“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




sábado, 30 de octubre de 2010

Vagabundos, cirujas, linyeras


ESTRENO TEATRO. El actor Lautaro Lamas habla de “Un croto”, el unipersonal que se presenta mañana, a partir de las 21, en la sala El Rayo, de Salta al 2900, y que lleva adelante a partir de la historia de Cachilo, “el poeta de los muros”, al mismo tiempo que en el texto se revelan pasajes de “El Quijote”.

Por Miguel Passarini (nota publicada en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 30 de octubre)
Esos que caminan por la calle sin rumbo, al menos en apariencia. Esos que detrás de los trastos viejos y rotosos que suelen arrastrar, esconden un pasado, una historia personal. Son los crotos de la calle, esos mismos que hace un tiempo interesaron al actor y director teatral local Lautaro Lamas, interés que derivó en encuentros y charlas fugaces con esos personajes, en un recorrido por la historia y en el conocimiento profundo de la vida y la singular obra literaria de Cachilo, el legendario “poeta de los muros”, que dejó la ciudad hace ya un tiempo.
La investigación derivó en Un croto, unipersonal que mañana, a las 21, se presentará en una única función en la sala El Rayo (Salta 2991), en el que Lamas actúa y dirige con la asistencia de Sebastián de la Vallina, del mismo modo que tuvo a su cargo la concreción de una dramaturgia que abrevó además en las aventuras de El Quijote de la Mancha, la más celebrada obra de Cervantes que en el devenir de este trashumante libertario, algo desquiciado y anárquico, Lamas encontró ciertas similitudes con las vidas de estos particulares personajes callejeros.
Un croto
está dividida en cuatro momentos: mañana, tarde, noche y pasado del personaje, y la actuación está intervenida por proyecciones que sirven para narrar la “prehistoria” del croto, del mismo modo que para mostrar el entorno donde pasa cada noche. De este modo, el trabajo plantea, a modo de ensayo poético-dramático, la relación del croto con la calle, la embriaguez, la basura, el delirio y la intemperie.
“Los textos utilizados van desde la poesía de Cachilo hasta el castellano antiguo de El Quijote, pasando por el lenguaje callejero actual; una radio pasando de dial, une los momentos a través del tango”, adelantó Lamas, quien explicó en diálogo con El Ciudadano: “Me interesó volver a Cachilo, un personaje que ha sido rescatado tantas veces por otros artistas rosarinos, y que tiene una obra literaria vastísima que lo convierte en un caso único; pero más allá de Cachilo en particular, por el hecho de haber viajado dentro y fuera del país, siempre me interesaron los crotos en general, que yo los separo un poco de los indigentes o de la gente que está en la calle porque no les queda otra. De alguna manera, estos personajes eligen esa vida, se lanzan a la calle en una imprescindible búsqueda de libertad que no encuentran en ningún otro lado”.

En todas las ciudades de todos los tiempos han existido crotos: hombres libres que vagan por las calles, “como verdaderos ojos cínicos de las sociedades”, escribe Lamas en su blog, al tiempo que completa: “La obra cuenta un día en la vida de Dionisio Luna, croto que en su juventud fue cartero, tuvo amores y hoy recorre las calles envinado”.

“En el recorrido de esta investigación me encontré, por ejemplo, con que hay hasta un escuela filosófica que son los Cínicos, con Diógenes a la cabeza, que basan su filosofía en la forma de vida que llevan adelante los crotos; ellos mitifican esta cuestión de la vida errante y vagabunda”, explicó Lamas, quien reconoció que “los crotos tienen mucho de anarquistas, por eso también los rescato, porque en su postura se revela toda una lucha social, que es la de estas personas que no están atadas a nada y sienten un rechazo por todo aquello que está dogmatizado. Volviendo a Diógenes, sostenía que todas las ataduras, ya sea sociales, religiosas y hasta filosóficas, no eran más que eso, ataduras, y que lo único que hacían era alejar a la hombre cada vez más del verdadero conocimiento”.

Respecto de la inclusión de algunos fragmentos de El Quijote, Lamas expresó: “Haciendo una relectura, me encontré con que entre el personaje y la vida de los crotos había muchas similitudes, Quijote tienen mucho de croto, porque encierra una idea de libertad utópica y al mismo tiempo se muestra como un guerrero medio rotoso que vive enfrentado a sus fantasmas y a personajes que sólo habitan en su imaginación”.

Finalmente, el actor y director, que planea poder armar en la ciudad una temporada con su espectáculo al tiempo que también intentará recorrer con la propuesta otros ámbitos, rescató la dirección actoral de Sebastián de la Vallina, “que es músico, bailarín y profesor de tango, que tiene un gran conocimiento, en particular con todo lo vinculado al movimiento y al cuerpo, porque lo que se ve en escena es una recreación de un personaje que encierra cosas vistas por mí en los crotos de la calle, hay muchos elementos compositivos que fuimos encontrando y acopiando, del mismo modo que la construcción de la dramaturgia, que tiene mucho recorte. Creo que hay otra obra que quedó fuera de ésta, con cosas que le pasan a este mismo personaje. Primero fueron los textos de Cachilo, que de por sí tienen una métrica muy singular, y a esos sumamos los del Quijote, que tienen su propia poética. El trabajo más complejo radicó en contemplar un modo unívoco de dramaturgia, porque los textos de Cachilo son extraños dentro de un contexto teatral, por eso que el personaje se llama Dionisio Luna, fue cartero y tuvo algunos amores, como también los tuvo Cachilo”.

lunes, 25 de octubre de 2010

Pequeñas enemigas íntimas



CRÍTICA TEATRO
Con “Baby Jane”, donde se destacan el riesgo y la emoción a través de impecables actuaciones, el grupo Hijos de Roche vuelve a posicionarse entre lo más interesante de la escena independiente rosarina

