recursos para desdoblarse en cada uno de los legendarios personajes barriales que aparecen en el relato, la presencia en la música de Homero Chiavarino, quien aporta mucho más que un clima musical, generando situaciones dialécticas con el actor y con el público (incluso algún guiño futbolero efectista pero inevitable), a lo que se suma la mirada y puesta a punto de Liliana Gioia desde la dirección, quien conoce como pocos artistas en Rosario acerca del timing que requiere el humor escénico.
“Rodajas de mí”, tercer relato y plato fuerte, sirve para que el espectador se deslumbre una vez más con el talento de Silvina Santandrea, aquí acompañada desde el universo musical-sonoro por Franco Fontanarrosa (hijo del Negro) y la dirección de Adrián Giampani. Pocas veces un actor puede traslucir el espíritu de un cuento como en este caso, donde se describe la historia de una actriz frente a un imposible, un monólogo que nunca podrá representar en la piel de Levenia, La Yegua, abordando situaciones desopilantes de inusual humor físico, registros que la actriz sustenta con gran profesionalismo y abanico de recursos, y donde demuestra su afiatado vínculo con el público.
Para cerrar, no podía faltar la impronta futbolera. Es así como aparece “Qué lástima Cattamarancio”, con la actuación de Manuel Baella, acompañado desde la música pero también desde la actuación por Juan Iriarte, ambos bajo la dirección de Mario Vidoletti, artista local conocedor de la obra del Negro por experiencia propia. El relato de un partido de futbol quimérico, como perdido en una vieja cabina de un estadio polvoriento, plagado de interrupciones, pone punto final al variopinto recorrido que propone Puro Fontanarrosa.
Como se sabe, cada segmento tiene, o bien por el tono del relato o bien por el modo en el que es narrado (es decir un registro de humor que se diversifica), un efecto diferente en el público, por lo cual el orden del armado de los cuatro segmentos quizás no sea el más conveniente por el in crescendo que necesita una propuesta donde el humor es la matriz. Sin embargo, a diferencia de ediciones anteriores, se valora a simple vista el intento por concretar un cuerpo de obra que esté más allá de las inevitables segmentaciones que juegan en el contexto de toda la propuesta. Hay una idea, un concepto de “obra total”, un interés por hilvanar las piezas para volver el proceso de puesta en escena más orgánico, sobre todo desde la interacción de músicos y actores, desentrañando un universo de una vastedad sumamente atractiva y dejando en claro que, a diferencia de lo que pasó en otras versiones del mismo ciclo, aquí, los cuatro relatos de Puro Fontanarrosa tienen en el tiempo un destino trazado como obras autónomas.

viernes, 16 de agosto de 2013

El escenario se tiñe del Negro

Arranca hoy una nueva edición de Cuatro Cuartetos, que bajo el genérico “Puro Fontanarrosa” agrupa cuatro monólogos basados en cuentos y relatos del genial humorista gráfico y escritor rosarino, que involucran a doce talentosos artistas locales.

Un equipo de doce talentosos artistas rosarinos dispuestos a dar vida a las criaturas del querido Negro Fontanarrosa.
Un equipo de doce talentosos artistas rosarinos dispuestos a dar vida a las criaturas del querido Negro Fontanarrosa.



