“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 30 de marzo de 2010

El camino de la humillación



Reseña-crítica publicada en El Ciudadano & la gente el 23 de marzo de 2010

Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia, dirigidos por Agustín Alezzo, consiguen una ajustada versión de “Contrapunto”, del dramaturgo inglés Anthony Shaffer, que el fin de semana pasó por el Astengo.

Miguel Passarini

Sin estridencias y a través de un juego escénico basado esencialmente en la actuación, en el que los conduce sabiamente de su mano el maestro Agustín Alezzo, Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia consiguen una sostenida y hasta por momentos inquietante versión de Contrapunto, adaptación criolla de Sleuth, del dramaturgo Anthony Shaffer, el hermano gemelo y menos conocido de Peter, el consagrado dramaturgo responsable de títulos tales como Amadeus y la siempre polémica Equus.

Con climas que fusionan el típico thriller psicológico de más pura cepa inglesa con la impronta más liviana de las novelas de Agatha Christie (aunque con un sabor un poco más amargo), la pieza, que sábado y domingo se presentó en el Auditorio Fundación Astengo a sala llena, tuvo llegada a estas latitudes no por el lado del teatro sino por sus dos versiones cinematográficas, conocidas aquí como Juego macabro. La primera, de 1972, la dirigió Joseph Mankiewicz, nada menos que con Laurence Olivier y Michael Caine; y la última, estrenada aquí en 2008, nuevamente con Caine (ahora cambiando de personaje) y Jude Law, contó con la dirección de Kenneth Branagh y adaptación al cine del dramaturgo Harold Pinter.

Contrapunto narra la historia de un escritor de novelas policiales, Andrew Wike, quien cita en su casa a Milo Tindle, el amante de su joven mujer, a quien le propone un “negocio” para sacarse a ésta de encima en forma definitiva (al menos eso parece en un primer momento), a través de una estrategia que mucho se parece a la trama de una de sus exitosas novelas. Lo que comienza como un juego, sin embargo, va sin remedio camino a la tragedia.

Es así como un eterno Soriano al que los años no le impiden cargarse la maldad y sagacidad de Wike, un hombre que busca venganza (o sosiego, al preguntase, por ejemplo, “qué es exactamente la justicia”) tras ser engañado por su joven mujer, juega el “contrapunto” al que alude el título frente a un Sbaraglia que no sólo ha crecido en edad sino en talento, y consigue una ajustada composición de Tindle, un actor sin suerte dedicado a la peluquería que quiere pelear por el amor de Maggie (la mujer en cuestión) y a quien los desafíos logran ponerlo en acción, más allá de que a primera vista parezca un pusilánime.

Así, los 40 años que separan a uno de otro (Soriano ya tiene 80, pero sigue bailando en escena como lo hacía en el musical Zorba el griego), no son un obstáculo para que ambos actores desplieguen una serie de matices a través de un increscendo que busca sostener la intriga como sustancia, en el contexto de un juego de parlamentos que van mutando desde cierta inocencia en el comienzo rumbo a un doloroso contraste sobre el final, en el que se desnudan las verdaderas intenciones de cada uno de los personajes al mismo tiempo que la miserabilidad se apodera de ambos.

Si bien la versión que se vio en Rosario contó con el mobiliario original y una réplica (lo más cercana posible) de la planta de luces diseñada por el talentoso Chango Monti (el ilustre iluminador del cine nacional, responsable, por ejemplo, de las luces de El secreto de sus ojos), que aporta la dramaticidad y el clima necesarios a un género infrecuente en el teatro, el telón negro del Astengo distanció un poco de la verosimilitud del resto de los elementos escénicos. En el porteño Multiteatro, donde se estrenó la pieza, estos elementos, que responden no casualmente al barroco inglés, estaban sostenidos por una imponente escenografía imitación piedra tanto en el piso como en los muros.

Por otro lado, y aunque es un recurso planteado claramente desde la dirección, la rítmica que sostiene todo el planteo ralenta en algunos pasajes los climas que atraviesan los personajes, a lo que se suma un inevitable entreacto que tiene como objetivo “recuperar” el espacio escénico luego de una serie de pasajes que hasta incluyen efectos especiales, para abordar el sorprendente desenlace (eso sí, si el espectador no había visto antes alguna de las versiones fílmicas).

