“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




domingo, 28 de noviembre de 2010

La poesía de las formas






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CULTURA. “Oscar Niemeyer - Un invento del tiempo”, hasta el martes, en el Museo Castagnino.

La muestra, que adapta por épocas la obra de quien ha entablado con Rosario un vínculo que se volverá eterno, se revela como un recorrido por el universo creativo del gran exponente del arquitecto-artista

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 27 de voviembre)

“No es el ángulo recto que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual; las curvas que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las nubes en el cielo, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas está hecho todo el universo. El universo curvo de Einstein”. La conocida frase sintetiza el pensamiento del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (Río de Janeiro, 1907), y no casualmente puede leerse apenas se ingresa a la muestra itinerante Oscar Niemeyer - Un invento del tiempo, que hasta el próximo martes puede visitarse en diversos horarios (ver aparte) en el Museo Castagnino (Oroño y Pellegrini).

La vida de Oscar Niemeyer está teñida de vanguardia, una palabra que hoy suena algo pasada de moda, pero que supo revolucionar al mundo en distintas épocas. Es así como el concepto del arquitecto-artista encuentra en Niemeyer la dialéctica perfecta: dos rótulos que entablan un diálogo a partir de las formas, el pensamiento y la acción; la coherencia entre ética y estética, el poeta y el dibujante, la evolución de un pensamiento y un hacer que acompañó los últimos 70 años de la arquitectura brasileña, desde el movimiento moderno que se fortalece sobre finales de los años 40 hasta la actualidad, a través de las creaciones de un hombre que piensa que proyectar una obra arquitectónica “consiste en un ejercicio metafísico”.

De este modo, Oscar Niemeyer – Un invento del tiempo adapta por épocas la profusa obra de quien ha entablado con Rosario un vínculo que se volverá eterno: el arquitecto es el iluminado creador de lo que será el Puerto de la Música (ver aparte), obra de la cual se puede apreciar en el corazón del recorrido una enorme maqueta que detalla lo que quizás será una de las propuestas arquitectónicas a escala urbana más importantes de este lado del planeta.

“Queremos que todos tengan una idea del universo en el que viven”, puede leerse en uno de los tantos momentos del recorrido, acaso otra de las ideas fuerza de su trabajo, siempre experimental, siempre arriesgado, que en los comienzos de su carrera, en los años 40, lo llevó a trabajar gratis en el estudio de los maestros Lúcio Costa y Carlos Leão, porque se sentía insatisfecho con la arquitectura que veía en sus ciudades.

Así comenzó a experimentar con los materiales, en particular con los límites de las estructuras de hormigón armado, lo que generó toda una revolución que inteligentemente puede verse a través de la muestra que toma como primera etapa 1940-1943 y llega hasta la actualidad, donde sus 102 años no le impiden seguir imaginando formas y espacios gloriosos para las nuevas generaciones.

De este modo, con un recorrido que respeta la cronología, la muestra se detiene en momentos clave de su historia como los años 50, cuando el por entonces presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, le encarga al urbanista Lúcio Costa la creación de la nueva capital del país, Brasilia (el proyecto se concretó en cuatro años, y es una de las referencias más importantes del modernismo), y el arquitecto Niemeyer queda a cargo de la concreción de los edificios públicos y residenciales, entre los que se destacan la Catedral (foto inferior), el Palacio de la Alvorada, el nuevo Congreso o el Palacio del Planalto, entre una veintena de verdaderas obras de arte, consideradas patrimonio de la humanidad.

Pero el recorrido sirve también para acercarse al pensamiento del estudiante de Bellas Artes, el amigo de Fidel Castro y militante comunista, el dibujante eterno, el visionario. Con dibujos en pequeños papeles a mano alzada, del mismo modo que la recreación de sus croquis sobre acrílico, esos primeros bosquejos de las obras pueden verse reflejados luego en enormes fotografías que recuperan esas primeras líneas y las engrandecen a través de un viaje colorido, orgánico y gustoso, que hace honor a su conocido mote de “gurú de las estructuras flexibles”.

Pero no sólo eso: Oscar Niemeyer es además el creador de diversas publicaciones, entre las que se destacan la revista Módulo (una Biblia para los estudiantes de arquitectura, con varios números al alcance de los visitantes), de la que fue editor, del mismo modo que supo llevar las formas de sus edificios al mobiliario, al tiempo que desarrolló una importante carrera literaria y artística, que le permitió hacer de la arquitectura algo más que la construcción de casas y edificios.

La muestra, que recorre el país a través de la Embajada de Brasil y cuenta con un sinnúmero de fotografías tomadas por su nieto y curador, Kadu Niemeyer, ofrece desde pequeñas o grandes instalaciones, algunas de las cuales están intervenidas con registros audiovisuales (se recomienda la visión completa del documental que cierra el recorrido), un viaje por el legado de un hombre que ha vivido un siglo adelantado, que ha sabido congeniar la técnica con el arte como nadie, pero que, sobre todo, entendió la arquitectura como el objeto de comunicación y referencia del pensamiento de su tiempo, un hecho que lo ha proyectado al infinito, dada su osadía, riesgo y coherencia.