BABY JANE
Dramaturgia y dirección: Romina Mazzadi Arro
Actúan: Paula García Jurado, Elisabet Cunsolo
Sala: Espacio Bravo, Pasco 1714, sábados a
las 22, sólo por reservas llamando al 155-876600, entradas limitadas
Por Miguel Passarini (nota publicada en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del martes 26 de octubre )
Una extraña tensión se desata en medio de lo que a primera vista parece el living de una casa de los años 50 donde conviven dos hermanas. Aunque lo que sucede luego trasciende el tiempo y el espacio: pequeños datos de esa “realidad de ficción”, que se sustenta en otra ficción por muchos conocida, pondrán esa tensión del comienzo al borde del abismo, cuando el pasado vuelva al presente, como los fantasmas en las tragedias, para contar lo que pasó en otro momento y cambió el destino de estas dos mujeres, en ciernes, “enemigas íntimas”.
Hijos de Roche, grupo creado hace poco más de una década por la dramaturga, directora y docente Romina Mazzadi Arro, ofrece en Baby Jane, su último espectáculo, un singular homenaje al mundo del cine pero desde los recursos del teatro, valiéndose de la actuación como único lenguaje, y desde una estrategia formal en la que brillan los diálogos sustentados en la crueldad con una cuota interesante de humor negro, una marca que ha caracterizado a la fecha todo el trabajo del grupo, que comenzó en 1999 con el recordado Como si no pasara nada y que tiene en el haber trabajos tan interesantes y diferentes como Hasta la exageración o Insoportable (el término de un largo día), este último, nuevamente en cartel, los viernes en La Manzana.
De este modo, aunque las referencias al legendario film ¿Qué fue de Baby Jane?, un clásico del mejor cine de Hollywood rodado en blanco y negro, en 1962, por Robert Aldrich, y protagonizado Bette Davis y Joan Crawford, están presentes (cientos de historias se tejieron en torno a la conflictiva relación en la vida real entre ambas actrices), la propuesta adquiere real dimensión en el contrapunto que establecen las protagonistas de la puesta teatral, las estupendas Paula García Jurado y Elisabet Cunsolo.
En el juego de opuestos que puso a funcionar la directora a partir de los ensayos, quizás también se perciba un homenaje a lo que el propio Aldrich, siempre dispuesto a la experimentación, hizo en su momento con aquellas otras dos mujeres que, a diferencia de éstas, no pasaban precisamente por el mejor momento de sus carreras. La directora supo explotar las arbitrariedades y rivalidades de las que se vale el discurso de cada una, en un jugoso duelo de palabras, terribles y dolorosas, que llevan a pensar que el axioma que sostiene que “del odio al amor hay un sólo paso”, es verdadero.
Por un lado está Blanche (García Jurado), la otrora niña sombría que no consiguió el cariño que esperaba de su padre y que con el tiempo se convirtió en actriz. Blanche repasa día tras día los recortes amarillos de los diarios en los que hablaron de su talento como si eso la acercara a un momento en el que la felicidad pudo haber cambiado lo que la vida le deparó: un terrible accidente que la dejó postrada. Junto a ella, soporta su no menos desafortunado destino la caprichosa Jane (Cunsolo), quien vio cómo su fugaz triunfo en el mundo de la canción infantil se desvanecía casi al mismo tiempo que su hermana salía de las sombras, se paraba debajo los reflectores de los set de cine y sorprendía con su talento, algo de lo que ella carece.
En el trabajo de Hijos de Roche están condesadas problemáticas ya desarrolladas por el grupo como la relación sometedor-sometido y la polifonía de diálogos que juegan entre lo hilarante y lo absurdo (incluso con el idioma), aunque aquí la estética realista colabora para sustentar una impronta inusual, que se vale del talento y la entrega física de ambas actrices, a todas luces en sus mejores desempeños vistos hasta la fecha. Sucede que Cunsolo imprime su particular virtud para desarrollar “pequeños monstruos”, mientras que García Jurado sostiene el padecimiento de la pobre Blanche con un trabajoso (agotador) desempeño corporal, mucho más arriesgado que si se hubiese empleado, como en el film, una silla de ruedas.
Pero hay algo más interesante aún: independientemente del probado talento de las dos intérpretes, se revela como un gran acierto el criterio de puesta en escena. Por no tratarse de un espacio convencional, Mazzadi Arro aprovechó de un modo original la casa donde se presenta la obra cada sábado: Espacio Bravo, sala de ensayos utilizada por la directora para dar sus talleres, donde el espectáculo sólo puede ser visto por una veintena de personas por función. Aquí el espacio escénico, que es determinante, está circundado por el resto de la arquitectura, con su escalera (se trata de una planta alta), puertas y ventanas, una instancia que articula la propuesta rompiendo con todo planteo canónico. Es así que el espectador, como un voyeur, se ubica dentro de esa casa-escenario-set en un lugar fijo, pero convive y respira el mismo aire que las desdichadas hermanas. De este modo, el encierro o la salida, el posible contacto con el afuera (la escalera, el balcón), los pedidos de auxilio a través del teléfono, la violencia, y hasta aquello que no se ve porque sucede en una extra escena (extraordinario el momento musical de la “pequeña” Jane), son los aportes más contundentes de este trabajo que vuelve a posicionar a Hijos de Roche entre los grupos más notables, arriesgados y creativos de la escena rosarina.
La puesta se apoya también en el vestuario, una creación de Andrea Iuculano, y en la realización escenográfica de Franco Pisano, variantes de una puesta en escena que vuelve a poner en primer plano, en este caso desde la introspección, problemáticas del mundo del espectáculo tan presentes hoy como la importancia del éxito o el fracaso y sus consecuencias en quienes lo disfrutan o padecen, del mismo modo que lo horroroso del encierro, el olvido de aquellos que algunas vez tuvieron su momento de gloria y el costado más espantoso al que puede llevar la competencia, sobre todo si aquél con quien se compite lleva la misma sangre.

viernes, 15 de octubre de 2010

Ensayo sobre la terapia


ESTRENO TEATRO. La actriz rosarina radicada en Buenos Aires Jazmín Rodríguez, habla de la obra teatral “El guía”, que cuenta con la dirección de Horacio Acosta y producción de Carla Peterson, y que se presenta mañana, a partir de las 22, en la sala Arteón

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del 16 de octubre)

