“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 29 de marzo de 2011

Desarmada y desangrada




CRÍTICA TEATRO

El actor Juan Pablo Geretto sorprende con la adaptación de su personaje de la Maestra como protagonista absoluto de “Yo amo a mi maestra normal”, su nuevo y premiado unipersonal, con el que regresó a Rosario



YO AMO A MI MAESTRA NORMAL

Autor e intérprete: Juan Pablo Geretto

Coach de guión: Andrea Fiorino

Puesta en escena: Ana Sans

Sala: Lavardén, Sarmiento y Mendoza,
jueves 31,
viernes 1°, sábado 2, domingo 3


Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 29 de marzo de 2011)
Hay artistas a los que el paso del tiempo les juega en contra y otros a los que el discurrir de los años los fortalece, al tiempo que acrecienta su intimidad cognitiva. Juan Pablo Geretto integra el segundo grupo, el de los artistas a los que la sabiduría que emana el taco gastado en escena (y nunca mejor utilizado el “lugar común”) los vuelve, también, un poco sabios a la hora de entender qué es el teatro, cuál es la responsabilidad de un artista cuando pisa un escenario y hasta dónde un discurso puede volverse un arma potente, dolorosa y transformadora.
Geretto regresó el pasado fin de semana a la ciudad con su nuevo espectáculo: Yo amo a mi maestra normal. Es la misma ciudad que hace quince años comenzaba a maravillarse con los primeros atisbos de lo que luego fue Solo como una perra, casualmente o no el unipersonal que contenía a la Maestra como broche de oro. Y es la misma ciudad que lo despidió hace unos pocos años con una función multitudinaria en el Monumento a la Bandera, a partir de su decisión de instalarse en Buenos Aires.
Pasaron unos años más y el artista, oriundo de Gálvez, necesitó recuperar a la Maestra, según dice, “de todos los personajes de aquella época, el que estaba destinado a seguir”.
Pero aquella maestra que Geretto recreaba con los recortes de una infancia lejana en Gálvez, en parte, quedó relegada por la profundidad de un recorrido por los vericuetos de la historia de la educación pública argentina, acaso el sentido que reposiciona a un personaje cuyo tránsito fue vasto y provechoso, y disparó risas y aplausos por miles.
En Yo amo a mi maestra normal está aquella misma maestra que Geretto construyó con los lugares comunes, vicios, dudas y certezas de esas que vio o escuchó en su primera infancia, pero el texto, sabiamente acompasado por el aporte de Andrea Fiorino, otra rosarina talentosa quien hizo las veces de dramaturgista en el traspaso de un monólogo al texto de un unipersonal (en el programa de mano figura cariñosamente como “coach de guión y emocional”), vuela alto y con otro destino.
Filosa y mordaz como nunca, esta Maestra muestra los dientes, pide a sus colegas que “no se dejen engañar” con la historia, y es ella misma quien la transita con un paso tan firme que hasta se zambulle en la oscuridad siniestra que parapetó la enseñanza pública durante la última dictadura, en un momento desconcertante para el público, en el que la teatralidad propuesta se vuelve aún más potente.
Hasta ese momento, el espectáculo tiene condimentos interesantes, en particular una resolución estética abarcadora que suma una serie de video-animaciones realizadas por otro rosarino, Pablo Rodríguez Jáuregui, del mismo modo que un registro de actuación que potencia los remates de aquél primer monólogo para abrirse y sacudir con una metralla de frases que desde la risa espantan por el costado racista, xenófobo, fascista y a la vez “amoroso” con el que la maestra se refiere a sus alumnos, ex alumnos, ex compañeras de trabajo y personal de la escuela representados por el público.
Geretto es el de siempre cuando baja a la platea y arranca carcajadas con las ocurrencias de un personaje del que, por encima de todo, conoce como nadie su prehistoria. Juega con una seguridad que es un clásico de sus performances, y como siempre, atiende cada detalle del “aquí y ahora”, algo que supo capitalizar en sus años de café concert. Pero el actor y transformista ya no es el mismo en escena: quizás cumplida la etapa en la que necesitó “amigarse” con su propia historia, el personaje tiene ahora una profundidad que por momentos conmueve, ayudado por la sensibilidad con la que Ana Sans montó una puesta de pocos elementos pero que están sabiamente dosificados, y que no “incomodan” en el devenir de un recorrido que va desde la humorada inicial en la que “intervienen” Sarmiento, Alberdi, Juana Manso y hasta Mariquita Sánchez de Thompson, pasando por la “excusa” conocida de un acto escolar para inaugurar el tan ansiado patio techado, hasta llegar a tocar una fibra en la que la maestra será todas las maestras.
Esas que con dolor vieron partir a sus alumnos de las aulas, esas que gritaron hasta el hartazgo buscando un entendimiento fatuo y revolearon borradores, esas que no comprendieron un nuevo modo del saber, esas que vieron cómo sus piernas se hinchaban y las paredes se descascaraban mientras seguían aportando sus conocimientos, esas a las que internet, el celular, la “c” por la “s” y las planillas les quitaron el sueño, todas esas están dentro del personaje.
Sabiamente, Geretto acompaña a la platea desde la risa a la conmoción, momentos en los que el actor muestra un enorme crecimiento a nivel artístico.
La dureza manifiesta y festejada por el público de esta “segunda mamá”, estereotipo de maestra con algo de Frankenstein heredado de lo mejor y lo peor de la historia de la educación pública argentina (a la que el actor y el personaje reivindican), llega al final del espectáculo con una carga imposible de sobrellevar: el peso de la historia la aplasta, es una carga compleja, imbricada, pero la maravillosa frase de “Desarma y sangra”, de Charly García (donde otro rosarino, Franco Luciani, brilla con su armónica), que asegura que “no existe una escuela que enseñe a vivir”, se encargará de hacer el resto del trabajo.