Pero por encima de todo, la puesta es una excelente excusa para volver a ver verdadero teatro, actores que, dada su solvencia, no necesitan de micrófonos para ser escuchados (algo cada vez más habitual en las puestas que llegan desde Buenos Aires), y que, en un singular “contrapunto” de talento, consiguen llegar hasta lo profundo del planteamiento ético del texto de Shaffer, confirmando que la humillación “es el camino más corto para llegar al corazón de un hombre”.


Acerca de la risa dolorosa

Entrevista publicada en El Ciudadano & la gente, el viernes 19 de marzo

El actor y director porteño José María Muscari habla de “Fuego entre mujeres”, la obra en la que actúan Irma Roy, Mónica Salvador y Dalma Maradona, y adelanta algunos de sus próximos proyectos.

Miguel Passarini

El dramaturgo, actor y director porteño José María Muscari logró sacarse el mote de “transgresor”, una pesada carga que siempre lo obligaba a ir por más. Ahora, en la plenitud de una carrera en la que, con poco más de 30 años y como nadie en el ambiente teatral porteño, hace realmente lo que quiere “con felicidad”, experimenta cotidianamente la alquimia de lo escénico, mezcla sus singulares gustos personales en cada uno de sus espectáculos, al tiempo que suma la televisión que vio en su niñez, ciertos mundos bizarros que lo acompañan desde que se hacía prensa a sí mismo en bicicleta pegando afiches, y su amor incondicional por los actores y el oficio teatral.

Tras el éxito comercial de En la cama, y luego de una veintena de obras estrenadas en el under desde comienzos de los años 90 hasta su desembarco en la calle Corrientes (donde aparecen Catch, Crudo, Shangay y Grasa, entre otras), Muscari está de regreso con Fuego entre mujeres, que hoy y mañana, a las 21, se presentará en el Teatro Nacional Rosario (Córdoba 1331), al tiempo que prepara el estreno de una versión de El anatomista, sobre la novela de Federico Andahazi, y su vuelta a la actuación en la versión criolla de Speed the Plow, de David Mamet, que en el país se llamará Pirañas.

Fuego entre mujeres, “la primera obra de teatro en homenaje a Sandro”, se define como una comedia emotiva, divertida y feroz que narra la historia de tres mujeres atravesadas por una catástrofe familiar. Una abuela (Irma Roy) que debe transplantarse piel de chancho para dejar de ser un esperpento humano, es agobiada por su hija alcohólica (Mónica Salvador) que no se anima a enfrentar su sexualidad, en tanto su nieta (Dalma Maradona), una joven anoréxica y bulímica, sueña con ser la bailarina Fairuz, mientras se entrega a la agresión y a las danzas árabes.

José María Muscari acompañando a sus actrices de “Fuego entre mujeres”.

José María Muscari acompañando a sus actrices de “Fuego entre mujeres”.

La obra es una especie de remake de Piel de chancho, del propio Muscari, montada hace unos años, y es, en ciernes, “un espejo distorsionado de las mujeres de nuestras familias que siempre nos rodearon”, tal como lo cuenta el propio director en esta entrevista que mantuvo con El Ciudadano.

—“Fuego entre mujeres” es una adaptación de “Piel de chancho”, una obra tuya anterior ¿Qué te llevó a volver sobre el tema?
—Aquella vez, la de Piel de chancho, fue para mí un trabajo muy complejo desde lo emocional. En esta versión, eso lo dejé más de lado, y paré la obra sobre la estética de la risa dolorosa: es humor más feroz que antes pero más “punch”; esta obra no es tan dark y eso me gusta. También en esta versión hay algo muy parejo en las tres actuaciones. Las actrices nunca antes habían estado en una obra mía. En aquel momento, Maria Aurelia Bisutti (la protagonista) era una desconocida para mi teatro, no así las actrices que la acompañaban. Ahora, esta igualdad entre las tres integrantes es muy positiva. En su momento, la obra fue muy exitosa en el circuito alternativo, y me parecía que estaba bueno probarla en el teatro comercial, con actrices que el público no asocia a mi teatro y a mi mundo, y no me equivoqué, porque cada noche el público lo agradece en el Tabarís: las aplauden de pie.

