“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




jueves, 28 de julio de 2011

Resistir, a pesar de todo


ANIVERSARIO.
Se cumplen hoy 30 años de “Teatro abierto”, fenómeno cultural acontecido en medio de la última dictadura militar, que a partir del 28 de julio de 1981 devolvió masivamente el público a las salas


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del 28 de julio de 2011)
El teatro ha sido desde siempre un espacio de reflexión sobre los acontecimientos políticos. Sin embargo, en la historia reciente, un fenómeno que partió del teatro como señal de protesta, se erige como el gran mojón a la hora de pensar la cultura como espacio de resistencia. Hoy se cumplen 30 años de Teatro abierto, el más relevante de los hechos artísticos acontecidos durante la última dictadura militar, que comenzó el 28 de julio de 1981 en el emblemático Teatro el Picadero, hoy en ruinas, y a la espera de su recuperación como espacio de la memoria.
Aquél día, exactamente a las seis de la tarde, y en medio de los más feroces embates de la dictadura, con muchos teatristas desaparecidos, amenazados o exiliados, Jorge Rivera López, por entonces presidente de la Asociación Argentina de Actores, abrió Teatro abierto con la lectura, frente al Picadero, de un texto escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana, que trascendió el tiempo como la más honesta y reveladora carta de presentación de un fenómeno que se ramificó y que devolvió a las salas a miles de argentinos atemorizados por la dictadura.
La carta decía: “Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino tantas veces negada; porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades, recuperar a un público masivo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros; porque pretendemos ejercitar en forma adulta y responsable nuestro derecho a la libertad de opinión; porque necesitamos encontrar nuevas formas de expresión que nos liberen de esquemas chatamente mercantilistas; porque anhelamos que nuestra fraternal solidaridad sea más importante que nuestras individualidades competitivas; porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; porque, por encima de todas las razones, nos sentimos felices de estar juntos”.
Allí estaban presentes grandes artistas que tenían la convicción de que algo iba a pasar, aunque muchos, con el paso de los años, hayan reconocido que ni siquiera imaginaban la repercusión que tendría el fenómeno, que continuó en los años siguientes, e incluso tuvo sus réplicas en algunas ciudades del interior, entre las que se incluyó Rosario.
Entre otros grandes nombres de la escena nacional de los primeros años 80, el primer grupo de Teatro abierto estuvo integrado por Osvaldo Dragún, Roberto Cossa, Jorge Rivera López, Luis Brandoni y Pepe Soriano, apoyados fervientemente por Adolfo Pérez Esquivel, quien un año antes había sido reconocido con el Premio Nobel de la Paz.
Aunque el ciclo se repitió en 1982, 1983 (con el lema de “ganar la calle”) y 1985 (con la intención de defender y fortalecer la joven democracia que había regresado en 1983), el primero de los ciclos fue el más revelador, con cientos de porteños abarrotando las salas, buscando una respuesta a miles de preguntas en los textos de grandes autores, donde las feroces metáforas dejaban entrever un dura crítica y repudio a la dictadura imperante.
Entre las obras que brillaron en el ciclo inicial de Teatro abierto aparecen títulos como Decir sí, de Griselda Gambaro, donde el encierro dentro una singular peluquería abría para el teatro argentino uno de los primeros duetos de la relación sometedor-sometido, del mismo modo que Lejana tierra prometida, de Ricardo Halac (foto, con Virginia Lago, Norberto Díaz y Víctor Laplace); Gris de ausencia, de Roberto Cossa; Tercero incluido, de Eduardo Pavlovsky y Oficial primero, de Carlos Somigliana.
También figuraron Coronación, de Roberto Perinelli; La cortina de abalorios, de Ricardo Monti; Criatura, de Eugenio Griffero y la emblemática El acompañamiento, de Carlos Gorostiza. Si bien el fenómeno comenzó por la convocatoria de los autores, al grupo inicial comenzaron a sumarse directores como Rubens Correa, Carlos Gandolfo y Francisco Javier; actores como Carlos Carella, Ulises Dumont, Pepe Novoa, Mirta Busnelli y Cipe Lincovsky; músicos como Rodolfo Mederos o Lito Vitale, y escenógrafos como Gastón Breyer o Emilio Basaldúa, además de artistas plásticos y técnicos, muchos de los cuales estaban en las tristemente célebres “listas negras” del gobierno militar y por lo tanto estaban desocupados, o bien habían sufrido atentados o amenazas.
El ciclo arrancó con 21 obras breves, “escritas y puestas en escena con la libertad expresiva como única consigna”, según se detallaba. De este modo, cada día de la semana, entre las 18 y las 21, se ofrecían tres obras diferentes. A los pocos días, la gente hacía cola desde la mañana para ver las obras cuyos textos se publicaron y se agotaron antes del final del ciclo, un hecho que también puso en valor la escritura dramática, por entonces desdibujada frente al peor teatro comercial.
Con Teatro abierto, la escena argentina independiente abrió un debate respecto de los verdaderos significantes de un arte para muchos efímero, cuyos alcances aún resuenan hoy, sobre todo en otros fenómenos del teatro frente a los acontecimientos políticos y sociales, tal como pasó en la última década con la irrupción de Teatro x la identidad, otro fenómeno que, como Teatro abierto, puso la problemática de la memoria en escena como un gran espejo en el cual las nuevas generaciones aprendieron a mirarse.

