“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




lunes, 28 de octubre de 2013

Acerca de la diversidad estética

Verónica Rodríguez (izquierda), junto a parte del equipo que lleva adelante una nueva edición del Festival El Cruce.

13ª EDICIÓN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL EL CRUCE

El encuentro dedicado a la danza y el movimiento, organizado anualmente por la Asociación Cobai, se extenderá desde el miércoles 30 hasta el domingo 10 de noviembre, y este año estará enfocado a la producción latinoamericana y a la reflexión


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 26 de octubre de 2013)
El mundo de la diversidad también se ha apropiado del campo de las artes escénicas y cada vez se vuelve más complejo rotular aquello que es danza, teatro o una mixtura de ambas estéticas. Como antecedente de esta variable, Rosario tiene un festival que entendió desde sus comienzos que el futuro sería, ante todo, diverso. Se trata de El Cruce, que el próximo miércoles 30 pondrá en marcha en distintos espacios de la ciudad su 13ª edición, que se extenderá hasta el domingo 10 de noviembre y que, como pasó en 2011, cuenta con un subsidio del Programa Iberescena, lo que permite ver teatro y danza internacional con una entrada general de 30 pesos.
Organizado por la Asociación de Coreógrafos, Bailarines e Investigadores del Movimiento Independientes de Rosario (Cobai), la nueva edición del encuentro internacional de artes escénicas contemporáneas se desarrollará en salas de teatro y espacios no convencionales, además de los escenarios naturales que brinda la ciudad, ya que el evento es miembro de los 36 festivales que componen la red Ciudades que Danzan en Europa, América y África. Como todos los años, se realizarán cursos y talleres para bailarines profesionales y estudiantes, charlas, proyecciones de videodanza, espectáculos en sala y espacios urbanos, jams de improvisación y charlas abiertas (el detalle completo, en www.festivalelcruce.com.ar).
“Volvimos a ganar Iberescena, que es de gran ayuda, pero que se hace de todos modos, en base a mucha gestión y a la mística, porque ya está instalado en el circuito internacional de los festivales de este tipo, que tampoco hay muchos, y eso hace que los artistas quieran participar. Y es posible gracias al camino transitado por el equipo de Cobai, que es un colectivo de artistas con muchas ganas de que este encuentro continúe”, adelantó Verónica Rodríguez, una de las organizadoras y programadoras.
Respecto de la impronta de la presente edición cuyo acento estará puesto en la producción de artistas iberoamericanos, quienes junto con artistas rosarinos realizarán un esperado encuentro de intérpretes, directores, grupos y gestores de Iberoamérica, Rodríguez expresó: “Hay dos eventos dentro de El Cruce que son para destacar; uno es el Encuentro de Gestores en Danza Independiente, que se hace en conjunto con creadores de Córdoba, con quienes estamos entablando un lazo muy importante, también de Brasil, y con el Festival Internacional Danza al Borde de Chile, con quienes este año ensayamos una curaduría compartida; además, este año le vamos a dar mucho lugar a todo lo que tenga que ver con el pensamiento y con la reflexión, con poder describir y entender un montaje, teniendo en cuenta los múltiples sentidos que se despliegan en cada uno de los trabajos”.
De hecho, El Cruce es, más allá de una atractiva vidriera para los espectáculos, un espacio abierto a múltiples propuestas, contando en esta edición con un Taller de Escritura en Danza y un Taller de Preproducción, dictados por la crítica e investigadora porteña Alejandra Cosín, y un curso de acercamiento filosófico llamado “Epistemología del cuerpo en estado de danza”, abierto a todos los interesados, dictado por el mexicano Emilio Rosales. Además, el encuentro contará con el seminario “El límite del borde”, dictado por el bailarín, músico y coreógrafo porteño Pablo Rotemberg, Laboratorio de Investigación y Creación en Movimiento, a cargo de Cecilia Colacrai (España) y Taller Técnico de Danza Contemporánea por el Colectivo Clá (Costa Rica).
En cuanto a la profusa programación, El Cruce sumará a propuestas locales la presencia de importantes compañías internacionales que llegarán desde Colombia, Chile, España y Costa Rica, y en el transcurso del festival tendrá lugar la presentación del octavo número de Inquieta. Revista Contemporánea de Danza y Artes del Movimiento, publicación cultural que se edita en Rosario desde 2010, al tiempo que, promoviendo la escritura en torno de la danza, El Cruce incorpora este año la Feria de Publicaciones en Danza y Artes del Movimiento, “un espacio para encontrarnos con las producciones editoriales de todo el país; además, y en consonancia con actuales espacios de gestión cultural, se presentarán conferencias acerca del estado actual de Ley de Danza y del espacio Colectivo Egresados en Expresión Corporal y Danza”, según adelanta la profusa programación de actividades paralelas.
En relación con algunos destacados de la programación específica de espectáculos, Rodríguez remarcó: “Más allá de algunas funciones pre-festival, El Cruce arranca el 30, a las 21, en el Parque de España (Sarmiento y el río), con una función de La idea fija, de Pablo Rotemberg (ver aparte), un elogiado espectáculo que lleva varios años en cartel, que viene por primera vez a Rosario, y que además tendrá su posterior análisis y desmontaje, el jueves 31, a las 18, en la Alianza Francesa (San Luis 846), a cargo de José Luis Valenzuela (reconocido director y teórico del teatro argentino), un hecho que tiene como objetivo romper con algunas barreras de lenguaje, dado que la danza no tiene la difusión que se merece y para muchos resulta críptica o incomprensible”.
Por otra parte, y también en relación con la programación, Rodríguez, que enfatizó la importancia de este encuentro en relación con la formación de un público potencial que se ha gestado y crecido a la par de El Cruce, destacó finalmente: “El viernes 8, a las 21, en la Biblioteca C.C Vigil (Gaboto 450), se presentará el imperdible Maneries, una coproducción entre Colombia y Argentina, con dirección de Luis Garay (en la que baila Florencia Vecino, con música en vivo de Mauro Ariel Panzillo); también integran el programa Jabón de manos (viernes 1º, a las 20.30, en la Sala Lavardén), y Súper tejido limbo de Colombia, y el local Olga (viernes 1º, desde las 22 en el CEC). La programación del sábado arrancará a la 22, en la Vigil, con Estructuras de improvisación, más una fiesta con banda invitada, para luego, el domingo, a las 19, dar paso a Danza en espacios urbanos, en avenida Belgrano y Urquiza (Escalera de todos los días, de Chile, e Infinito, de Rosario)”.
También se verán El chancho de Palermo, Kastiló, Idea de hombre viejo, Espero que estén abajo y La incorruptible belleza de la distancia, a los que se sumarán proyecciones de videodanza, que tendrán lugar en el cine El Cairo. 

“La idea fija”, el 30, en el Parque de España
En La idea fija, uno de los espectáculos más potentes de la cartelera porteña, el bailarín, coreógrafo, actor y músico porteño Pablo Rotemberg pone a funcionar la máquina del sexo: utiliza los cuerpos de sus bailarines-performers como disparadores para narrar situaciones o formas de vincular un cuerpo con el otro a partir de la sexualidad, en el contexto de un espectáculo en el que el movimiento, en su gran mayoría, reproduce escenas sexuales que adquieren el carácter de coreografías, y donde los desplazamientos de los cinco intérpretes transitan un sinnúmero de posibilidades, potenciando la idea del desnudo en escena como elemento plástico, apoyado en una portentosa y ecléctica banda musical que va de Georgy Sviridov a Rafaella Carrá, pasando por Giorgio Moroder.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Homenaje a los artistas, entre humor y nostalgia


CRÍTICA MUSICAL
Con dos funciones repletas y un elenco notable, “Forever Young”llenó de música y talento La Comedia