—¿Cómo se hace para contener y conjugar los egos de tres actrices de impronta fuerte y de tres generaciones tan distintas?
—Con sabiduría y mucho trabajo, pero particularmente estas actrices son muy geniales, talentosas y trabajadoras, muy dispuestas a encarar mi mundo y mi teatro. Eso allana mucho el camino y lo vuelve muy placentero. A Mónica Salvador la vi en su unipersonal (Cómo tener sexo toda tu vida con la misma persona, que mañana se verá en la misma sala, a las 23.30) y me pareció de una teatralidad potente: siempre sentí que ella le quedaría bien a mi teatro y viceversa. Irma Roy es un icono de la tevé y del teatro, ideal para el rol, a pesar de que siempre la vi actuar “de linda”, y hacer un rol de un ser tan estropeado era un gran desafío y por eso me parece genial lo que hace. Y Dalma Maradona era una gran apuesta: la vi en cine y creo que en teatro es realmente su primer trabajo tan comprometido emocional y físicamente; estoy muy contento con el resultado y el placer de lo que está haciendo y de cómo lo gestamos juntos.

—Como pasó en “Escoria”, ¿qué te aportan las actrices que si bien están en el recuerdo de la gente no están trabajando?
—Me gusta el fenómeno de reinventar un lugar desde donde fluyan. Es impensada Irma Roy haciendo Muscari y eso me encanta: lo cercanos que somos aunque en la apariencia seamos la antítesis. Es encantador trabajar con profesionales como Irma, como Gogó Rojo en Escoria, o con Norma Pons en Cash, porque las grandes actrices tienen la pasión de los jóvenes pero la experiencia y el respeto de antes. Además, adoro a la gente que se anima a más en una edad en la que han capitalizado tanta experiencia, y me gusta que el público pueda ver a sus grandes artistas reinventados, remixados y felices de experimentar.

—¿Cómo es la adaptación de “El anatomista” que se estrena el 8 de abril y qué expectativas tenés, sobre todo porque te metés con la iglesia y la sexualidad?
—La adaptación es de Luciano Casaux sobre la novela de Federico Andahazi; yo sólo soy el director y mis expectativas son muchas. Creo que este texto poetiza esas expectativas: teatro, literatura, sexo y religión. Quizás los preconceptos contra los que tanto lucho sean los que generan la idea previa, errónea, que por ser autor no dirijo textos que no son propios. El autor y el adaptador de esta novela fascinante que es El anatomista rompieron esos preconceptos y me buscaron. Yo, entre sorprendido y halagado, leí primero la adaptación y luego la novela original, y di el “sí”, muy gustoso de ser parte de este trío que intentaba llevar al teatro el famoso “best seller más polémico de la literatura argentina ”. Y acá estoy, con mi grupo de seis actores fascinantes, únicos, explosivos, personales y muy profesionales (integran el elenco Alejandro Awada, Romina Ricci, Sofía Gala Castiglione, Walter Quiroz, Antonio Grimau y Alejandra Rubio), que lejos de tenerle miedo al cuerpo que pide la obra, se lo ponen con ganas y talento. No sé muy bien qué le pasará al público con la propuesta, sí sé que mi versión escénica de El anatomista es tan personal como lo fue su adaptación, y tan singular como lo es la novela misma. Nuestro “anatomista”, el que verán en el teatro Regina cada noche, no es la novela escenificada, es simplemente lo que me pasa a mí y a los míos con esta novela; entiéndase como “míos” a la combinatoria de lujo de mi equipo arriba y abajo del escenario. Alguien me dijo como chiste: “Sólo te falta meterte con la religión”. Bueno, acá está. Que la gente sea feliz y no tenga culpa al salir del teatro, o sí. ¿Qué es mejor?, ¿quién lo sabe?, sólo Dios lo sabe.

—Leí que Andahazi está encantado con la adaptación y con tu trabajo ¿Qué grado de injerencia tuvo en el proyecto y qué condicionamientos tuviste vos tratándose de una de las novelas más vendidas de la historia de la literatura argentina?
—Su injerencia es continua, dado que me interesa su opinión: es un creador muy luminoso y respetuoso, conoce mucho su obra y me permitió entrar en ella con mucha libertad. Es la antítesis del “autor de best seller” que cuida su novela. Es muy pro con el proyecto y muy respetuoso de mi labor y mi mundo personal. Creo que es un gran equipo el formado con él y el adaptador, una condición ideal para trabajar.