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 16 de agosto)
Instalado en la agenda local como uno de los eventos teatrales más atractivos de cada año, tras su postergación de la semana pasada por el duelo decretado a partir de la tragedia de calle Salta, se conocerá esta noche, a las 21, en La Comedia (Mitre y Ricardone, donde repetirá los viernes 23 y 30, con una entrada general de 40 pesos), la versión 2013 de Cuatro Cuartetos, esta vez dedicada a textos y personajes del escritor y dibujante rosarino Roberto Fontanarrosa.
Con producción del teatro La Comedia, el proyecto convoca a artistas rosarinos de distintas disciplinas con el objetivo de abordar desde la investigación un tema específico. El formato consiste en cuatro monólogos, articulados y sucesivos, que conforman un espectáculo de una hora de duración.
Este año, el eje son los textos del Negro Fontanarrosa, artista rosarino nacido en 1944, y gran referente de la cultura popular y de la idiosincrasia rosarina. Puro Fontanarrosa, tal el nombre de los Cuartetos 2013, apunta a destacar la faceta de gran escritor de cuentos y relatos, con una poética costumbrista pero de inusual profundidad.
De este modo, el proyecto agrupa los monólogos “Yo fui amante del Yeti”, con la actuación de Celeste Campos, música de Vivi Strano y dirección de Gladys Temporelli; “Te digo más”, con la actuación de Juan Pablo Cabral, música de Homero Chiavarino y dirección de Liliana Gioia; “Rodajas de mí”, con la actuación de Silvina Santandrea, música de Franco Fontanarrosa y dirección de Adrián Giampani, y “Qué lástima Cattamarancio”, con la actuación de Manuel Baella, música de Juan Iriarte y dirección de Mario Vidoletti.
“Es un formato maravilloso porque plantea la idea de poner en escena actores y músicos, lo que en principio ya es un desafío en sí mismo. Y ni hablar en este caso, con este humorista genio que es Fontanarrosa, que genera momentos verdaderamente deliciosos con sus personajes e historias”, contó la directora Liliana Gioia que –reconoció–, más allá de la suspensión del estreno de la semana pasada, “aún la penuria y el dolor están latentes entre todos nosotros”.
“Me parece sumamente interesante que, desde el teatro, intentemos acercarnos cada vez a públicos más numerosos, y Fontanarrosa es un puerta de entrada maravillosa, porque su obra es popular y al mismo tiempo de un enorme valor literario”, detalló Gioia, actriz, directora, docente y reconocida capocómica local, para quien “tomar a esta figura no sólo querida sino muy necesaria para todos nosotros es un gran acierto, porque en los textos y personajes del Negro está Rosario, su gente, su querido bar El Cairo; de algún modo, siento que es un artista que lo reúne todo: es escritor, dibujante maravilloso, ha hecho grandes libros, y tiene ese humor que nos hace tanto bien, diría ideal para un momento como el que estamos atravesando todos los rosarinos”.
La directora también destacó la importancia de juntar en un mismo espacio de creación a actores de diferentes formaciones y generaciones: “Nos hemos nutrido todos del trabajo y de las ideas de cada uno de nosotros; es muy placentero trabajar con artistas que están dispuestos a sumar, gente con inteligencia e intuición, compañeros queridos, gente con diferentes lugares de reconocimiento en el medio, es decir más o menos conocidos, pero todos apostando a lo mismo; eso no pasa todos los días. A tal punto, que en el proceso de trabajo tuvimos que cortar mucho los materiales para llegar a los 15 o 20 minutos pedidos”. Y concluyó: “Con este proyecto confirmo que en los cruces generacionales es donde se producen los grandes aprendizajes”

Las claves del humor
Me tocó el cuento que más deseaba («Te digo más»), lo leo siempre en vacaciones porque me hace bien”, contó Gioia, quien además recordó un viejo encuentro con el Negro, en el bar El Cairo, en 1984. “Yo estaba haciendo mi personaje de Porota Mancuso en televisión. Era el otro Cairo, «cuando un mozo pasaba cada media hora ». Se me acercó a elogiarme, y yo aproveché, porque improvisaba mucho, y le pedí que me escribiera algo, y me contestó: «No escribo para televisión, pero sacá lo que quieras de mis libros». Al día siguiente, por su enorme generosidad, se vino con siete libros con sus cuentos y me los entregó. Ese día le pregunté qué me recomendaba para hacer humor y me contestó: «Sólo hace falta observar y callar; subite al taxi y escuchalo, andá a comprar algo y escuchá al vendedor, escuchá a la gente en la calle; en esos lugares están las claves del humor»”.

lunes, 12 de agosto de 2013

Derrotero poético chejoviano


CRÍTICA TEATRO 

Un pasaje de “El jardín de los cerezos”, con personajes maquietados o indómitos, como perdidos en una bella fábula.
El talentoso director santafesino radicado en Buenos Aires, Edgardo Dib, revisita el clásico “El jardín de los cerezos”, de Anton Chéjov, apelando a un cuarteto de grandes actores que sostienen la acción dramática en un espacio despojado