martes, 26 de julio de 2011

Historias de un apasionado




ENTREVISTA. En elmarco del V Festival de Humor y Primer Congreso de Dramaturgia de la Patagonia argentina, el juez de menores de Zapala Hugo Saccoccia habla de su gran obsesión: la literatura dramática y su difusión, una tarea que lleva adelante a través de la Biblioteca Hueney, hoy de trascendencia internacional

Por Miguel Passarini (Publicado en el diario El Ciudadano, en su edición en papel del dábado 16 de mayo de 2009)

Nada de lo que pueda decirse acerca deHugo Saccoccia sin conocerlo previamente, un juez de menores que está por cumplir 60 años y que eligió la ciudad de Zapala como destino de vida, será suficiente para tratar de describir lo que el teatro significa para él y lo que esa pasión ha generado en su entorno, que ya no conoce fronteras. Su singular historia de vida, marcada por grandes pasiones, partidas de amigos queridos, largas distancias, encuentros y desencuentros, enmarcan el anecdotario de un hombre que, como pocos, puede hacer gala de su equilibrio entre hemisferio derecho, dominado por la pasión por el arte, e izquierdo, controlado por la razón.
Saccoccia (o Sacco como lo conocen en el sur) nació el 25 de diciembre de 1949 en la provincia de BuenosAires aunque de muy joven se fue a vivir a Córdoba para estudiar derecho. Allí se caso con Emilia, el gran amor de su vida, con la que tuvo dos hijos, y en 1980 se fue a vivir a Zapala donde encontró definitivamente su lugar en el mundo. Ya en el sur, cuando la dictadura daba sus últimos y más feroces coletazos, trató de reponerse de la pérdida de amigos queridos buscando un refugio en un grupo de teatro que él mismo creó y que se llamó Hueney (amistad), para luego, casi de modo casual, poner a la luz su otra gran pasión: la literatura dramática, que en las últimas dos décadas ha tomado carnadura en la Biblioteca Hueney, uno de los mayores archivos de obras teatrales que se puedan encontrar en el país, hoy de trascendencia internacional.
En una charla quemantuvo con El Ciudadano en elmarco del reciente V Festival de Humor y Primer Congreso de Dramaturgia de la Patagonia argentina (Zapala y SanMartín de los Andes), Saccoccia desgranó, con la informalidad de una mesa de café, fragmentos de su historia, plagada de momentos inolvidables, otros dolorosos, otros altamente emotivos, que se funden y se esfuman en la memoria de aquellos que habitan los bucólicos paisajes sureños.
—¿De dónde viene tu pasión por la literatura dramática?
—Creo que viene de chico, dado que siempre tuve inclinaciones por la escritura, aprendí a leer desde muy pequeño, incluso desde chico hice mentalismo y magia, me encantaba. Creo que de algún modo fui niño prodigio o avanzado: recordaba cientos de palabras del derecho al revés, recordaba números de memoria y se los decía una y otra vez a la gente que me miraba sorprendida, tendría unos nueve años y un entorno familiar muy estimulante. Me acuerdo que leía todo y era una esponja: los clásicos, libros de aventura, JulioVerne, Salgari, las revistas, los cómic de la época.
—Quizás haya tenido que ver con que tu formación primaria fue en un momento muy bueno del sistema en la Argentina.
