Pensada para poco más de una veintena de espectadores, la visión de la obra implica ingresar literalmente al espacio escénico. (Foto Enrique Galletto) |
CRÍTICA TEATRO
En “Amarás a tu padre por sobre todas las cosas”, Carla Saccani plantea una aguda crítica a los años 90. La obra cuenta con las actuaciones de Vanesa Baccelliere, Marina Lorenzo y María Florencia Sanfilippo
AMARÁS A TU PADRE POR SOBRE TODAS LAS COSAS
Dramaturgia y dirección: Carla Saccani
Actúan: Vanesa Baccelliere, Marina
Lorenzo, María Florencia Sanfilippo
Asistencia: Natacha Soboleosky,
Natalia Zatta
Producción: Rocío Luna
Sala: Quercus Alba, Corrientes 563,
viernes a las 22
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 9 de septiembre de 2013)
La orfandad, la ausencia, el desatino, el egoísmo, la opresión, el individualismo, el abuso, la competencia desleal, la risa desaforada, la complicidad, el abandono, el rencor, el dolor, la tragedia. Todo convive en una agobiante jornada de verano, larga, compleja y en tiempo real, en la que los acuerdos, los desacuerdos y las sorpresas estarán a la orden del día hasta que todo se marchite.
En Amarás a tu padre por sobre todas las cosas, su tercer trabajo como directora y primero con dramaturgia propia, la teatrista rosarina Carla Saccani elige contar una historia de interiores que, extrañamente, transcurre en una quinta de fin de semana en Oliveros, precisamente, el miércoles 31 de diciembre de 1997, cuando un año fatal para los argentinos está por terminar.
Es el mismo año en que mataron a José Luis Cabezas y la Carpa Blanca de los maestros arranca su incansable protesta frente al Congreso de la Nación, cuando tres amigas, dos de ellas medias hermanas y la tercera novia del padre de las restantes, se juntan (se encuentran), con objetivos claramente diferentes, para armar lo que será el festejo de fin de año a instancias de un padre que, parafraseando y tergiversando el primero de los mandamientos, será amado pero también odiado.
Aguda reflexión sobre el ocaso en plena juventud de una generación que vio cómo el sueño dorado y televisado de Verano del 98 no era más que un decorado, en el primer trabajo del prometedor equipo Teatro Cabeza aparecen, como problemáticas, la necesidad de protección a través de la figura paterna, la búsqueda desesperada del amor real, las marcas vinculares de la última dictadura militar, el concepto desteñido y mal visto de militancia que imperó en los 90, y la aparición de nuevos modos de comunicación como panacea de una economía que aseguraba que la venta de servicios sería la salvación.
Allí, en esos personajes, conviven también el anhelo de ser lo que no se es, de encontrar la aprobación fuera del lugar de pertenencia (algo tan rosarino), y de aspirar a una salvación individual por encima de la colectiva, acaso la marca más palmaria que dejó el atroz paso del menemismo.
Pensada para poco más de una veintena de espectadores por función, lo que genera ingresar literalmente al espacio escénico (ejercicio tan riesgoso como interesante y recomendable), y apelando al hiperrealismo como estética, la obra relata un fragmento de la historia de Cecilia (María Florencia Sanfilippo), Romina (Vanesa Baccelliere) y Celeste (Marina Lorenzo). Las dos primeras son medias hermanas por parte de padre (las madres son parte de otra historia que también pivotea con la central), y la tercera, además de amiga de Celeste y de Romina, es la joven novia de Armando, padre de las anteriores, un hombre de 65 años que le lleva 35, y al que conoce de chica, un dato no menor teniendo en cuenta el destino que tendrá luego cada uno de los personajes.
Así, con destellos lejanos de una tragedia griega, Amarás a tu padre por sobre todas las cosas sirve para el lucimiento de tres actrices formidables. Si María Florencia Sanfilippo consigue exasperar con la actitud maniquea y manipuladora que caracteriza a Cecilia en un comienzo, para abordar luego a quien realmente se esconde detrás de su actitud “despreocupada” y socarrona, la también cantante Vanesa Baccelliere logra con la aparentemente frágil Romina generar, al menos en la parte del recorrido del personaje que así lo requiere, la empatía con el espectador, al tiempo que Maru Lorenzo alcanza con Celeste varios estados, en un verdadero “tour de force”: lo que le permite la memoria, en un principio, deja ver a quién ella intenta mostrar; por detrás, su personaje habilitará que salgan a la luz los retazos de una historia que ella intentará juntar, algo que desde el texto está ingeniosamente construido para dar textura y profundidad al entramado de las tres historias astutamente urdidas.
Pero además, Saccani acierta no sólo a nivel dramatúrgico sino también de puesta en escena: una recreación preciosista y obsesiva de lo que fueron los años 90 aparece en un primer plano, pero también en los parlamentos, en la estética, en la música, en los comportamientos de los personajes, en sus modos de hablar y de relacionarse. Al mismo tiempo, la directora pareciera conjugar allí los mundos estético-dramáticos de sus dos puestas anteriores: hay algo de la impronta almodovariana que tiñó su recordada versión de Fraternidad, de Mariano Moro, del mismo modo que el clima siniestro, sórdido, perturbador y trágico en el que navegó su singular versión de El malentendido, de Albert Camus, que aquí, además, adquiere ribetes de thriller psicológico.