DE REGRESO
Tras su exitoso paso por la temporada marplatense, donde ganó tres premios Estrella de Mar (mejor unipersonal, labor cómica masculina y autor nacional) y una mención especial al prestigioso José María Vilches, Geretto debutó el jueves en Rosario a sala llena. Así siguieron la función del viernes, las dos del sábado y la del domingo, sumando en total algo más de 2.500 espectadores. Como era de esperar, ayer se pusieron a la venta cuatro nuevas funciones: jueves, viernes, sábado y domingo. Habrá que apurarse a sacar las entradas (se venden sólo en la sala Lavardén), dado que el 10 de abril, Geretto reestrena Yo amo a mi maestra normal en el Multiteatro de la porteña calle Corrientes.





jueves, 24 de marzo de 2011

“El éxito nunca fue una meta”



ESTRENO TEATRO. Desde hoy hasta el domingo, en la sala Lavardén, de Sarmiento y Mendoza, el actor Juan Pablo Geretto presenta “Yo amo a mi maestra normal”, premiado con tres Estrella de Mar y una mención al José María Vilches, en el que recupera a uno de sus personajes más entrañables

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del jueves 24 de marzo de 2011)
Hubo varias despedidas y reencuentros. Hubo un Monumento a la Bandera lleno de gente que lo ovacionó cuando su partida a Buenos Aires era inminente. En el medio, y como una ráfaga de aplausos, abrazos, agradecimientos, risas desaforadas y mucha emoción, hubo muchos “actos escolares” en los que la Maestra desplegó su ritual de manzanas regaladas, gritos, chicles Jirafa y
galletitas Manón, entre recuerdos hermosos y verdades dolorosas.
Pasaron quince años desde que Juan Pablo Geretto comenzaba a sorprender con la Maestra, un personaje que se transformó en un clásico de la escena rosarina dentro del unipersonal Solo como una perra. Ahora, con dos unipersonales en el haber (el otro es Como quien oye llover) y el reconocimiento de la crítica y el público porteños bajo el brazo, aunque con la humildad y la capacidad de reflexión de siempre, Geretto está de regreso con Yo amo a mi maestra normal, su tercer espectáculo, donde retoma a la Maestra, éxito de la cartelera porteña del año pasado y del reciente verano marplatense, donde se llevó tres premios Estrella de Mar y una mención en el prestigioso José María Vilches.
“Soy un tipo que habla de cosas de mujeres con una impronta femenina”, sintetizó Geretto en una larga charla que mantuvo con El Ciudadano, donde habló del espectáculo que se presenta hoy y mañana, a las 21.30, el sábado a las 21 y 23.30, y el domingo a las 21, que cuenta con el aporte en los textos de la actriz y directora local Andrea Fiorino y dirección de Ana Sanz.
—La espesura de tus personajes siempre hizo que cada uno tenga peso propio, por fuera del espectáculo que lo incluía. ¿Sabías que la Maestra sería algún día la protagonista excluyente de una nueva propuesta?
—No, y la verdad es que uno no sabe nada. Son cosas que uno hace, pasa un año, y de repente lo seguís haciendo, y pasaron quince. Se fue armando con el tiempo. Y sacamos a la Maestra de la galera por una situación particular: así decidimos que de un monólogo haríamos un espectáculo. En ese traspaso me ayudó Andrea (Fiorino), porque no es nada fácil. Yo creo que este personaje,
como pasa con la gente, tuvo sus años de chatura, de tranquilidad, de discurso repetitivo, y de repente se revitalizó, y entonces ahora la Maestra se puso un poco más aguda, tiene otros matices. Y la verdad que el primer sorprendido soy yo, porque me gustó mucho que eso pasara.
—De todos modos, la Maestra no es cualquier personaje en tu carrera.
—Sí, es verdad, creo que de todos los personajes de aquella época era el que estaba destinado a seguir, el que más peso tenía por el rol que una maestra cumple en la sociedad. Y hoy por hoy, siento que ya no estoy haciendo un espectáculo sobre una maestra, sino que estoy hablando acerca de una forma de educar que de algún modo definió los destinos de este país; creo que la cara visible de todo eso es una maestra. El espectáculo habla de una forma que, a través de muchas generaciones, nos ha venido educando, se cuenta un sistema.
—Siendo un personaje tan transitado, cuando lo repensaste para que adquiera la forma de un espectáculo, ¿qué otras cosas de aquella primera infancia aparecieron?
—Es que siempre hubo cosas que no decía porque si no entraba en otro espectáculo y el resto de los personajes hubiesen quedado como un coro de la maestra. Pero además, en estos años, han pasado otras cosas: hace quince años, cuando arrancó, no existían ni las redes sociales y apenas internet. Pero, sobre todo, no existía la problemática docente frente a todo eso. También le van pasando cosas a la educación y a los educadores, y al personaje como tal, y los problemas de la educación siempre se reciclan, por eso la maestra sigue vigente.
—Nunca fuiste un artista al que le importara el éxito, sin embargo estás viviendo un momento de mucha presencia en el medio, con la mención del José María Vilches bajo el brazo y el elogio unánime de la crítica. ¿Cómo se sobrelleva todo eso?
—Creo que bien porque nunca puse el éxito como una meta sólo en el trabajo. No es que no me importe el éxito, sí me importa, pero me importa más ser una persona exitosa que un artista exitoso, y creo que ahí se equilibran las cosas. Hay que tratar de saber que las cosas pasan: me preguntan qué implica estar en la calle Corrientes y no lo sé, porque yo llego igual a trabajar todos los días dos horas antes, me maquillo y me preparo para la función con el mismo compromiso y las mismas ganas que lo hacía en el Broadway, en El Cubo o en La Traición de Rita Hayworth. De todos modos, tuve que cambiar un poco el discurso; ahora digo: “Me siento honrado de haber llegado hasta acá”, porque hay cosas que no se entienden, y si digo que no me interesa la calle Corrientes, quizás se malinterpreta. Lo que sí sé es que hoy puedo estar ahí y mañana en otro lado, porque todo pasa. En occidente, el trabajo te define, y yo trato de que eso no me pase. Trato que el trabajo sea una parte de mi vida, que me permita vivir, ser feliz por momentos, viajar o darme un gusto. Hay otra parte, tan importante como ésa, en la que yo quizás no tenga que ser protagonista, sino sería muy fácil creerse el aplauso.