SOBRE EL PUERTO DE LA MÚSICA

Oscar Niemeyer: “Al proyectar este teatro para Rosario, mi preocupación fue mantener dos soluciones arquitectónicas que vengo adoptando cuando se trata de un teatro. Primero, garantizar que el espectáculo no se limite sólo a los que están en la platea, sino que también alcance a los de afuera, 20 o 30 mil, pudiendo participar del mismo; solución que me espanta no haber adoptado hace más tiempo, garantizando al teatro otra importancia”.

DÓNDE Y CUÁNDO
La muestra, inaugurada a comienzos de octubre, se podrá visitar en el Museo Castagnino (avenida Pellegrini 2202, teléfonos 0341-4802542/43) hasta el próximo martes. Los horarios de visita van de miércoles a lunes, de 14 a 20; y sábados, domingos y feriados, de 13 a 19. Bono contribución: mayores, 5 pesos; menores, 2. Se puede consultar por contingentes, y para visitas guiadas solicitar turnos a educacion@museocastagnino.org.ar.

martes, 16 de noviembre de 2010

La multiplicación de la tragedia


7ª EDICIÓN DEL FESTIVAL ARGENTINO DE TEATRO - SANTA FE 2010

El encuentro, organizado por la Universidad Nacional del Litoral, finalizó el domingo con el estreno de “Edipoy yo”, sorprendente versión de “Edipo Rey”, con dirección de Edgardo Dib, al frente de la Comedia de la UNL Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición del miércoles 17 de noviembre de 2010)

La 7ª edición del Festival Argentino de Teatro, que organiza la Universidad Nacional del Litoral (UNL), finalizó el domingo en la ciudad de Santa Fe tras cinco días, con la certeza de haberse convertido en un encuentro consolidado, cuidado y prolijo, al que concurrieron en total unos 3 mil espectadores, independientemente de algunas arbitrariedades en la programación (ver aparte), que bajaron el nivel general de la muestra, que, de todos modos, finalizó en lo más alto con un estreno. Se trató de una inteligente, creativa y hasta desopilante versión de Edipo Rey, de Sófocles (impensadamente, el término es aquí aplicable a un clásico de clásicos), a cargo de la Comedia de la UNL, con dirección de Edgardo Dib (santafesino radicado en Buenos Aires), y las actuaciones de Sergio Abbate, Guillermo Frick, Raúl Kreig, Claudio Paz, Marcelo Souza y Rubén Von Der Thüsen.

Un coro de hombres se presenta ante el público apelando a un play back de una ópera. Son hombres de traje y corbata, son actores que van a representar Edipo Rey de una manera inusual, ingeniosa e irreverente. Son, ante todo, seis grandes actores que revelan el artificio: una estrategia urdida por el director para contar una tragedia conocida de un modo desconocido, quizás apelando al axioma que asegura que si la tragedia se repite una y otra vez, esa misma repetición deriva en una parodia.

Así, encerrados dentro de una especie de vodevil sin puertas aunque con las consabidas entradas y salidas, los personajes están allí, en un living de una casa más o menos común a la que llaman “palacio”. Lo que importa aquí, en primer término, son los actores, en cuyas performances se notan los ocho meses de ensayo y la obsesión por la pulcritud y coherencia que se vuelve un sustento dramático en sí mismo, más allá de lo luminoso de un texto intervenido (palabras de Shakespeare brillan en algunos pasajes), por momentos aquietado y virado a la comedia hilarante, aunque dejando en claro que el destino de tan desdichado personaje (Edipo, “el de los pies descalzos”) está, irremediablemente, en lo trágico.

Todos son Edipo en algún momento del montaje, del mismo modo que Yocasta o los hijos del infausto matrimonio incestuoso tienen sus réplicas. El didactismo elegido para contar la historia se vuelve un hallazgo: los actores, apelando al distanciamiento, saldrán de sus personajes para adelantarse a lo que vendrá, quizás parodiando a Tiresias y al Oráculo de Delfos, al tiempo que podrán ser hombres o mujeres, un hallazgo estético que revela cierto costado “queer” del montaje, abrevando en la teoría que sostiene que el género es el resultado de “una construcción social” y no sexual.

Todos conocen el final de Edipo Rey, sin embargo, la lucidez e inteligencia de Dib, quien se ha ganado en base al talento un lugar de reconocimiento en la escena porteña (en particular, con una extraordinaria relectura de La casa de Bernarda Alba, de Lorca, que se llamó La casa Alba o la otra orilla del mar), hacen de esta versión una gozosa experiencia que permite acercarse a un clásico de los “sacralizados” desde un lugar que para algunos ortodoxos pueda verse como “no permitido”, quizás atendiendo a las palabras del escritor y ensayista Christoph Menke, quien sostiene que “la tragedia trata de la lucha interminable entre lo práctico y lo estético”. Lo que antecede se revela como un detalle que le da real valor a la puesta y la posiciona a la cabeza de otras versiones, dado que se trata de esos textos que siempre regresan, aunque aquí se piensa en el público.