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del miércoles 25 de septiembre de 2013)
Uno de los pasajes del musical “Forever Young”, que cuenta con la dirección artística del talentoso Daniel Casablanca.
Cantar hasta el final, cantar y recordar, pero siempre cantar. En cada estrofa o rima de una canción se encierra un momento vivido, transitado, compartido; la música es un viaje y el mejor intento para poder volver el tiempo atrás. Se sabe, una vieja (y no tan vieja) canción puede ser el puente hacia otro lugar, una postal del pasado, la instancia de un recuerdo que está por llegar y se materializa, un tramo del recorrido ya vivido.
Es el 2050, y en una institución para artistas retirados de Buenos Aires, la residencia El Picadero (la idea de “escenario” atraviesa todo el montaje), un grupo de ancianos comienza a transitar su cotidianidad (su rutina diaria de ejercicios, charlas y hasta procacidades), sin perder de vista que el tiempo y la distancia están allí, presentes y unidos en un punto cenital, que las canciones que cantaron del mismo modo que los personajes que interpretaron alguna vez en algún escenario forman parte de lo que son, de lo que hicieron de sus vidas, de lo que lograron construir para el imaginario del espectador.
Se trata de los entretelones del musical Forever Young, de Eric Gedeon, éxito europeo (primero noruego, más tarde español a manos del equipo catalán de El Tricicle) que en versión de un importante equipo artístico que completa el también director del montaje Daniel Casablanca (que le dio una impronta argentina a los conflictos y situaciones) pasó sábado y domingo, a sala llena, por el teatro municipal La Comedia, donde ya planea volver.
Fue el mismo Casablanca, uno de los mentores del grupo de humor Los Macocos, equipo de trabajo que a lo largo de su recorrido ha sabido transitar propuestas que conjugan mundos ligados al teatro con lo musical, quien entendió que el camino a recorrer daría sus frutos si aquella propuesta original comenzaba a hablar de personajes conocidos, de lugares reconocibles, de problemáticas comunes a la comunidad artística criolla.
Lo demás, queda en manos de un puñado de figuras de los musicales porteños que emana talento en cada detalle y que es el responsable de llevar adelante el desafío, compuesto por la fragmentación (en un ecuánime diálogo con lo que suelen disparar los recuerdos) de canciones que forman parte del imaginario popular de los años 70 en adelante, con la presencia insoslayable en escena del maestro rosarino, radicado en Buenos Aires, Gaby Goldman (Mina, che cosa sei, Rent, Casi normales), aquí, mucho más que un director musical, quien interpreta el piano en vivo, también, desde un personaje.
Acotados a los antojos de una singular enfermera, que recayó en manos de la talentosa soprano Andrea Lovera (Drácula), los “ancianos” no son otra cosa que la recreación del imaginario de un puñado de artistas reales (esos mismos actores) que, de la mano de Casablanca, imaginaron (e ironizaron) acerca de cómo serían dentro de algunas décadas.
Junto a Germán Tripel, ex integrante del grupo musical Mambrú (surgido del reality Popstars, y partícipe de musicales como Hedwig and the Angry Inch, Rent o Tango feroz), que por momentos se roba la atención con su conocida vis cómica, aparecen Wally Canella (Sweeney Todd), Christian Giménez (Sandro, el musical), Melania Lenoir (Chicago) y Mariela Passeri (Joven Frankenstein), quienes aportan sus estupendas voces y actitud para la actuación a un sinfín de momentos musicales a través de una trama en la que se filtran fragmentos entrañables de clásicos del teatro universal, como la escena del balcón o el trágico (pero romántico) final de Romeo y Julieta, el monólogo existencialista de Hamlet, y hasta fragmentos de La vida es sueño (Calderón de la Barca) o La casa de Bernarda Alba (Lorca).
En ese devenir, hace mella un atinado desprejuicio estilístico de canciones en el que se escuchan gemas de Queen, Alphaville (“Forever Young”), Rolling Stones, Eurythmics, Bob Marley, Los Beatles, Bob Dylan o Nirvana, entre otras.
Desde la partida, la selección prioriza piezas como “I Love Rock and Roll”, “Sweet Dreams” (en versiones bellísimas) o “Chiquitita”, el inoxidable éxito de Abba, pasando por el clásico italiano “Parole Parole”, una aguardentosa versión de “Roxanne”, un set de otros clásicos entre los que aparecen Raffaella Carrá o los Bee Gees, del mismo modo que el festivo “I Will Survive” o un set dedicado a una melange de piezas clave del rock nacional, donde se lucen “Muchacha ojos de papel”, “Popotitos”, temas de Sui Generis, Ratones Paranoicos o Rata Blanca, entre muchos otros.
Pero quizás lo más interesante de Forever Young esté dado por la nostalgia. Más allá de las situaciones de un humor físico y hasta circense que tiñen algunos pasajes, del mismo modo que aquellos en los que se apela a lo coreográfico y al irreprochable potencial vocal de sus intérpretes, cierta nostalgia impregna cada uno de los pasajes. Ellos, viejos en cuerpos jóvenes, están allí, concientes de la llegada de un final inevitable. 
Sin embargo, el paso del tiempo se vuelve apenas una circunstancia: ríen, se emocionan, se enojan, se insultan y hasta se aman como si fueran niños, como si el mundo fuera realmente “un gran teatro” en el cual el destino de los personajes (los de arriba y los de abajo del escenario) ya ha sido escrito y sólo queda un tiempo para poder interpretarlos sin reproches.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El ocaso en plena juventud

Pensada para poco más de una veintena de espectadores, la visión de la obra implica ingresar literalmente al espacio escénico. (Foto Enrique Galletto)

CRÍTICA TEATRO

En “Amarás a tu padre por sobre todas las cosas”, Carla Saccani plantea una aguda crítica a los años 90. La obra cuenta con las actuaciones de Vanesa Baccelliere, Marina Lorenzo y María Florencia Sanfilippo


AMARÁS A TU PADRE POR SOBRE TODAS LAS COSAS
Dramaturgia y dirección: Carla Saccani
Actúan: Vanesa Baccelliere, Marina
Lorenzo, María Florencia Sanfilippo
Asistencia: Natacha Soboleosky,
Natalia Zatta
Producción:
Rocío Luna
Sala: Quercus Alba, Corrientes 563,
viernes a las 22

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 9 de septiembre de 2013)
La orfandad, la ausencia, el desatino, el egoísmo, la opresión, el individualismo, el abuso, la competencia desleal, la risa desaforada, la complicidad, el abandono, el rencor, el dolor, la tragedia. Todo convive en una agobiante jornada de verano, larga, compleja y en tiempo real, en la que los acuerdos, los desacuerdos y las sorpresas estarán a la orden del día hasta que todo se marchite.
En Amarás a tu padre por sobre todas las cosas, su tercer trabajo como directora y primero con dramaturgia propia, la teatrista rosarina Carla Saccani elige contar una historia de interiores que, extrañamente, transcurre en una quinta de fin de semana en Oliveros, precisamente, el miércoles 31 de diciembre de 1997, cuando un año fatal para los argentinos está por terminar.
Es el mismo año en que mataron a José Luis Cabezas y la Carpa Blanca de los maestros arranca su incansable protesta frente al Congreso de la Nación, cuando tres amigas, dos de ellas medias hermanas y la tercera novia del padre de las restantes, se juntan (se encuentran), con objetivos claramente diferentes, para armar lo que será el festejo de fin de año a instancias de un padre que, parafraseando y tergiversando el primero de los mandamientos, será amado pero también odiado.
Aguda reflexión sobre el ocaso en plena juventud de una generación que vio cómo el sueño dorado y televisado de Verano del 98 no era más que un decorado, en el primer trabajo del prometedor equipo Teatro Cabeza aparecen, como problemáticas, la necesidad de protección a través de la figura paterna, la búsqueda desesperada del amor real, las marcas vinculares de la última dictadura militar, el concepto desteñido y mal visto de militancia que imperó en los 90, y la aparición de nuevos modos de comunicación como panacea de una economía que aseguraba que la venta de servicios sería la salvación.
Allí, en esos personajes, conviven también el anhelo de ser lo que no se es, de encontrar la aprobación fuera del lugar de pertenencia (algo tan rosarino), y de aspirar a una salvación individual por encima de la colectiva, acaso la marca más palmaria que dejó el atroz paso del menemismo.
Pensada para poco más de una veintena de espectadores por función, lo que genera ingresar literalmente al espacio escénico (ejercicio tan riesgoso como interesante y recomendable), y apelando al hiperrealismo como estética, la obra relata un fragmento de la historia de Cecilia (María Florencia Sanfilippo), Romina (Vanesa Baccelliere) y Celeste (Marina Lorenzo). Las dos primeras son medias hermanas por parte de padre (las madres son parte de otra historia que también pivotea con la central), y la tercera, además de amiga de Celeste y de Romina, es la joven novia de Armando, padre de las anteriores, un hombre de 65 años que le lleva 35, y al que conoce de chica, un dato no menor teniendo en cuenta el destino que tendrá luego cada uno de los personajes.
Así, con destellos lejanos de una tragedia griega, Amarás a tu padre por sobre todas las cosas sirve para el lucimiento de tres actrices formidables. Si María Florencia Sanfilippo consigue exasperar con la actitud maniquea y manipuladora que caracteriza a Cecilia en un comienzo, para abordar luego a quien realmente se esconde detrás de su actitud “despreocupada” y socarrona, la también cantante Vanesa Baccelliere logra con la aparentemente frágil Romina generar, al menos en la parte del recorrido del personaje que así lo requiere, la empatía con el espectador, al tiempo que Maru Lorenzo alcanza con Celeste varios estados, en un verdadero “tour de force”: lo que le permite la memoria, en un principio, deja ver a quién ella intenta mostrar; por detrás, su personaje habilitará que salgan a la luz los retazos de una historia que ella intentará juntar, algo que desde el texto está ingeniosamente construido para dar textura y profundidad al entramado de las tres historias astutamente urdidas.
Pero además, Saccani acierta no sólo a nivel dramatúrgico sino también de puesta en escena: una recreación preciosista y obsesiva de lo que fueron los años 90 aparece en un primer plano, pero también en los parlamentos, en la estética, en la música, en los comportamientos de los personajes, en sus modos de hablar y de relacionarse. Al mismo tiempo, la directora pareciera conjugar allí los mundos estético-dramáticos de sus dos puestas anteriores: hay algo de la impronta almodovariana que tiñó su recordada versión de Fraternidad, de Mariano Moro, del mismo modo que el clima siniestro, sórdido, perturbador y trágico en el que navegó su singular versión de El malentendido, de Albert Camus, que aquí, además, adquiere ribetes de thriller psicológico. 
De todos modos, en un sentido más profundo, Saccani habla de la ausencia o de la muerte del padre, de cómo esa falta se vuelve una presencia simbólica, y de cómo ese padre representa a otro: un país sin figura paterna se desangra a la sobra de los avatares de estos personajes que se multiplican. Son esos mismos personajes, una vez conocido el inesperado desenlace, los que llevan a preguntarse quiénes son los buenos y quiénes los malos de la historia (de esta y de todas), cómo todo relato adquiere dimensión real con el paso del tiempo y cómo, siempre, la vida da sorpresas por el lugar que menos se lo espera. Aquí, en una noche trágica, y a la hora en la que los disparos se cofunden con brindis y fuegos artificiales.

martes, 20 de agosto de 2013

Furor anecdótico en formato homenaje

Los elencos: Vivi Strano y Celeste Campos, Juan Pablo Cabral y Homero Chiavarino, Silvina Santandrea y Franco Fontanarrosa, Juan Iriarte y Manuel Baella.
Los elencos: Vivi Strano y Celeste Campos, Juan Pablo Cabral y Homero Chiavarino, Silvina Santandrea y Franco Fontanarrosa, Juan Iriarte y Manuel Baella.


