CRÍTICA TEATRO
José Sacristán ofreció el viernes en La Comedia un emotivo recorrido por la obra del autor de “Retrato”, con el unipersonal “Caminando con Antonio Machado”, acompañado por el pianista Facundo Ramírez
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 5 de julio de 2011)
Un viaje, el recurso del que tantas veces se ha apropiado el teatro para contar historias, acaso porque remite a recorridos remotos, improbables, mágicos, sirvió una vez más para desempolvar la pluma iluminada de uno de los mejores poetas de habla hispana, Antonio Machado (1875-1939), de la mano del español José Sacristán.
Caminado con Antonio Machado, que el viernes pasó por el teatro La Comedia y el domingo se presentó en la ciudad de Santa Fe, en el marco de una gira, encierra un recorte de la obra del autor que retoma, en parte, su última etapa.
Acompañado por el pianista Facundo Ramírez, quien siendo conocedor de los escenarios arriesga pasajes en los que presta su voz a fragmentos de algunos de los poemas en un gustoso contrapunto, la acción dramática se sitúa en Collioure, Francia, el 22 de febrero de 1939, día de la muerte de Machado, a quien Sacristán posiciona como uno de los referentes morales y culturales de la España de fines del siglo XIX, ilustre integrante de la Generación del 98.
Con gafas, sobretodo, sombrero, valija y bastón, el actor de Solos en la madrugada, Asignatura pendiente y La colmena (no casualmente tres títulos emblemáticos de la cinematografía española de todos los tiempos) le pone el cuerpo al poeta, lo “incorpora”, para empezar a desentrañar, siempre en complicidad con el pianista, los versos de un Machado evocador a punto de partir en forma definitiva, y en medio de un doloroso exilio, obligado por el avance del franquismo. De hecho, el espectáculo lleva como subtítulo “De «los días azules» a «el sol de la infancia»”, las palabras póstumas del autor.
Con destino “al mar”, entre una veintena de poemas que atraviesan la primera hora del espectáculo (después, ya sin Machado “encima”, vendrán los bises), el actor arranca su recorrido con un repaso por La guerra (1937), último libro publicado en vida por Machado, recitando, entre otros, “Una España joven” y el incandescente y siempre conmocionante “El crimen fue en Granada: a Federico García Lorca”. También aparecen “Verdes jardinillos”, entre otros, de Soledades, del mismo modo que los poemas dedicados a Leonor Izquierdo, su mujer, quien murió a poco de casarse con el poeta. De este segmento resplandecen “Noche de verano” o “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería...”, en uno de los pasajes en los que el actor, como Machado, se muestra más conmovido, un estado que logró trasladar a la platea en la fría noche del viernes, un frío que se hizo notable, incluso, dentro de la sala.
También aparecen en el periplo otros poemas referidos a su tierra y a dios, como algo de una dimensión inalcanzable y poseedora de toda verdad, del mismo modo que en otro pasaje inquieta el bucólico “A un olmo seco”, de Poesías completas, fechado en su amada Soria en 1912, o el atormentado “Eran ayer mis dolores”.
Pero además, el espectáculo está tan bien estructurado, es tan claro ideológicamente, que hasta se agradece que, como consigna, el actor haya elegido “evitar” algunos de aquellos poemas que Joan Manuel Serrat inmortalizó con su música (“Cantares”, “La saeta”), porque como bien sostiene Sacristán, “poesía y música ya son una misma cosa”.
Es de destacar la gran presencia de Ramírez, quien está más allá del mero acompañamiento musical, erigiéndzose como el gustoso compañero de viaje que Don Antonio (así lo llama) necesita para pasar de un lugar a otro (de un tiempo a otro), independientemente de que, obviamente, se luce en sus logrados abordajes de partituras de Isaac Albéniz, Claude Debussy, Brahms, Schumann, Liszt o Chopin.
La evocación lleva también al personaje a recordar a su padre, en un momento clave del espectáculo, en el que brilla “Retrato”, cuya frase final encuentra a la platea, una vez más, con los ojos húmedos, cuando el poeta, casi como un presagio, escribe (y el actor dice): “Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”. El pasaje va en paralelo con uno de los mejores momentos de Sacristán en escena, quien acto seguido “abandona” el personaje en la misma silla donde lo “encontró” al comienzo, hecho que se convierte en una clase magistral de actuación, cita imperdible con un teatro despojado de cualquier ornamento pero rebosante de palabras maravillosas.
