El talentoso dramaturgo y director
Sebastián Villar Rojas, analiza la poética de su propuesta dramática,
marcada por cuestiones vitales como el amor y la falta de trabajo. Sus
obras "230001" y "El exterminador de caballos" se presentan el fin de
semana.
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del 22 de abril de 2013)
La dramaturgia de Sebastián Villar Rojas, creador en 2008 del Grupo
Pause, instaló en el teatro rosarino un nuevo orden en el que,
sabiamente, se conjugan tradición y vanguardia; recursos del viejo
vodevil mixturados con la más bizarra comedia almodovariana, y una
inteligente mirada sobre las marcas que dejaron en su generación los
años 90 frente a problemáticas como el amor, la falta de trabajo, la
realización personal, la pérdida de valores y la posible llegada del fin
del mundo. El joven creador apela a una estética y a una resolución
narrativa que no se parecen a otras, lo cual se convierte en un
verdadero logro frente a un teatro que se replica, se hermetiza o
reniega del público, algo que no sólo no hace Villar Rojas sino que
frente a todo eso, redobla la apuesta y propone un teatro que busca
refundar el vínculo entre el actor y el espectador.
Tras el valioso debut con Moderna en 2011, entre marzo y abril de este año, el director, que en pocos días se instalará por dos meses en Buenos Aires para integrarse como asistente de dirección de Alejandro Tantanián en la versión criolla del musical de Broadway Anything Goes (ver aparte), estrenó dos nuevos trabajos: 230001, con las actuaciones de Cecilia Patalano y Agostina Prato, que el viernes, a las 21, en el Cultural de Abajo (San Lorenzo y Entre Ríos) cerrará su primera temporada, y El exterminador de caballos, con las actuaciones de Marina Lorenzo, Juan Pablo Biselli, Lumila Palavecino y Luciano Matricardi, “la obra más ambiciosa que he intentado escribir hasta el momento”, según dice, cuyo estreno en esa misma sala, donde se presenta los sábados a las 20.30, marcó un antecedente en esa compleja relación dialéctica entre el teatro y los espectadores que muchas veces no se concreta.
Tras el valioso debut con Moderna en 2011, entre marzo y abril de este año, el director, que en pocos días se instalará por dos meses en Buenos Aires para integrarse como asistente de dirección de Alejandro Tantanián en la versión criolla del musical de Broadway Anything Goes (ver aparte), estrenó dos nuevos trabajos: 230001, con las actuaciones de Cecilia Patalano y Agostina Prato, que el viernes, a las 21, en el Cultural de Abajo (San Lorenzo y Entre Ríos) cerrará su primera temporada, y El exterminador de caballos, con las actuaciones de Marina Lorenzo, Juan Pablo Biselli, Lumila Palavecino y Luciano Matricardi, “la obra más ambiciosa que he intentado escribir hasta el momento”, según dice, cuyo estreno en esa misma sala, donde se presenta los sábados a las 20.30, marcó un antecedente en esa compleja relación dialéctica entre el teatro y los espectadores que muchas veces no se concreta.
“Fue un estreno shockeante, una experiencia bastante particular: por
un momento tuve la sensación de que se reactivó algo de un teatro de
otra época y no porque yo lo haya vivido. Sentimos que pasó algo
singular, como pasaba en los 30 o los 40, donde la gente aplaudía las
escenas a telón abierto, festejaba; se dio algo de esa cosa medio
festiva, que quizás podría verse como excepcional, pero fue algo que se
fue dando a lo largo de las 16 escenas que tiene la obra y de los 14
apagones, aunque también pasó algo hacia el interior de esas escenas.
Por eso en el final, como siempre en los estrenos, un momento muy
especial que lo tienen que vivir los actores con los espectadores, yo
nunca siento la necesidad de salir a saludar, pero esta vez también fue
excepcional y estuve allí”, expresó Villar Rojas en el marco de una
charla marcada por las particularidades de la poética que lo identifica.
En el teatro de Villar Rojas se produce la convivencia saludable de una serie de pequeños mundos, algunos más simbólicos que otros, donde prevalece el cruce desprejuiciado pero inteligente de géneros dramáticos, y donde el amor y sus implicancias se convierten en el motor de una serie de problemáticas. “Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos –expresó–; la primera es el amor, siempre es un tema presente, algo que, incluso, traigo un poco de la música, del rock, de esa idea de que la canción de amor es algo así como el arquetipo de la obra artística de nuestro tiempo, del pop; donde haya algo que tenga que ver con el arte, habrá algo de amor. Si pensamos en un arte que quiera conectarse con el espectador, con el público, algo referido al amor tiene que haber”.