La acción también transcurre en Tebas en medio de la peste, pero podría tratarse de cualquier lugar del pasado o del presente. Del mismo modo, los personajes conservan su impronta clásica pero visten ropa de calle. Sucede que Dib, en segundo lugar, puso el acento en el texto: todo el acontecer, que en pasajes abreva en el melodrama (una rosa roja distingue al actor que le toca encarnar a Yocasta), sirve para llevar al espectador “engañado” al clima de tragedia, un momento irremediable, arrollador y muy logrado del final de la puesta, donde una vez más, e inexorablemente, la fuerza del destino que marca toda tragedia clásica, irrumpe y enmudece.

En el medio, un sinnúmero de guiños al espectador y una clara bajada de línea respecto de la imprescindible búsqueda de la verdad y de castigo a los “culpables”, partiendo de la base que el texto de Sófocles hace hincapié en aquello que sucede cuando la justicia mira para otro lado, completan uno de los trabajos más cerrados de los estrenados a la fecha por la Comedia de UNL, que lleva adelante el proyecto desde 2003, en paralelo con la aparición del Argentino de Teatro.

Once espectáculos, en cinco jornadas, y un saldo positivo

En el marco de una programación con altibajos, hubo este año en el Argentino algunos trabajos memorables como es el caso de los que abrieron la muestra el pasado miércoles: El tiempo todo entero, de Romina Paula (versión de El zoo de cristal, de Tennesse Williams), y El bululú, de Mauricio Dayub y Oski Guzmán, un homenaje al recordado actor José María Vilches. La lista la completan la propuesta de calle Capot, del equipo rosarino de Pata de Musa, y la estupenda Reflejos, de Matías Feldman, espectáculo que surge del deseo del director de despegarse de las variables instaladas en el teatro porteño de los 90. De este modo, Reflejos, un texto de brillante escritura, está cimentado en las actuaciones y alejado de cualquier otro artificio teatral (se hace a plena luz, sin escenografía ni puesta), en el tratamiento de una problemática de puertas adentro entre un grupo de personas que buscan ocupar un lugar de poder dentro de una empresa, al tiempo que desnudan sus historias personales.

Del mismo modo, el biodrama cordobés Carnes Tolendas. Retrato escénico de un travesti, de María Palacios y Camila Sosa Villada, por Banquete Escénico, volvió a conmover a la platea (como pasa en cada lugar donde se presenta) a través del extraordinario trabajo de una actriz travesti que se confiesa en primera persona, mientras mixtura su dolorosa infancia con textos de Lorca como La casa de Bernarda Alba, Yerma o Doña Rosina la soltera.

Un párrafo aparte merece la inclasificable Luisa se estrella contra su casa, que también se vio en la jornada de cierre. Partiendo de una impronta que, en cierta forma, remeda las estructuras de los cuentos infantiles, el joven director Ariel Farace cuenta la historia de Luisa y Pedro, de la muerte de éste en un accidente de moto, y de cómo Luisa deberá sortear su gris cotidianeidad (“existe un ser que vive dentro mío como si yo fuese su casa”, dirá acongojada) para poder correrse del estado en el que está y así “volver” a la vida.

Sobre dos hermanos crueles



7ª EDICIÓN DEL FESTIVAL ARGENTINO DE TEATRO - SANTA FE 2010

Los rosarinos de Pata de Musa Teatro presentaron la comedia negra “Blut! una pareja de sangre”, con las actuaciones de Paola Chávez y Esteban Goicoechea, bajo la dirección de Miguel Bosco

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente en su edición del domingo 14 de noviembre de 2010)

En las últimas dos jornadas de la 7ª edición del Festival Argentino de Teatro que tras cinco días finaliza hoy en la ciudad de Santa Fe con el estreno de Edipo y yo, a cargo de la Comedia de la Universidad Nacional del Litoral, institución organizadora del encuentro, se presentaron cuatro espectáculos entre los cuales se destacó la propuesta rosarina Blut! una pareja de sangre, del
grupo Pata de Musa Teatro, con dirección de Miguel Bosco.
Marcados por estéticas diversas, entre jueves y viernes se vieron trabajos como el confuso Cada una de las cosas iguales, con dramaturgia y dirección del porteño Alberto Ajaka al frente de un numeroso elenco, del mismo modo que una desprolija y mal interpretada versión de la comedia clásica de Shakespeare Sueño de una noche de verano, dirigida por el actor y director porteño
Claudio Martínez Bel, cuya intención musical echa por tierra el humor y la fantasía que encierra el texto, absolutamente banalizado.
Por el lado de Blut! una pareja de sangre, segundo trabajo de Pata de Musa que trajo a este mismo festival su propuesta de calle Capot, dos hermanos buscan reconstruir el vínculo en medio de las ruinas de un negocio familiar.
Con las ajustadas actuaciones de Paola Chávez y Esteban Goicoechea, quien además comparte el rol de director y dramaturgo junto con Miguel Bosco en otros trabajos del grupo, la propuesta describe los entretelones del vínculo entre Marta y Ernesto, quienes, confundidos, juegan a ser una pareja, apelando al absurdo y la parodia, y repitiendo procedimientos asociados a la cocina, en el contexto de una puesta despojada que hace hincapié en los recursos de la comedia negra.
El trabajo, que en dos únicas funciones podrá verse nuevamente en Rosario los próximos domingos del mes (21 y 28 de noviembre, en el CET, San Juan 842, a las 21. 30), ganó uno de los proyectos de Coproducciones Área Teatro de la Secretaría de Cultura municipal 2007, al tiempo que participó de la última edición del Festival Internacional de Buenos Aires / Fiba 2009.
Por su parte, también llegó a Santa Fe Medieval, del director cordobés (aunque nacido en Rosario) Gonzalo Marull, quien montó este espectáculo con actores cordobeses y porteños en Buenos Aires. Una vez más, el mundo del cine y el teatro se mezclan sin prejuicios en esta propuesta (se trata de una marca en la producción del director) para contar una historia que al mismo tiempo que hace gala de cierto vuelo poético (incluso con la voz en off de Graciela Borges a cargo de una especie de relato épico de princesas y caballeros) se ríe de géneros como la comedia y el clásico humor cordobés.
Con la llegada a un singular hostel en el corazón de las sierras cordobesas de un griego obsesionado con la fotografía, las mujeres del lugar (la encargada, un ángel caído, y una azafata militante peronista) verán revolucionadas sus hormonas.
Pero eso pasa a un segundo plano porque allí vive el mismísimo actor alemán Klaus Kinski, lo que lleva la historia a un plano de rotundo absurdo, un género que Marull conoce y maneja.
Lo que en principio parece un delirio insostenible, consigue algunos momentos de un humor desopilante, sobre todo si el espectador conoce la inolvidable obra cinematográfica del cineasta alemán Werner Herzog, Aguirre, la ira de Dios (1972), protagonizada por Kinski y considerada como uno de los hitos del cine alemán contemporáneo.
De todos modos la puesta, pensada para ser representada en un espacio pequeño con la cercanía del público, debió sortear la distancia con la platea que ofrece una sala a la italiana como la del Centro Cultural Provincial.