—¿Cómo llegás a integrar el elenco de la versión criolla de “Speed the Plow”, de David Mamet, que se conocerá en Buenos Aires?
—Fui convocado por el director, Marcelo Cosentino, y actúo junto a Gerardo Romano y Mónica Ayos; debutamos en mayo en el Multiteatro, y la versión local se llamará Pirañas. Estoy muy contento, porque me permite mostrar un Muscari diferente: actor de un texto, y nada menos que de Mamet, además en una obra realista y bajo la dirección e ideas de otro. Creo que concentrarme en “mi actor” es muy bueno, le tengo fe, creo que puede ser realmente una gran apuesta en el teatro comercial, una obra de calidad, con humor feroz, mucha ironía y un tema universal como es el mundo del espectáculo, el poder del amor y la conveniencia.

—También preparás el estreno de “Feizbuk”, donde te metés con el tema de las redes sociales.
—Sí, será un megaespectáculo conceptual compuesto por siete elencos temáticos integrados por siete actores cada uno y llevados a escena en siete días diferentes. La misma obra, vista desde siete perspectivas totalmente diferentes, siete maneras de hacer lo mismo, pero con todo muy cambiado. El material está basado en el seguimiento de siete personas que por azar son tomadas del facebook y es una producción de la Ciudad Cultural Konex. Estoy en la etapa de investigación, con quince actores cada sábado. En abril haré un casting, y en mayo y junio ensayaré con los siete elencos paralelamente, para debutar a mediados de julio.

—¿Cómo se vive desde la humildad que tenés el hecho de que, hoy, muchos actores de trayectoria y reconocimiento, quieran trabajar con vos porque consideran imperdible la experiencia?
—Con mucha felicidad; considero que soy un privilegiado por vivir de lo que me gusta y por ser feliz con eso. Al mismo tiempo no me creo nada, creo que todo es pasajero, que uno construye su realidad día a día, por eso mis pensamientos diarios están en http://www.mundomuscari.blogspot.com/ para que todos puedan conocerlos.

Tiempo de profesionalización


Balance del año teatral 2009 Publicado el sábado 2 de enero de 2010, en el diario
El Ciudadano & la gente


Las puestas teatrales locales “La temperatura”, de Gustavo Guirado; “Dionisos aut”, de Aldo El-Jatib; “W! noche Edipo”, de Pata de Musa, y “Los días de Julián Bisbal”, de Rosario Imagina, entre las mejores del año 2009