Para el director, el amor se revela como una problemática que construye la manera de entender una época, algo que se patentiza en su último trabajo donde, además, pone en primer plano los daños colaterales que dejaron los años 90: “El tema del amor es algo que me surge naturalmente. En el caso particular de El exterminador de caballos, tiene que ver con el amor, pero sobre todo con esta variable del «amor líquido», partiendo del concepto de Zygmunt Bauman al que tomo de modo paródico; así surge esta idea de una pastilla que puede solidificar ese amor líquido, algo que pongo en la obra como el mal de nuestro tiempo o el mal de las nuevas generaciones, es decir: esta cuestión de la fluidez de los sentimientos, la imposibilidad de construir algo duradero en el tiempo y de cómo eso causa dolor en las personas, por lo que, finalmente, aparece este deseo de «curar» eso de alguna manera, de la forma que sea. En el caso de la obra, y un poco jugando con la «fantaciencia», la forma de curarlo es la aparición de una pastilla del amor eterno que logra solidificar el amor y une a las personas de por vida”.
Tanto en El exterminador de caballos como en sus obras anteriores, la problemática de la falta de un trabajo digno frente a lo cual se abre un abanico tan incierto como sinuoso, es otro de los carriles dramáticos por los cuales Villar Rojas conduce a sus personajes. “Hay otra cuestión temática fuerte que atraviesa las obras, y es la situación laboral y existencial de los jóvenes adultos o de la gente en general en una ciudad como Rosario. Tanto en El exterminador… como en 230001 me dediqué a explorar casi sociológicamente el problema de lo laboral en la ciudad; y en simultáneo a esta fragilidad laboral, las situaciones fronterizas entre la ocupación y la subocupación. Lo que se agrega en El exterminador… es el tema del boom inmobiliario, el crecimiento económico y cómo eso, de alguna manera, también se ha producido concentrando la riqueza en un sector y dificultando el acceso a ciertas cuestiones vitales para gran parte de la población. Y no estoy hablando de los sectores humildes sino de sectores medios que, por ejemplo, no pueden acceder a la vivienda. Es el caso de la protagonista de El exterminador…, su gran deseo en la vida es tener un departamento donde vivir y dejar de alquilar, algo cada vez más difícil. La tragedia, justamente, tiene que ver con querer conseguir un departamento a lo que de lugar, y cómo esa necesidad de tener algo material termina boicoteando al amor. Si bien hay mucho humor, creo que en ese punto la obra plantea una especie de tragedia contemporánea”.
Finalmente, respecto del proceso de escritura de sus obras, que se remontan al procedimiento de gabinete que muchos teatristas parecen haber reemplazado por la “dramaturgia de actores”, Villar Rojas opinó: “Cada uno de los textos tiene una historia particular. En el caso de El exterminador… hubo mucha planificación de escritorio, casi sistemática; fue un proceso de escritura largo, con muchas correcciones. Fueron dos años: en el primero trabajé sobre la escritura a partir de anotaciones de cada uno de los personajes; toneladas de papeles con ideas, parlamentos, vinculaciones e historias, y después vino la etapa de pulido de la obra, donde quedó la mitad del texto original, para que ingresen allí las actuaciones, que fue la otra gran parte de este proceso de trabajo. Porque dada la complejidad del texto, sin estos actores no hubiese podido estrenar esta obra”.
En el teatro de Villar Rojas se produce la convivencia saludable de una serie de pequeños mundos, algunos más simbólicos que otros, donde prevalece el cruce desprejuiciado pero inteligente de géneros dramáticos, y donde el amor y sus implicancias se convierten en el motor de una serie de problemáticas. “Hay dos o tres líneas que son muy importantes para mí en términos temáticos –expresó–; la primera es el amor, siempre es un tema presente, algo que, incluso, traigo un poco de la música, del rock, de esa idea de que la canción de amor es algo así como el arquetipo de la obra artística de nuestro tiempo, del pop; donde haya algo que tenga que ver con el arte, habrá algo de amor. Si pensamos en un arte que quiera conectarse con el espectador, con el público, algo referido al amor tiene que haber”.