CRÍTICA TEATRO

La sexta edición de Cuatro Cuartetos "Puro Fontanarrosa", se revela como un valioso recorrido por la lógica que en encierran los entrañables personajes del Negro





Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 20 de agosto de 2013)
Comunes y al mismo tiempo particulares, ajenos a la lógica doméstica y, de igual modo, fácilmente reconocibles a la vuelta de cualquier esquina. Son esos mismos que alguna vez vio o escuchó, esos de los cuales le contaron los amigos entrañables, esos que en sí mismos acreditan un anecdotario tan colorido que, lejos de dudar de su autenticidad, quizás se pueda comprobar que aún están por allí, y hasta se los pueda ver por El Cairo o en cualquier esquina “rosarigasina”.
Puro Fontanarrosa es un hecho teatral que buscó y consiguió poner en valor el proyecto de Cultura municipal Cuatro Cuartetos, que el viernes estrenó en La Comedia (Mitre y Ricardone) su versión 2013, donde volverá a presentarse los próximos 23 y 30, a partir de las 21.
Apelando a un verdadero seleccionado de teatristas locales entre actores y directores, creando cuatro grupos a los que sumaron sendos músicos con mayor o menor compromiso escénico, el trabajo de todo el equipo de La Comedia y la destacable tarea de Silvina La Calamita a cargo del vestuario y maquillaje, la sexta edición de Cuatro Cuartetos está integrada por un recorte aleatorio de cuentos y relatos del recordado Roberto Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007), alcanzando el que, quizás, sea hasta el momento uno de los más logrados proyectos teatrales locales en su homenaje por la diversidad, el riesgo y, sobre todo, por un notable interés por poner en valor al autor, sin perder de vista que se trata de un proyecto teatral, habilitando una serie de licencias necesarias como para que aquello que tiene un carácter unívoco funcione dentro de un cuerpo de obra integrador.
Escapado de El mundo ha vivido equivocado, en primer lugar, Celeste Campos le pone el cuerpo (literalmente) al relato “Yo fui amante del Yeti”. Acompañada por la acompasada y exquisita presencia de Vivi Strano en acordeón, el relato en primera persona de una experiencia inolvidable de esta mujer sin nombre, peluquera y en la versión algo afrancesada, que tuvo intimidad con el “abominable hombre de las nieves”, parece encontrar en la talentosa actriz el cause perfecto para alcanzar los climas, los matices y cierta ferocidad que requiere el personaje.
Actriz y cantante, de la mano de su madre Gladys Temporelli desde la dirección, Campos (también hija del recordado Norberto Campos), es una artista de un caudal exuberante, con un dominio corporal infrecuente y una osadía y desparpajo que la posicionan hoy en la primera línea de una estirpe de actrices locales abocadas al humor.
Acto seguido, Juan Pablo Cabral se ocupa de desandar los entretelones de “Te digo más” en la piel de El Zurdo, acaso uno de los cuentos más conocidos del Negro, acerca de las peripecias vividas por el Gordo Luis disfrazado de Papá Noel, junto a una serie de personajes, en un tórrido verano rosarino. El segmento tiene, más allá de la incuestionable presencia y talento de Cabral, un actor de una enorme diversidad de recursos para desdoblarse en cada uno de los legendarios personajes barriales que aparecen en el relato, la presencia en la música de Homero Chiavarino, quien aporta mucho más que un clima musical, generando situaciones dialécticas con el actor y con el público (incluso algún guiño futbolero efectista pero inevitable), a lo que se suma la mirada y puesta a punto de Liliana Gioia desde la dirección, quien conoce como pocos artistas en Rosario acerca del timing que requiere el humor escénico.
“Rodajas de mí”, tercer relato y plato fuerte, sirve para que el espectador se deslumbre una vez más con el talento de Silvina Santandrea, aquí acompañada desde el universo musical-sonoro por Franco Fontanarrosa (hijo del Negro) y la dirección de Adrián Giampani. Pocas veces un actor puede traslucir el espíritu de un cuento como en este caso, donde se describe la historia de una actriz frente a un imposible, un monólogo que nunca podrá representar en la piel de Levenia, La Yegua, abordando situaciones desopilantes de inusual humor físico, registros que la actriz sustenta con gran profesionalismo y abanico de recursos, y donde demuestra su afiatado vínculo con el público.
Para cerrar, no podía faltar la impronta futbolera. Es así como aparece “Qué lástima Cattamarancio”, con la actuación de Manuel Baella, acompañado desde la música pero también desde la actuación por Juan Iriarte, ambos bajo la dirección de Mario Vidoletti, artista local conocedor de la obra del Negro por experiencia propia. El relato de un partido de futbol quimérico, como perdido en una vieja cabina de un estadio polvoriento, plagado de interrupciones, pone punto final al variopinto recorrido que propone Puro Fontanarrosa.
Como se sabe, cada segmento tiene, o bien por el tono del relato o bien por el modo en el que es narrado (es decir un registro de humor que se diversifica), un efecto diferente en el público, por lo cual el orden del armado de los cuatro segmentos quizás no sea el más conveniente por el in crescendo que necesita una propuesta donde el humor es la matriz. Sin embargo, a diferencia de ediciones anteriores, se valora a simple vista el intento por concretar un cuerpo de obra que esté más allá de las inevitables segmentaciones que juegan en el contexto de toda la propuesta. Hay una idea, un concepto de “obra total”, un interés por hilvanar las piezas para volver el proceso de puesta en escena más orgánico, sobre todo desde la interacción de músicos y actores, desentrañando un universo de una vastedad sumamente atractiva y dejando en claro que, a diferencia de lo que pasó en otras versiones del mismo ciclo, aquí, los cuatro relatos de Puro Fontanarrosa tienen en el tiempo un destino trazado como obras autónomas.

viernes, 16 de agosto de 2013

El escenario se tiñe del Negro

Arranca hoy una nueva edición de Cuatro Cuartetos, que bajo el genérico “Puro Fontanarrosa” agrupa cuatro monólogos basados en cuentos y relatos del genial humorista gráfico y escritor rosarino, que involucran a doce talentosos artistas locales.

Un equipo de doce talentosos artistas rosarinos dispuestos a dar vida a las criaturas del querido Negro Fontanarrosa.
Un equipo de doce talentosos artistas rosarinos dispuestos a dar vida a las criaturas del querido Negro Fontanarrosa.