Un arranque en lo más alto



7ª EDICIÓN DEL FESTIVAL ARGENTINO DE TEATRO - SANTA FE

El miércoles se presentaron las propuestas porteñas “El tiempo todo entero”, de Romina Paula, y la versión-homenaje de “El bululú”, de José María Vilches, que protagoniza el talentoso Oski Guzmán

Por Miguel Passarini (publicado el viernes 12 de noviembre de 2010 por El Ciudadano & la gente)

Por séptimo año consecutivo, la ciudad capital de la provincia volvió a ponerse a la vanguardia con la puesta en marcha de una nueva edición del Festival Argentino de Teatro que organiza en Santa Fe la Universidad Nacional del Litoral (UNL) durante cinco jornadas, en este caso con la presentación de once espectáculos, además de los habituales talleres y seminarios.

Para abrir la primera noche, el miércoles, dos propuestas porteñas unidas por la calidad, pero de estéticas rotundamente opuestas, dejaron una marca indeleble en la gran cantidad de público que año tras año acompaña el evento.

Con la estupenda El tiempo todo entero, la teatrista porteña Romina Paula, quien dio el puntapié inicial en la sala del Foro Universitario, ilumina los entretelones de un clásico de clásicos: El zoo de cristal, de Tennessee Williams. Por su parte, el actor y director entrerriano radicado en Buenos Aires Mauricio Dayub dirige al talentoso y polifacético Oski Guzmán en una nueva versión de El bululú, otro clásico, esta vez del recordado José María Vilches, con el que el desaparecido actor español recorrió el país en los años 70 concretando más de 4 mil funciones.

Corazones rotos y sangrantes

El dramón familiar con ribetes autobiográficos El zoo de cristal, escrito en la década del 30 del siglo pasado, con el que el autor de Un tranvía llamado deseo retrata las marcas de la crisis económica (la Gran Depresión) en una familia de clase media, fue el disparador para que la directora Romina Paula volviera a juntar al trío de su anterior trabajo, Algo de ruido hace, integrado por los talentosos Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa y Esteban Lamothe, presentado en este mismo festival, a quienes se sumó Susana Pampín.

A partir de una dramaturgia que hurga en los intersticios del texto de Tennessee Williams, en aquello que subyace, la propuesta juega con los ecos del original manteniendo el efecto que cada uno de los personajes (madre, hijos, amigo del hijo) tiene, abordando un drama singular, inquietante y hasta perturbador.

Los oscuros conflictos que encierra esta familia sin padre van saliendo a la luz merced a una estructura dramática que se vale de un sinnúmero de sutilezas y en la que, por ejemplo, Laura, la hija temerosa y conflictuada por su renguera, que tiene fobia de salir de su casa, aquí se llama Antonia, y si bien camina sin dificultad, su limitación es intelectual y vincular. Del mismo modo, su alienación la mantiene singularmente cerca de su hermano (no Tom sino Lorenzo), cuya frustración por la escritura lo lleva a devorarse el clásico Moby Dick, de Herman Melville, acaso en un guiño al autor y a su personaje.

Como en el original, la presencia de la madre (no Amanda, sino Úrsula) es el nexo que “sujeta”, aunque aquí la directora hace hincapié en la latencia de la muerte. La posibilidad de matar o morir está presente a lo largo de todo el montaje (se presume como la única salida) del mismo modo que la música, un inimaginable mix que del mismo modo que rescata el hit "No hay nada más difícil", del mexicano Marco Antonio Solís (la letra sustenta particularmente los entretelones del conflicto), pasa de la incandescente “Macorina”, cantada por Chavela Vargas, a “La leyenda del hada y el mago”, de Rata Blanca.