—Hoy sí te podés jactar que antes de 2002 y de tu desembarco en el programa de Tinelli, que te dio popularidad, ya habías recorrido un camino y conocido el éxito.
—Es así, en Rita había un mes de reserva con anticipación, y lo de Tinelli llegó en el momento que tenía que llegar, más allá de que me lo habían ofrecido dos años antes. Igual, yo soy un bicho de teatro, creo que no entiendo del todo el lenguaje de la televisión. Cuando pienso en un nuevo desafío, nunca tiene que ver con la tevé. No es que no los pueda encontrar, pero la televisión no tiene nada que ver con mi forma de estructurarme frente a un desafío artístico, y los desafíos aparecen igual. Cuando me fui de Rosario, me despedí en el Monumento, y pensé: “Ya está, ¿qué más puedo hacer?”, y podía hacer miles de cosas más, pero así lo vi con mi cabeza de ese momento, y me fui de una cosa masiva a una sala para 150 espectadores, y arranqué desde ahí y nunca me sentí ni mejor ni peor que antes porque viniera más o menos gente, porque además la gente que está es la que me eligió, y eso es grosísimo.
—Igual, vos nos sos inocente respecto de tu talento, tenés certeza de eso.
—No soy para nada inocente, y a tal punto no soy inocente, que me cuesta mucho relacionarme con cuestiones ligadas al medio, esa parte que tiene que ver con “las cosas que hay que hacer para…”. Yo soy conciente de que nunca voy a ser mejor de lo que soy arriba del escenario. Siempre le digo a los empresarios o a la gente que me hace la prensa: “Vos acercalos al teatro que después yo los convenzo”, porque no tengo talento para hacer lobby. Por eso, aunque parezca que no, nos cuesta llevar gente al teatro, y yo siempre, cuando firmo un contrato, digo “dame tiempo”, porque estoy convencido de que lo que funciona conmigo, aún hoy, es el boca a boca.
—¿Acordás que en ese punto también entra a jugar el criterio comercial con el que se pone el espectáculo?
—Yo siempre tuve un pensamiento comercial con respecto a mi trabajo, porque lo que dignifica el trabajo es la retribución, entonces sí o sí tenés que tener un pensamiento comercial. La prueba estuvo con la temporada de varios meses en el Multiteatro (2010), donde tenés que llenar la sala o te vas. Y estoy hablando de una retribución económica más allá del aplauso, porque vivimos en un mundo donde existe el dinero.
—¿Cómo viviste la apertura respecto de la diversidad sexual y la puesta en marcha de la ley de matrimonio igualitario, siendo un artista que desde su irrupción en el medio reivindicó cuestiones de género?
—Seguí el tema de cerca y al mismo tiempo de lejos, porque fue a través de la tele, por lo tanto es de lejos. Me parece que se logró algo importante y por otro lado “me nefrega”. Porque me pregunto: “¿Por qué las personas que nos creemos que vamos a la vanguardia terminamos recayendo en una institución vencida como es el matrimonio?”. Y por otro lado, también tengo en claro que para discutir algo tenemos que estar todos en una situación de igualdad, entonces estoy
de acuerdo con que primero nos igualemos y que después podamos discutir si sirve o no sirve. Ahora, esto me representa a mí una responsabilidad que yo no tenía, y me pregunto: “¿Ahora que me puedo casar, le tendré que proponer matrimonio a alguien?”. Es así, la libertad trae consigo una enorme responsabilidad. La libertad no es el cuentito de un tipo solo en una montaña
viendo pasar las nubes. La libertad implica caminos para elegir y muchas dudas.
—¿Te sentís un artista militante?
—Militar en algo implica siempre un gran compromiso de esa generación con la que viene. Uno no milita por uno, lo hace por algo más. En ese sentido, me parece brillante una serie norteamericana que protagoniza Toni Collette (United States of Tara), donde una pareja tiene un hijo gay, pero todo transcurre con cierta normalidad y no se habla del tema. A mí eso me parece moderno. Porque ahora nos podemos casar, pero no saben bien dónde meternos: en Gran Hermano estuvieron semanas especulando con la confesión gay de un chico y eso parecía que iba a ser explosivo, parece que somos como fuego en la mano.
—De todos modos, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo trae aparejada toda otra cuestión de orden social necesaria.
—Por supuesto, pero estoy hablando del matrimonio como tal, y yo siempre lo tomé como otra forma de sociedad: para mí está la S.R.L, las S.A. y el matrimonio. Me parece que hemos sacado del matrimonio la cuestión del amor. De todos modos, si hoy quisiera tener un hijo, seguramente me casaría porque le estaría dando a ese hijo un marco legal que lo sostenga dentro de la sociedad. Y si te preguntás si estaría yendo en contra de lo que creo, seguramente que un poco sí. Igual, ésa es mi filosofía de vida: siempre busco el gris, ni el blanco ni el negro.
—Hace años, en otro reportaje, dijiste que el personaje de la Maestra había terminado para vos cuando pudiste hacerlo frente a tus maestras en la escuela de tu Gálvez natal. ¿Seguís pensando así?
—Sigo pensando que sí, que una parte terminó, y es la parte más personal del espectáculo, que tiene que ver con alguien que salió de un lugar y que necesitó pelearse con todo eso para después poder elegirlo. Pelearse con el pueblo en el que uno nació por prejuicio propio es lo mismo que pelearse con la familia: sólo cuando los tenés lejos podés tener la verdadera dimensión de lo que representan para vos. Esta cosa de amigarse con lo que uno es, hoy por hoy, también me permite decir que soy un transformista, cuando por mucho tiempo prefería definirme sólo como un actor. Creo de algún modo que le estoy pidiendo disculpas al transformista que fui y que sigo siendo, porque siento que no hubiese podido encontrar el discurso propio de no haber tenido por delante una máscara tan fuerte. Y ahí estoy hoy: soy un tipo que habla de cosas de mujeres con una impronta femenina.


