ANIVERSARIO.
Se cumplen hoy 30 años de “Teatro abierto”, fenómeno cultural acontecido en medio de la última dictadura militar, que a partir del 28 de julio de 1981 devolvió masivamente el público a las salas
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del 28 de julio de 2011)
El teatro ha sido desde siempre un espacio de reflexión sobre los acontecimientos políticos. Sin embargo, en la historia reciente, un fenómeno que partió del teatro como señal de protesta, se erige como el gran mojón a la hora de pensar la cultura como espacio de resistencia. Hoy se cumplen 30 años de Teatro abierto, el más relevante de los hechos artísticos acontecidos durante la última dictadura militar, que comenzó el 28 de julio de 1981 en el emblemático Teatro el Picadero, hoy en ruinas, y a la espera de su recuperación como espacio de la memoria.
Aquél día, exactamente a las seis de la tarde, y en medio de los más feroces embates de la dictadura, con muchos teatristas desaparecidos, amenazados o exiliados, Jorge Rivera López, por entonces presidente de la Asociación Argentina de Actores, abrió Teatro abierto con la lectura, frente al Picadero, de un texto escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana, que trascendió el tiempo como la más honesta y reveladora carta de presentación de un fenómeno que se ramificó y que devolvió a las salas a miles de argentinos atemorizados por la dictadura.
La carta decía: “Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino tantas veces negada; porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades, recuperar a un público masivo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros; porque pretendemos ejercitar en forma adulta y responsable nuestro derecho a la libertad de opinión; porque necesitamos encontrar nuevas formas de expresión que nos liberen de esquemas chatamente mercantilistas; porque anhelamos que nuestra fraternal solidaridad sea más importante que nuestras individualidades competitivas; porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; porque, por encima de todas las razones, nos sentimos felices de estar juntos”.
Allí estaban presentes grandes artistas que tenían la convicción de que algo iba a pasar, aunque muchos, con el paso de los años, hayan reconocido que ni siquiera imaginaban la repercusión que tendría el fenómeno, que continuó en los años siguientes, e incluso tuvo sus réplicas en algunas ciudades del interior, entre las que se incluyó Rosario.
Entre otros grandes nombres de la escena nacional de los primeros años 80, el primer grupo de Teatro abierto estuvo integrado por Osvaldo Dragún, Roberto Cossa, Jorge Rivera López, Luis Brandoni y Pepe Soriano, apoyados fervientemente por Adolfo Pérez Esquivel, quien un año antes había sido reconocido con el Premio Nobel de la Paz.
Aunque el ciclo se repitió en 1982, 1983 (con el lema de “ganar la calle”) y 1985 (con la intención de defender y fortalecer la joven democracia que había regresado en 1983), el primero de los ciclos fue el más revelador, con cientos de porteños abarrotando las salas, buscando una respuesta a miles de preguntas en los textos de grandes autores, donde las feroces metáforas dejaban entrever un dura crítica y repudio a la dictadura imperante.
Entre las obras que brillaron en el ciclo inicial de Teatro abierto aparecen títulos como Decir sí, de Griselda Gambaro, donde el encierro dentro una singular peluquería abría para el teatro argentino uno de los primeros duetos de la relación sometedor-sometido, del mismo modo que Lejana tierra prometida, de Ricardo Halac (foto, con Virginia Lago, Norberto Díaz y Víctor Laplace); Gris de ausencia, de Roberto Cossa; Tercero incluido, de Eduardo Pavlovsky y Oficial primero, de Carlos Somigliana.
También figuraron Coronación, de Roberto Perinelli; La cortina de abalorios, de Ricardo Monti; Criatura, de Eugenio Griffero y la emblemática El acompañamiento, de Carlos Gorostiza. Si bien el fenómeno comenzó por la convocatoria de los autores, al grupo inicial comenzaron a sumarse directores como Rubens Correa, Carlos Gandolfo y Francisco Javier; actores como Carlos Carella, Ulises Dumont, Pepe Novoa, Mirta Busnelli y Cipe Lincovsky; músicos como Rodolfo Mederos o Lito Vitale, y escenógrafos como Gastón Breyer o Emilio Basaldúa, además de artistas plásticos y técnicos, muchos de los cuales estaban en las tristemente célebres “listas negras” del gobierno militar y por lo tanto estaban desocupados, o bien habían sufrido atentados o amenazas.
El ciclo arrancó con 21 obras breves, “escritas y puestas en escena con la libertad expresiva como única consigna”, según se detallaba. De este modo, cada día de la semana, entre las 18 y las 21, se ofrecían tres obras diferentes. A los pocos días, la gente hacía cola desde la mañana para ver las obras cuyos textos se publicaron y se agotaron antes del final del ciclo, un hecho que también puso en valor la escritura dramática, por entonces desdibujada frente al peor teatro comercial.
Con Teatro abierto, la escena argentina independiente abrió un debate respecto de los verdaderos significantes de un arte para muchos efímero, cuyos alcances aún resuenan hoy, sobre todo en otros fenómenos del teatro frente a los acontecimientos políticos y sociales, tal como pasó en la última década con la irrupción de Teatro x la identidad, otro fenómeno que, como Teatro abierto, puso la problemática de la memoria en escena como un gran espejo en el cual las nuevas generaciones aprendieron a mirarse.