EL JARDÍN DE LOS CEREZOSAutor: Anton Chéjov
Versión y dirección: Edgardo Dib
Actúan: Luchi Gaido, Raúl Kreig, Rubén
Von Der Thüsen,
Sergio Abbate
Sala: La 3068, San Martín 3068 de
la ciudad de Santa Fe, los sábados
a las 22
 


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 12 de agosto de 2012) 
Solos, apesadumbrados, ajenos, negadores, necios, ciegos, narcolépticos, pero dispuestos una vez más a contar una historia de la que conocen el final, aunque prefieren obviar esa pequeña circunstancia, y quizás por eso actúan. Son actores que prestan su cuerpo a esos personajes conocidos, transitados, aunque esta vez el camino es otro, quizás un atajo que, finalmente, los llevará al encuentro del “paraíso perdido” en medio de un cuento de Navidad con música de Tchaikovsky.
Toda digresión poética habilita el debate y la discusión y, al mismo tiempo, produce la construcción de un nuevo universo sobre uno ya creado. Este concepto poético y de lenguaje, aplicado al teatro, encierra un potencial infinito. Es así como el teatro recrea sus propios universos, y llegará un momento, como aseguraba el genial Pirandello, en el que sólo podrá hablar de sí mismo.
Mágicamente imbuido por esta lógica, y por su incuestionable talento para que los clásicos irradien sentido en el presente, el actor, director y docente santafesino radicado en Buenos Aires Edgardo Dib montó el año pasado en su ciudad natal, y al frente de un elenco notable, una versión de El jardín de los cerezos, de Anton Chéjov, que por estos días se presenta en la ciudad capital en La 3068 Espacio de Artes, y a la que, inteligentemente, sumó el agregado en el título de “suite para cuatro personajes”, apelando a la lógica de obra contada por un entramado de pequeñas partes que buscan un sentido unívoco.
Última pieza escrita por Chéjov en 1904 (el mismo año en el que murió), El jardín de los cerezos, más allá de la profusión de historias y personajes que plantea y de esa especie de polvorín de pasiones y situaciones que se tejen en tono de comedia debajo de una superficie en la que pareciera trascurrir una serena cotidianeidad, narra la historia de una familia aristócrata rusa en plena decadencia económica y social de finales del siglo XIX, cuyos integrantes se verán ante el dilema de vender su casa de campo y jardín de cerezos para enfrentar la crisis, situación que, desde lo económico, se bifurca en una serie de dilemas y conflictos sociales y familiares que enmarcan el final de una época en la que una supuesta identidad de familia y de poder comienza a desteñirse y a desmoronarse.
El montaje apela, como también pasaba en Edipo y yo (no menos valioso trabajo anterior de Dib, con parte del mismo elenco, que pronto se podrá ver nuevamente en Rosario, ver aparte) a una deconstrucción del texto en la que si bien prevalecen los personajes principales, a nivel dramático y textual, se mixturan con otros textos y personajes del autor ruso (por ejemplo La gaviota), del mismo modo que con situaciones cotidianas y personajes de piezas del norteamericano Tennessee Williams, en cierta forma discípulo del autor de Tío Vania y Las tres hermanas, por las similitudes en sus técnicas de escritura y elaboración poético-ideológica de los personajes.
Allí están, maquietados o indómitos, siempre como perdidos en el túnel del tiempo de una bella fábula chejoviana que es contada con fruición por el director, los hermanos Liubov Andréievna Ranévskaia (Luchi Gaido) y Leonid Gáiev (Raúl Keig), imprescindibles; también Konstantín Gavrílovich o Kostia (Rubén Von Der Thüsen), el torturado hijo de Liubov, y Yermolái Alexéievich Lopajin (Sergio Abbate), el comprador del legendario jardín, y ex criado de la familia, que llegará para cambiar la historia, el tiempo y la traza dramática de una familia que, como el mundo que la contiene, se desintegra y rearma al ritmo de los hachazos que tirarán abajo los cerezos.
Si de digresiones se trata, a modo de disección y laboratorio, Dib, que con su obra ya se presentó en la Fiesta Nacional del Teatro al tiempo que se ha convertido en un suceso de público en la capital provincial, toma los personajes principales del clásico de Chéjov y los articula en un contexto dramático-escénico que, espacialmente, se sustenta merced a la monumental labor de los cuatro actores: el desafío es sostener el artificio, independientemente de que en escena no hay nada más que un banco de madera y los cuerpos coreografiados, a lo que suma el impactante e ingenioso vestuario de Osvaldo Pettinari, la luz, y la música de Tchaikovsky (no casualmente “El Cascanueces”, por la cercanía de la Navidad), montando cuadros de ribetes pictóricos que, merced a la magia que pocas veces se logra en el teatro, permite ver el ornato y barroquismo de esa casa de campo en decadencia en la que transcurre en infausto encuentro familiar, los grandes ventanales, los cortinados que se mueven pero no están, y hasta los pequeños objetos de cristal, tesoros de Kostia, inmanente alter ego de la opaca Laura de El zoo de cristal, de Tennessee Williams, que repite su ligera renguera y su profunda tristeza casi a modo de homenaje.
Es así como el referido ejercicio dramático, al revés de lo que podría intuirse, en lugar de fragmentarse se fortalece e inquieta al espectador al punto de conmocionarlo, tocando, por momentos, situaciones de una intimidad inusual (y dialéctica), entre otros, cuando los personajes ven en el público el mítico jardín en flor, hecho que por sí solo se convierte en una instancia única de conjunción poética que da sentido a toda la propuesta.
Sucede que pocas veces el teatro consigue su objetivo como en este caso: atravesar un texto semejante con mirada aviesa y libre, y al mismo tiempo contemplativa, sin miedo a traicionar a nadie (sobre todo a los propios sueños y deseos de este audaz director), conspirando a favor de la escena y de los actores, en los que deposita toda su confianza. En definitiva, esta “suite para cuatro personajes” no es otra cosa que el reflejo de ese mismo universo escrito por Chéjov, pero vivo, revitalizado y resignificado.
Las pérdidas materiales y personales, aquellos viejos sueños y anhelos, el deseo narcótico de no ver lo que pasa, la pérdida constante y la vuelta irremediable de la infancia que siempre se convierte en un campo fértil de la memoria, nostálgico, doloroso e inevitable, están allí, en un espacio escénico arrasado en el que las palabras adquieren un significado que resuena en el tiempo, en medio de una agobiante y estrepitoso derrotero poético chejoviano.