En Amarás a tu padre por sobre todas las cosas, su tercer trabajo como directora y primero con dramaturgia propia, la teatrista rosarina Carla Saccani elige contar una historia de interiores que, extrañamente, transcurre en una quinta de fin de semana en Oliveros, precisamente, el miércoles 31 de diciembre de 1997, cuando un año fatal para los argentinos está por terminar.
Es el mismo año en que mataron a José Luis Cabezas y la Carpa Blanca de los maestros arranca su incansable protesta frente al Congreso de la Nación, cuando tres amigas, dos de ellas medias hermanas y la tercera novia del padre de las restantes, se juntan (se encuentran), con objetivos claramente diferentes, para armar lo que será el festejo de fin de año a instancias de un padre que, parafraseando y tergiversando el primero de los mandamientos, será amado pero también odiado.
Aguda reflexión sobre el ocaso en plena juventud de una generación que vio cómo el sueño dorado y televisado de Verano del 98 no era más que un decorado, en el primer trabajo del prometedor equipo Teatro Cabeza aparecen, como problemáticas, la necesidad de protección a través de la figura paterna, la búsqueda desesperada del amor real, las marcas vinculares de la última dictadura militar, el concepto desteñido y mal visto de militancia que imperó en los 90, y la aparición de nuevos modos de comunicación como panacea de una economía que aseguraba que la venta de servicios sería la salvación.
Allí, en esos personajes, conviven también el anhelo de ser lo que no se es, de encontrar la aprobación fuera del lugar de pertenencia (algo tan rosarino), y de aspirar a una salvación individual por encima de la colectiva, acaso la marca más palmaria que dejó el atroz paso del menemismo.
Pensada para poco más de una veintena de espectadores por función, lo que genera ingresar literalmente al espacio escénico (ejercicio tan riesgoso como interesante y recomendable), y apelando al hiperrealismo como estética, la obra relata un fragmento de la historia de Cecilia (María Florencia Sanfilippo), Romina (Vanesa Baccelliere) y Celeste (Marina Lorenzo). Las dos primeras son medias hermanas por parte de padre (las madres son parte de otra historia que también pivotea con la central), y la tercera, además de amiga de Celeste y de Romina, es la joven novia de Armando, padre de las anteriores, un hombre de 65 años que le lleva 35, y al que conoce de chica, un dato no menor teniendo en cuenta el destino que tendrá luego cada uno de los personajes.
Así, con destellos lejanos de una tragedia griega, Amarás a tu padre por sobre todas las cosas sirve para el lucimiento de tres actrices formidables. Si María Florencia Sanfilippo consigue exasperar con la actitud maniquea y manipuladora que caracteriza a Cecilia en un comienzo, para abordar luego a quien realmente se esconde detrás de su actitud “despreocupada” y socarrona, la también cantante Vanesa Baccelliere logra con la aparentemente frágil Romina generar, al menos en la parte del recorrido del personaje que así lo requiere, la empatía con el espectador, al tiempo que Maru Lorenzo alcanza con Celeste varios estados, en un verdadero “tour de force”: lo que le permite la memoria, en un principio, deja ver a quién ella intenta mostrar; por detrás, su personaje habilitará que salgan a la luz los retazos de una historia que ella intentará juntar, algo que desde el texto está ingeniosamente construido para dar textura y profundidad al entramado de las tres historias astutamente urdidas.
Pero además, Saccani acierta no sólo a nivel dramatúrgico sino también de puesta en escena: una recreación preciosista y obsesiva de lo que fueron los años 90 aparece en un primer plano, pero también en los parlamentos, en la estética, en la música, en los comportamientos de los personajes, en sus modos de hablar y de relacionarse. Al mismo tiempo, la directora pareciera conjugar allí los mundos estético-dramáticos de sus dos puestas anteriores: hay algo de la impronta almodovariana que tiñó su recordada versión de Fraternidad, de Mariano Moro, del mismo modo que el clima siniestro, sórdido, perturbador y trágico en el que navegó su singular versión de El malentendido, de Albert Camus, que aquí, además, adquiere ribetes de thriller psicológico.
De todos modos, en un sentido más profundo, Saccani habla de la ausencia o de la muerte del padre, de cómo esa falta se vuelve una presencia simbólica, y de cómo ese padre representa a otro: un país sin figura paterna se desangra a la sobra de los avatares de estos personajes que se multiplican. Son esos mismos personajes, una vez conocido el inesperado desenlace, los que llevan a preguntarse quiénes son los buenos y quiénes los malos de la historia (de esta y de todas), cómo todo relato adquiere dimensión real con el paso del tiempo y cómo, siempre, la vida da sorpresas por el lugar que menos se lo espera. Aquí, en una noche trágica, y a la hora en la que los disparos se cofunden con brindis y fuegos artificiales.
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