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 16 de agosto)
Instalado en la agenda local como uno de los eventos teatrales más atractivos de cada año, tras su postergación de la semana pasada por el duelo decretado a partir de la tragedia de calle Salta, se conocerá esta noche, a las 21, en La Comedia (Mitre y Ricardone, donde repetirá los viernes 23 y 30, con una entrada general de 40 pesos), la versión 2013 de Cuatro Cuartetos, esta vez dedicada a textos y personajes del escritor y dibujante rosarino Roberto Fontanarrosa.
Con producción del teatro La Comedia, el proyecto convoca a artistas rosarinos de distintas disciplinas con el objetivo de abordar desde la investigación un tema específico. El formato consiste en cuatro monólogos, articulados y sucesivos, que conforman un espectáculo de una hora de duración.
Este año, el eje son los textos del Negro Fontanarrosa, artista rosarino nacido en 1944, y gran referente de la cultura popular y de la idiosincrasia rosarina. Puro Fontanarrosa, tal el nombre de los Cuartetos 2013, apunta a destacar la faceta de gran escritor de cuentos y relatos, con una poética costumbrista pero de inusual profundidad.
De este modo, el proyecto agrupa los monólogos “Yo fui amante del Yeti”, con la actuación de Celeste Campos, música de Vivi Strano y dirección de Gladys Temporelli; “Te digo más”, con la actuación de Juan Pablo Cabral, música de Homero Chiavarino y dirección de Liliana Gioia; “Rodajas de mí”, con la actuación de Silvina Santandrea, música de Franco Fontanarrosa y dirección de Adrián Giampani, y “Qué lástima Cattamarancio”, con la actuación de Manuel Baella, música de Juan Iriarte y dirección de Mario Vidoletti.
“Es un formato maravilloso porque plantea la idea de poner en escena actores y músicos, lo que en principio ya es un desafío en sí mismo. Y ni hablar en este caso, con este humorista genio que es Fontanarrosa, que genera momentos verdaderamente deliciosos con sus personajes e historias”, contó la directora Liliana Gioia que –reconoció–, más allá de la suspensión del estreno de la semana pasada, “aún la penuria y el dolor están latentes entre todos nosotros”.
“Me parece sumamente interesante que, desde el teatro, intentemos acercarnos cada vez a públicos más numerosos, y Fontanarrosa es un puerta de entrada maravillosa, porque su obra es popular y al mismo tiempo de un enorme valor literario”, detalló Gioia, actriz, directora, docente y reconocida capocómica local, para quien “tomar a esta figura no sólo querida sino muy necesaria para todos nosotros es un gran acierto, porque en los textos y personajes del Negro está Rosario, su gente, su querido bar El Cairo; de algún modo, siento que es un artista que lo reúne todo: es escritor, dibujante maravilloso, ha hecho grandes libros, y tiene ese humor que nos hace tanto bien, diría ideal para un momento como el que estamos atravesando todos los rosarinos”.
La directora también destacó la importancia de juntar en un mismo espacio de creación a actores de diferentes formaciones y generaciones: “Nos hemos nutrido todos del trabajo y de las ideas de cada uno de nosotros; es muy placentero trabajar con artistas que están dispuestos a sumar, gente con inteligencia e intuición, compañeros queridos, gente con diferentes lugares de reconocimiento en el medio, es decir más o menos conocidos, pero todos apostando a lo mismo; eso no pasa todos los días. A tal punto, que en el proceso de trabajo tuvimos que cortar mucho los materiales para llegar a los 15 o 20 minutos pedidos”. Y concluyó: “Con este proyecto confirmo que en los cruces generacionales es donde se producen los grandes aprendizajes”

Las claves del humor
Me tocó el cuento que más deseaba («Te digo más»), lo leo siempre en vacaciones porque me hace bien”, contó Gioia, quien además recordó un viejo encuentro con el Negro, en el bar El Cairo, en 1984. “Yo estaba haciendo mi personaje de Porota Mancuso en televisión. Era el otro Cairo, «cuando un mozo pasaba cada media hora ». Se me acercó a elogiarme, y yo aproveché, porque improvisaba mucho, y le pedí que me escribiera algo, y me contestó: «No escribo para televisión, pero sacá lo que quieras de mis libros». Al día siguiente, por su enorme generosidad, se vino con siete libros con sus cuentos y me los entregó. Ese día le pregunté qué me recomendaba para hacer humor y me contestó: «Sólo hace falta observar y callar; subite al taxi y escuchalo, andá a comprar algo y escuchá al vendedor, escuchá a la gente en la calle; en esos lugares están las claves del humor»”.

lunes, 12 de agosto de 2013

Derrotero poético chejoviano


CRÍTICA TEATRO 

Un pasaje de “El jardín de los cerezos”, con personajes maquietados o indómitos, como perdidos en una bella fábula.
El talentoso director santafesino radicado en Buenos Aires, Edgardo Dib, revisita el clásico “El jardín de los cerezos”, de Anton Chéjov, apelando a un cuarteto de grandes actores que sostienen la acción dramática en un espacio despojado


EL JARDÍN DE LOS CEREZOSAutor: Anton Chéjov
Versión y dirección: Edgardo Dib
Actúan: Luchi Gaido, Raúl Kreig, Rubén
Von Der Thüsen,
Sergio Abbate
Sala: La 3068, San Martín 3068 de
la ciudad de Santa Fe, los sábados
a las 22
 


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 12 de agosto de 2012) 
Solos, apesadumbrados, ajenos, negadores, necios, ciegos, narcolépticos, pero dispuestos una vez más a contar una historia de la que conocen el final, aunque prefieren obviar esa pequeña circunstancia, y quizás por eso actúan. Son actores que prestan su cuerpo a esos personajes conocidos, transitados, aunque esta vez el camino es otro, quizás un atajo que, finalmente, los llevará al encuentro del “paraíso perdido” en medio de un cuento de Navidad con música de Tchaikovsky.
Toda digresión poética habilita el debate y la discusión y, al mismo tiempo, produce la construcción de un nuevo universo sobre uno ya creado. Este concepto poético y de lenguaje, aplicado al teatro, encierra un potencial infinito. Es así como el teatro recrea sus propios universos, y llegará un momento, como aseguraba el genial Pirandello, en el que sólo podrá hablar de sí mismo.
Mágicamente imbuido por esta lógica, y por su incuestionable talento para que los clásicos irradien sentido en el presente, el actor, director y docente santafesino radicado en Buenos Aires Edgardo Dib montó el año pasado en su ciudad natal, y al frente de un elenco notable, una versión de El jardín de los cerezos, de Anton Chéjov, que por estos días se presenta en la ciudad capital en La 3068 Espacio de Artes, y a la que, inteligentemente, sumó el agregado en el título de “suite para cuatro personajes”, apelando a la lógica de obra contada por un entramado de pequeñas partes que buscan un sentido unívoco.
Última pieza escrita por Chéjov en 1904 (el mismo año en el que murió), El jardín de los cerezos, más allá de la profusión de historias y personajes que plantea y de esa especie de polvorín de pasiones y situaciones que se tejen en tono de comedia debajo de una superficie en la que pareciera trascurrir una serena cotidianeidad, narra la historia de una familia aristócrata rusa en plena decadencia económica y social de finales del siglo XIX, cuyos integrantes se verán ante el dilema de vender su casa de campo y jardín de cerezos para enfrentar la crisis, situación que, desde lo económico, se bifurca en una serie de dilemas y conflictos sociales y familiares que enmarcan el final de una época en la que una supuesta identidad de familia y de poder comienza a desteñirse y a desmoronarse.
El montaje apela, como también pasaba en Edipo y yo (no menos valioso trabajo anterior de Dib, con parte del mismo elenco, que pronto se podrá ver nuevamente en Rosario, ver aparte) a una deconstrucción del texto en la que si bien prevalecen los personajes principales, a nivel dramático y textual, se mixturan con otros textos y personajes del autor ruso (por ejemplo La gaviota), del mismo modo que con situaciones cotidianas y personajes de piezas del norteamericano Tennessee Williams, en cierta forma discípulo del autor de Tío Vania y Las tres hermanas, por las similitudes en sus técnicas de escritura y elaboración poético-ideológica de los personajes.
Allí están, maquietados o indómitos, siempre como perdidos en el túnel del tiempo de una bella fábula chejoviana que es contada con fruición por el director, los hermanos Liubov Andréievna Ranévskaia (Luchi Gaido) y Leonid Gáiev (Raúl Keig), imprescindibles; también Konstantín Gavrílovich o Kostia (Rubén Von Der Thüsen), el torturado hijo de Liubov, y Yermolái Alexéievich Lopajin (Sergio Abbate), el comprador del legendario jardín, y ex criado de la familia, que llegará para cambiar la historia, el tiempo y la traza dramática de una familia que, como el mundo que la contiene, se desintegra y rearma al ritmo de los hachazos que tirarán abajo los cerezos.
Si de digresiones se trata, a modo de disección y laboratorio, Dib, que con su obra ya se presentó en la Fiesta Nacional del Teatro al tiempo que se ha convertido en un suceso de público en la capital provincial, toma los personajes principales del clásico de Chéjov y los articula en un contexto dramático-escénico que, espacialmente, se sustenta merced a la monumental labor de los cuatro actores: el desafío es sostener el artificio, independientemente de que en escena no hay nada más que un banco de madera y los cuerpos coreografiados, a lo que suma el impactante e ingenioso vestuario de Osvaldo Pettinari, la luz, y la música de Tchaikovsky (no casualmente “El Cascanueces”, por la cercanía de la Navidad), montando cuadros de ribetes pictóricos que, merced a la magia que pocas veces se logra en el teatro, permite ver el ornato y barroquismo de esa casa de campo en decadencia en la que transcurre en infausto encuentro familiar, los grandes ventanales, los cortinados que se mueven pero no están, y hasta los pequeños objetos de cristal, tesoros de Kostia, inmanente alter ego de la opaca Laura de El zoo de cristal, de Tennessee Williams, que repite su ligera renguera y su profunda tristeza casi a modo de homenaje.
Es así como el referido ejercicio dramático, al revés de lo que podría intuirse, en lugar de fragmentarse se fortalece e inquieta al espectador al punto de conmocionarlo, tocando, por momentos, situaciones de una intimidad inusual (y dialéctica), entre otros, cuando los personajes ven en el público el mítico jardín en flor, hecho que por sí solo se convierte en una instancia única de conjunción poética que da sentido a toda la propuesta.
Sucede que pocas veces el teatro consigue su objetivo como en este caso: atravesar un texto semejante con mirada aviesa y libre, y al mismo tiempo contemplativa, sin miedo a traicionar a nadie (sobre todo a los propios sueños y deseos de este audaz director), conspirando a favor de la escena y de los actores, en los que deposita toda su confianza. En definitiva, esta “suite para cuatro personajes” no es otra cosa que el reflejo de ese mismo universo escrito por Chéjov, pero vivo, revitalizado y resignificado.
Las pérdidas materiales y personales, aquellos viejos sueños y anhelos, el deseo narcótico de no ver lo que pasa, la pérdida constante y la vuelta irremediable de la infancia que siempre se convierte en un campo fértil de la memoria, nostálgico, doloroso e inevitable, están allí, en un espacio escénico arrasado en el que las palabras adquieren un significado que resuena en el tiempo, en medio de una agobiante y estrepitoso derrotero poético chejoviano.