“EDIPO Y YO”, EN ROSARIO
El miércoles 28, a las 20.30, dentro del Ciclo de Teatro Clásico que tendrá lugar en el marco del Congreso Internacional Clastea que se realizará en Rosario, se presentará en la sala Empleados de Comercio (Corrientes 450), Edipo y yo, versión libre de Edgardo Dib del clásico Edipo Rey, de Sófocles. Inusual, ingeniosa e irreverente, en la propuesta el director plantea a modo de vodevil la clásica tragedia, apelando a la complicidad del público a través del recurso del distanciamiento.


UN TALENTO NACIONAL
Nacido en Santa Fe y radicado en Buenos Aires, Edgardo Dib es director, actor, dramaturgo y docente. Con 25 años de trayectoria, sus espectáculos han representado en varias oportunidades a la zona Centro Litoral en las Fiestas Nacionales de Teatro y ha obtenido importantes premios y distinciones. Actualmente, presenta El jardín de los cerezos y Edipo y yo, en Santa Fe, mientras que Reconstrucción frente al mar y Saverio, mi cruel ocupan la cartelera porteña. También estrenó recientemente, al frente de la Comedia Cordobesa, Barrancabajo, versión del clásico de Florencio Sánchez.
 


miércoles, 7 de agosto de 2013

Historias de amores intangibles

El talentoso dramaturgo y director Sebastián Villar Rojas, analiza la poética de su propuesta dramática, marcada por cuestiones vitales como el amor y la falta de trabajo. Sus obras "230001" y "El exterminador de caballos" se presentan el fin de semana.

Las obras "Moderna", "230001" y "El exterminador de caballos".
Las obras “Moderna”, “230001″ y “El exterminador de caballos”.