Un mecanismo perfecto encierra cada pasaje de la puesta, donde cierta raíz naturalista no compite con un espacio de pura ficción, en el que los actores entran y salen para dejar a la vista los agujeros emocionales que, como en la pintura El recuerdo, de Frida Kahlo, donde ella se retrata a sí misma con un hueco en el pecho y con su enorme corazón sangrante en el piso (otra de las fuertes referencias de la puesta, la vida y obra de Kahlo), quedan a la luz lo tortuoso y por momentos torcido de los vínculos, acaso la confirmación más palmaria de que la disfuncionalidad familiar de la que tanto se habló y habla en el teatro argentino es “funcional” a toda posibilidad de construcción de “familia”, hoy totalmente alejada de su significado de antaño.

Homenaje imprescindible a un juglar

Pensar en una versión de El bululú sin el recordado actor español José María Vilches en escena parece, al menos a primera vista, una osadía. Sin embargo, en tono de colorido y festivo homenaje, la dupla que integran Mauricio Dayub (director) y Oski Guzmán, trasciende el recuerdo para adquirir entidad propia, lo que posiciona al trabajo en un lugar más cómodo, no sólo para el público sino también para el talentoso Guzmán, que al contrario de sentir la carga de semejante desafío, brilla en escena merced a su ductilidad como actor, mimo, clown e incluso cantante.

Vilches hizo de El bululú, a partir de mediados de los años 70, su medio de vida. Con el espectáculo, donde aparecía en escena apenas con unos pocos objetos, múltiples personajes (de allí el nombre de bululú) y su inconmensurable presencia, recorrió el país llevando consigo la historia de un actor trashumante que homenajeaba con su voz inigualable a sus autores amados: Quevedo, Antonio Machado, Miguel Hernández, Lope de Vega y Lorca, entre otros.

Vilches encontró la muerte en 1984, en una ruta, vaya paradoja para un actor que vivía viajando y que amaba los caminos. Con todos estos elementos, pero partiendo de su propia historia familiar y de acercamiento al arte dramático, Oski Guzmán no juega “a ser Vilches”. Por el contrario, se vale de algunos de sus recursos escénicos, pero al mismo tiempo trae al presente a esos mismos autores, en su devenir de contar la historia de un actor (el propio Guzmán) que escuchaba a Vilches a través de un viejo cassette mientras colaboraba con el taller de costura familiar y soñaba con estudiar artes marciales.

De este modo, el actor se luce en escena con su conocido abanico de recursos, a través del cual, del mismo modo que juega con el humor que lo caracteriza, pone de manifiesto su conocimiento del Siglo de Oro Español, e incluso recrea, en uno de los momentos más emocionantes de toda la puesta, los versos del Romancero Gitano, de Federico García Lorca.

Las cerradas ovaciones del final de la función en el primer coliseo santafesino, el Teatro Municipal 1º de Mayo, no dejaron dudas acerca de que, por lo general, el hecho de correr riesgos en el teatro da sus frutos.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Los ángeles de las bicicletas



Apelando a una poética conmovedora, Teatro de la Huella trabaja en "La huella de los pájaros " sobre la impronta de la memoria

LA HUELLA DE LOS PÁJAROS

Dirección: Severo Callaci

Actúan: Alejandra Valdés, Ariel Hamoui, Corel Martínez Tuset, Timoteo Kwist, María Luisa

Zárate, Paula Sadín, Lisandro Luis

Sala: Centro Cultural Gurruchaga, Catamarca 3450, sábados a las 22

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 9 de noviembre)

Hay en el teatro argentino una poética de la muerte, de los fantasmas, de los desparecidos, que es tan dolorosa como necesaria, tan atroz como incandescente, tan sensible como horrorosa. La dictadura ha generado en la dramaturgia (en el teatro en todas sus formas) huellas tan profundas que su impronta omnipresente es un grito silencioso que atraviesa los cuerpos de los actores cada vez que en esa poética se filtra el pasado reciente, ése que con dolor no termina de curar sus heridas, aunque ahora, juicios mediante, se pueda volver a creer que algunas veces existe una “justicia justa”.

Un grupo de artistas liderado con sensibilidad e inteligencia por el actor y director local Severo Callaci estrenó en agosto (los próximos sábados del mes serán las últimas funciones) Las huellas de los pájaros en el recuperado Centro Cultural Gurruchaga, lo que en sí mismo ya se revela como todo un signo político. El proceso fue largo y el resultado, luminoso. En el medio, los juicios por delitos de lesa humanidad que se llevan adelante desde julio en la ciudad atravesaron el proceso, incluso con algunas de sus historias reales, hoy teñidas de una impronta propia.