Miguel Passarini
Lejos de temporadas de esplendor en las que uno de los signos era la profusión de estrenos semana tras semana y, paralelamente, en un tiempo en el que el teatro de producción local va camino a su profesionalización definitiva, el 2009 cerró con balance positivo si se tiene en cuenta que un puñado de los espectáculos estrenados o presentados durante el año (no más de una docena) se destacaron del resto, del mismo modo que pudieron, en algunos de los casos, trascender las fronteras de la ciudad más allá de las temporadas realizadas en la ciudad.
Al mismo tiempo, dos salas pertenecientes a grupos con historia fueron recuperadas para el patrimonio local, como es el caso de Arteón (creado por Néstor Zapata en 1968), que reabrió su cine-teatro en los altos de la Galería El Patio (Sarmiento 778), y El Rayo Misterioso (creado por Aldo El-Jatib en 1993), que pudo concretar con enorme esfuerzo, y luego de funcionar en tres espacios diferentes, una sala propia en Salta 2991, en el corazón del barrio de Pichincha.
De los espectáculos entrenados durante el año, y cuando aún resta un debate abierto
hacia varios flancos respecto de porqué el público no concurre al teatro alternativo como pasaba en otros tiempos, se destacaron La temperatura, de Gustavo Guirado; Dionisos aut, de Aldo El-Jatib (al frente del Grupo Laboratorio de Teatro El Rayo Misterioso); W! Noche Edipo, de Esteban Goicoechea y Miguel Bosco (al frente del grupo Pata de Musa Teatro), y la versión de Los días de Julián Bisbal, de Roberto Tito Cossa, estrenada por Rody Bertol (a la cabeza del Centro Experimental Rosario Imagina).
En La temperatura, Gustavo Guirado (autor y director) comanda a un estupendo equipo actoral integrado por Guillermo Becerra, Miguel Bosco, Edgardo Molinelli y Claudia Schujman. El espectáculo permite “tejer” algunas analogías entre la materia que encierra la obra y el enorme magma literario que, de algún modo, dio pie a su escritura hace ya algunos años.
Ezequiel Martínez Estrada dijo alguna vez que escribió su maravilloso Radiografía de la Pampa, porque, entre otras cosas, descubrió que el paso del tiempo podía entenderse “como un sueño”, y que, por lo mismo, el pasado “estaba allí”, esperando ser develado por las nuevas generaciones. No casualmente, y más allá de la profusa lectura de Sarmiento (Facundo), Lucio V. Mansilla (Una excursión a los indios Ranqueles) o José Hernández (Martín Fierro), Guirado vivió, de algún modo, cierto grado de revelación al descubrir y reconstruir el imaginario de Martínez Estrada luego de escribir y decidir estrenar La temperatura, un espectáculo en el que una mujer (quizás la última) está perdida en una vieja tapera en medio de La Pampa. Y tres hombres, cada uno con intereses diferentes, la acompañan. Pero el interés de la Señora es claro: ella buscará en Marcial, el Coronel Lampedusa o Fierro, un semental, alguien que le garantice la “preñez”, alguien que pueda ser fértil en medio de un ámbito tan estéril, un territorio que ha quedado desierto en medio de “tantas batallas”.
Es en el campo de lo simbólico, del pensamiento y la reflexión (la obra integra un corpus que refiere a aspectos mitológicos de la tradición argentina), donde están condensados en la puesta algunos de los elementos más representativos del cine de Leonardo Favio o Arturo Ripstein, el realismo mágico tan arraigado a gran parte de la literatura latinoamericana: del delirio místico hasta llegar a lo horroroso, la inocencia lleva a la perversión a través de personajes que, como escapados de un circo, buscan noche a noche repetir sus rutinas mientras miran (imaginan, sueñan) las hazañas de unos jóvenes trapecistas que, dolorosamente, están desaparecidos. De un elenco sin fisuras, vuelve a ser centro de atención Claudia Schujman, acaso una de las pocas actrices rosarinas que sabe y puede asumir el desafío que implicó su personaje.
Por su parte, El Rayo Misterioso cerró un año en el que no sólo reabrió su espacio, sino que además montó la décima edición del Encuentro Internacional de Grupos Experimenta, y estrenó Dionisos aut. Cuando todo parecía indicar que con La consagración de las furias (2004-2005) El-Jatib había llegado a un límite estético a partir de su búsqueda en el campo del teatro antropológico, el nuevo espectáculo (que se repondrá en los primeros meses del año que comienza) confirma todo lo contrario. Ahora el tótem es una nave, que puede ser la de “los locos”, La balsa de la Medusa (por la pintura homónima de Théodore Géricault), el barco que se lleva “lo
que quedó”, con un Dionisos que ya no festeja y que se muestra en el borde de su existencia (no casualmente el espectáculo lleva como subtitulado “El niño del abismo”).