Tomando como disparador el contexto de un grupo de terapia, y a partir de una dramaturgia surgida de los propios actores desde sus improvisaciones, llega mañana a Rosario la obra teatral El guía, que se presentará en una única función, a las 22, en la sala Arteón (Sarmiento 778).
La propuesta, con la dirección de Horacio Acosta y las actuaciones de Adrián Fiora, Mario Mahler, Constanza Nacarato y Agustín y Jazmín Rodríguez, cuenta con la producción de la actriz Carla Peterson.
En la obra, según adelanta el parte de prensa, “dos mujeres y dos hombres esperan a alguien que, en efecto, llega. Un juego como un calidoscopio que gira, descomponiendo y reflejando nuevas figuras”.
“Es una comedia sobre un grupo de terapia que en realidad es el marco de la obra. Este grupo está conducido por alguien que no está en sus cabales, porque en realidad cuando uno está mal y busca ayuda, a veces busca mal; de algún modo está planteada la imposibilidad de «desenrollar el ovillo» de estos personajes. Y es importante aclarar que no es una obra acerca de la terapia en sí, sino que es una excusa para contar un poco los problemas que padecen estos seres, porque en la obra hay una especie de «role-playing» (juego de rol) de los personajes”, contó a El Ciudadano la actriz rosarina radicada en Buenos Aires Jazmín Rodríguez, acerca del espectáculo.
De algún modo, la obra conjuga psicoanálisis y teatro, un par dialéctico de larga data. Al respecto, la actriz comentó: “Como dice mi maestro de teatro, Horacio Acosta, que además es el director de la obra, hay muchos argentinos que se psicoanalizan y otros tantos que hacen teatro. Entonces, hay algo en relación con el público, que facilita que uno pueda ver y entender este espectáculo, y al mismo tiempo reírse con lo que le pasa a estos personajes, porque, obviamente, cada uno responde a un estereotipo social, por ejemplo el irascible o el temeroso, en el que cada espectador, seguramente, podrá proyectarse”.
La actriz, que hace unos años se radicó en Buenos Aires y que del mismo modo que arrancó con una carrera televisiva buscó en el teatro su formación artística, sostuvo: “Necesitaba buscar otras cosas, sobre todo en cuanto a la actuación, y creo que empecé a entender un poco todo cuando hace unos años volví a las clases del maestro Miguel Guerberof (quien falleció en mayo de 2007). Todos nosotros, incluso muchos de los que estamos ahora en este proyecto como Carla (Peterson), fuimos sus alumnos, y el nos indicó un camino a seguir, nos unió. Miguel nos mostró que en realidad había que salir del lugar del actor que espera y en ese estado de queja porque no te llaman, y pensar también en la producción, porque a veces esperar que te llamen puede volverse una utopía. Entonces, una de sus grandes enseñanzas, fue la de instalarnos la idea de un actor que debe producir sus espectáculos. Pero estoy hablando de un espectáculo, de algo que contenga una idea de puesta con actores y una dramaturgia. Porque también hay de todo, muchas veces en sus clases, Miguel nos hacía pasar con alguna escena que teníamos armada y nos decía: «Estás muy bien, pero no sé si para cobrarle a alguien los 20 pesos de la entrada»”.
La actriz recordó finalmente que cuando tuvo lugar el estreno de Ceremonia enamorada (sobre textos de Shakespeare), un espectáculo que contó con la dirección de Miguel Guerberof, éste falleció diez días antes. “Fue un momento de mucha desprotección, pero Carla, que siempre va adelante con todo, como ahora, y que es una persona muy comprometida con el trabajo del actor más allá de lo que se pueda conocer de ella por sus trabajos en televisión, se hizo cargo del proyecto y lo sacó adelante. Creo que allí Miguel nos dejó su última gran enseñanza: la de sacar adelante el proyecto a lo que de lugar, como se pueda, pero nunca bajar los brazos”.

Palabras que ametrallan





ESTRENO TEATRO. Esta noche y mañana, a partir de las 21.30, en El Círculo, de Laprida y Mendoza, el actor Favio Posca presenta “Bad time good face”, su séptimo unipersonal, en el que retoma algunos de sus personajes clásicos, y con el que llega a la ciudad luego de una exitosa temporada en el porteño Maipo


Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del viernes 15 de octubre de 201o)
La provocación permanente pero no gratuita, la intensidad y verborragia pero con contenido, y la concepción de un perfil de personajes que en medio de sus profusos y desarrapados discursos juegan entre la desfachatez y la bajada de línea, han marcado el recorrido del actor marplatense Favio Posca, quien después de Puntero regresa esta noche y mañana a Rosario para presentarse en el teatro El Círculo (Laprida y Mendoza), a las 21.30, con Bad time good face (Mal tiempo buena cara). Se trata de su nuevo show unipersonal con el que arranca en Rosario una gira nacional tras una exitosa temporada en el porteño teatro Maipo donde lo vieron más de 20 mil espectadores, desde su estreno en abril pasado, con alrededor de 60 funciones.
Luego de un último espectáculo al que el actor definió en su momento como “de transición, de interludio”, y en la búsqueda de un camino hacia “otra cosa”, apareció este nuevo show, marcado por los personajes de siempre, como el infaltable Perro, del mismo modo que el regreso del recordado Ernesto Bilicui, una de sus criaturas más surrealistas.
“En estos tiempos que corren, tiempos que siento áridos, vacíos de contenido, híbridos, somnolientos, hipnóticos, dolorosos e inquietantes, tomo una decisión: aceptar y abrirme a toda esa manifestación sin rechazar nada de por sí, y expresar con la intensidad que me caracteriza mi sentir, mi pensar, mi emoción”, escribe Posca acerca de su nuevo espectáculo.
“Es un gran plan ir al teatro El Círculo este fin de semana porque se van a encontrar con algo distinto, es otra cosa”, disparó de entrada Posca en diálogo con El Ciudadano, quien además habló de su particular vínculo con el público local y de su vuelta a la televisión en una nueva ficción de Pol-ka.
—En su momento, en 2008, definiste “Puntero” como un espectáculo “de transición” ¿ibas camino hacia este nuevo show?
—Es así, todo devino en este nuevo gran show, que incluso terminó superando mis propias expectativas. Uno a veces, como artista, entra en esas etapas en las que no sabe bien qué camino tomar, y en ese sentido yo soy bastante inquieto. Entonces, entre Puntero y Gigi, la banda de rock que formamos con el Zorrito Von Quintero y Fernando Samalea, entre otros, surgió este Bad time good face, en medio de esa especie de impasse que hice todo el año pasado sin hacer teatro. Ahora sí puedo decir que es mi séptimo show con todas las letras, después del éxito que hicimos en el Maipo de llenar todo el tiempo, a pesar de que es un año con muchas cosas, hasta con un Mundial de Fútbol.
—Tras varios años de venir a la ciudad y de haber conquistado al público con el que tenés una enorme empatía, ¿sentís que en Rosario jugás de local?
—Con Rosario está claro que tengo algo especial: es un público que siempre tiene data, que es inquieto, y que sabe que conmigo siempre se va a encontrar con una sorpresa, con buena música, con imágenes potentes; pero además, porque es verdad que es un público exigente, Rosario siempre es un desafío, es como estar en Buenos Aires, es el mismo riesgo. Por otro lado, yo no salgo de gira con un espectáculo a medias, siempre que voy de gira, lo hago con la misma puesta con la que presento el espectáculo en Buenos Aires; ésa es una premisa para mí, porque además no subestimo ningún lugar, nunca voy así nomás.
—Algo que es bastante común en el interior: compañías que llegan con sus puestas a medias…
—Lo sé y me parece un bajón, pero la gente no es tonta y agradece cuando uno va con un espectáculo completo: el show es exactamente el mismo, dura lo mismo, le doy mucho valor a todo eso. Y no casualmente elijo arrancar en Rosario: hay mucha gente joven, mucho público mío,
eso en otros lugares no pasa.
—¿Cuáles son los personajes que reaparecen en este espectáculo?
—Hay novedades: entre los que reaparecen está Ernesto Bilicui, personaje que siempre me pidieron y nunca más lo hice (lo mostró por primera vez en el ciclo televisivo Nico). Es aquél que tenía los brazos pegados al cuerpo, en realidad tiene como membranas, es una especie de X-Men que está totalmente revirado. Imaginate que pasaron como quince años de “no estar”, el revire es total, ahora es “Ernesto el Terrible”. Por otro lado, el Perro está con dos canciones nuevas, una de ésas es justamente “Bad time”; reaparece Mirsha, la travesti, pero como curadora de una muestra de fotos que no se puede creer. Y, entre otras cosas, está Pitito (el personaje que estrenó en el ciclo de Susana Giménez, y que duró sólo cuatro programas), que tiene una vuelta
de tuerca muy grossa, porque tiene una bajada a la emoción muy importante, que es algo que también está ligado a los cambios como artista que yo estuve y estoy experimentando. Creo que esta cosa del rock, la adrenalina y la velocidad me habían alejado un poco de la emoción.
—¿Ya no acordás con aquéllos que comparan tus shows con una especie de concierto de rock a toda máquina?
—Esa energía está presente siempre, pero también el espectáculo tiene lugares en los que yo meto al espectador en algo, para luego terminar haciendo otra cosa. No es, por ejemplo, el caso de el Perro, que es un personaje súper frontal. Pero sí hay muchas situaciones en este show en las que los personajes arrancan para un lado y terminan explotando en risa porque, en realidad,
terminan en el lugar opuesto al que arranqué. Por otro lado, ésta es la puesta más elevada a nivel de producción de todas las que hice hasta ahora: la escenografía, diseño de iluminación y diseño audiovisual es de Sergio Lacroix; la edición de video de Nicolás Bernaudo y la fotografía de Alejo Pichot; es gente muy importante, que ha trabajado mucho afuera, y acá lo hizo con grandes bandas como Babasónicos o artistas como Gustavo Cerati; es toda gente muy arriba, con mucha data a nivel estético. Podría decir que es como un gran show de rock donde el bonus track es la risa y la actuación.
—¿Llevar al espectador a un lugar de risa extrema para, una vez allí, arremeter con la bajada de línea es algo planificado?
—Sí, y más que nunca en este show, donde hay un cambio respecto de los anteriores, que estaban más “enghettados” en el mundo Posca y en la deformidad de mis fantasmas, donde hablaba solamente del comportamiento humano pero desde un lugar hasta más psicológico. Creo
que, a partir de los momentos que atravesé como persona, hago una bajada de línea diferente, una opinión constante sobre las cosas que nos pasan desde un lugar propio, mío, porque de otro modo es lo mismo que ver un noticiero. Acá hay más cable a tierra y la gente se siente más identificada.
—¿Sentís que en estos años el mayor capital está en haber elaborado la “impronta Posca”, tu identidad?
—Es justamente como el diamante en bruto tan preciado: uno puede tener mucho talento, cantar bien, actuar bien, componer; pero si todo eso no podés canalizarlo hacia un estilo propio y que encima le guste al público, medio que no tiene sentido, porque también tenés el otro extremo, gente con estilo propio a la que no la sigue nadie.
Un villano en “Los únicos”, la nueva tira de Pol-ka
Los únicos será el título de la singular comedia policial que protagonizará en la próxima temporada Arnaldo André junto a Griselda Siciliani, Nicolás Cabré y Mariano Martínez, y en la que Favio Posca compondrá un personaje al que espera “sacarle lustre”.
“Vuelvo a Pol-ka, que es como mi casa, donde confían mucho en mi trabajo. La propuesta tiene en cierto modo el estilo de Sin código, es decir de un naturalismo total pero, al mismo tiempo, de un delirio absoluto. No es Los increíbles o Batman, pero va a tener un toque fantástico desde lo que cada personaje tiene como arma. Hay como un elenco protagónico que son como superhéroes, y a mí, junto con Carlos Belloso, nos tocan los villanos”, relató el actor.
También estarán en Los únicos Eugenia Tobal y Nicolás Vázquez para completar el elenco. El programa, que se verá por El Trece aunque aún no tiene fecha de lanzamiento, contará las aventuras de un singular grupo de policías que forman un comando justiciero.
“Estoy feliz, porque ya estoy pensando en los detalles del personaje, en qué ropa va a usar o cómo va a hablar o moverse. Y es un buen proyecto para volver a la televisión de donde me fui en medio de una experiencia no muy feliz (tras su paso por el ciclo de Susana Giménez, donde su personaje Pitito fue censurado). Siempre pienso que es bueno volver a Pol-ka con una ficción, porque es un lugar donde se trabaja con mucha libertad, que es algo tan importante en este momento. Siento que confían mucho en mí y ésa es la clave para que uno pueda brillar”.

martes, 12 de octubre de 2010

Un rezo por todos







CRÍTICA TEATRO

Con “Rezo por mí”, el director Rody Bertol utiliza como excusa la problemática de la inseguridad para hablar de la vida, la muerte, el amor y los desencuentros

REZO POR MÍ
Dramaturgia y puesta en escena: Rody Bertol
Dirección de actores: Federico Tomé
Actúan: Erika Aristides, Melisa Patriarca,
Claudio Danterre, Juan Nemirovsky, Federico Tomé
Sala: La Manzana, San Juan 1950, sábados a las 22