miércoles, 23 de marzo de 2011

Dos hermanas impiadosas masticando su propio veneno




CRÍTICA TEATRO

Con “Fraternidad”, del marplatense Mariano Moro, bajo la dirección de Carla Saccani, Pasillo Teatro muestra un auspicioso debut cimentado en buenas actuaciones y con un claro criterio de puesta en escena


FRATERNIDAD

Autor: Mariano Moro

Dirección: Carla Saccani

Asistencia: María Belén Ocampo

Actúan: Cristian Mengoni, Carlos Chiappero

Sala: Cultural de Abajo, San Lorenzo y
Entre Ríos, viernes a las 20.30

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 23 de marzo)

“Fraternidad es la palabra que más me conmueve”, dirá Lucía frente a una supuesta tragedia que en pocos segundos se confirmará como parodia. Todo es de mentira, ellas (ellos) son de mentira; la mentira transita por un texto lleno de saltos al vacío en el que los parlamentos afloran como tijeretazos entre dos hermanas que, frente a frente, destilan un odio venenoso y efervescente que arrastran y mastican desde el mismísimo ADN. El odio, el resentimiento y la traición (vaya temas tratándose de una obra argentina que transcurre en la inmediata post-dictadura) son la materia con la que se construye la estructura dramática de Fraternidad, quizás no el texto más elogiado del autor marplatense Mariano Moro (seguramente, poco comprendido en términos metafóricos), quien puso la firma a las extraordinarias Quien lo probó lo sabe o De hombre a hombre, entre muchas otras, pero que encuentra en la versión de Pasillo Teatro un sentido polarizador: dos hombres son los que aportan desde su masculinidad el cuerpo y la presencia necesarios para narrar lo monstruoso de Marta y a Lucía, independientemente de que no sea ésta la primera vez que los personajes imaginados por Moro son encarnados por varones.
En Fraternidad se revelan los entretelones de un vínculo que acciona sobre un mecanismo perverso y extremadamente transitado en el teatro: el de la víctima y el victimario, que aquí está encarnado por dos hermanas. Tras una llamada telefónica, Marta amenaza una vez más con un suicidio a Lucía, su hermana menor, que viaja a su casa de Salta. Una vez allí, nada indica que eso pueda pasar. Después, en el medio de una charla que irá de lo gracioso a lo terrible, cada una desarmará vínculos, revolverá rencores, y como en una especie de confesión desesperada, Marta sacará a relucir su costado más reaccionario, xenófobo y homofóbico, mientras que Lucía hará lo posible para sobrevivir frente al espantoso discurso de su hermana.
Quizás la frase de Marta: “Soy cien veces más capaz que voz, pero igual de infeliz”, sintetice el nudo de un vínculo partido desde el comienzo, en el que el resentimiento se revela como el signo más poderoso.
Sucede que en la supuesta “fraternidad” a la que alude el título se esconde, además de la “hermandad”, un orden militar y religioso heredado de un padre nazi, el colegio de monjas (no casualmente, Las Hermanas Piadosas) al que asistieron Marta y Lucía, y una serie de desafortunadas situaciones familiares con hijos y maridos poco deseados o deseados “mal”.
La simetría casi especulativa tan propia del melodrama aparece aquí en una escenografía (muy buen trabajo de Cristian Grinolio, Nicolás Cipullo y Cucho Jalil) y una puesta en escena de calidad atípica para el teatro rosarino (los guiños al cine de Almodóvar están omnipresentes), y es precisamente desde esa simetría que la asimetría entre las personalidades de Marta y Lucía se hace más tangible y reveladora, independientemente de los punzantes parlamentos en los que una arremete contra la otra, todo regado por un falso champagne, y acompañado con música especialmente compuesta por Esteban Sesso.
Por un lado, Cristian Mengoni sostiene a Marta desde su “esbeltez”: una mujer que del mismo modo en el que cree emular a una diva de Hollywood de la época dorada (aunque se parezca más a una malvada de culebrón), ahogada entre alcohol, seda y lágrimas falsas, desgrana un rosario de insultos a su aparente “pobre” hermana, personaje que Chiappero manifiesta desde lo corporal y desde estudiadas inflexiones de la voz que le dan a Lucía una coloratura de una teatralidad impactante.
Pero es desde los detalles más pequeños que esta puesta se engrandece: hay una analogía de color que transita los vestuarios y se “estampa” en los supuestos muros del living; hay un juego entre la masculinidad latente y el costado menos femenino de estas dos hermanas que ambas sacan a relucir puertas adentro, pero sobre todo, hay un ritmo entre acción y parlamentos que no decae y que se sostiene más allá de pequeños desajustes.
Es también evidente y plausible un homenaje: en los revolcones de Marta y Lucía (en esa maldad supina de Marta y en la poco convincente bondad extrema de Lucía), aparecen como flashes las imágenes de unos jóvenes Urdapilleta y Tortonese en el inolvidable Parakultural.
Pero el mayor mérito de Saccani y su equipo está en haber podido decodificar la impronta de un texto que si bien está intacto, a nivel de puesta se ve enriquecido y revalorizado por el sustento dramático que suponen cientos de guiños tanto para el adentro (el árbol genealógico que se percibe en las fotos de la pared es, al menos, “inquietante”) como para el afuera del teatro rosarino.
Entre otros, un VHS de Matador, de Pedro Almodóvar, y una versión de bolsillo de El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, tirados como al descuido debajo de una mesa ratona que parece presidir el recoleto living de la casa de Marta, son la prueba más tangible de que en este melodrama barroco, con algo de set de telenovela ochentosa y bizarra, se esconden los perfiles de dos emergentes de un país en llamas que vio cómo la democracia regresaba en el 83, redescubría
a Puig como el gran escritor que fue, miraba con asombro al mejor Almodóvar, y comenzaba a entender que el camino de la diversidad era el correcto, algo que este grupo de trabajo intenta y consigue demostrar con su espectáculo, en el que el discurso político se potencia frente a un singular transformismo, y donde los pequeños monstruos que en ciernes son Marta y Lucía están hablando de un país (y de una construcción del pensamiento) que, poco a poco, va quedando atrás.