“EDIPO Y YO”, EN ROSARIO
El miércoles 28, a las 20.30, dentro del Ciclo de Teatro Clásico que tendrá lugar en el marco del Congreso Internacional Clastea que se realizará en Rosario, se presentará en la sala Empleados de Comercio (Corrientes 450), Edipo y yo, versión libre de Edgardo Dib del clásico Edipo Rey, de Sófocles. Inusual, ingeniosa e irreverente, en la propuesta el director plantea a modo de vodevil la clásica tragedia, apelando a la complicidad del público a través del recurso del distanciamiento.


UN TALENTO NACIONAL
Nacido en Santa Fe y radicado en Buenos Aires, Edgardo Dib es director, actor, dramaturgo y docente. Con 25 años de trayectoria, sus espectáculos han representado en varias oportunidades a la zona Centro Litoral en las Fiestas Nacionales de Teatro y ha obtenido importantes premios y distinciones. Actualmente, presenta El jardín de los cerezos y Edipo y yo, en Santa Fe, mientras que Reconstrucción frente al mar y Saverio, mi cruel ocupan la cartelera porteña. También estrenó recientemente, al frente de la Comedia Cordobesa, Barrancabajo, versión del clásico de Florencio Sánchez.
 


miércoles, 7 de agosto de 2013

Historias de amores intangibles

El talentoso dramaturgo y director Sebastián Villar Rojas, analiza la poética de su propuesta dramática, marcada por cuestiones vitales como el amor y la falta de trabajo. Sus obras "230001" y "El exterminador de caballos" se presentan el fin de semana.

Las obras "Moderna", "230001" y "El exterminador de caballos".
Las obras “Moderna”, “230001″ y “El exterminador de caballos”.

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del 22 de abril de 2013)
La dramaturgia de Sebastián Villar Rojas, creador en 2008 del Grupo Pause, instaló en el teatro rosarino un nuevo orden en el que, sabiamente, se conjugan tradición y vanguardia; recursos del viejo vodevil mixturados con la más bizarra comedia almodovariana, y una inteligente mirada sobre las marcas que dejaron en su generación los años 90 frente a problemáticas como el amor, la falta de trabajo, la realización personal, la pérdida de valores y la posible llegada del fin del mundo. El joven creador apela a una estética y a una resolución narrativa que no se parecen a otras, lo cual se convierte en un verdadero logro frente a un teatro que se replica, se hermetiza o reniega del público, algo que no sólo no hace Villar Rojas sino que frente a todo eso, redobla la apuesta y propone un teatro que busca refundar el vínculo entre el actor y el espectador.
Tras el valioso debut con Moderna en 2011, entre marzo y abril de este año, el director, que en pocos días se instalará por dos meses en Buenos Aires para integrarse como asistente de dirección de Alejandro Tantanián en la versión criolla del musical de Broadway Anything Goes (ver aparte), estrenó dos nuevos trabajos: 230001, con las actuaciones de Cecilia Patalano y Agostina Prato, que el viernes, a las 21, en el Cultural de Abajo (San Lorenzo y Entre Ríos) cerrará su primera temporada, y El exterminador de caballos, con las actuaciones de Marina Lorenzo, Juan Pablo Biselli, Lumila Palavecino y Luciano Matricardi, “la obra más ambiciosa que he intentado escribir hasta el momento”, según dice, cuyo estreno en esa misma sala, donde se presenta los sábados a las 20.30, marcó un antecedente en esa compleja relación dialéctica entre el teatro y los espectadores que muchas veces no se concreta.
"Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos, la primera es el amor", expresó Villar Rojas.
“Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos, la primera es el amor”, expresó Villar Rojas.

“Fue un estreno shockeante, una experiencia bastante particular: por un momento tuve la sensación de que se reactivó algo de un teatro de otra época y no porque yo lo haya vivido. Sentimos que pasó algo singular, como pasaba en los 30 o los 40, donde la gente aplaudía las escenas a telón abierto, festejaba; se dio algo de esa cosa medio festiva, que quizás podría verse como excepcional, pero fue algo que se fue dando a lo largo de las 16 escenas que tiene la obra y de los 14 apagones, aunque también pasó algo hacia el interior de esas escenas. Por eso en el final, como siempre en los estrenos, un momento muy especial que lo tienen que vivir los actores con los espectadores, yo nunca siento la necesidad de salir a saludar, pero esta vez también fue excepcional y estuve allí”, expresó Villar Rojas en el marco de una charla marcada por las particularidades de la poética que lo identifica.
En el teatro de Villar Rojas se produce la convivencia saludable de una serie de pequeños mundos, algunos más simbólicos que otros, donde prevalece el cruce desprejuiciado pero inteligente de géneros dramáticos, y donde el amor y sus implicancias se convierten en el motor de una serie de problemáticas. “Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos –expresó–; la primera es el amor, siempre es un tema presente, algo que, incluso, traigo un poco de la música, del rock, de esa idea de que la canción de amor es algo así como el arquetipo de la obra artística de nuestro tiempo, del pop; donde haya algo que tenga que ver con el arte, habrá algo de amor. Si pensamos en un arte que quiera conectarse con el espectador, con el público, algo referido al amor tiene que haber”.
Para el director, el amor se revela como una problemática que construye la manera de entender una época, algo que se patentiza en su último trabajo donde, además, pone en primer plano los daños colaterales que dejaron los años 90: “El tema del amor es algo que me surge naturalmente. En el caso particular de El exterminador de caballos, tiene que ver con el amor, pero sobre todo con esta variable del «amor líquido», partiendo del concepto de Zygmunt Bauman al que tomo de modo paródico; así surge esta idea de una pastilla que puede solidificar ese amor líquido, algo que pongo en la obra como el mal de nuestro tiempo o el mal de las nuevas generaciones, es decir: esta cuestión de la fluidez de los sentimientos, la imposibilidad de construir algo duradero en el tiempo y de cómo eso causa dolor en las personas, por lo que, finalmente, aparece este deseo de «curar» eso de alguna manera, de la forma que sea. En el caso de la obra, y un poco jugando con la «fantaciencia», la forma de curarlo es la aparición de una pastilla del amor eterno que logra solidificar el amor y une a las personas de por vida”.
Tanto en El exterminador de caballos como en sus obras anteriores, la problemática de la falta de un trabajo digno frente a lo cual se abre un abanico tan incierto como sinuoso, es otro de los carriles dramáticos por los cuales Villar Rojas conduce a sus personajes. “Hay otra cuestión temática fuerte que atraviesa las obras, y es la situación laboral y existencial de los jóvenes adultos o de la gente en general en una ciudad como Rosario. Tanto en El exterminador… como en 230001 me dediqué a explorar casi sociológicamente el problema de lo laboral en la ciudad; y en simultáneo a esta fragilidad laboral, las situaciones fronterizas entre la ocupación y la subocupación. Lo que se agrega en El exterminador… es el tema del boom inmobiliario, el crecimiento económico y cómo eso, de alguna manera, también se ha producido concentrando la riqueza en un sector y dificultando el acceso a ciertas cuestiones vitales para gran parte de la población. Y no estoy hablando de los sectores humildes sino de sectores medios que, por ejemplo, no pueden acceder a la vivienda. Es el caso de la protagonista de El exterminador…, su gran deseo en la vida es tener un departamento donde vivir y dejar de alquilar, algo cada vez más difícil. La tragedia, justamente, tiene que ver con querer conseguir un departamento a lo que de lugar, y cómo esa necesidad de tener algo material termina boicoteando al amor. Si bien hay mucho humor, creo que en ese punto la obra plantea una especie de tragedia contemporánea”.
Finalmente, respecto del proceso de escritura de sus obras, que se remontan al procedimiento de gabinete que muchos teatristas parecen haber reemplazado por la “dramaturgia de actores”, Villar Rojas opinó: “Cada uno de los textos tiene una historia particular. En el caso de El exterminador… hubo mucha planificación de escritorio, casi sistemática; fue un proceso de escritura largo, con muchas correcciones. Fueron dos años: en el primero trabajé sobre la escritura a partir de anotaciones de cada uno de los personajes; toneladas de papeles con ideas, parlamentos, vinculaciones e historias, y después vino la etapa de pulido de la obra, donde quedó la mitad del texto original, para que ingresen allí las actuaciones, que fue la otra gran parte de este proceso de trabajo. Porque dada la complejidad del texto, sin estos actores no hubiese podido estrenar esta obra”.
El recorrido
Escritor, dramaturgo y director formado con Oscar Medina y Alma Maritano, Sebastián Villar Rojas creó el Grupo Pause en 2008. Como director, se desempeñó en Moderna, de su autoría, y en Todo se incendió de repente (danza-teatro), en coautoría con la coreógrafa y bailarina local Paula Valdés Cozzi. En 2011 participó del ciclo Cuatro Cuartetos (CEC, Rosario) con las piezas El porqué de todo (teatro) y 21.000 años después (danza-teatro). Por otra parte, en 2010 ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes y en 2012 obtuvo la beca Alejandra Boero para la realización de la Pasantía Anual para Directores del Complejo Teatral de Buenos Aires, coordinada por Luis Cano, en la que estudió con directores de la talla de Alejandro Tantanián, Ciro Zorzoli, Cristian Drut y Mariana Obersztern. Además de los recientemente estrenados 230001 y El exterminador de caballos, prepara para los próximos meses el estreno de Sos mi sol y la reposición de Moderna.