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 5 de julio de 2011)
Un viaje, el recurso del que tantas veces se ha apropiado el teatro para contar historias, acaso porque remite a recorridos remotos, improbables, mágicos, sirvió una vez más para desempolvar la pluma iluminada de uno de los mejores poetas de habla hispana, Antonio Machado (1875-1939), de la mano del español José Sacristán.
Caminado con Antonio Machado, que el viernes pasó por el teatro La Comedia y el domingo se presentó en la ciudad de Santa Fe, en el marco de una gira, encierra un recorte de la obra del autor que retoma, en parte, su última etapa.
Acompañado por el pianista Facundo Ramírez, quien siendo conocedor de los escenarios arriesga pasajes en los que presta su voz a fragmentos de algunos de los poemas en un gustoso contrapunto, la acción dramática se sitúa en Collioure, Francia, el 22 de febrero de 1939, día de la muerte de Machado, a quien Sacristán posiciona como uno de los referentes morales y culturales de la España de fines del siglo XIX, ilustre integrante de la Generación del 98.
Con gafas, sobretodo, sombrero, valija y bastón, el actor de Solos en la madrugada, Asignatura pendiente y La colmena (no casualmente tres títulos emblemáticos de la cinematografía española de todos los tiempos) le pone el cuerpo al poeta, lo “incorpora”, para empezar a desentrañar, siempre en complicidad con el pianista, los versos de un Machado evocador a punto de partir en forma definitiva, y en medio de un doloroso exilio, obligado por el avance del franquismo. De hecho, el espectáculo lleva como subtítulo “De «los días azules» a «el sol de la infancia»”, las palabras póstumas del autor.
Con destino “al mar”, entre una veintena de poemas que atraviesan la primera hora del espectáculo (después, ya sin Machado “encima”, vendrán los bises), el actor arranca su recorrido con un repaso por La guerra (1937), último libro publicado en vida por Machado, recitando, entre otros, “Una España joven” y el incandescente y siempre conmocionante “El crimen fue en Granada: a Federico García Lorca”. También aparecen “Verdes jardinillos”, entre otros, de Soledades, del mismo modo que los poemas dedicados a Leonor Izquierdo, su mujer, quien murió a poco de casarse con el poeta. De este segmento resplandecen “Noche de verano” o “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería...”, en uno de los pasajes en los que el actor, como Machado, se muestra más conmovido, un estado que logró trasladar a la platea en la fría noche del viernes, un frío que se hizo notable, incluso, dentro de la sala.
También aparecen en el periplo otros poemas referidos a su tierra y a dios, como algo de una dimensión inalcanzable y poseedora de toda verdad, del mismo modo que en otro pasaje inquieta el bucólico “A un olmo seco”, de Poesías completas, fechado en su amada Soria en 1912, o el atormentado “Eran ayer mis dolores”.
Pero además, el espectáculo está tan bien estructurado, es tan claro ideológicamente, que hasta se agradece que, como consigna, el actor haya elegido “evitar” algunos de aquellos poemas que Joan Manuel Serrat inmortalizó con su música (“Cantares”, “La saeta”), porque como bien sostiene Sacristán, “poesía y música ya son una misma cosa”.
Es de destacar la gran presencia de Ramírez, quien está más allá del mero acompañamiento musical, erigiéndzose como el gustoso compañero de viaje que Don Antonio (así lo llama) necesita para pasar de un lugar a otro (de un tiempo a otro), independientemente de que, obviamente, se luce en sus logrados abordajes de partituras de Isaac Albéniz, Claude Debussy, Brahms, Schumann, Liszt o Chopin.
La evocación lleva también al personaje a recordar a su padre, en un momento clave del espectáculo, en el que brilla “Retrato”, cuya frase final encuentra a la platea, una vez más, con los ojos húmedos, cuando el poeta, casi como un presagio, escribe (y el actor dice): “Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”. El pasaje va en paralelo con uno de los mejores momentos de Sacristán en escena, quien acto seguido “abandona” el personaje en la misma silla donde lo “encontró” al comienzo, hecho que se convierte en una clase magistral de actuación, cita imperdible con un teatro despojado de cualquier ornamento pero rebosante de palabras maravillosas.
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