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del 22 de abril de 2013)
La dramaturgia de Sebastián Villar Rojas, creador en 2008 del Grupo Pause, instaló en el teatro rosarino un nuevo orden en el que, sabiamente, se conjugan tradición y vanguardia; recursos del viejo vodevil mixturados con la más bizarra comedia almodovariana, y una inteligente mirada sobre las marcas que dejaron en su generación los años 90 frente a problemáticas como el amor, la falta de trabajo, la realización personal, la pérdida de valores y la posible llegada del fin del mundo. El joven creador apela a una estética y a una resolución narrativa que no se parecen a otras, lo cual se convierte en un verdadero logro frente a un teatro que se replica, se hermetiza o reniega del público, algo que no sólo no hace Villar Rojas sino que frente a todo eso, redobla la apuesta y propone un teatro que busca refundar el vínculo entre el actor y el espectador.
Tras el valioso debut con Moderna en 2011, entre marzo y abril de este año, el director, que en pocos días se instalará por dos meses en Buenos Aires para integrarse como asistente de dirección de Alejandro Tantanián en la versión criolla del musical de Broadway Anything Goes (ver aparte), estrenó dos nuevos trabajos: 230001, con las actuaciones de Cecilia Patalano y Agostina Prato, que el viernes, a las 21, en el Cultural de Abajo (San Lorenzo y Entre Ríos) cerrará su primera temporada, y El exterminador de caballos, con las actuaciones de Marina Lorenzo, Juan Pablo Biselli, Lumila Palavecino y Luciano Matricardi, “la obra más ambiciosa que he intentado escribir hasta el momento”, según dice, cuyo estreno en esa misma sala, donde se presenta los sábados a las 20.30, marcó un antecedente en esa compleja relación dialéctica entre el teatro y los espectadores que muchas veces no se concreta.
"Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos, la primera es el amor", expresó Villar Rojas.
“Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos, la primera es el amor”, expresó Villar Rojas.