domingo, 20 de marzo de 2011

Conmocionadas y extremistas



CRÍTICA TEATRO

La actriz Silvina Santandrea logra, a través de su unipersonal “Yo con todas”, una gran complicidad con el público, de la mano de tres personajes escritos y dirigidos por su colega Alejandra Gómez

YO CON TODAS
Dramaturgia y dirección: Alejandra Gómez
Actúa: Silvina Santandrea
Vestuario: Paola Fernández
Sala: Baraka Bar, Callao 120 bis,
sábados a las 22.30

Por Miguel Passarini (reseña del espectáculo publicada en el diario El Ciudadano & la gente en su edición en papel del 30 de enero de 2010)
Conmocionadas, verborrágicas, extremistas, solitarias, tristes, dolorosas, inquietantes, las nuevas chicas que lleva en su cuerpo Silvina Santandrea en Yo con todas vuelven a posicionar a la actriz entre los nombres más destacados de la escena local. Se trata de su nuevo unipersonal, que se presenta los sábados del verano en Baraka, esta vez escrito y dirigido por su colega Alejandra Gómez, quien más allá del intento de congregar a un trío de mujeres de ésas que suelen verse seguido en los escenarios de los bareslocales, consiguió explayarse en las vicisitudes de tres apetecibles exponentes de un emergente social femenino: el de la mujer sola, sin hombres, aunque en el fondo estén deseosas de encontrarlos.
Al menos así lo reclama desde un comienzo una bizarra versión de La Cenicienta (autohomenaje a Puro cuento, unipersonal anterior de Santandrea en el que parodiaba la “moral” de las míticas chicas de los cuentos infantiles) que, al mismo tiempo que juega con su pollera “campana plato” y
reniega de los maltratos de sus hermanastras “chongas”, se pregunta si los príncipes azules nunca llegan porque están “asfixiados”, o repasa la inconografía popular de los supehéroes (misóginos, si los hay), “siempre persiguiendo hombres y nunca chicas, con sus trajes ajustados”, para despedirse en medio de los acordes de la música de la serie “El gran Chaparral”, por si quedaban dudas de que aquellos personajes tuvieron, entre los 70 y 80, su momento de gloria, y que allí las chicas sólo eran bellos objetos.
Pero no sólo eso: Santandrea va por más, y trae nuevamente al presente a la Norma, una “vieja ventajera”, como ella misma la define, solitaria, dado que sus hijos no la escuchan, y “manguera” de profesión, que está viviendo un momento de gloria por la aparición del nuevo casino, pero que, por esas cosas de la vida (o de los Testigos de Jehová, que para ella es casi lo mismo), pierde todo
lo ganado en una noche y se adentra en una especie de sínodo trágico que incluirá una abducción de extraterrestres que se mueven “impunes” en la zona sur de la ciudad a bordo de un Ford Taunus, un encontronazo con los gitanos de calle Oroño y hasta la pérdida de su stock de Biblias y Atalayas con las que se dedica a la venta callejera. Al mismo tiempo, su amiga Mari Pepa (que llegará poco después), con la que habla compulsivamente por teléfono, espera la muerte en su casa por nonagésima vez.
Es así como la Norma da paso a Pepa, todo un hallazgo. Se trata de una hipocondríaca fóbica “de libro”, a la que no hay ansiolítico que se le resista. Víctima del “panic attack”, llamará a la emergencia aclarando que no quiere peruanos en su casa, que el enchufe para el electroshock (con adaptador de tres patas) está debajo de la repisa de la entrada, y que la vida para ella empieza y termina a cada segundo.
En Yo con todas, un espectáculo artesanal, para nada pretencioso, en el que premia el humor ágil, la complicidad con el público y cierta crítica social, algo que encontrará su camino definitivo con el correr de las funciones, Santandrea se luce como actriz y Gómez, como alguien que ha comprendido cuáles son las coordenadas de los pequeños reductos que fueron en reemplazo de las salas: hay que saber enfrentar al público, hay que tener en claro qué decir y cómo decirlo, o bien la “platea” seguirá degustando su picada favorita, acaso el mecanismo más perverso de un “teatro” en el que, al mismo tiempo que se disfruta de un espectáculo, se come y se bebe.
Es por eso que los personajes de Yo con todas están jugados a un borde, pero no porque sí. Aquí el borde es el del cuerpo (elemento compositivo con el que trabaja Santandrea) y la palabra, al tiempo que la realidad se filtra filosa pero no forzada entre los padeceres de estas mujeres que sin “príncipe azul” a la vista no tendrán más remedio que seguir siendo terrenales, más allá de sus delirios cotidianos que accionan como vías de escape.
Por eso, aquél que dijo alguna vez, y tal como Santandrea contara a este diario, que ella no era buena actriz sino “graciosa”, debería ver ahora su frescura intacta pero también su gran crecimiento, porque a todas luces quien dijo aquello estaba muy equivocado, dado que Santandrea “puede con todas”.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cuando la fama es puro cuento