En ciernes, del título se desprende un interrogante: ¿cuál es la huella que dejan los pájaros? Las metáforas que encierra el montaje van mucho más allá de esas marcas etéreas que dejaron aquellos que no están pero su presencia es cada vez más “tangible”. A través de la fragmentación de escenas, Callaci y su equipo traen al presente la memoria que late, dicen lo ya dicho pero en un contexto artístico-poético que resignifica la problemática, asumiendo con gran responsabilidad el consabido riesgo que esto implica: el teatro de la post dictadura luchó y lucha denodadamente por no volverse panfletario, algo que en esta puesta pareciera haber sido una consigna. Todo lo dicho está puesto en función de una estructura que adquiere real sentido sobre el final, y en el tránsito no hay palabras rebuscadas o forzadas, sólo están las necesarias.

Aquellos interrogantes del comienzo frente a un puñado de bicicletas olvidadas, respecto de cuál es la verdadera justicia, dónde está puesto su sentido, cuál es el camino a seguir, e incluso cuál es y será la responsabilidad de las jóvenes generaciones, trascienden el recorrido para abordar un final que enmudece, silencia, golpea pero en lo más alto.

En el medio de todo el trabajo, un orden semiológico va construyendo desde el mensaje una serie de lugares, instancias reconocibles: la niñez, los vínculos, la educación, la construcción de un pensamiento aciago respecto de la necesidad de justicia tan instalado en una generación, las muertes impunes, el dolor, la tortura y la esperanza están allí, como en un viaje al que es imprescindible sumarse, porque lo que se ve es, en cierta forma, el preanuncio de lo que vendrá.

Pero si hay algo por lo cual esta puesta pone distancia de otras que abrevan en la misma temática, es porque en ningún momento, más allá de la impronta política y de los recursos que utiliza para su abordaje, se aleja del teatro: La huella de los pájaros es una obra de arte concebida desde la experimentación y arriesgándolo todo.

Lo confirman no sólo las buenas actuaciones (algunas, verdaderamente conmovedoras), sino también los pasajes en los que el público es interpelado (no agredido), cuestionado. Sucede que los fantasmas están allí, regresan, respiran, preguntan. Uno con una foto sepia muestra el último lugar habitado; otra junta zapatos para develar en ellos el pasado de quién los usó; una maestra tomará asistencia pero nadie dirá “presente”. Todos escapan de un holocausto, están llenos de polvo, por momentos caminan en la oscuridad tan temida. Un enorme friso hecho con partes de todo en el fondo de la escena (“un amasijo hecho de cuerdas y tendones, un revoltijo de carne con madera”) es el gran escaparate, un precario mástil puede servir para izar la bandera (de luto, hecha trizas) o para disparar en la cabeza; las manos sirven para amasar la masa que amasa una madre que verá cómo su hija crece sola, sin su padre, pero la otra masa también es protagonista: el espectáculo, por momentos, se vuelve una performance, una instalación armada con los despojos de un pasado no resuelto del que, obviamente, cualquier espectador también forma parte, del mismo modo que Matrina Nolvidano, Nina Speranza, Nino Nostalgio, Zepio Buscante, Griso Impuneti, Terruña Testiga y Aurora Veletta, los simbólicos nombres de los personajes.

Así, las bicicletas que en un comienzo están “deshabitadas”, vuelven a ser conducidas por ángeles, por aquellos que las dejaron perdidas, olvidadas en los muros, y que vuelven por justicia. Son esas mismas que con inteligencia retrató el artista plástico Fernando Traverso con sus enigmáticos graffitis para homenajear a los 350 desaparecidos que hubo en Rosario; son esos mismos ángeles que esperaron la llegada del ¿último?, Claudio Pocho Lepratti, asesinado en 2001 por la policía, acaso el signo más fuerte de que muchos de aquellos enemigos hoy también habitan otros cuerpos, que el pensamiento atroz también se ha multiplicado, que todavía queda mucho por hacer y decir.

La responsabilidad de los artistas es, entre otras, la de dar cuenta de los acontecimientos que marcan su tiempo. Callaci y su equipo así lo entendieron y se lo regalan al público a través de un espectáculo conmovedor.

Escenas de encierros cotidianos


CRÍTICA TEATRO

Con la muy recomendable “Insoportabe (El término de un largo día)”, Romina Mazzadi Arro concreta el primer biodrama que se conoce en la ciudad

INSOPORTABLE

Dramaturgia y dirección: Romina Mazzadi Arro

Actúan: Ricardo Arias, Elizabet Cunsolo, Paula García Jurado y Bárbara Peters

Sala: La Manzana, San Juan 1950, viernes a las 22

Por Miguel Passarini

En Los padres terribles, de 1938, el dramaturgo francés Jean Cocteau plantea cómo un hecho extracotidiano puede poner en marcha una especie de implosión familiar que desestabiliza todo aquello que por años pareció estar en su lugar, aunque sólo se trató de una fachada. Algo de eso sucede con Insoportable (el término de un largo día), trabajo de Romina Mazzadi Arro que ha regresado a la cartelera local luego de varias temporadas y festivales, donde la directora y dramaturga se pone al frente de un envidiable seleccionado de actores rosarinos.

Así, cuando parecía que la disfuncionalidad familiar que acaparó la atención del teatro argentino de finales de la década pasada y comienzos de la presente había abandonado los escenarios, un biodrama (el primero de producción local) presenta nuevamente la problemática, aunque esta vez con una certidumbre que abandona el grotesco y el absurdo en el que se cimienta para terminar apropiándose de la tragedia como único recurso o vía de escape.