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del 13 de septiembre )
Imaginarse de otro modo, en otro estado, con la muerte como significante en un “no lugar” a esos a los que el teatro suele recurrir cuando lo que se necesita contar pasa en todos los lugares al mismo tiempo pero en ningún lugar en particular.
Muertos y vivos, como imaginó alguna vez Florencio Sánchez en su ahora redescubierto teatro social, del mismo modo que Strindberg, uno de los autores icónicos del Centro Experimental Rosario Imagina, conviven en Rezo por mí, último y singular trabajo del reconocido colectivo teatral, que el año próximo cumplirá 20 años de trayectoria, en el que su director, Rody Bertol, sorprende con una dramaturgia propia que encuentra la poesía en la desazón, en el dolor, en la ausencia, en el desasosiego, en la inefable incertidumbre de aquello que, en ciernes, parece no tener sentido, pero que finalmente lo encuentra cuando algo se termina y no hay vuelta atrás.
Hechos fortuitos como un accidente de tránsito, un robo o un abandono son disparadores, todo está cercano a la pérdida, todo es “un relato en tono de fábula moral sobre la vida contemporánea”, tal como adelanta el programa de mano. En Rezo por mí juegan un rol fundamental la casualidad y la fatalidad, ejes que atraviesan en forma dramática toda la propuesta, en la que un grupo de personas, vinculadas por circunstancias diversas, ven cruzadas sus vidas por acontecimientos trágicos que, como pasa en la vida real, ponen a prueba en cada uno valores como la ética, la moral y el verdadero sentido de la vida.
Del mismo modo, el trabajo trasciende lo formal para hacer hincapié en las palabras, por momentos de un lenguaje extremadamente cotidiano y en otros de una singular profundidad poética, algo que Rosario Imagina ha transitado y dejado como marca indeleble en toda su producción.
Historias pequeñas, cotidianas, que en el devenir diario son vistas o escuchadas (tanto antes como ahora), son narradas en primera persona, utilizando el distanciamiento como recurso, abrevando en algunos destellos de humor y sobre todo en el melodrama, como “síntomas” de una sociedad que pareciera no entender lo que pasa, quizás porque “siempre le pasa a otro”.
De este modo, nuevamente los fantasmas se apoderan de la escena de Rosario Imagina, y quizás en el sentido más profundo y poético que pueda pensarse: son personajes que habitan un mundo que evoca una ciudad conocida: Rosario. Son personajes que parecen venir de otro tiempo (quizás “escapados” de otra obra teatral de la que tomaron prestado el vestuario); son personajes que sufren, padecen, recuerdan; son personajes que añoran un tiempo en el que la tragedia aún no aconteció e incluso hasta la miran por “televisión”, del mismo modo que contemplan sobre una mesa los cuchillos que esperan su “momento protagónico”, o una carta que, como la vida, se esfuma en un destello.
Todos juntos o por separado están allí, orando un rezo conocido. Se trata de un templo, quizás se asemeje al purgatorio. Es un lugar donde la monocromía tiende al rojo, el color de la sangre y la tragedia, que está por llegar inevitablemente.
Pero aquí, como en el guión de una película escrita por el mexicano Guillermo Arriaga (Amores perros, 21 gramos, Babel), las historias, en principio inconexas, se cruzarán sobre el final, donde el sentido hará trizas cualquier posibilidad de salvación de los sufridos y torturados personajes.
Particularmente, el espectáculo se interroga acerca de cuál es hoy el lugar de la moral (si en todo caso existe), se pregunta e interpela al público acerca de ciertos actores sociales que estigmatizan a otros pero que jamás accionan o condicionan la moral propia.
De este modo, la problemática de la inseguridad es sólo un disparador para hablar de los temas por los que siempre redunda el teatro: el amor, la pérdida, los desencuentros, la locura y la muerte, entre otros tantos.
Amores contrariados, decepciones varias, la espera de algo que no llega, la reacción equivocada en el momentos menos oportuno, la violencia como el signo más visible de una sociedad insatisfecha y amarga, todo en el contexto de una puesta que, una vez más, sorprende por su calidad: luces que elaboran su propia dramaturgia, y actuaciones de los cinco actores por momentos conmovedoras, donde se destaca la presencia de Claudio Danterre, del mismo modo que los trabajos de Juan Nemirowsky y Federico Tomé.
La incomunicación, la violencia, y sobre todo la mediatización de la realidad, del mismo modo que la magnificación de lo hechos cotidianos, son también caminos por los que transita el espectáculo.
La majestuosa escena final en la que dos hermanos, uno vivo el otro muerto, se reencuentran, permite uno de los pasajes de mayor conexión con el público y de mayor conmoción. Así, ellos (los personajes), tendrán la oportunidad única de decirse aquello que no fue dicho porque la muerte silencia. En ese punto radica uno de los aspectos más notables de toda la propuesta, porque pone en valor un recurso trascendente del teatro, que siempre permite revivir (y hasta modificar) ese instante pasado que en la vida real sólo queda circunscripto al terreno de la fantasía.

sábado, 9 de octubre de 2010

El mundo es un conventillo

CRÍTICA TEATRO

Alicia Zanca y Hernán Peña, frente a un seleccionado de actores rosarinos, consiguen traer al presente con inusual contundencia, “Canillita”, de Florencio Sánchez, estrenada en La Comedia hace 108 años
CANILLITA
Autor: Florencio Sánchez
Dirección: Alicia Zanca, Hernán Peña
Asistencia de dirección: Federico Tomé
Actúan: Vanesa Baccelliere, Vilma Echeverría,
Edgardo Molinelli, Fabian Fiori, María José Vitta,
Mónica Toquero, Ayelen Prado, Gisela Bernardini,
Verónica Leal, Favio Fuentes, Diego Jozami,
Máximo Aragones, Manuel Baella, Fernando
Muratori, Gigi Barúa, Marcelo Aguirre,
Guillermina Cuadrado, Gabriel Marinucci
Escenografía: Hugo Salguero
Vestuario: Ramiro Sorrequieta
Músicos: Susana Rinesi, Favio Fuentes,
Viviana Strano, Leandro Cortés
Sala: La Comedia, viernes y sábados a las 21.30,
domingos a las 20.

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del domingo 10 de octubre)

