Los elencos: Vivi Strano y Celeste Campos, Juan Pablo Cabral y Homero Chiavarino, Silvina Santandrea y Franco Fontanarrosa, Juan Iriarte y Manuel Baella. |
CRÍTICA TEATRO
La sexta edición de Cuatro Cuartetos "Puro Fontanarrosa", se revela como un valioso recorrido por la lógica que en encierran los entrañables personajes del Negro
Por Miguel Passarini (Publicado
en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 20 de agosto
de 2013)
Comunes y al mismo tiempo
particulares, ajenos a la lógica doméstica y, de igual modo, fácilmente
reconocibles a la vuelta de cualquier esquina. Son esos mismos que alguna vez
vio o escuchó, esos de los cuales le contaron los amigos entrañables, esos que
en sí mismos acreditan un anecdotario tan colorido que, lejos de dudar de su
autenticidad, quizás se pueda comprobar que aún están por allí, y hasta se los
pueda ver por El Cairo o en cualquier esquina “rosarigasina”.
Puro Fontanarrosa es un hecho
teatral que buscó y consiguió poner en valor el proyecto de Cultura municipal
Cuatro Cuartetos, que el viernes estrenó en La Comedia (Mitre y Ricardone) su
versión 2013, donde volverá a presentarse los próximos 23 y 30, a partir de las 21.
Apelando a un verdadero
seleccionado de teatristas locales entre actores y directores, creando cuatro
grupos a los que sumaron sendos músicos con mayor o menor compromiso escénico,
el trabajo de todo el equipo de La Comedia y la destacable tarea de Silvina La
Calamita a cargo del vestuario y maquillaje, la sexta edición de Cuatro
Cuartetos está integrada por un recorte aleatorio de cuentos y relatos del
recordado Roberto Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007), alcanzando el que, quizás,
sea hasta el momento uno de los más logrados proyectos teatrales locales en su
homenaje por la diversidad, el riesgo y, sobre todo, por un notable interés por
poner en valor al autor, sin perder de vista que se trata de un proyecto
teatral, habilitando una serie de licencias necesarias como para que aquello
que tiene un carácter unívoco funcione dentro de un cuerpo de obra integrador.
Escapado de El mundo ha vivido
equivocado, en primer lugar, Celeste Campos le pone el cuerpo (literalmente) al
relato “Yo fui amante del Yeti”. Acompañada por la acompasada y exquisita
presencia de Vivi Strano en acordeón, el relato en primera persona de una
experiencia inolvidable de esta mujer sin nombre, peluquera y en la versión
algo afrancesada, que tuvo intimidad con el “abominable hombre de las nieves”,
parece encontrar en la talentosa actriz el cause perfecto para alcanzar los
climas, los matices y cierta ferocidad que requiere el personaje.
Actriz y cantante, de la mano de
su madre Gladys Temporelli desde la dirección, Campos (también hija del recordado
Norberto Campos), es una artista de un caudal exuberante, con un dominio
corporal infrecuente y una osadía y desparpajo que la posicionan hoy en la
primera línea de una estirpe de actrices locales abocadas al humor.
Acto seguido, Juan Pablo Cabral
se ocupa de desandar los entretelones de “Te digo más” en la piel de El Zurdo,
acaso uno de los cuentos más conocidos del Negro, acerca de las peripecias
vividas por el Gordo Luis disfrazado de Papá Noel, junto a una serie de
personajes, en un tórrido verano rosarino. El segmento tiene, más allá de la
incuestionable presencia y talento de Cabral, un actor de una enorme diversidad
de recursos para desdoblarse en cada uno de los legendarios personajes
barriales que aparecen en el relato, la presencia en la música de Homero
Chiavarino, quien aporta mucho más que un clima musical, generando situaciones
dialécticas con el actor y con el público (incluso algún guiño futbolero
efectista pero inevitable), a lo que se suma la mirada y puesta a punto de
Liliana Gioia desde la dirección, quien conoce como pocos artistas en Rosario
acerca del timing que requiere el humor escénico.
“Rodajas de mí”, tercer relato y
plato fuerte, sirve para que el espectador se deslumbre una vez más con el
talento de Silvina Santandrea, aquí acompañada desde el universo musical-sonoro
por Franco Fontanarrosa (hijo del Negro) y la dirección de Adrián Giampani.
Pocas veces un actor puede traslucir el espíritu de un cuento como en este
caso, donde se describe la historia de una actriz frente a un imposible, un
monólogo que nunca podrá representar en la piel de Levenia, La Yegua, abordando
situaciones desopilantes de inusual humor físico, registros que la actriz
sustenta con gran profesionalismo y abanico de recursos, y donde demuestra su
afiatado vínculo con el público.
Para cerrar, no podía faltar la
impronta futbolera. Es así como aparece “Qué lástima Cattamarancio”, con la
actuación de Manuel Baella, acompañado desde la música pero también desde la
actuación por Juan Iriarte, ambos bajo la dirección de Mario Vidoletti, artista
local conocedor de la obra del Negro por experiencia propia. El relato de un
partido de futbol quimérico, como perdido en una vieja cabina de un estadio
polvoriento, plagado de interrupciones, pone punto final al variopinto
recorrido que propone Puro Fontanarrosa.
Como se sabe, cada segmento
tiene, o bien por el tono del relato o bien por el modo en el que es narrado
(es decir un registro de humor que se diversifica), un efecto diferente en el
público, por lo cual el orden del armado de los cuatro segmentos quizás no sea
el más conveniente por el in crescendo que necesita una propuesta donde el
humor es la matriz. Sin embargo, a diferencia de ediciones anteriores, se
valora a simple vista el intento por concretar un cuerpo de obra que esté más
allá de las inevitables segmentaciones que juegan en el contexto de toda la
propuesta. Hay una idea, un concepto de “obra total”, un interés por hilvanar
las piezas para volver el proceso de puesta en escena más orgánico, sobre todo desde
la interacción de músicos y actores, desentrañando un universo de una vastedad
sumamente atractiva y dejando en claro que, a diferencia de lo que pasó en
otras versiones del mismo ciclo, aquí, los cuatro relatos de Puro Fontanarrosa
tienen en el tiempo un destino trazado como obras autónomas.
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