ESTRENO TEATRO. Esta noche y mañana, a partir de las 21.30, en la sala Lavardén de Sarmiento y Mendoza, el talentoso director teatral porteño José María Muscari presenta “Feizbuk stars”, una puesta musical con ribetes de performance que propone una mirada impiadosa a los entretelones de las redes sociales

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 11 de marzo)
La popularidad le llegó de la mano del teatro independiente, lo que no es poco tratándose de un arte efímero y poco difundido en los medios masivos. Sin embargo, su irrupción mediática hizo en el último tiempo que mucha gente que jamás se hubiese acercado a ver algunas de sus polémicas e interesantes puestas teatrales (Grasa, Shangay, Cotillón, Dame morbo, entre otras) le dé un voto de confianza, para luego terminar fascinados con su osadía, incorrección política, desenfado e ingenio. Sucede que el actor y director teatral porteño José María Muscari se granjeó, a fuera de trabajo, un lugar en el medio artístico argentino que, del mismo modo que le permite hoy poner una obra en el Teatro San Martín, le da un espacio en las rutilantes marquesinas de la calle Corrientes con propuestas comerciales, o le abre las puertas de la televisión más mediatizada.
Es así como la relatividad de la fama ha sido tema de interés para Muscari, quien llega a la ciudad con una de sus últimas propuestas, Feizbuk, estrenada el año pasado en Ciudad Cultural Konex, de la que, en diferentes órdenes temáticos y de género, participaron en total 49 intérpretes (se conocieron como Feizbuk freaks, teens, stars, hot, tours, sex y míticos).
Feizbuk stars
, con las interpretaciones de Federico Ayos, Luis Bremer, Mariana Brey, Valeria Britos, Osvaldo Guidi, Señorita Lee y Jezabel Yacuzzi, se podrá ver esta noche y mañana, a las 21.30, en la sala Lavardén (Sarmiento y Mendoza).
Se trata de una propuesta teatral con ribetes de performance (el “aquí y ahora” está presente en todo el planteo más allá de su estructura) que, como cuenta su director, tiene al número 7 como elemento fundante, un número que en algunas religiones es considerado sagrado y que para muchos entendidos en numerología representa la magia y la fascinación.
De este modo, en el proyecto Feizbuk, son siete elencos integrados por siete actores cada uno, “que durante siete días y a partir de un mismo texto y dispositivo escénico, con un proceso de trabajo que demandó siete semanas, dieron como resultado una obra cuyo título está compuesto por siete letras”, tal como cuenta Muscari en su blog, donde aclara que Feizbuk “es un espectáculo conceptual”.
“Es un espectáculo que estuvo en cartel con mucho éxito, y de alguna manera es una reflexión sobre la nueva era virtual y las relaciones a partir de esta nueva era virtual, todo pensado desde de la red social más grande del mundo que es Facebook. En realidad, es un espectáculo que a modo de videoclip, coreografías y una dramaturgia muy dinámica, con siete personajes en escena, genera una gran identificación en el público. Creo que en ese reflejo que la gente ve en escena de su propia realidad radica el éxito de esta propuesta”, relató Muscari.
El director habló de otra de las claves del éxito: “Un aspecto a tener en cuenta es que se trata de un mismo texto interpretado por diferentes elencos: el público podía ver siete versiones de una misma obra, más allá de que en Rosario lo que se verá es Feizbuk stars. De todos modos, se trató de un trabajo arduo, porque en los meses previos al estreno era como ensayar siete obras a la vez, con 49 personas”.
Respecto de la categoría de “stars” que acreditan los personajes de la obra, que van desde los periodistas de espectáculos Luis Bremer y Mariana Brey, a los actores Valeria Britos, Osvaldo Guidi y Federico Ayos, hasta la otrora secretaria de Héctor Larrea en Seis para triunfar, la Señorita Lee, y Jezabel Yacuzzi, la morocha que ofrece el aparato para endurecer el abdomen en diferentes programas de tevé, el director explicó: “En realidad, el espectáculo reflexiona sobre lo
que significa ser «star», y es en cierto modo una ironía sobre lo que es la fama de cabotaje, porque los personajes de la obra son familiares al público, estuvieron o están en televisión, aparecieron en alguna revista, son familiares de algún famoso o bien portaron la fama en algún momento; pero en principio, el texto plantea una mirada mordaz sobre lo que significa pertenecer o dejar de pertenecer, y todo lo que cada uno es capaz de hacer dentro de la red para ganarse un lugar. El espectáculo, y en particular este elenco, sirve para ver claramente cómo la fama opera desde lugares muy singulares”.
El director, que en Escoria también trabajó con personajes de la televisión algo olvidados por la propia ingratitud del medio, expresó: “Si bien aparecía la problemática, en Escoria hay una mirada más dolorosa y dramática de lo que pasó con esos personajes. En cambio en Feizbuk prevalece el humor: es una comedia de la nueva era, porque nos habla de cosas que nos pasan a todos con la red, en el contexto de una puesta totalmente moderna donde además de actuar los protagonistas bailan y cantan, y hay un octavo personaje que es una actriz que maneja una computadora en escena y todo el tiempo aporta información al espectáculo a partir del Facebook real. Ése es otro de los aspectos que mantiene vivo al espectáculo, que fue creado para ser representado por siete semanas y terminó estando seis meses en cartel”.
Respecto de la dualidad de un mundo en el que, extrañamente, las redes sociales al mismo tiempo que acercan distancian en función de las relaciones interpersonales, Muscari expresó: “Alejan, pero acercan otras cosas, porque las redes sociales te contactan con personas que de otro modo no podrías encontrarte. Pero, de hecho, el espectáculo es impiadoso respecto de la era virtual, algo con lo que el público entabla una gran complicidad. El mayor lugar de identificación del espectador tiene que ver con esa impiedad; en ese sentido, es un espectáculo muy crítico”.
Finalmente, el actor y director explicó por qué, teniendo un lugar importante en el ámbito teatral, aceptó integrar el elenco de la inminente edición 2011 de “Bailando por un sueño” que desde abril se verá dentro del ciclo de El Trece ShowMatch: “Cuando me convocaron, me pareció que estaba bueno plantear una idea personal; yo pedí que quería bailar con otro hombre y aceptaron. Será la primera pareja a nivel mundial del formato integrada por dos hombres, dado que en Israel hubo una integrada por dos mujeres, pero convengamos que dos mujeres bailando juntas entran perfectamente dentro del imaginario machista y heterosexual; entonces me pareció que hacerlo era en sí mismo un gran desafío, algo que siempre me genera interés, y que además, el hecho de estar, me va a permitir que el gran público sepa quién es José María Muscari. Por ejemplo: me va a servir para promocionar la reposición de Shangay, espectáculo que yo protagonizo, del mismo modo que el estreno de 8 mujeres, espectáculo basado en la película francesa (dirigida por François Ozon). Estar allí me va a servir además para pararme en un lugar de mucha exposición, de mucha polémica, desde el cual trataré de demostrar que en televisión también hay gente que trabaja y no sólo personajes que hacen escándalos".