A Buenos Aires
Durante mayo y junio, Villar Rojas se trasladará a Buenos Aires para sumarse, como asistente de dirección de Alejandro Tantanián, al equipo que montará la versión nacional del premiado musical de Cole Porter Anything Goes, de 1934. El director local fue convocado luego de trabajar junto a Tantanián en una pasantía en el porteño Teatro San Martín. El elogiado musical cuenta con un elenco encabezado por Enrique Pinti, Florencia Peña y Diego Ramos, que completan, entre otros, las también rosarinas Noralih Gago y Josefina Scaglione.

lunes, 20 de mayo de 2013

El amor después del amor

CRÍTICA TEATRO

Con “El exterminador de caballos”, el dramaturgo y director Sebastián Villar Rojas, quien dirige a Marina Lorenzo, Juan Pablo Biselli, Lumila Palavecino y Luciano Matricardi, se confirma como uno de los creadores más ingeniosos de su generación






Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 20 de mayo de 2013)
El amor se escurre casi con la misma fruición con la que las personas dinamitan valores y principios. En los años 90, un capitalismo aberrante hizo trizas el sueño de los sobrevivientes de los 70 que vieron cómo se cristalizaba el proyecto económico de la última dictadura militar. Hoy, los hijos de aquella generación ven licuados algunos de sus sueños y fantasías frente las arbitrariedades del tiempo que les toca vivir, donde el amor se vuelve “líquido”, tal como lo denominó el sociólogo polaco Zygmunt Bauman.
Imbuido por cuestiones sociales y afectivas que marcan directamente a su generación, a las que mixtura con otras míticas y con otras científicas, produciendo un ejercicio dramatúrgico tan infrecuente como tentador que lo acerca al mejor Spregelburd, el dramaturgo y director rosarino Sebastián Villar Rojas (Moderna, 230001) escribió el avasallante texto de El exterminador de caballos, una comedia de registro almodovariano, un vodevil ácido en el que sus personajes agitan y mascullan palabras, friccionan los límites de lo verosímil e incluso traspasan sus fronteras, pero sin perder en ningún momento cierto registro realista, lo cual es, en ciernes, toda una proeza.
En El exterminador de caballos, Marina, de alrededor de 30 años, pierde su trabajo, más tarde se sabrá porqué. Su novio, Rafael, coleccionista de objetos de dudoso valor que tuvieron su momento de gloria en los años 90 (que nunca serán los 70 o los 80 en ese sentido ni en otros), cree en recetas mágicas para paliar una crisis que entre ambos, como un gran abismo, se abre y ramifica en varios flancos y que remite a una unión de origen tan singular como inesperada. En el medio, se cruzan con la infausta pareja una vecina y amiga fisgona, Marga, que “dignifica” su incómoda y molesta tarea, y un hombre que aparecerá como un Mefisto moderno al que las almas le costarán muy poco.
Sin embargo, por encima de esta serie de subtramas, aparece el amor y una pastilla salvadora, como eje fundante de todos los conflictos, como materia maleable de formas múltiples, como eso que de intangible y confuso muta en inasible y escurridizo.
Con El exterminador de caballos, Villar Rojas se confirma como uno de los más ingeniosos creadores de su generación, que no casualmente es la misma que la de sus personajes. Los procedimientos dramatúrgicos que propone, materializan las pequeñas tragedias de los hijos de los 90 y ponen en jaque sus daños colaterales, tomando el humor como recurso pero pergeñando una escritura sólida, justificada en sus avatares cientificistas, y con el siempre valioso aporte de la literatura, apelando a la etapa de ensayos para alcanzar, con el trabajo directo con los actores, el texto final.
Otro de los grandes méritos de su trabajo está en la dirección de un elenco notable, en saber manejar los matices de los actores para alcanzar un registro unívoco, a todas luces una de las claves del teatro. Si Marina Lorenzo aporta a la obra la incertidumbre, los miedos y cierta angustia que atraviesa su personaje, Juan Pablo Biselli y Lumila Palavecino accionan desde la vis tragicómica que, depurada, traen de su paso por el grupo de improvisación The Jumping Frijoles. Por su parte, Luciano Matricardi, actor de vasta trayectoria en la ciudad, se mete en este trío con su incuestionable y clownesco registro que, con algo del mejor Olmedo televisivo, por momentos se roba la atención con sus espásticas apariciones.
Pero el de Villar Rojas es mucho más que un teatro para avezados. Lejos de eso, su propuesta intenta un diálogo con el público más extemporáneo al teatro local, utilizando inteligentemente la hilaridad, la claridad en lo complejo, y la profundización de una serie de conflictos que a primera vista parecieran ser irrepresentables.
Es así como el mayor logro de la propuesta está en la materialización de ese texto imposible, barroco, plagado de giros que implican el doble de situaciones y que accionan desde la incertidumbre en el imaginario de los espectadores que una y otra vez se preguntarán a lo largo de las dos horas que dura el espectáculo qué tiene que ver con lo que pasa en escena un cuadro enorme de un pastor alemán colgado en el living de Marina. Sólo hay que esperar: cada objeto, cada palabra, cada uno de los apagones construyen y aportan al relato.
Para el final, en lugar de certezas, Villar Rojas, sin recurrir a grandilocuencias, ensaya algunos interrogantes respecto de su hipótesis inicial ¿Será el amor lo que salve a la humanidad? ¿La posmodernidad y el capitalismo tendrán entre sus opciones alguna que, lejos de las individualidades que pregonan, permita escapar de aquello que afecta y destruye los vínculos? Quién lo sabe. Por lo pronto, aquellos que quieran disfrutar de una parte de lo mejor del nuevo teatro rosarino, no pueden perderse esta historia.

sábado, 20 de abril de 2013

Autora en busca de sus personajes



TEATRO EN GIRA. La cordobesa radicada en Buenos Aires Florencia Bergallo dirige a Javier Pedersoli, Lola Lagos y Victoria Roland en “Durmientes”, que se presenta este domingo, a partir de las 21.30, en Espacio Madma, de Balcarce al 800


Lola Lagos, Victoria Roland y Javier Pedersoli, los actores de “Durmientes”.