Hay un instante, un momento único y por lo general irrepetible, en el que aparece el teatro (no siempre pasa cuando hay actores en escena). Se trata de esa extraña mezcla de ritual, fiesta dionisíaca, espacio vital de reflexión y, sobre todo, implacable espejo de la realidad. Algo de eso pasó el viernes por la noche en La Comedia, colmada de público, con la presentación de una nueva versión de un clásico estrenado en esa sala en 1902. Se trata de Canillita, que en su momento se dio a conocer por una compañía de zarzuelas y que ahora, a poco de cumplirse 100 años de la muerte de su autor, Florencio Sánchez (acontecerá el 7 de noviembre, cuando se festeja el Día del Canillita), está de regreso con su fabula intacta, quizás aún más perturbadora, como pasa con la fábula de todo clásico que al volver a tomar cuerpo en la presencia de actores que puedan sostenerla, saca a la luz problemáticas que son universales y atemporales.
Valses, tangos y zarzuelas, y los canillas corriendo por todos lados ofreciendo su diario a 10 centavos, reciben al público en el hall de La Comedia, presidido, como siempre, por el busto omnipresente de Florencio Sánchez, y con el acompañamiento de un cuarteto musical (flauta, violín, acordeón y guitarra) que aporta color y clima, y busca recrear esos momentos vividos por todos aquellos cuyos ancestros vienen de los barcos que llegaron de Europa. Allí están condensadas las fiestas familiares que a lo largo de un siglo, y a su modo, recrearon eso de festejar con música, una costumbre tan arraigada en Argentina como el mate o el asado.
La fábula de Canillita es conocida: cuenta la historia de un pibe, vendedor de diarios, que pasa sus días con su grupo de amigos en esa comunidad sin puertas que fueron los conventillos, ganándose el mango en la calle para ayudar a su pobre madre y a su pequeño hermano, hasta que el robo de un prendedor que pertenece a Pichín (buen trabajo de Fabián Fiori), el hombre con el que convive su madre, lo pondrá en peligro cuando es acusado y detenido. La confusión, la mentira, el ocultamiento y la necesidad, desencadenarán en una tragedia. Allí estarán presentes la estigmatización a la que lleva la pobreza, la dolorosa realidad de los inmigrantes que vivieron hacinados en conventillos y casas de pensión (a merced de los antojos de algún compatriota que había venido de Europa un poco antes y que, con algo de plata, hacía su negocio), pero también la solidaridad de esos que menos tienen, y que viven en medio del “estrilo” cotidiano (el enojo, el berrinche), como dirán los protagonistas.
El tano o el turco (estupendo Manuel Baella en su recreación de los vendedores), el “cajetilla de hierro”, como llamará Canillita al policía, la gallega, la tana, las mujeres que “como gallinas” cuidarán su territorio, abrirán las puertas de sus habitaciones para salir al patio; todo pasa cuando Roca gobernaba la Argentina (qué raro, un militar), y la pobreza hacía mella dividiendo ferozmente a la clase pudiente de los que nada tenían (poco ha cambiado un siglo después).
Es ese mismo tiempo histórico en el que Florencio Sánchez se acerca al anarquismo, y quizás pueda verse a Canillita como su poético alter ego: un niño que busca la libertad sin ataduras, lejos de las imposturas de la época, en medio de las arbitrariedades del mundo en el que le toca vivir.
Lo más interesante de la puesta, que comienza inteligentemente con una arrolladora murga, es que se revela como un claro homenaje al sainete, junto con el grotesco, los grandes géneros rioplatenses. Pero aquí, ese teatro social que convirtió a Sánchez en un clásico, está resignificado y puesto en valor, a partir del equilibrio entre todos los elementos formales, artísticos e ideológicos. Nadie puede dudar que son los albores del siglo XX: lo confirma la extraordinaria escenografía creada por el maestro Hugo Salguero, quien eligió un dispositivo desplegable que, como una especie de origami japonés, va resolviendo con la ayuda de los mismos actores, los diferentes espacios a los que remite la historia. Así, el patio del conventillo podrá transformarse en una calle, en un muro o en la triste y fría habitación del comienzo en la que Claudia, la madre de Canillita (extraordinaria Vilma Echeverría), cuida a su otro hijo enfermo y se debate entre la desesperación, el hambre y la nada.
Pero no sólo eso: el vestuario de Ramiro Sorrequieta, lejos de volverse un disfraz como suele verse cuando se piensa en un género popular, es un estallido de color, una cuidada y estudiada superposición de texturas, del mismo modo que la acertada puesta de luces a lo que se suma la dirección musical de Leonel Lúquez.
Sucede que esta versión de Canillita, que está trabajada por planos y que pone atención en cada uno de los detalles, recupera el estilo musical próximo a la zarzuela que tenía la versión original, con ajustados pasajes en los que los actores, a modo de transición entre las escenas (actos), cantan y bailan, y además lo hacen muy bien.
La puesta de Alicia Zanca, en la que resplandece el elaborado trabajo corporal y coreográfico de Hernán Peña (aún se recuerda su bella versión de Rosaura a la diez que siendo muy joven montó hace algunos años en la ciudad con La Comedia de Hacer Arte), trae al presente los fantasmas que habitan en ese teatro, no casualmente conocido en su momento como el templo del “género chico”: están desnudas las paredes del escenario que dejan ver el paso de los años, y la protagonista es una mujer (la cantante y actriz Vanesa Baccelliere, un verdadero hallazgo), porque como pasó en su estreno original, una mujer puede alcanzar más fácilmente la “voz de tiple”, propia de los niños antes de entrar en la pubertad.
También es para destacar que, con la excusa del Bicentenario, y de una vez por todas a partir de una convocatoria abierta a los actores locales, La Comedia pone en escena un espectáculo que merece ser visto por todos los rosarinos. Pero sobre todo, su estreno debería adquirir el carácter de puntapié inicial para la definitiva creación de una Comedia Municipal, con elencos y directores rotativos que puedan recrear la profusa dramaturgia nacional.
En esta versión de Canillita, al mismo tiempo que se revela como detenida en la historia, conviven en su presencia los “trapitos” o “abrepuertas” que hoy habitan las esquinas de rosario (como de tantas ciudades), cuyas historias personales poco distan de la trágica vida del pequeño vendedor de diarios que Sánchez retrató en la Rosario de comienzos del siglo XX. Es precisamente allí donde la escena es un espejo que resuena en el espectador, duele y conmociona.
Pero aquí todo pasa en una hora, el tiempo exacto para un viaje en la memoria y el recuerdo, en el que un grupo de actores que jamás hubiesen trabajado juntos de no ser por una convocatoria semejante, entregan generosos su talento, confirmando las palabras del justiciero Don Braulio (muy buen trabajo de Edgardo Molinelli), cuando a poco del final dice, con algo de nostalgia y mirando a la platea en medio de ese universo de lunfardo naciente, timba, calle, noche, hambre y pesares: “El mundo es un conventillo grande”. A esta altura de los acontecimientos, no hay duda, tiene razón.

jueves, 7 de octubre de 2010

Viejas estampas indelebles


ESTRENO TEATRO. Mañana, a partir de las 21.30, en La Comedia, de Mitre y Ricardone


La directora Alicia Zanca habla de “Canillita”, pieza del dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez que regresa a la sala que la vio nacer hace poco más de un siglo, cuyo elenco integran una veintena de actores rosarinos

