CRÍTICA TEATRO
Llega a la ciudad la extraordinaria versión de “La familia argentina”, de Alberto Ure, que dirige Cristina Banegas, con Claudia Cantero, Luis Machín y Carla Crespo, que mañana abre el Festival de Rafaela
LA FAMILIA ARGENTINA
Autor: Alberto Ure
Dirección: Cristina Banegas
Asistencia: Francisca Ure
Actúan: Luis Machín, Claudia Cantero, Carla Crespo
Sala: Parque de España, Sarmiento y el río,
miércoles 13 y jueves 14, a las 21
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 11 de julio de 2011)
Llega a la ciudad la extraordinaria versión de “La familia argentina”, de Alberto Ure, que dirige Cristina Banegas, con Claudia Cantero, Luis Machín y Carla Crespo, que mañana abre el Festival de Rafaela
LA FAMILIA ARGENTINA
Autor: Alberto Ure
Dirección: Cristina Banegas
Asistencia: Francisca Ure
Actúan: Luis Machín, Claudia Cantero, Carla Crespo
Sala: Parque de España, Sarmiento y el río,
miércoles 13 y jueves 14, a las 21
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 11 de julio de 2011)
Los trazos gruesos, ajados, incómodos, de los vínculos de una pareja quebrada en la que el amor se esfumó para dar paso al odio y al desprecio; la ironía de una comedia atormentada con algo siniestro, donde la mueca disimula una tragedia que está por venir irremediablemente.
En La familia argentina, el incandescente maestro del teatro Alberto Ure, acaso el más reflexivo y al mismo tiempo irreverente e irónico de la escena argentina contemporánea, construyó un entramado de diálogos y situaciones que fuerzan a mirar: el espectador es un voyeur desde el minuto cero, y no hay duda de que el hecho a develar está fuertemente ligado con algo inconfesable, muy parecido al incesto.
La familia argentina era, hasta el año pasado, un texto inédito de Ure (la única obra que escribió y no terminó), que vio la luz en Rosario gracias al empeño que puso Rody Bertol, creador del Centro Experimental Rosario Imagina, discípulo y amigo del gran maestro porteño, quien estrenó la obra en La Manzana, con un elenco local, y con la ayuda de Cristina Banegas en la reconstrucción del texto. Meses después, en febrero de 2011, Banegas estrenó en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires, con la asistencia de Francisca Ure, y las extraordinarias actuaciones protagónicas de los rosarinos Claudia Cantero y Luis Machín, una versión porteña, que mañana abrirá el 7º Festival de Rafaela y que miércoles y jueves se presentará en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España, hecho que se revela como una cita imperdible con el mejor teatro argentino.
Conocedora como pocos del mundo Ure, Banegas, quien ensayaba la obra junto a Norman Briski cuando el director sufrió un ACV a fines de los 90, acciona desde la actuación en el entramado que el texto muestra en un primer plano: una pareja que se termina para dar paso a otra que se deforma. La primera, integrada por Laura y Carlos, se diluye frente a la segunda, integrada por Carlos y Gabriela, la hija de Laura.
Pasaron quince años de los últimos días del gobierno de Isabel Perón, son los confines de los dorados 80, y algo está irremediablemente roto. Laura llega para buscar a Gabi, su hija, quien ya vive en su departamento con el que hasta hace algún tiempo fue, por 17 años (desde su primera infancia), el marido de su madre. Él puntea algo en una máquina de escribir, es psicoanalista; ella dice que quiere ver “como son felices”, que le diga “la verdad” y que después se muera.
Sólo serán los agravios previos, los que vengan después no tendrán tanta piedad, porque como espasmos, los hechos presentes sacarán de cada uno lo peor, en una living que se transforma en una especie de ring side donde los golpes serán palabras.
Es así como el texto y los parlamentos muestran, ya en un segundo plano, cómo a fines de los años 80 se gestaba algo monstruoso: la familia en cuestión es, también, un país (Argentina), y el vínculo que quiere mostrarse como “natural”, se incluye dentro del análisis en una diatriba psicoanalítica de la que Ure parece mofarse. Así, la nueva “familia argentina”, más allá del fracaso estrepitoso que fueron los años 90 y su plan macabro, está allí, medio risueña y medio horrorizada de lo que en verdad es o será.
Compuesta por un largo prólogo y un breve epílogo, la puesta de Banegas discurre a través de un texto que está plagado de guiños, en los que se evidencia la inteligencia de un observador iluminado: Ure es despiadado en su análisis de un modo de construcción de familia que se desmembra, que se traiciona a sí misma, que se vuelve sinuosa, y hasta quizás improbable, pero que va en paralelo con el país que vendría en los 90, donde, como pasa con el triángulo que revela la pieza, imperó el individualismo por encima de los proyectos colectivos, y entonces, como en la nueva familia, el único destino es el fracaso.
Así, el texto de Ure se posiciona también, merced a los estupendos trabajos de los protagonistas, como una descorazonada crítica a un modo de familia que a fines de los 80 entraba en desuso: algo de la ruptura de la concepción clásica de la familia aparece aquí como anticipatorio de lo que a fines de los años 90 (una década después) el teatro argentino dio en llamar la “disfuncionalidad familiar en escena”.