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 19 de abril de 2013)
Con la intención de producir un texto que revitalice el sentido de la presencia de personajes en una obra de teatro, sobre todo en el contexto de una producción teatral independiente que se vio avasallada por la problemática y el modo de contarlas pero que, en algunos casos, despersonalizó sus conflictos, la actriz, dramaturga y directora cordobesa radicada en Buenos Aires Florencia Bergallo estrenó Durmientes, obra que muestra cómo un hombre a punto de ser desalojado se convierte en ocupa en su propia casa, al tiempo que dos mujeres son invitadas para fundar, junto a él, una nueva forma de vida “en comunidad”.
Durmientes, que cuenta con las actuaciones de Javier Pedersoli, Lola Lagos y Victoria Roland, se presentará el domingo, a las 21.30, en Espacio Madma (Balcarce 837), en una única función.
“Llegamos a Rosario en el marco de una gira interprovincial que terminará, por el momento, en Jujuy, y que concretamos a través del Instituto Nacional del Teatro (INT)”, adelantó la actriz y directora Florencia Bergallo, de vasta trayectoria en su Córdoba natal y fundadora del recordado grupo Cero Punto Ellas, quien agregó: “Es una obra que se concretó en base a improvisaciones que partieron de la idea de contar una historia que tuviese que ver, entre otras cosas, con el concepto de trabajar sobre personajes; en este sentido, la obra tiene presente al público, porque hay mucha  intención puesta en la espesura de esos personajes que acercan la problemática al espectador”.
Respecto de esta variable, Bergallo detalló: “La idea del trabajo con los personajes aparece porque, en parte, el teatro independiente que estábamos viendo, marcado sobre todo por la problemática de la disfuncionalidad familiar, estaba tapando o atomizando la autonomía y la complejidad de los personajes. De algún modo, algo de esta obra intenta reivindicar o recuperar y hasta quizás salvar a los personajes de las obras que estaban un poco olvidados en el contexto o las situaciones que se narraban. A partir de allí, planteamos una discusión con esa problemática”.
Con relación al orden temático planteado por la obra, la dramaturga y directora reflexionó: “Durmientes muestra a un grupo de jóvenes; el personaje principal se llama Mariano y es el heredero de un pasado aristocrático completamente venido a menos porque está habitando su casa pero como si fuera un «ocupa», porque ya no es suya, y es el momento en el que va a ser desalojado”. Y agregó: “Lo que intenta Mariano es sostener hasta último momento sus ideas, sus convicciones, y para eso se remite constantemente al pasado de gloria, y por esto mismo trata de adoctrinar a dos mujeres. Una con la que vive, Andrea, que podría entenderse como su pareja aunque ella está con otros hombres, hasta que una noche, invita a su casa a dormir a Jésica, una peluquera, una chica más normal o más común que ellos, con un hijo, que nada tiene que ver con cierta intelectualidad que destaca a los otros personajes. Esta mujer, que les plantea cosas muy comunes o cotidianas a ambos, es quien finalmente los pone en jaque”.
Según adelanta la misma directora, Durmientes surgió del interés compartido con sus actores de crear tres personajes muy diferentes entre sí que poseyeran un “cuerpo social, un cuerpo afectivo” y un discurso ideológico con todas sus contradicciones. “Ellos exponen sus ideas, muy diferentes y contradictorias, siempre están a la defensiva. Y si bien no es una obra de ideas, es interesante lo que se propone porque todo parte de las ideologías de los personajes y de la necesidad de convivencia que se les presenta; aquello que a primera vista parece imposible, con el tiempo, va mostrando esos pequeños lugares que muchas veces permiten que nos relacionemos con el otro aunque piense distinto”.
Finalmente, la actriz y directora que nació en la ciudad de Córdoba en 1978, donde vivió hasta 2007, y donde obtuvo el título de Licenciada en Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba, habló del cliché como motor de un diálogo hacia el afuera. “Durmientes es una obra que dialoga con los clichés, con esos lugares que desde los  discursos de algunas personajes escuchamos reivindicar, como por ejemplo este hombre que culpa a las mujeres por el capitalismo, por su devoción por al consumo, o estas mujeres que, cada una a su modo, asiente o disiente con los planteos de un hombre muy particular y al mismo tiempo conocido para todos. Volviendo al cliché, la obra también dialoga con la telenovela como género, por esto de que los personajes exponen lo que sientan o piensan superpuesto a una trama que, más allá del planteo, es muy simple”.

Sobrevivientes en la bañera



ESTRENO TEATRO. Ignacio Amione dirige a Silvia Ferrari, Mumo Oviedo, Elisabet Cunsolo y Fabio Fuentes en “Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack”, de Federico León, que se presenta los viernes, a las 22, en la sala La Manzana, de San Juan 1950


Una de las imágenes de la gráfica de “Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack”.

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 5 de abril de 2013)
A mediados de los años 90, el joven dramaturgo y director teatral porteño Federico León (hoy abocado al cine y a la escritura), revolucionaba el medio con el estreno de Cachetazo de campo, una obra que se corría del teatro del procedimiento que imperaba por entonces, para volver a un texto creado por sus actores, independientemente de lo singular de su propuesta dramática. Años después, sobre finales de la década, el mismo director estrenaba en el Teatro del Pueblo Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, donde una vez más volvía a sorprender con un trabajo corrido de registro, “desaliñado” de la media imperante, donde contaba los entretelones de una serie de vínculos partidos por ausencias, con una madre y su hijo conviviendo en un baño, donde se filtraba en cada momento el recuerdo de un padre ausente mientras “naufragaban” dentro de una bañera.
Desde esta noche a las 22 en La Manzana (San Juan 1950, donde seguirá en cartel los restantes viernes de abril y los de mayo), Rosario tendrá la posibilidad de conocer una nueva versión de Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, con las actuaciones de Silvia Ferrari, Mumo Oviedo, Elisabet Cunsolo y Fabio Fuentes, bajo la dirección de Ignacio Amione, quien de este modo se prueba como director en las grandes ligas de la escena local. 
“El texto de esta obra ganó el primer premio de dramaturgia del primer concurso que el Instituto Nacional del Teatro (INT) organizó en 2000, aunque la obra se había conocido un poco antes. Y la verdad es que en 2010, leyendo textos para elegir una obra, me encontré con éste, y las imágenes que fueron apareciendo me quedaron grabadas en la retina de una manera singular; la obra me quedó dando vueltas en el inconsciente y desde aquel momento la quise hacer. Y fue así: en estos primeros pasos como director fue la obra elegida porque sentí que lo que contaba y cómo lo contaba tenía mucho que ver conmigo, con lo que yo pienso que debe ser el teatro, con un modo de generarlo”, adelantó Amione, quien reconoció como compleja “la instancia en la que uno se topa con un material frente al cual tiene la certeza de querer hacerlo”.
“Una bañera es lo único capaz de contener a una mujer que ha perdido a su amor. Jack es el padre ausente, que dejó tras de sí una familia compuesta por una madre absorbente y su hijo inmaduro. El universo de Jack, el buzo explorador, se encuentra presente en el agua que salpica toda la escena, se desparrama y suena, como lo hace también la música en vivo que invade este living submarino. La madre, su hijo, la novia y un músico comparten el mismo barco que se empeña en naufragar a pesar de los grandes esfuerzos de estos antihéroes de la vida”, describe la poética sinopsis de una obra en la que el humor se tiñe de tragedia y las ausencias resuenan en la memoria frente a los vacíos inenarrables que dejó la última dictadura militar.
“Lo que tiene como atractivo esta obra es la mezcla de universos que propone, más allá de que esta es nuestra versión, porque para mí no existe otra manera de hacer teatro que no sea versionando, incluso nosotros, como artistas, integramos un grupo que tiene una dinámica muy especial, que generó un clima muy divertido, y donde todo eso se filtró en la obra”, relató el director respecto del montaje.
Amione ensayó también una manera de narrar de qué habla la pieza a través de su forma de concepción teatral: “Es una obra contada a partir de planos múltiples, donde aparece fuertemente la música que fue otro de los aspectos que unió la impronta de este grupo. Aquí, la música está vinculada con el relato, no va como acompañamiento o como un ornamento. Y en uno de esos planos está una madre y su hijo, una madre muy particular, y una gran ausencia, la del padre que, paradójicamente, es la gran presencia en las vidas de estos personajes. Lo que se cuenta es la cotidianeidad de esa madre y su hijo. En ese devenir, aparece una pareja de músicos y poco a poco se van incorporando a la escena y a la historia hasta que se terminan quedando, generando una mezcla entre esos dos universos, todo rumbo a un desenlace”.
Por su parte, la actriz Elisabet Cunsolo dio algunas referencias acerca de su personaje: “Es uno de estos músicos que se incorporan dentro de la historia, y desde la primera lectura me generó intriga la cuestión del uso del agua en escena y el tratamiento del humor dentro de una historia que pareciera ir para otro lado; es un personaje que acciona a partir del vínculo que entabla con este hijo frente a una madre con la que él mantiene una relación muy edípica”.
A su tiempo, Oviedo, actor vinculado al humor, relató su cercanía con un texto del que había visto montadas dos escenas. “Conocía el texto, me resultaba un desafío, sobre todo por pensar en una obra donde si bien el humor aparece, no es una obra humorística. Quizás por esto, al comienzo, mi trabajo con Silvia (Ferrari, la madre) viraba para el clown, con la madre muy border y un hijo muy payaso. El proceso de ensayos, que duró un año, nos sirvió para modificar eso, pasó por etapas diferentes y creo que llegamos a un momento de
maduración interesante”.

Recorrido surrealista en búsqueda de libertad


ESTRENO TEATRO. El director local Carlos Romagnoli habla de “Protocolo ProTzess K”, su versión de “El proceso”, de Franz Kafka, libremente inspirada, además, en la película homónima de Orson Welles, que se presenta los sábados, a las 21.30, en la sala La Escalera, de 9 de Julio al 300

Uno de los momentos de “Protocolo ProTzess K”.