sábado, 5 de marzo de 2011

Una pareja en campo minado






CRÍTICA TEATRO
El grupo Pause ofrece un entramado entre humor bizarro y algo de tragedia en “Moderna”, con dramaturgia de Sebastián Villar Rojas, obra en la que se reflejan temas como el amor y el fin del mundo MODERNA Dramaturgia: Sebastián Villar Rojas Dirección: Sebastián Villar Rojas, Paula Valdés Cozzi Actúan: Natalia Dean, Emilio Dei-Cas, María Florencia Sanfilippo, Gabriel Cejas Sala: Caras y Caretas, sábados a las 22


Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 5 de marzo)
Hacerse cargo de los errores del pasado o bien vivir el paso del tiempo como una especie de campo minado en el que todo está por estallar de un momento a otro. Así, Alberto (Emilio Dei-Cas) y Aleja (Natalia Dean), los protagonistas de Moderna, transitan una supuesta felicidad que se pudo conseguir a fuerza de urdir una trama que mucho tiene de ficción. De todos modos, lo disparatado de la cotidianidad de estos dos personajes encubre una tragedia: la inminente llegada de Ana Moderna, amiga de Aleja, a quien ésta no ve desde hace una década, hará que esa
convención vire hacia otra cosa.
En Moderna hay un plan que se conoce apenas empezado el espectáculo: Aleja quiere mostrarse ante Moderna como la mujer feliz y exitosa que no es, y para eso ocultará su vida real con otra de ficción en la que Alberto también será protagonista. Quizás un escritor de éxito y una snob escultora sean “roles” más atractivos (modernos) que los de vender caños para cortina. Todo parece funcionar, pero el axioma que asegura que “la mentira tiene patas cortas” comenzará a desdibujar y a desviar el plan hacia algo complejo e impensado.
La modernidad y el futuro vistos con recelo a través de un texto que brilla en sus guiños y detalles son el mayor capital del espectáculo del novel grupo Pause estrenado hace algunas semanas en Caras y Caretas.
El texto de la obra, ya estrenada en Buenos Aires, obtuvo una mención especial en el Concurso de Coproducciones de la Municipalidad de Rosario 2009 y un auspicio extraordinario otorgado por Parque de España (AECID / CCPE) del mismo año. Por su parte, Villar Rojas obtuvo el primer puesto de la Beca para Artistas y Escritores del Interior del País del Fondo Nacional de las Artes en el rubro teatro, y Moderna, que cuenta con un subsidio a la creación del Instituto Nacional del Teatro, ganó el concurso de dramaturgia CicloINcierto 2010 (sala Espacio TBK), de Buenos Aires, entre más de 50 obras presentadas.
Moderna no se parece a nada de lo visto en el teatro rosarino de los últimos años, lo cual ya es un mérito en sí mismo. Una trama imbricada, llena de derivaciones, donde juegan un papel fundamental tanto la casualidad como la causalidad, lleva al espectador desde los atisbos más costumbristas de una comedia brillante (incluso con pasajes del viejo vodevil) a un estadio bizarro, atestado de una información científica difícilmente comprobable, donde aparecen como ejes dramáticos la verdad, la mentira, el amor y el fin del mundo.
El equipo, que también presenta por estos días, los domingos en El Rayo, el espectáculo de danza-teatro Todo se incendió de repente, apela, partiendo de la solidez del texto, a la actuación, jugando dentro del conflicto central de la pareja con la aparición de personajes irruptivos en contraposición con lo que, en ciernes, parece abrevar en el teatro más realista (así lo confirman escenografía, objetos escénicos, vestuario, luces).
Es así como el repartidor de pizza que interpreta con sorprendente avidez Gabriel Cejas llega con una información que servirá para, en cierta forma, entender que Moderna (María Florencia Sanfilippo), que llegará poco después, no es lo que parece. Una vez que Moderna traspase la puerta del humilde departamento que la pareja habita en Bahía Blanca, ya nada será lo mismo, y una decisión trascendental pondrá a la pareja en estado de conflicto.
Es por esto que Moderna pone distancia de la comedia que le da génesis para acercarse a otra cosa, por momentos difícil de descifrar aunque extremadamente atractiva para el espectador (la impronta recuerda en cierto modo a las singulares comedias de Rafael Spregelburd), merced a un texto que fluye y que los actores han sabido hacer propio, más allá de la dificultad que plantea en su discurrir, alejándose cada vez más del verosímil y abordando algunos ribetes trágicos, momentos en los cuales el espacio de Caras y Caretas, ahora con mesas y servicio de bar, se vuelve un poco extemporáneo a lo que se está contando en escena.
De todos modos, la pregunta fundamental que deja como mensaje la obra se deja ver claramente. ¿Es el paraíso una posibilidad tangible? (otro mundo lleno de placeres, pero para nada terrenal y verdadero). La fantasía que plantea Moderna pone en jaque valores que en un comienzo parecieran estar banalizados por los propios protagonistas que, según demuestran a través de su discurso, no tienen nada más que a ellos mismos, independientemente de que la posibilidad de perderse el uno al otro los acerque al abismo.