Pero además, el texto arremete fuertemente contra los alcances del psicoanálisis, y desmitifica su arraigo en un país que se revela, al menos, como el más psicoanalizado de Latinoamérica. Ironías a la vista, será Carlos quien diga que la Asociación Psicoanalítica y sus distinguidos colegas son una “mafia con protección automática”, al tiempo que asegurará que el escándalo con el que Laura lo amenaza si cuenta de su nueva vida amorosa, lo único que va a conseguir es ponerlo de moda.
Carlos habla de amor hacia a Gabi, Laura no lo entiende, y juntos analizan sin complacencias el qué dirán de la periferia familiar y amistosa. En su devenir, el texto arremete también respecto de algunos de los lugares por los que el psicoanálisis ha dejado su marca: qué es lo simbólico, cuál es el lugar del dinero, dónde está el poder o quién lo detenta dentro de la estructura de toda familia, también son lugares por los que transita la obra.
Del mismo modo, otros aspectos que dialogan con la problemática de los vínculos, son puestos en evidencia de una manera descarnada: en la tortura de Laura por querer conocer la intimidad entre Carlos y Gabriela, se esconden aspectos tortuosos propios de una tragedia griega, donde se pone en evidencia la competencia entre madre e hija, las leyes de la sangre, la locura, los alcances de una fidelidad que responde a una moral determinada, y la constitución de una familia en la que la simulación se vuelve un recurso de “supervivencia”.
En ese tránsito, es estupendo el trabajo de Luis Machín, sobre todo en su composición de un supuesto ganador que al final pierde, haciéndose cargo en un devastador epílogo, irónico y complejísimo de sostener desde la actuación, que se revela como todo un guiño al autor. Al mismo tiempo, Cantero, una de las mejores actrices que ha dado Rosario, atraviesa a lo largo de la puesta un decálogo de estados que van de la desolación a la omnipotencia, jugando por momentos con una especie de grotesco de inusual factura, donde risa, llanto, dolor y euforia conviven en un mismo estado, hecho que posiciona su performance entre los mejores trabajos actorales de los últimos tiempos, por su inagotable variedad de recursos y su absoluta verdad. Por su parte, la joven Crespo asume con valentía el riesgo de pararse frente a estos dos grandes monstruos de la escena nacional logrando en algunos pasajes instancias interesantes, sobre todo en los momentos en los que consigue quebrar el personaje frente a la enjuta relación que éste mantiene con su madre, donde, lejos de la ironía del comienzo, ambas se muestran desesperadas tratando de reencontrarse con aquella niña que parecen haber perdido ambas.
Aunque por encima de todo lo dicho resplandece la mano y la inteligencia de Cristina Banegas, quien a lo largo de su carrera ha trabajado bajo las órdenes de Ure en puestas memorables de El padre, de Strindberg, o de Los invertidos, de José González Castillo, para revisar minuciosamente un texto que si bien no da respiro, en una lectura primaria aparece como una comedia disparatada, donde cada palabra dicha y cada acción sugerida son, un poco más tarde, una invitación a hundirse, poco a poco, en las profundidades de algo que se revela como monstruosamente humano.
En La familia argentina, el incandescente maestro del teatro Alberto Ure, acaso el más reflexivo y al mismo tiempo irreverente e irónico de la escena argentina contemporánea, construyó un entramado de diálogos y situaciones que fuerzan a mirar: el espectador es un voyeur desde el minuto cero, y no hay duda de que el hecho a develar está fuertemente ligado con algo inconfesable, muy parecido al incesto.
La familia argentina era, hasta el año pasado, un texto inédito de Ure (la única obra que escribió y no terminó), que vio la luz en Rosario gracias al empeño que puso Rody Bertol, creador del Centro Experimental Rosario Imagina, discípulo y amigo del gran maestro porteño, quien estrenó la obra en La Manzana, con un elenco local, y con la ayuda de Cristina Banegas en la reconstrucción del texto. Meses después, en febrero de 2011, Banegas estrenó en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires, con la asistencia de Francisca Ure, y las extraordinarias actuaciones protagónicas de los rosarinos Claudia Cantero y Luis Machín, una versión porteña, que mañana abrirá el 7º Festival de Rafaela y que miércoles y jueves se presentará en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España, hecho que se revela como una cita imperdible con el mejor teatro argentino.
Conocedora como pocos del mundo Ure, Banegas, quien ensayaba la obra junto a Norman Briski cuando el director sufrió un ACV a fines de los 90, acciona desde la actuación en el entramado que el texto muestra en un primer plano: una pareja que se termina para dar paso a otra que se deforma. La primera, integrada por Laura y Carlos, se diluye frente a la segunda, integrada por Carlos y Gabriela, la hija de Laura.