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 30 de marzo de 2013 )
“Un proceso judicial que va mal, dudosos mensajeros que no ayudan y K, en medio de una pesadilla, para defenderse de algo que no se sabe qué es y que poco a poco invadirá su vida”. Con el sugestivo avance, el grupo La Escalera, que lleva adelante en la sala homónima el actor y director Carlos Romagnoli, presenta su particular versión de El proceso, obra póstuma de Franz Kafka, donde el autor de La metamorfosis ensaya un recorrido surrealista acerca de un hombre, K, que un día es detenido y que nunca termina de entender por qué. 
Protocolo ProTzess K, tal el título de la obra que lleva como agregado “Una ensoñación de «El proceso», de Franz Kafka”, se conocerá esta noche, a las 21.30, en La Escalera (9 de Julio 324), donde permanecerá en cartel los próximos meses en el mismo día y horario.
“Si bien el texto original es muy complejo, en realidad, la inspiración para montar esta obra no viene directamente por el lado de la novela, sino que es una historia muy rara, dado que viene por el lado de una escena de la película homónima de Orson Welles (El proceso, de 1962)”, detalló el director acerca de este trabajo en el que actúan Timoteo Kwist, Augusto Zürcher, Germán Geminale, Marcela Espíndola Galante, Gisela Ferrari y Claudio Giannini, con la realización de objetos del mismo director, en el contexto de una puesta que desafió la tradicional disposición arquitectónica de la sala.
“Aquella película –continuó–, que protagonizó Anthony Perkins, la vi cuando tenía 13 años. En aquel momento no llegué a entender de qué se trataba el conflicto que atraviesa el personaje, pero sí me quedó muy grabada una escena en la que una mujer mayor arrastra un baúl que yo pensé que llevaba un muerto. La escena trascurre en una gran explanada en plena Europa de posguerra con sus grandes edificios. Muchos años después, viendo nuevamente la película con algo más de lógica encima, termino leyendo la novela de Kafka y volvió a generarme una gran intriga, mucha locura. Desde ese momento viene la necesidad de hacer algo en el teatro con todo eso”.
Respecto de la adaptación al escenario de semejante texto, el director detalló: “Siempre tuve en claro la complejidad que esto acarreaba. Es decir: pensar ese conflicto en un escenario donde todo, o casi todo, es material, frente al cine que tiene sus elipsis y sus flashbacks, y donde lo imaginado puede tener el mismo peso que aquello que es narrado. Sólo basta pensar que la novela (publicada en 1925, tras la muerte del autor), tempranamente, da algunos datos de lo que sería después el movimiento surrealista y anuncia la guerra”.
Con relación a la temática de la obra (también de la novela y del film), acerca de Josef K (un alter ego del autor), personaje que, tras ser arrestado sin razón aparente, se sumerge en una verdadera pesadilla en la que desconoce alcances y consecuencias, Romagnoli explicó: “Creo que la obra y lo que le pasa a este personaje resuena claramente en el presente, sobre todo si se tiene en cuenta la opresión y la angustia de estar, muchas veces, metido en historias que tienen que ver con la burocracia, y ni hablar de lo que pasó en la última dictadura militar, donde te llevaban detenido y eras culpable, pero nunca sabías bien por qué ni de qué”.
En otro momento de la charla, el director habló del proceso de adaptación del espacio escénico que debió sufrir la sala para el montaje de este espectáculo: “Como en la investigación aparecieron datos que desde lo
estético ligan la historia al constructivismo (movimiento artístico y arquitectónico de comienzos del siglo XX surgido en Rusia), en la puesta aparecen máquinas y elementos que se transforman y que modificaron radicalmente el espacio escénico. En realidad, lo que quise reflejar es que así ve el personaje a su entorno, que en definitiva es quien lo juzga. En primer lugar, porque está detenido y procesado, y luego porque más allá de lo que el piensa sobre sí mismo necesita que, finalmente, lo declaran inocente, cosa que el entorno o la sociedad, que en este caso estaría representada por el público, sólo puede ofrecerle una inocencia que es ficticia o aparente, pero nunca la real y concreta; claramente, el personaje se resiste a eso”.
En ciernes, el director planteó, como motor de su espectáculo, el recorrido de un personaje que sólo intenta recuperar su libertad. “Lo que la obra plantea es la diferencia entre lo que sería la libertad real y aquello que, como sociedad, entendemos como libertad. Son dos tipos de libertad que siempre se confunden, porque hay una libertad entendida como tal y otra que es la real, y como seres sociales muchas veces deberíamos replantearnos con qué libertad no estamos quedando”.

Un espacio que se modifica

Creada en 2009 a partir de la remodelación de una vieja casona de principios del siglo XX, la sala La Escalera de 9 de Julio 324 es un espacio que ha ido encontrando su forma con el paso del tiempo. “Siempre estamos mejorando la sala con la intención de que el público esté lo más cómodo posible, pero también los actores, que en realidad son los únicos elementos que componen el hecho teatral, porque si falto yo como director, la obra se hace igual. En cambio, si faltan actores o espectadores, la cosa no funciona”, expresó Romagnoli quien agregó: “Tiene que darse este entendimiento, esta convención de ambas partes, para que el hecho teatral se produzca. Y si, como en este caso, es necesario modificar cuestiones del espacio, se hace. Tanto es así que la obra transcurre en toda la sala, más allá de que el público tiene reservado su lugar, está resguardado. La idea es que la presencia de los espectadores funcione de otra manera; serían de algún modo, los testigos de todo este proceso”.

martes, 12 de marzo de 2013

Contrapunto de discursos poderosos

CRÍTICA TEATRO

Luis Machín y Jorge Suárez encarnan magistralmente al filósofo C.S. Lewis y al psicoanalista Sigmund Freud en la obra teatral “La última sesión de Freud”, del norteamericano Mark St. Germain, con dirección de Daniel Veronese, que este viernes se despide de la ciudad con dos funciones      


LA ÚLTIMA SESIÓN DE FREUD
Autor: Mark St. Germain
Adaptación y dirección: Daniel Veronese  
Actúan: Jorge Suárez, Luis Machín
Sala: El Círculo, Laprida y Mendoza,  viernes 15 a las 21 y 23


Bajo la dirección de Daniel Veronese, Machín personifica a Lewis, y Suárez al Dr Freud.
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del )
Dos actores son literalmente atravesados por los discursos de dos personajes de existencia real y ellos no oponen ninguna resistencia. Por el contrario, podría asegurarse que más allá de las exigencias del caso, se cargan una y otra vez esos mismos personajes desde hace más de un año, con el mismo vigor del estreno, e incluso ya los muestran como propios.
Así, el actor rosarino Luis Machín y su colega porteño Jorge Suárez son los responsables de un duelo singular: de la mano inteligente (y por momentos aviesa) del talentoso dramaturgo y director porteño Daniel Veronese traen al presente el jugoso encuentro (para algunos imaginario) entre el escritor C.S. Lewis y el psicoanalista Sigmund Freud a instancias del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en la casa del padre del psicoanálisis en Londres.
La última sesión de Freud, obra de tesis que se revela como un testimonio invalorable de los últimos momentos de un Freud enfermo de cáncer de boca, con un notable deterioro físico pero con una claridad de pensamiento apabullante, tras su exitoso paso del año pasado por La Comedia y de las dos funciones a sala repleta del último fin de semana, repetirá este viernes con dos nuevas e imperdibles funciones en El Círculo (Laprida y Mendoza).
Machín es C.S. Lewis, filósofo y autor de, entre otras, Las Crónicas de Narnia, Cartas del diablo a su sobrino y El regreso del peregrino (cuya incidencia aparece fuertemente en el conflicto que atraviesa la obra), quien es citado por Freud para mantener una charla, en ciernes, interesado (también confundido y curioso) por su conversión al catolicismo. “Nada más ortodoxo que un ateo converso”, se escuchará en algún momento del relato, apelando a pequeños datos de una realidad histórica que el dramaturgo y guionista norteamericano Mark St. Germain dosifica a lo largo de un texto que se equilibra entre el ingenio y el revisionismo histórico.
No se sabe a ciencia cierta si C. S. Lewis y Freud se encontraron alguna vez. Sí se sabe que el padre del psicoanálisis vivió algunos meses en Inglaterra hasta su muerte en septiembre de 1939, y que pudieron haberse encontrado pocos días antes de ese acontecimiento. Por entonces, Lewis tenía 40 años y hacía una década que era católico, al tiempo que Freud, con 82, ya tenía fama y su obra y pensamiento estaban consolidados.
Apelando al formato del contrapunto entre dos personajes antagónicos que por momentos parecieran encontrarse en el disfrute de un singular sentido del humor, a mitad de camino entre la sutileza y la ironía, y haciendo gala de un conocimiento profundo del pensamiento de ambos personajes, el texto se cimienta en un recorrido que tiene pasajes magistrales, y que ambos actores transitan con buenos resultados merced a una entrega infrecuente en el marco del denominado “teatro comercial”.
En el relato se conjugan problemáticas universales como la existencia de Dios, la construcción del pensamiento y el sentido de la vida, la sexualidad en sus diversas formas (Freud dirá con contundencia: “La Biblia es un bestiario de la sexualidad”), el acercamiento al dogma católico y el real sentido de la existencia del hombre, entre otras; y en su totalidad son la materia que ambos actores mastican y metabolizan a través en una sínodo jugoso y de efecto inmanente en el público.
Por un lado, Machín trabaja su personaje a partir de cierta introspección: habla de la vida y de la muerte, busca en su interior, transita el escenario con la consecuente inquietud que le provoca semejante contrincante, apelando a su conocido poder para actuar y a su efectiva presencia escénica.
Sin embargo, es Suárez quien aporta la carnadura dramática a una obra que, en su devenir, no deja grietas ni lugar para las ambigüedades. La exigencia física que requiere su personaje (inflexiones de la voz y un trabajo corporal extenuante) y ciertos efectos que marcan el in crescendo del deterioro físico del personaje, convierten su trabajo en uno de los más notables del teatro argentino de los últimos tiempos, lo que pone en primer plano, independientemente del debate intelectual, una guerra de pensamientos más allá de la atroz que acontece por fuera de los muros de la casa, y que pone en jaque aquellos grandes temas a los que el teatro, por suerte, siempre está volviendo.