“Fue un estreno shockeante, una experiencia bastante particular: por un momento tuve la sensación de que se reactivó algo de un teatro de otra época y no porque yo lo haya vivido. Sentimos que pasó algo singular, como pasaba en los 30 o los 40, donde la gente aplaudía las escenas a telón abierto, festejaba; se dio algo de esa cosa medio festiva, que quizás podría verse como excepcional, pero fue algo que se fue dando a lo largo de las 16 escenas que tiene la obra y de los 14 apagones, aunque también pasó algo hacia el interior de esas escenas. Por eso en el final, como siempre en los estrenos, un momento muy especial que lo tienen que vivir los actores con los espectadores, yo nunca siento la necesidad de salir a saludar, pero esta vez también fue excepcional y estuve allí”, expresó Villar Rojas en el marco de una charla marcada por las particularidades de la poética que lo identifica.
En el teatro de Villar Rojas se produce la convivencia saludable de una serie de pequeños mundos, algunos más simbólicos que otros, donde prevalece el cruce desprejuiciado pero inteligente de géneros dramáticos, y donde el amor y sus implicancias se convierten en el motor de una serie de problemáticas. “Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos –expresó–; la primera es el amor, siempre es un tema presente, algo que, incluso, traigo un poco de la música, del rock, de esa idea de que la canción de amor es algo así como el arquetipo de la obra artística de nuestro tiempo, del pop; donde haya algo que tenga que ver con el arte, habrá algo de amor. Si pensamos en un arte que quiera conectarse con el espectador, con el público, algo referido al amor tiene que haber”.
Para el director, el amor se revela como una problemática que construye la manera de entender una época, algo que se patentiza en su último trabajo donde, además, pone en primer plano los daños colaterales que dejaron los años 90: “El tema del amor es algo que me surge naturalmente. En el caso particular de El exterminador de caballos, tiene que ver con el amor, pero sobre todo con esta variable del «amor líquido», partiendo del concepto de Zygmunt Bauman al que tomo de modo paródico; así surge esta idea de una pastilla que puede solidificar ese amor líquido, algo que pongo en la obra como el mal de nuestro tiempo o el mal de las nuevas generaciones, es decir: esta cuestión de la fluidez de los sentimientos, la imposibilidad de construir algo duradero en el tiempo y de cómo eso causa dolor en las personas, por lo que, finalmente, aparece este deseo de «curar» eso de alguna manera, de la forma que sea. En el caso de la obra, y un poco jugando con la «fantaciencia», la forma de curarlo es la aparición de una pastilla del amor eterno que logra solidificar el amor y une a las personas de por vida”.
Tanto en El exterminador de caballos como en sus obras anteriores, la problemática de la falta de un trabajo digno frente a lo cual se abre un abanico tan incierto como sinuoso, es otro de los carriles dramáticos por los cuales Villar Rojas conduce a sus personajes. “Hay otra cuestión temática fuerte que atraviesa las obras, y es la situación laboral y existencial de los jóvenes adultos o de la gente en general en una ciudad como Rosario. Tanto en El exterminador… como en 230001 me dediqué a explorar casi sociológicamente el problema de lo laboral en la ciudad; y en simultáneo a esta fragilidad laboral, las situaciones fronterizas entre la ocupación y la subocupación. Lo que se agrega en El exterminador… es el tema del boom inmobiliario, el crecimiento económico y cómo eso, de alguna manera, también se ha producido concentrando la riqueza en un sector y dificultando el acceso a ciertas cuestiones vitales para gran parte de la población. Y no estoy hablando de los sectores humildes sino de sectores medios que, por ejemplo, no pueden acceder a la vivienda. Es el caso de la protagonista de El exterminador…, su gran deseo en la vida es tener un departamento donde vivir y dejar de alquilar, algo cada vez más difícil. La tragedia, justamente, tiene que ver con querer conseguir un departamento a lo que de lugar, y cómo esa necesidad de tener algo material termina boicoteando al amor. Si bien hay mucho humor, creo que en ese punto la obra plantea una especie de tragedia contemporánea”.
Finalmente, respecto del proceso de escritura de sus obras, que se remontan al procedimiento de gabinete que muchos teatristas parecen haber reemplazado por la “dramaturgia de actores”, Villar Rojas opinó: “Cada uno de los textos tiene una historia particular. En el caso de El exterminador… hubo mucha planificación de escritorio, casi sistemática; fue un proceso de escritura largo, con muchas correcciones. Fueron dos años: en el primero trabajé sobre la escritura a partir de anotaciones de cada uno de los personajes; toneladas de papeles con ideas, parlamentos, vinculaciones e historias, y después vino la etapa de pulido de la obra, donde quedó la mitad del texto original, para que ingresen allí las actuaciones, que fue la otra gran parte de este proceso de trabajo. Porque dada la complejidad del texto, sin estos actores no hubiese podido estrenar esta obra”.
El recorrido
Escritor, dramaturgo y director formado con Oscar Medina y Alma Maritano, Sebastián Villar Rojas creó el Grupo Pause en 2008. Como director, se desempeñó en Moderna, de su autoría, y en Todo se incendió de repente (danza-teatro), en coautoría con la coreógrafa y bailarina local Paula Valdés Cozzi. En 2011 participó del ciclo Cuatro Cuartetos (CEC, Rosario) con las piezas El porqué de todo (teatro) y 21.000 años después (danza-teatro). Por otra parte, en 2010 ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes y en 2012 obtuvo la beca Alejandra Boero para la realización de la Pasantía Anual para Directores del Complejo Teatral de Buenos Aires, coordinada por Luis Cano, en la que estudió con directores de la talla de Alejandro Tantanián, Ciro Zorzoli, Cristian Drut y Mariana Obersztern. Además de los recientemente estrenados 230001 y El exterminador de caballos, prepara para los próximos meses el estreno de Sos mi sol y la reposición de Moderna.

A Buenos Aires
Durante mayo y junio, Villar Rojas se trasladará a Buenos Aires para sumarse, como asistente de dirección de Alejandro Tantanián, al equipo que montará la versión nacional del premiado musical de Cole Porter Anything Goes, de 1934. El director local fue convocado luego de trabajar junto a Tantanián en una pasantía en el porteño Teatro San Martín. El elogiado musical cuenta con un elenco encabezado por Enrique Pinti, Florencia Peña y Diego Ramos, que completan, entre otros, las también rosarinas Noralih Gago y Josefina Scaglione.