Tomando como punto de partida la mitología griega, pero confrontando su poética con discursos y personajes contemporáneos, El-Jatib logra otro prodigioso espectáculo en el que se conjugan el entrenamiento férreo de sus actores, la claridad ideológica, el funcionamiento de un dispositivo escénico que más allá de su aparente simpleza se multiplica en escena creando imágenes que provocan gran conmoción; pero sobre todo, consigue una vez más hablar de los mismos temas de siempre (desde el estreno del emblemático MUZ), es decir la familia, el pensamiento y su construcción, la sexualidad, la guerra y la muerte.
En W! Noche Edipo, el prolífico grupo Pata de Musa, dirigido por Esteban Goicoechea y con la actuación de Miguel Bosco, propone contar la tragedia de Sófocles a partir de un narrador, un contador de historias que, copa de vino en mano (tinto, como la sangre), traerá al presente con inusitada contundencia los albores de la tragedia clásica Edipo Rey, en versión libérrima y con la intención de confirmar que las tragedias siguen estando allí para volver a ser contadas porque su efecto está intacto.
El resultado, el trabajo más acabado hasta la fecha del grupo Pata de Musa Teatro, que también en 2009 participó en el Festival Internacional de Buenos Aires (Fiba) con Blut!, una pareja de sangre. En primer lugar, porque la propuesta no se parece a ninguna, o quizás sí en el sentido amplio de poner al teatro en primera persona, en el lugar de la representación, y tal como lo hizo el creador en otros trabajos de su producción reciente, el teatro aparece, fluctúa, en medio de una aparente ficción que por momentos se ve desplazada por la realidad del “aquí y ahora” propia de la escena.
El narrador en cuestión, el señor W, habla de la historia de un calesitero que mueve su calesita en la que los padres abandonan al desdichado Edipo, quien de este modo comenzará a desandar un camino escrito, trazado, e irremediablemente doloroso.
Más allá de todo, la convención funciona a rajatabla: los presentes se espantarán con las atrocidades de un Edipo atormentado pero perverso, que podrá parodiar y hasta tomarse con cierto humor su historia de incesto, traición, muerte y ceguera autoinducida, más allá de la contundencia que tiene en su historia, como en la mayoría de las tragedias griegas, la fuerza del destino.
Por último, con Los días de Julián Bisbal el Centro Experimental Rosario Imagina, que lleva adelante Rody Bertol hace casi dos décadas, se jugó una carta difícil, porque buscó acercarse al público (búsqueda que comenzó hace dos años con la versión de Los invertidos, de González Castillo) con una pieza conocida de Tito Cossa. Los días de Julián Bisbal sumerge a los espectadores en un pasado-presente: el de un hombre como miles que un día se levanta y se da cuenta que su vida es un error, que ha vivido equivocado, y que dirá sin más remedio “no quiero ir a trabajar, no sé lo qué me pasa, es como si todo se viera distinto”.
Aunque la empresa parecía compleja, sobre todo si se piensa cómo se conjuga en un proyecto teatral el realismo social de los años 60 de Cossa (en su momento, vanguardia) con el mundo poético (onírico y de gran cuidado estético) al que suele someter sus puestas Rody Bertol, el resultado fue a favor.
Bertol tomó el texto de Cossa a modo de homenaje a un tiempo, el de su primera juventud, en el que veía a sus maestros en esos personajes. Pero también lo tomó porque “siempre estuvo ahí” (en los ensayos, en los talleres, en La Escuela de Teatro), y más allá de su pretensión de trabajar el realismo (independientemente de lo que Cossa escribió alguna vez, cuando afirmó que “el realismo puede apelar a la forma que más le conviene al creador”), el resultado juega con elementos que escapan a esa estética: están allí algunos de los clichés del realismo naturalista mixturados con otros del grotesco.
Incluso, independientemente de la voluntad del director, algo de su mundo de “fantasmas” se filtró para concretar un trabajo que discurre entre el filoso equilibrio que se juega frente a la voluntad de acercarse al público y el deseo de ser fiel a un teatro que prioriza la poética por encima de todo.
Lejos del realismo naturalista al que remite el texto, Bertol propone una especie de juego onírico, brumoso, en el que los personajes parecen llegar al presente desde el más allá, para habitar los momentos que conducirán, parafraseando a O’Neill, ese “largo viaje de un día hacia la noche”.
Finalmente, también es de destacar la performance que durante el año hizo Mal de ojo, último y estupendo espectáculo de Juan Hessel al frente del grupo CET, estrenado en 2008, con el que el director se presentó tanto dentro como fuera de la ciudad.