Lo que parece no tener fin, la convivencia familiar que se revela casi como una pesadilla, el costado perverso pero insoslayable de una familia que confunde los finos bordes del amor y la protección con los del odio y el abandono, son los temas sobre los que trabaja Mazzadi Arro, a partir de historias (diálogos) de su propia familia vividos (escuchados y escritos) por ella en su infancia.

Una familia tipo (madre, padre y dos hijos/as) se desmorona ante la crisis económica que detona una profunda crisis afectiva y emocional (algunos datos de vestuario indican que son los años 80, aunque nada temporal se revela en el discurso). Un padre (Ricardo Arias) que comienza a abandonar su rol para dar paso al matriarcado mientras se refugia, guitarra en mano, en la nostalgia que le habilita el tango, se funde en las sombras, mientras sus hijas se sienten fuera de juego. Solange y Clara (Elisabet Cunsolo y Bárbara Peters, respectivamente, no casualmente los nombres que Jean Genet le puso a lo personajes de Las criadas), buscan “interpretar sus roles” de hijas frente a una madre (Paula García Jurado) que debe abandonar la casa para trabajar de maestra. Solange buscará estar a la altura de las circunstancias, desarmándose y armándose hasta donde le permita su debilitado cuerpo que, como síntoma, padece de una tos crónica. La otra (otro), estará todo el tiempo escapando del seno familiar para refugiarse en un afuera que no le ofrecerá demasiado pero que le permitirá oxigenarse, aunque siempre, como en las tragedias, tendrá que volver.

Sin abandonar el absurdo que ha sido en estos años el gran caldo de cultivo del grupo Hijos de Roche (así lo demuestran Como si no pasara nada o Hasta la exageración, entre otras), Mazzadi Arro cuestiona (pero no juzga) actitudes que se acercan al cliché de las relaciones intrafamiliares como el manejo de la culpa, las obsesiones, el miedo y la angustia ante lo inmodificable, prevaleciendo aquí un absurdo que es propio de situaciones cotidianas y que aportan a la puesta un humor que por momentos vira al patetismo.

Si bien el teatro argentino ha sabido desde el sainete (Florencio Sánchez) y el grotesco (Armando Discépolo) de disfuncionalidades y paradojas de familia, la singularidad aparece aquí desde la estructura dramática nacida de una historia real (de personajes de existencia real, la clave del género biodrama creado por la directora porteña Vivi Tellas) más allá de algunas modificaciones surgidas de cierta ficción, a lo que se suma la muerte del padre, un hecho que la directora necesitó incluir en la puesta aunque aconteció recientemente.

En Insoportable, Mazzadi Arro aprovecha al máximo el potencial que le ofrecen los actores, que apelan a una especie de marionetización para abordar los personajes. De los trabajos actorales, todos destacables, se despega del resto la Solange que arma Cunsolo como el personaje más afectado, cuya fragilidad pone una distancia radical de la feroz torturadora que compuso en Hasta la exageración y con la que, apelando a la ingenuidad, consigue atravesar desde el humor hasta los momentos más ríspidos.

Desde la puesta en escena, Mazzadi Arro arriesga con un dispositivo realista (mesas, sillas, cama) pero inmersos en un único espacio de inminente teatralidad, donde la luz narra en el vacío del espacio escénico tratando de dibujar un encierro en una casa sin paredes.

Insoportable se vuelve el espectáculo más teatral y cercano al público de los estrenados por esta creadora, cuyo texto fue escrito a partir del trabajo conjunto que realizó con el dramaturgo y director porteño Javier Daulte, quien elaboró una experiencia de características similares a partir de su propia familia y que se llamó Nunca estuviste tan adorable, aunque aquí la tragedia termine por desterrar el humor, en un final en el que las partidas de los personajes se hacen inevitables para poder sortear algo que se ha vuelto insoportable.

Los cuerpos como metáfora



ESTRENO TEATRO. Los sábados, a partir de las 22, en la sala El Rayo, de Salta al 2900

La directora y docente Mónica Martínez, al frente del grupo BBLQ Teatro, trabaja en “Omnis terra” problemáticas como el poder, la identidad cultural, el rol de la mujer en la cultura y la violencia de género