Por Miguel Passarini (nota publicada por El Ciudadano & la gente en su edición en papel del 8 de octubre)
La impronta del teatro rioplatense de comienzos del siglo XX encuentra en la obra del periodista y dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez (1875-1910) la abundancia de problemáticas, personajes, géneros y estilos que, años después, fueron el puente que dio el gran paso del sainete al grotesco criollo. Allí, en sus escritos, están pintadas, como viejas estampas indelebles, las problemáticas de los inmigrantes dentro del conventillo con sus dolores, tristezas, alegrías y sinsabores, a través de un lenguaje agridulce por momentos poético y en otros festivo, que conformó lo que se conoce, quizás erróneamente, como “género chico”.
La pluma de Sánchez brilló a través de una veintena de textos entre los que se destacan piezas como M’ hijo el dotor, En familia, Los muertos, Barranca abajo y la emblemática Canillita, obra que escribió en Rosario inspirado en niños vendedores de diarios que corrían tratando de ganarse el pan, donde, del mismo modo que plasmó la alegría del conventillo, pintó la tragedia cotidiana que decanta de la pobreza.
Una conocedora de los clásicos (ha dirigido elogiadas versiones de Romeo y Julieta, El zoo de cristal y Sueño de una noche de verano, entre otras), la actriz y directora porteña Alicia Zanca, fue convocada hace algún tiempo por el Teatro Municipal La Comedia para reponer en esa histórica sala de Mitre y Ricardone, a 108 años de su estreno en el mismo escenario, Canillita, de Florencio Sánchez, quien vivió en Rosario a partir de 1902, y trabajó como periodista del diario La República, para tiempo después escribir la tragedia que vive este niño vendedor de diarios, a través de un relato entre musical y teatral, de fuerte impronta social que, como todo clásico, resuena en el presente con irrevocable contundencia.
De este modo, la obra regresa a la escena local mañana, a las 21.30 (seguirá en cartel los viernes y sábados a las 21.30, y los domingos a las 20), en el marco de los festejos por el Bicentenario, y a poco de cumplirse 100 años del fallecimiento de su autor (fecha por la cual el 7 de noviembre se conmemora el Día del Canillita), con un elenco de más de veinte artistas rosarinos en escena. La nueva versión de Canillita, de la que Alicia Zanca habla en esta entrevista con El Ciudadano, cuenta con la actuaciones de la actriz y cantante Vanesa Baccelliere (Canillita) a quien acompañan Vilma Echeverría, Edgardo Molinelli, Fabián Fiori, María José Vitta, Mónica Toquero, Ayelen Prado, Gisela Bernardini, Verónica Leal, Favio Fuentes, Diego Jozami, Máximo Aragonés, Manuel Baella, Fernando Muratori, Gigi Barúa, Marcelo Aguirre, Guillermina Cuadrado y Gabriel Marinucci, con dirección general y puesta en escena de Alicia Zanca y Hernán Peña, quien ya trabajó y vivió en Rosario hace algunos años para el montaje de la recordada versión de Rosaura a las diez, de La Comedia de Hacer Arte.
La obra cuenta además con la asistencia de dirección de Federico Tomé, escenografía de Hugo Salguero, vestuario de Ramiro Sorrequieta, coreografías de Hernán Peña y dirección musical de Leonel Lúquez, con la participación de los músicos Susana Rinesi (flauta), Favio Fuentes (violín), Viviana Strano (acordeón) y Leandro Cortés (guitarra).
—¿Cómo vivís el compromiso de reponer un texto que forma parte de la dramaturgia rioplatense clásica?
—Lo vivo con gran felicidad y estoy muy comprometida con este proyecto porque de verdad me encontré con un equipo de artistas maravilloso. Rosario para mí tiene algo especial: estuve en esta ciudad dando clases a través del Teatro San Martín de Buenos Aires (ámbito donde fueron estrenados varios de sus últimos montajes), y me enamoré de Rosario porque, culturalmente, está a la par de Buenos Aires. No se puede creer el enorme caudal artístico que hay acá: siempre tenés un festival, una orquesta tocando, todo el tiempo está funcionando algo atractivo para ver; pero sobre todo, me encontré con actores rosarinos muy formados.
—¿La selección se hizo abierta y a través de un casting?
—Fue así, se presentaron 180 actores y fue compleja la selección porque nos encontramos con gente no sólo formada, sino también muy humilde que todo lo pueden. Finalmente, quedó un elenco de veinte artistas muy buenos, de gente muy generosa que dice sí a todo lo que le proponés, y además siempre te duplican la apuesta. Es gente que no regala nada y cada ensayo fue a morir, y yo había perdido la alegría de trabajar así, porque muchas veces pasa que la gente, entre comillas se profesionaliza, y entonces trabaja a media máquina.
—El carácter de clásico a esta obra no sólo se lo da su autor, también la problemática. De todos modos, ¿cómo hiciste para traer al presente esta versión de “Canillita”?
—Creo que el hallazgo que hacemos con esta obra es que la planteamos como una especie de gran murga, con una imponente entrada musical, donde se cantan muchas canciones que hemos recuperado de la versión original y que ya no se hacían. Son músicas originales a las que les hemos puesto letras, entonces no sólo está el texto de Florencio Sánchez, que está absolutamente respetado, sino que además hay una serie de movimientos y de estructura musical que envuelve toda la obra y la hace muy participativa con el público. En este sentido, Hernán Peña ha hecho un gran trabajo en relación con el movimiento, y la intención estuvo puesta en involucrar al público en esta especie de gran fiesta que termina en drama.
—¿Cómo se pone a funcionar esta maquinaria?
—Los artistas, de algún modo, buscan al público para meterlo dentro de esa especie de conventillo en el que en parte transcurre la historia, donde, entre otros exponentes tradicionales, están la española o el tano, es decir los personajes claramente identificables, y donde hay pequeñas secuencias en la que cada uno canta su historia, para luego, ya en el escenario, proponer una forma moderna de contar lo que pasa sin lastimar la pieza y sin perder nada del cuento que cuenta el autor.
—¿Qué pensás que llevó a la escena argentina a redescubrir el teatro social de Florencio Sánchez? ¿Sentís que tiene que ver con las cosas no han cambiado demasiado?
—Creo que nos resuena el origen, ese lugar medio intangible del cual venimos.
—De los barcos que llegaron de Europa…
—Sí, de los barcos, pero además la inmigración se caracterizó por una solidaridad que ya no hay, aquella era una comunidad sin puertas. Creo que volviendo a tu pregunta, ahora seguimos adentro de un gran “conventillo” pero ya no nos importa el de al lado, en muchos casos, ni siquiera sabemos quién es. Creo que, como país, partimos con una voluntad y con una alegría que hemos ido perdiendo para convertirnos en fóbicos que permanecemos encerraditos en nuestros propios negocios.
—Quizás ese reflejo esté pintado en el paso del sainete hacia el grotesco, donde del patio se pasó a las problemáticas que acontecían dentro de las habitaciones, pero ya con las puertas cerradas.
—Sí, claro, cerramos la puerta y ahí creo que fue el momento en el que vino la debacle.
—¿Cuál es la mayor expectativa que tenés con este estreno?
—Siento que estamos frente a un teatro que ofrece una propuesta realmente diferente frente a tanto bombardeo de cosas malísimas que muchas veces no se comprende porqué la gente las sigue viendo. En esta versión de Canillita se van a encontrar con una propuesta de calidad, apoyada en el talento de actores de esta ciudad, con un clásico que, lejos de toda solemnidad, se revela como una fiesta, dentro de un teatro que es bellísimo y que es de todos ustedes porque es municipal. Todos estos valores tienen que generar, por lo menos, la curiosidad de venir a ver qué sucede con esta propuesta, y ojalá funcione, porque me parece que es una buena punta de la que se podrá seguir tirando para adelante y seguir creciendo.