Entiendo todas las metáforas


Lo que sigue es un texto que escribí para una publicación que se editará por los 50 años de mi escuela secundaria. La foto es de aquellos años hermosos vividos en Wheelwright.



Por Miguel Passarini
“Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños en castillos de cristal”. La frase, aunque remanida, escuchada, transitada, cantada por Sui Géneris dos millones de veces (claro, es la letra de la inolvidable “Canción para mi muerte”) y usada en infinidades de escritos, me viene a la memoria desde un fogón remoto en el que, tapados con una frazada, queríamos parecernos a aquellos que enfrentaban la vida con agallas, en medio de una libertad que a los tirones apenas si nos dejaba asomar la cabeza.
Es que en un viaje imaginario que emprendí hace unos meses cuando me dijeron que el querido Instituto Secundario Wheelwright (de ahora en más ISW, como solíamos llamarlo en la contienda) cumplía 50 años, empecé a escribir, con las digresiones propias que juguetean en la cabeza, en la memoria, los fragmentos de un pasado-presente, los momentos aquellos en que fuimos tan jóvenes, tan ávidos de todo, tan necesitados de cariño, tan queridos por algunos, tan idolatrados por nosotros mismos, tan incomprendidos por muchos.
Un cuarto de siglo me separa (nos separa a todos los que pasamos por el ISW entre 1980 y 1984) de aquél momento en el que dejábamos la escuela para empezar a vivir la incertidumbre de la edad adulta y, obviamente, ya nada sería igual.
Los años anteriores, llenos de abrazos fraternales, oídos prestados en medio de la siesta pueblerina cuando mirábamos por la ventana de las aulas y sólo veíamos calma, la complicidad de todo ese tiempo hermoso, me estalla en la cabeza, en las fotos de esa infancia adolescente de mate interminable, risa desaforada, estudiantina, campamento, picnic de la Primavera, horas perdidas y encontradas, amores no correspondidos (la mayoría) y algún que otro momento difícil, pero necesario.
Volvería a repetir cada momento. Como si se tratara de una puesta en escena, volvería a vernos, a encontrarnos hoy, vestidos como en aquellos años, dispuestos a sacarnos una foto para no verla ya, como es ahora, sino para después ir corriendo a lo de Murados y sorprendernos con los resultados.
Apenas pensar en la gracia de aquél que vuelve, que regresa para caminar por los mismos lugares que ya transitó, que mira para arriba o para el costado y como un “flaneur” redescubre los rincones, sus rincones, muchos de ellos intactos, y confirma que los ecos, las voces están allí, me hace (nos hace) muy feliz.
Vuelvo en el viaje al reencuentro de horas de clase en las que la complicidad siempre latente nos hacía convencernos a cada minuto de que no podía haber nada mejor, de que estábamos viviendo un momento único (qué suerte que tuvimos conciencia de eso), de que seríamos indestructibles, inseparables (fue tan así como lo soñamos), de que, como muchos decían, éramos “un grupo atípico”, y sí, lo éramos.
Llegamos a la escuela en plena dictadura y nos fuimos en Democracia (así, con mayúscula). No teníamos muy claro por entonces lo que eso significaba, no sabíamos bien qué pasaba, la historia oficial se encargaba de ocultarnos la verdad. Igual, escuchábamos “Los dinosaurios”, cantado por Charly García, en mi casa convertida en un “aguantadero” (pobres mi padres, fueron ellos los que tuvieron que aguantar), y algo, allí, en esa metáfora aterradora que decía que “los amigos del barrio pueden desaparecer”, nos enfrentaba, como a la Alicia de Lewis Carroll, a un gran espejo, y a un dolor irrevocable. En el medio, un “asalto” alegre armado a última hora, con comida improvisada, también era de la partida, porque el tiempo para estar juntos nunca era suficiente, aunque más no sea paseando en un viejo rastrojero de color naranja que todavía conservaba el olor de mi abuelo, y con el que recorríamos el pueblo desde la rotonda a la Estación de Trenes fumando Philip Morris ¡Qué hermoso!
Antes, apenas un poco, la soledad de la Guerra de Malvinas y las horas de gorros, bufandas, chocolates y cigarrillos que quizás nunca llegaron a destino; el cachetazo artero de una dictadura que amagaba con irse pero que seguía allí. Después, la democracia que volvió para quedarse, Alfonsín y su primavera nunca “consagrada”, y al mismo tiempo las contradicciones de un momento complejo de entender y de aceptar: todo había cambiado, el país cambiaba y nosotros también. Era un tiempo de elecciones, para muchos la hora de partir buscando el futuro. Qué aterrador, pero qué maravilloso.
En aquél momento, los fraseos de “Óleo de una mujer con sombrero”, “Yolanda” y hasta “La marcha de la bronca”, que teníamos grabados en un cassette con tapita roja, y con el que descubríamos a Pedro y Pablo o a la Trova Cubana, no nos alcanzaba para llenarnos la cabeza de una poesía que nos taladraba el sentimiento. Quizás no nos pertenecía, quizás había que crecer un poco más (seguro).
Igual, como en muchos otros casos, repetíamos las letras hasta el cansancio y lo seguimos haciendo cada vez que las escuchamos. Eso sí, ahora aprendimos a entender todas las metáforas.
Vuelvo a la escuela, entro al patio, hay alguien parado debajo del reloj (qué habrá hecho). Allí, a toda hora, profesores amados con locura, tan cómplices que por momentos eran parte de nuestros disparates. Son esos que no vamos a olvidar, ellos saben quiénes son, no hace falta nombrarlos como tampoco a los otros.
Allí, en esas aulas, fuimos lo que hoy somos, yo aprendí un poco de todo, me probé, nos probamos, fuimos incondicionales y hasta tuvimos nuestro “Mayo Francés” (fuera de temporada) aquél día en que nos revelamos y decidimos no ir a clases: qué absurdo, terminamos llenos de amonestaciones.
Después (“es todo, todo tan fugaz, y es una curda nada más mi confesión”, escribió Cátulo Castillo), casi al mismo tiempo en el que Miguel Mateos editaba su “Rocas vivas” (cada vez que escuchamos “Tira para arriba”, algo nos pasa en el cuerpo, y nos ponemos a saltar), llegaron las despedidas y la graduación, hermosa, inolvidable, con puesta en escena y todo. Y después, como “un gato en la ciudad”, la distancia y el recuerdo perfecto de cada momento visto a lo lejos, cuanto más lejos, más cercano.
Y después, “poco a poco fui creciendo, y mis fábulas de amor se fueron desvaneciendo como pompas de jabón”. Cuánta poesía, cuánta verdad insoslayable. Hoy lo puedo asegurar, Sui Generis tenía razón, hoy, con el paso del tiempo, entiendo todas las metáforas.