Para el director, el amor se revela como una problemática que construye la manera de entender una época, algo que se patentiza en su último trabajo donde, además, pone en primer plano los daños colaterales que dejaron los años 90: “El tema del amor es algo que me surge naturalmente. En el caso particular de El exterminador de caballos, tiene que ver con el amor, pero sobre todo con esta variable del «amor líquido», partiendo del concepto de Zygmunt Bauman al que tomo de modo paródico; así surge esta idea de una pastilla que puede solidificar ese amor líquido, algo que pongo en la obra como el mal de nuestro tiempo o el mal de las nuevas generaciones, es decir: esta cuestión de la fluidez de los sentimientos, la imposibilidad de construir algo duradero en el tiempo y de cómo eso causa dolor en las personas, por lo que, finalmente, aparece este deseo de «curar» eso de alguna manera, de la forma que sea. En el caso de la obra, y un poco jugando con la «fantaciencia», la forma de curarlo es la aparición de una pastilla del amor eterno que logra solidificar el amor y une a las personas de por vida”.
Tanto en El exterminador de caballos como en sus obras anteriores, la problemática de la falta de un trabajo digno frente a lo cual se abre un abanico tan incierto como sinuoso, es otro de los carriles dramáticos por los cuales Villar Rojas conduce a sus personajes. “Hay otra cuestión temática fuerte que atraviesa las obras, y es la situación laboral y existencial de los jóvenes adultos o de la gente en general en una ciudad como Rosario. Tanto en El exterminador… como en 230001 me dediqué a explorar casi sociológicamente el problema de lo laboral en la ciudad; y en simultáneo a esta fragilidad laboral, las situaciones fronterizas entre la ocupación y la subocupación. Lo que se agrega en El exterminador… es el tema del boom inmobiliario, el crecimiento económico y cómo eso, de alguna manera, también se ha producido concentrando la riqueza en un sector y dificultando el acceso a ciertas cuestiones vitales para gran parte de la población. Y no estoy hablando de los sectores humildes sino de sectores medios que, por ejemplo, no pueden acceder a la vivienda. Es el caso de la protagonista de El exterminador…, su gran deseo en la vida es tener un departamento donde vivir y dejar de alquilar, algo cada vez más difícil. La tragedia, justamente, tiene que ver con querer conseguir un departamento a lo que de lugar, y cómo esa necesidad de tener algo material termina boicoteando al amor. Si bien hay mucho humor, creo que en ese punto la obra plantea una especie de tragedia contemporánea”.
Finalmente, respecto del proceso de escritura de sus obras, que se remontan al procedimiento de gabinete que muchos teatristas parecen haber reemplazado por la “dramaturgia de actores”, Villar Rojas opinó: “Cada uno de los textos tiene una historia particular. En el caso de El exterminador… hubo mucha planificación de escritorio, casi sistemática; fue un proceso de escritura largo, con muchas correcciones. Fueron dos años: en el primero trabajé sobre la escritura a partir de anotaciones de cada uno de los personajes; toneladas de papeles con ideas, parlamentos, vinculaciones e historias, y después vino la etapa de pulido de la obra, donde quedó la mitad del texto original, para que ingresen allí las actuaciones, que fue la otra gran parte de este proceso de trabajo. Porque dada la complejidad del texto, sin estos actores no hubiese podido estrenar esta obra”.
El recorrido
Escritor, dramaturgo y director formado con Oscar Medina y Alma
Maritano, Sebastián Villar Rojas creó el Grupo Pause en 2008. Como
director, se desempeñó en Moderna, de su autoría, y en Todo se incendió
de repente (danza-teatro), en coautoría con la coreógrafa y bailarina
local Paula Valdés Cozzi. En 2011 participó del ciclo Cuatro Cuartetos
(CEC, Rosario) con las piezas El porqué de todo (teatro) y 21.000 años
después (danza-teatro). Por otra parte, en 2010 ganó una beca del Fondo
Nacional de las Artes y en 2012 obtuvo la beca Alejandra Boero para la
realización de la Pasantía Anual para Directores del Complejo Teatral de
Buenos Aires, coordinada por Luis Cano, en la que estudió con
directores de la talla de Alejandro Tantanián, Ciro Zorzoli, Cristian
Drut y Mariana Obersztern. Además de los recientemente estrenados 230001
y El exterminador de caballos, prepara para los próximos meses el
estreno de Sos mi sol y la reposición de Moderna.
A Buenos Aires
Durante mayo y junio, Villar Rojas se trasladará a Buenos Aires para
sumarse, como asistente de dirección de Alejandro Tantanián, al equipo
que montará la versión nacional del premiado musical de Cole Porter
Anything Goes, de 1934. El director local fue convocado luego de
trabajar junto a Tantanián en una pasantía en el porteño Teatro San
Martín. El elogiado musical cuenta con un elenco encabezado por Enrique
Pinti, Florencia Peña y Diego Ramos, que completan, entre otros, las
también rosarinas Noralih Gago y Josefina Scaglione.
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