viernes, 4 de marzo de 2011

Hermanas sin perdón


ESTRENO TEATRO. Esta noche, a partir de las 20.30, en el Cultural de Abajo, los actores Cristian Mengoni y Carlos Chiappero protagonizan “Fraternidad”, de Mariano Moro, obra que dirige Carla Saccani al frente de Pasillo Teatro

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del viernes 4 de marzo de 2011)

La lúcida y por momentos vertiginosa y dura dramaturgia del marplatense Mariano Moro, autor de importantes textos teatrales tales como La suplente, Quien lo probó lo sabe, De hombre a hombre y Azucena en cautiverio, entre muchos otros, tendrá desde hoy en Rosario una versión de Fraternidad, una de sus piezas más representadas, y una de las obras ganadora de los proyectos de Coproducciones Municipales 2010 que organiza la Secretaría de Cultura.
Se trata de una propuesta del novel grupo Pasillo Teatro que, con dirección de la también actriz Carla Saccani al frente de un importante equipo de artistas rosarinos, pondrá en escena la propuesta en el Cultural de Abajo (San Lorenzo y Entre Ríos), a partir de las 20.30, donde continuará en cartel los restantes viernes del mes.
En la obra, la enrevesada relación de dos hermanas de 50 años, Marta y Lucía, interpretadas aquí por dos actores de 30, dispara un sinnúmero de cuestiones relacionadas con lo complejo de los vínculos, con la atrocidad de las relaciones amor-odio y, sobre todo, con la imposibilidad de escaparse de aquello que dicta la sangre.
La obra comienza cuando Marta llama por teléfono a Lucía, le dice que se va a matar y cuelga. Sin embargo, cuando Lucía entra a salvar a su hermana, la encuentra tomando y comiendo como
si no pasara nada.
Al respecto, adelanta el grupo: “Marta destruirá con su verborrea implacable la vida, el pasado y los sentimientos de su hermana. Pero a veces, la palabra desbordada resulta un arma inofensiva,
de juguete, cuando se bate a duelo con las intrigas y secretos de aquéllos que viven a la sombra de otros”.
“Con Cristian Mengoni, que en la obra interpreta a Marta, veníamos trabajando juntos en un infantil, y con María Belén Ocampo (asistente de dirección) y Carlos Chiappero, que recrea a Lucía, nos conocíamos del cursado en la Escuela Provincial de Teatro. De este modo, ya había un vínculo entre nosotros, aunque nos reencontramos en la Clínica de Producción de Espectáculos que anualmente lleva adelante Romina Mazzadi Arro (Hijos de Roche). Todos nos sumamos a Pasillo Teatro, y de un modo casual nos encontramos con esta obra de Mariano Moro. Fue allí que aquellas ideas que veníamos barajando respecto de poder producir juntos un espectáculo encontraron su cauce definitivo”, relató a El Ciudadano la actriz y directora Carla Saccani.
Respecto de por qué la obra del marplatense generó la atención del equipo de trabajo, la directora reflexionó: “Amo la literatura, y los textos de Moro están llenos de guiños hacia la literatura, hacia mundos que, si bien tienen que ver con el teatro, también proponen otras cosas. Pero, sobre todo, nos interesó mucho la contundencia y la precisión con la que escribe sus obras, y que al mismo tiempo se enfrenta a una inusual incorrección política”.
Respecto de la elección de dos hombres recreando a dos mujeres, Saccani explicó: “Veníamos trabajando la idea de que serían Cristian Mengoni y Carlos Chiappero los que actuarían, y a partir de encontrarnos con el texto se cruzaron una serie de factores que empezaron a coincidir. De todos modos, la idea de que sean varones vestidos de mujer es previa a la lectura de la obra. Fue así como decidimos que serían dos hombres recreando a mujeres partiendo del desafío de corrernos de lo que habitualmente se ve en el teatro respecto del travestismo”.
Con relación a la impronta de los personajes y a los resultados del proceso, Saccani reflexionó: “Básicamente, son personajes fuertes a los que la masculinidad les aporta un plus; sumado a eso,
el discurso político con el trasformismo da un resultado muy potente, y creo que todo eso va en paralelo con la manera de escribir de Moro, porque es agresivo pero a la vez muy inteligente”.
Finalmente, la actriz explicó que, dado que en la ciudad se conoció una versión de la misma obra también protagonizada por hombres (se trató de Horacio Sansivero y Gustavo Sosa), el desafío fue doblemente complejo: “Creo que empezamos a trabajar sobre un estilo de transformismo menos estilizado, con rasgos más quebrados. Nosotros venimos todos de un teatro en el que el cuerpo siempre está comprometido, y por eso la obra tiene desplazamientos corporales muy extrañados, para nada realistas, al tiempo que, lejos de ocultar rasgos de la masculinidad, los exaltamos. Entonces se les notan los pelos en las piernas, se sacan la peluca, no ocultan que son hombres vestidos de mujer”.
El numeroso equipo de trabajo de Fraternidad se completa, entre otros rubros, con escenografía de Cristian Grinolio, Nicolás Cipullo y Cucho Jalil, y la música original de Esteban Sesso.