lunes, 29 de marzo de 2010

Acá estoy


Acá estoy. Significa eso, que estoy. Trataré de estar cerca del teatro, de la gente que produce teatro en Rosario como lo hice siempre. Subiré a este blog (me amigo con la tecnología, que no es poco) las notas (adelantos, entrevistas, reseñas) publicadas en el diario El Ciudadano (www.elciudadanoweb.com), del mismo modo que intentaré recuperar reseñas de años anteriores con la intención de armar un archivo de críticas y/o comentarios de espectáculos locales o bien que hayan pasado por Rosario. Por el momento, eso y alguna que otra cosa que me tiente a escribir. Con el tiempo, intentaré armar una agenda con recomendaciones para los fines de semana. Aquellos que así lo requieran, la recibirán en sus correos.

Abrazo para todos.

Puro teatro


Más o menos un CV

Miguel Passarini nació en Wheelwright (Santa Fe), el 17 de mayo de 1967. Estudió Arquitectura en la Universidad Nacional de Rosario, y es periodista egresado del instituto superior TEA, donde además ejerció la docencia, hasta 2004, de la materia Artes y Espectáculos. Ha trabajado en televisión, radio y medios gráficos, como columnista de espectáculos desde 1990 hasta la fecha. Entre otras, colaboró con las revistas de cultura El Muelle (Rosario) y La Maga (Buenos Aires), e integró el equipo de producción y realización integral del programa de cultura Corazón de barco (Galavisión, 1997-1999), ganador del premio ATVC, donde realizó informes sobre la historia del teatro rosarino. También integró, en 2001 y 2002, el equipo de producción del programa de interés general tVi (Canal 5), y participó como columnista de espectáculos de diversos programas de radio, teniendo a su cargo las columnas de teatro (Radio Universidad de Rosario, FM Latina, Meridiano, LT8, entre otras). Desde 1998, integra la sección espectáculos del diario El Ciudadano, de la que actualmente es 2º jefe, donde se ha especializado en el segmento teatro, reseñando espectáculos y como crítico teatral. Editó, de 2001 a 2004, la revista de artes escénicas El espacio vacío, y participa, ente otros proyectos independientes, como colaborador de la revista Picadero (editada por el Instituto Nacional del Teatro). En 2005 y 2006 fue el creador, conductor y productor general del programa de televisión Puro teatro, que se emitió por dos temporadas por Canal 4 de Cablehogar de Rosario. El envío fue distinguido con el premio Magazine como mejor programa cultural de la ciudad. Además de realizar tareas de productor teatral y participar como jurado en diversas muestras de teatro y festivales tanto locales como nacionales, integra, desde 1998, el Círculo de Críticos de las Artes Escénicas de la Argentina (Critea).

Contacto: puroteatro2005@gmail.com