Pasaron quince años de los últimos días del gobierno de Isabel Perón, son los confines de los dorados 80, y algo está irremediablemente roto. Laura llega para buscar a Gabi, su hija, quien ya vive en su departamento con el que hasta hace algún tiempo fue, por 17 años (desde su primera infancia), el marido de su madre. Él puntea algo en una máquina de escribir, es psicoanalista; ella dice que quiere ver “como son felices”, que le diga “la verdad” y que después se muera.
Sólo serán los agravios previos, los que vengan después no tendrán tanta piedad, porque como espasmos, los hechos presentes sacarán de cada uno lo peor, en una living que se transforma en una especie de ring side donde los golpes serán palabras.
Es así como el texto y los parlamentos muestran, ya en un segundo plano, cómo a fines de los años 80 se gestaba algo monstruoso: la familia en cuestión es, también, un país (Argentina), y el vínculo que quiere mostrarse como “natural”, se incluye dentro del análisis en una diatriba psicoanalítica de la que Ure parece mofarse. Así, la nueva “familia argentina”, más allá del fracaso estrepitoso que fueron los años 90 y su plan macabro, está allí, medio risueña y medio horrorizada de lo que en verdad es o será.
Compuesta por un largo prólogo y un breve epílogo, la puesta de Banegas discurre a través de un texto que está plagado de guiños, en los que se evidencia la inteligencia de un observador iluminado: Ure es despiadado en su análisis de un modo de construcción de familia que se desmembra, que se traiciona a sí misma, que se vuelve sinuosa, y hasta quizás improbable, pero que va en paralelo con el país que vendría en los 90, donde, como pasa con el triángulo que revela la pieza, imperó el individualismo por encima de los proyectos colectivos, y entonces, como en la nueva familia, el único destino es el fracaso.
Así, el texto de Ure se posiciona también, merced a los estupendos trabajos de los protagonistas, como una descorazonada crítica a un modo de familia que a fines de los 80 entraba en desuso: algo de la ruptura de la concepción clásica de la familia aparece aquí como anticipatorio de lo que a fines de los años 90 (una década después) el teatro argentino dio en llamar la “disfuncionalidad familiar en escena”.
Pero además, el texto arremete fuertemente contra los alcances del psicoanálisis, y desmitifica su arraigo en un país que se revela, al menos, como el más psicoanalizado de Latinoamérica. Ironías a la vista, será Carlos quien diga que la Asociación Psicoanalítica y sus distinguidos colegas son una “mafia con protección automática”, al tiempo que asegurará que el escándalo con el que Laura lo amenaza si cuenta de su nueva vida amorosa, lo único que va a conseguir es ponerlo de moda.
Carlos habla de amor hacia a Gabi, Laura no lo entiende, y juntos analizan sin complacencias el qué dirán de la periferia familiar y amistosa. En su devenir, el texto arremete también respecto de algunos de los lugares por los que el psicoanálisis ha dejado su marca: qué es lo simbólico, cuál es el lugar del dinero, dónde está el poder o quién lo detenta dentro de la estructura de toda familia, también son lugares por los que transita la obra.
Del mismo modo, otros aspectos que dialogan con la problemática de los vínculos, son puestos en evidencia de una manera descarnada: en la tortura de Laura por querer conocer la intimidad entre Carlos y Gabriela, se esconden aspectos tortuosos propios de una tragedia griega, donde se pone en evidencia la competencia entre madre e hija, las leyes de la sangre, la locura, los alcances de una fidelidad que responde a una moral determinada, y la constitución de una familia en la que la simulación se vuelve un recurso de “supervivencia”.
En ese tránsito, es estupendo el trabajo de Luis Machín, sobre todo en su composición de un supuesto ganador que al final pierde, haciéndose cargo en un devastador epílogo, irónico y complejísimo de sostener desde la actuación, que se revela como todo un guiño al autor. Al mismo tiempo, Cantero, una de las mejores actrices que ha dado Rosario, atraviesa a lo largo de la puesta un decálogo de estados que van de la desolación a la omnipotencia, jugando por momentos con una especie de grotesco de inusual factura, donde risa, llanto, dolor y euforia conviven en un mismo estado, hecho que posiciona su performance entre los mejores trabajos actorales de los últimos tiempos, por su inagotable variedad de recursos y su absoluta verdad. Por su parte, la joven Crespo asume con valentía el riesgo de pararse frente a estos dos grandes monstruos de la escena nacional logrando en algunos pasajes instancias interesantes, sobre todo en los momentos en los que consigue quebrar el personaje frente a la enjuta relación que éste mantiene con su madre, donde, lejos de la ironía del comienzo, ambas se muestran desesperadas tratando de reencontrarse con aquella niña que parecen haber perdido ambas.
Aunque por encima de todo lo dicho resplandece la mano y la inteligencia de Cristina Banegas, quien a lo largo de su carrera ha trabajado bajo las órdenes de Ure en puestas memorables de El padre, de Strindberg, o de Los invertidos, de José González Castillo, para revisar minuciosamente un texto que si bien no da respiro, en una lectura primaria aparece como una comedia disparatada, donde cada palabra dicha y cada acción sugerida son, un poco más tarde, una invitación a hundirse, poco a poco, en las profundidades de algo que se revela como monstruosamente humano.
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