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente) Buscando abordar el concepto de antropofagia (el consumo de carne humana), un equipo de artistas interdisciplinario liderado por la titiritera, docente y directora Mónica Martínez, al frente del grupo BBLQ Teatro (lo que fue hasta hace algunos años Birlibirloque, creado en 1988), estrenó el sábado, en El Rayo (Salta 2991), Omnis terra, una experiencia teatral de ribetes performáticos de la que participan las actrices María Eugenia Avecilla y Jesica Bacchi, con la presencia en escena del músico Coke Ramíres en carácter de artista invitado (el espectáculo seguirá en cartel los restantes sábados del mes). Este trabajo surge en el Taller de Objetos que Mónica Martínez lleva adelante con alumnos de la Escuela Provincial de Teatro y Títeres Nº 5029 (Viamonte y Moreno), luego de la experiencia que la directora realizara en el marco de un taller con el maestro francés Phillippe Genty en 2008, en Bariloche, uno de los padres del nuevo teatro con más de tres décadas en la experimentación en el movimiento y el teatro con objetos, estéticas a partir de las cuales ha forjado una poética propia de la que se ha imbuido toda una generación de creadores de diferentes partes del mundo. “La experimentación con objetos y diferentes materiales nos ha llevado a abordar el concepto de antropofagia como eje de la investigación, a partir del cual se plantean temas como el poder, la identidad cultural, el rol de la mujer en la cultura y la violencia de género”, adelantó la directora, quien agregó: “Son dos actrices que desarrollan un juego escénico en donde su cuerpo, oculto o fragmentado, se constituye en una metáfora de los espacios que ocupa la mujer en diversas culturas. A su vez, los objetos orgánicos, en este caso papas, desde su materialidad y función cultural, tales como comida o alimento autóctono, se transforman en personajes que reivindican su ser como «pueblo oprimido». El resultado es un ritual donde víctimas y victimarios, humor, ironía, crueldad y un fuerte contenido simbólico, se despliegan para proponer una mirada a ciertos aspectos históricos y culturales desde un lenguaje teatral heterogéneo”.

—Presumo que hay un antes y un después en tu carrera artística a partir de la experiencia vivida con maestro francés Phillippe Genty en 2008 en Bariloche. —Sí, es a partir de esa experiencia con Genty que, de algún modo, surge este proyecto, más allá de que yo vengo desarrollando proyectos con distintos equipos de gente, que son el resultado de mi trabajo en la Escuela Provincial de Teatro y Títeres de Rosario. Omnis terra surgió en 2008, inmediatamente después del seminario con Genty en Bariloche y a partir de un taller que armé a mi regreso a Rosario donde traté de poner en práctica todo aquello. Primero se trató de una muestra de taller y ahora lo estrenamos como espectáculo, porque lo consideramos un proyecto muy interesante y porque, precisamente, marca un antes y un después en mi producción.

—Cada uno de tus proyectos ha sido singular, ¿cuál sería la particularidad de “Omnis terra”?

—La particularidad que tiene este trabajo está marcada por el tipo de objetos que usamos: no hay objetos como tales, o mejor dicho, no hay títeres; los que aparecen son objetos orgánicos, papas, que como signo van pasando por distintos lugares: por momentos son una metáfora, pero también integran imágenes y hasta son personajes. De todos modos, la propuesta tiene que ver con un interés mío por las claves del movimiento y la composición coreográfica, algo que traigo desde Periplo, uno de los primeros trabajos del grupo Birlibirloque, que llevamos adelante junto con Marcelo Díaz y con el que trabajamos muchos años. En ese sentido, creo que la experiencia con Genty le dio un cierre a muchas cosas que yo venía buscando, y al mismo tiempo, este trabajo implica un volver a empezar, algo que se completará con otra propuesta que estamos preparando para estrenar en marzo y que cuenta con el apoyo del Centro Cultural Parque de España.

—¿Por qué elegís trabajar sobre el concepto de antropofagia, algo que en ciernes ya implica una complejidad?

—Porque a comenzar a trabajar con las papas surgió una escena muy tremenda y al mismo tiempo irónica, en la que las actrices jugaban un doble rol entre ser sujeto y objeto: por un momento son unas cocineras que están preparando un puré y de repente las papas cobran vida, por decirlo de algún modo, y hay una reivindicación a los Pueblos Originarios a través de esa metáfora. Allí comenzó a ser muy fuerte el concepto que desprendía la obra, y a partir de ese momento nos metimos en un proceso de investigación bastante profundo en relación con problemáticas tales como el poder, la violencia de género e incluso a cierta reivindicación de las minorías. Hoy, todo eso circula dentro de la estructura y la temática de la obra. En cuanto a la forma, está resuelta a partir de coreografías, algo que se completa con música en vivo, en realidad efectos sonoros, y donde el músico también tiene un protagonismo, por eso yo insisto con la idea de performance, porque además de esa interacción dependerá el tiempo final de la obra, que ronda los 50 minutos.

—¿Cómo se armó este equipo de trabajo?

—Hay gente que se ha ido sumando, como en este caso, a BBLQ Teatro, por invitación mía, y lo digo con mucho orgullo porque son alumnos del taller, gente que voy formando y que a la vez tiene su propio recorrido, y en un momento coincidimos en la búsqueda de estas estéticas que no son muy comunes en el medio, donde todavía hay mucho por hacer.

—¿En qué momento termina Birlibirloque y empieza para vos una nueva etapa?

—Con Birlibirloque, compañía que creamos en 1988 con Marcelo Díaz y por la que ha pasado mucha gente, trabajamos hasta 2002 y el cierre fue Al compás del corazón. Después, yo seguí trabajando con el nombre del grupo en distintas propuestas como Personaje en la noche o Tríptico rojo, porque entendía que había que continuar con esa historia. En realidad, lo que fue apareciendo luego como búsqueda dentro del teatro con objetos hoy lo agrupo dentro de BBLQ Teatro, que es como la síntesis de Birlibirloque, y por otro lado están mis experiencias con bailarines o con otros artistas que están dentro de otro campo de investigación.