sábado, 2 de octubre de 2010

Momentos de introspección





TEATRO. El creador teatral local Cacho Palma habla del espectáculo “El otro camino... y un solo fuego”, que esta noche y mañana se presenta en la sala Arteón, de Sarmiento al 700, y que se revela como un viaje por el universo femenino que emprende en escena la actriz y cantante Myriam Cubelos, con quien el director comenzó su carrera


Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición del 2 de octubre)
Algo más de 30 años pasaron desde que la emblemática obra teatral ¿Cómo te explicó?, un alegato en favor de la adolescencia que dirigió Chiqui González en medio de la mayor atrocidad de la última dictadura militar, unía a los artistas locales Cacho Palma y Myriam Cubelos. El tiempo pasó en paralelo con la amistad y el respeto mutuo, y quizás a partir de allí la unión se dio naturalmente. El resultado es ahora El otro camino... y un solo fuego, propuesta que cuenta con la interpretación de la cantante y actriz Myriam Cubelos, bajo la dirección de Cacho Palma, que se presentará esta noche a las 22, y mañana a las 20, en la sala Arteón (Sarmiento 7787), colectivo artístico donde ambos dieron sus primeros pasos en materia teatral.
“Un solo fuego me viene del centro, se irradia, contagia, provoca, estremece y apunta decididamente. Estallo en pedazos y convoco esta noche a todas las mujeres que me habitan. Descargo y proyecto mi luz, buscando la huella, siendo siempre otra y a la vez la misma: la que sueña, dibuja y crea surcos, en el otro camino”, adelanta el profuso parte de prensa del espectáculo que además se completa con el aporte de los músicos Juancho Perone, Marcelo Stenta, Sandra Corizzo, Adrián Charras, Carlos Goldfeld, Martín Sosa y Mario Hugo Sosa; con la asistente de dirección de Mara Campanini, escenografía de Piero Arsanto y Cristian Ayala; vestuario de Ramiro Sorrequietta, dirección del trabajo corporal de Marcos Peralta, video de Hernán Castagno y la colaboración de la actriz Andrea Fiorino en el texto de “Las cómodas”, de Diego García.
“Este es un reencuentro que se produce a partir de una larga amistad de vida artística. Con Myriam debutamos en Arteón, en 1980, con la inolvidable ¿Cómo te explico?, una obra que fue y es un mito del teatro de la ciudad, y que nació en medio del pasaje más feroz de la dictadura, en un momento en el que ni siquiera se pensaba que podía haber un lugar que se llamara adolescencia. De ese modo, nosotros inventamos el primer teatro para adolescentes que se hizo en el país. De aquél momento hasta ahora, nos ha marcado el compartir la amistad con Myriam y un profundo respeto por lo artístico y por la dignidad del artista, y además el entorno de Myriam está marcado por la presencia de grandes músicos; en lo personal, creo que muchos de ellos están entre los mejores que hay en el país, y que son los mismos que convocamos para que crearan el soporte musical de esta propuesta”, relató a El Ciudadano Cacho Palma, quien además recordó que Cubelos le propuso hace dos años la idea de montar un espectáculo a través del cual pudiese contar sus vivencias más íntimas y personales, dado que venía de una década de producción en la que se había dedicado a dirigir propuestas de otros artistas.
“Me ofrecí a acompañarla en este camino sin saber si iba a poder aportar algo más que el propio acompañamiento, y me encontré con que podía aportarle desde la dramaturgia porque la pude escuchar durante mucho tiempo, y de este modo salieron historias de sus abuelas, se revelaron sus identificaciones religiosas más primarias y ancestrales, salió una identificación muy potente y personal con los personajes femeninos de la independencia latinoamericana, y de allí tomamos la figura de (la patriota ecuatoriana) Manuela Sáenz, entre otras, para ir mixturando este espectáculo. Fue un proceso de mucha creación conjunta, porque a medida que iban apareciendo las necesidades, les pedíamos ayuda a los músicos amigos, que fueron aportando los temas que consideraban más acordes a la temática que estábamos trabajando”, relató Palma.
Respecto del aporte que Cubelos hace al espectáculo en relación con lo que ella llama “las otras mujeres que me habitan”, el director se explayó: “Es a partir de ese mito que elaboramos este trabajo, es decir las abuelas o la María Magdalena que habitan en el cuerpo de toda mujer. Creo que todas las personas, pero en particular los artistas, tenemos guardado en algún lugar la memoria de la historia, está marcada como huellas en el cuerpo, y entonces el actor retoma esas formas, esos recuerdos que están en algún lugar del cuerpo y los pone en presente”.
Respecto de la marca más indeleble que atraviesa toda la propuesta, y que se relaciona con la sensibilidad de dos artistas que a lo largo de las últimas tres décadas han demostrado estar comprometidos con su tiempo, el director refirió: “Llevamos diez funciones en diferentes lugares tanto dentro como fuera de Rosario, y la marca del espectáculo es la del relato íntimo a través del cual Myriam se mete en su mundo que es un mundo sensible; por eso que lo importante, más allá de que hable, baile o cante, el efecto en el espectador es el mismo, porque nos está contando una historia como si estuviésemos cómodamente sentados en el living de su casa”.
Palma habló finalmente de lo que implica para ambos volver a un escenario tan emblemático como el de la sala Arteón, recuperada el año pasado: “Más allá de que la sala lo tiene todo, porque está muy bien equipada y acondicionada, y es muy cómoda, estar allí tiene para nosotros el sabor del regreso, porque independientemente de cualquier diferencia de orden estético que podamos tener, yo reivindico Arteón, yo me formé en ése lugar, descubrí el teatro allí, soy discípulo de Arteón, allí tuve maestros muy importantes en mi formación como Miguel Daga y Néstor Zapata, Chiqui González o Jorge Ricci. Con Néstor, que es quien ha llevado adelante el grupo en todos estos años, podemos tener diferencias estéticas o quizás, algunas veces, a nivel de una coyuntura política, pero coincidimos en una ética, que es la ética del actor creador, es alguien de quien he aprendido a respectar la dramaturgia propia, nuestras propias imágenes, nuestras propias historias, algo que siento que reivindicamos a través de este espectáculo”.