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del 28 de julio de 2011)
El teatro ha sido desde siempre un espacio de reflexión sobre los acontecimientos políticos. Sin embargo, en la historia reciente, un fenómeno que partió del teatro como señal de protesta, se erige como el gran mojón a la hora de pensar la cultura como espacio de resistencia. Hoy se cumplen 30 años de Teatro abierto, el más relevante de los hechos artísticos acontecidos durante la última dictadura militar, que comenzó el 28 de julio de 1981 en el emblemático Teatro el Picadero, hoy en ruinas, y a la espera de su recuperación como espacio de la memoria.
Aquél día, exactamente a las seis de la tarde, y en medio de los más feroces embates de la dictadura, con muchos teatristas desaparecidos, amenazados o exiliados, Jorge Rivera López, por entonces presidente de la Asociación Argentina de Actores, abrió Teatro abierto con la lectura, frente al Picadero, de un texto escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana, que trascendió el tiempo como la más honesta y reveladora carta de presentación de un fenómeno que se ramificó y que devolvió a las salas a miles de argentinos atemorizados por la dictadura.
La carta decía: “Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino tantas veces negada; porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades, recuperar a un público masivo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros; porque pretendemos ejercitar en forma adulta y responsable nuestro derecho a la libertad de opinión; porque necesitamos encontrar nuevas formas de expresión que nos liberen de esquemas chatamente mercantilistas; porque anhelamos que nuestra fraternal solidaridad sea más importante que nuestras individualidades competitivas; porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; porque, por encima de todas las razones, nos sentimos felices de estar juntos”.
Allí estaban presentes grandes artistas que tenían la convicción de que algo iba a pasar, aunque muchos, con el paso de los años, hayan reconocido que ni siquiera imaginaban la repercusión que tendría el fenómeno, que continuó en los años siguientes, e incluso tuvo sus réplicas en algunas ciudades del interior, entre las que se incluyó Rosario.
Entre otros grandes nombres de la escena nacional de los primeros años 80, el primer grupo de Teatro abierto estuvo integrado por Osvaldo Dragún, Roberto Cossa, Jorge Rivera López, Luis Brandoni y Pepe Soriano, apoyados fervientemente por Adolfo Pérez Esquivel, quien un año antes había sido reconocido con el Premio Nobel de la Paz.
Aunque el ciclo se repitió en 1982, 1983 (con el lema de “ganar la calle”) y 1985 (con la intención de defender y fortalecer la joven democracia que había regresado en 1983), el primero de los ciclos fue el más revelador, con cientos de porteños abarrotando las salas, buscando una respuesta a miles de preguntas en los textos de grandes autores, donde las feroces metáforas dejaban entrever un dura crítica y repudio a la dictadura imperante.
Entre las obras que brillaron en el ciclo inicial de Teatro abierto aparecen títulos como Decir sí, de Griselda Gambaro, donde el encierro dentro una singular peluquería abría para el teatro argentino uno de los primeros duetos de la relación sometedor-sometido, del mismo modo que Lejana tierra prometida, de Ricardo Halac (foto, con Virginia Lago, Norberto Díaz y Víctor Laplace); Gris de ausencia, de Roberto Cossa; Tercero incluido, de Eduardo Pavlovsky y Oficial primero, de Carlos Somigliana.
También figuraron Coronación, de Roberto Perinelli; La cortina de abalorios, de Ricardo Monti; Criatura, de Eugenio Griffero y la emblemática El acompañamiento, de Carlos Gorostiza. Si bien el fenómeno comenzó por la convocatoria de los autores, al grupo inicial comenzaron a sumarse directores como Rubens Correa, Carlos Gandolfo y Francisco Javier; actores como Carlos Carella, Ulises Dumont, Pepe Novoa, Mirta Busnelli y Cipe Lincovsky; músicos como Rodolfo Mederos o Lito Vitale, y escenógrafos como Gastón Breyer o Emilio Basaldúa, además de artistas plásticos y técnicos, muchos de los cuales estaban en las tristemente célebres “listas negras” del gobierno militar y por lo tanto estaban desocupados, o bien habían sufrido atentados o amenazas.
El ciclo arrancó con 21 obras breves, “escritas y puestas en escena con la libertad expresiva como única consigna”, según se detallaba. De este modo, cada día de la semana, entre las 18 y las 21, se ofrecían tres obras diferentes. A los pocos días, la gente hacía cola desde la mañana para ver las obras cuyos textos se publicaron y se agotaron antes del final del ciclo, un hecho que también puso en valor la escritura dramática, por entonces desdibujada frente al peor teatro comercial.
Con Teatro abierto, la escena argentina independiente abrió un debate respecto de los verdaderos significantes de un arte para muchos efímero, cuyos alcances aún resuenan hoy, sobre todo en otros fenómenos del teatro frente a los acontecimientos políticos y sociales, tal como pasó en la última década con la irrupción de Teatro x la identidad, otro fenómeno que, como Teatro abierto, puso la problemática de la memoria en escena como un gran espejo en el cual las nuevas generaciones aprendieron a mirarse.
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