—Eso sin duda, tanto fue así que tras mi formación secundaria me fui a estudiar derecho a Córdoba, aunque seguía con mis funciones de magia, prestidigitación, ilusionismo y mentalismo, así me pagué la carrera. Me llevómuchos años, porque solía irme con los circos, pero siempre volvía para rendir las materias y no perder las regularidades, me gustaba mucho la joda. En ese tiempo, fines de los 60 y comienzos de los 70, tenía 19 años y descubrí el teatro independiente, participé de grupos, y el último me marcó mucho: éramos doce miembros y quedamos dos, los otros diez desaparecieron durante la dictadura. Fue muy duro para mí, nunca lo superé.
—¿Cómo llegás a Zapala?
—Porque apenas me recibo de abogado me caso con Emilia, y a ella le sale una propuesta de trabajo para venirnos al sur, ella era farmacéutica y bioquímica (falleció hace dos años, fue su gran pilar), y así fue, vinimos y nos quedamos.
—¿Cómo viviste el contraste de pasar de Córdoba a Zapala?
—La verdad es que lo viví con felicidad, porque de chico viví un tiempo en Rawson, y me gustan las comunidades pequeñas: te conoce todo el mundo, saben quién sos y cómo sos, ganás identidad y siempre hay más cosas por hacer. Por ejemplo: en este momento es muy difícil ser juez, y sobre todo de menores como en mi caso, en cualquier parte del país, se mete a todo el mundo dentro de la misma bolsa, la gente descree de la Justicia. En cambio, la gente de Zapala primero conoció al hombre y después al juez, acá nos conocemos todos.
—¿Cómo se relaciona el mundo de la Justicia con el del teatro?
—Hay un contacto muy estrecho aunque no lo parezca, porque además se trata de dos cosas que forman parte de mi vida: la necesidad de un mundo más justo y la pasión de encontrarme con la gente de teatro. En los tiempos de la dictadura, cuando vivía enCórdoba, me refugié en casa de Emilia, en un barrio, y zafé de ser “chupado”. Eso me generó culpa. ¿Por qué yo me había salvado y no mis compañeros?. Viví las desapariciones de mis amigos de un modo muy doloroso: me superaron la culpa y un odio inmanejable; nunca hice terapia hasta hace dos años después de la muerte de mi mujer. Tenía la sensaciónde que esos sentimientos me iban a destruir. Cuando llegamos a Zapala, en 1980, tuve la necesidad de hacer algo para los demás más allá del tema del derecho: formé un grupo de teatro y arranqué con actividades comunitarias, era un momento difícil en cualquier lugar.
—¿Cómo llegás por esos años a crear la Biblioteca Hueney?
—En1984, casi de unmodo casual, tomo conciencia de que tenía 300 textos teatrales en un lugar como la Patagonia donde casi no había material. Como siempre estuve ligado con el arte y la cultura, se me ocurrió lo de la biblioteca. Me acuerdo como si fuera ahora: fue el 3 de noviembre de 1984, un sábado, esa es la fecha fundacional. Como a las 10 de la noche se me ocurrió que Emilia me dictara los títulos y yo los tipiaba en la máquina de escribir. Terminamos como a las 3 de la mañana, ahí empezó algo que no terminó nunca más. A partir de una sugerencia de Emilia, ordené las obras alfabéticamente. Todo eso en una sola noche. Fueron 312 títulos. Al día siguiente empecé a ofrecer las obras y Emilia me dijo: “Sabés lo que sos, un agrandado, los teatristas te van a volver loco”, y tenía razón; me gustaba eso de tener y poder dar, era una cantimplora de agua en medio del desierto.
—¿Cómo se da el gran despegue hasta llegar al momento actual, de trascendencia internacional?
—Fue un proceso de crecimiento que no paró: estábamos a un par de años de la vuelta de la democracia, viajaba a Buenos Aires y me volvía aZapala con cajas y cajas de usados que clasificaba e integraba a la biblioteca. La gente había sacado libros que habían estado ocultos durante la dictadura, no podía parar de comprar. Llegué a hacer cinco listados con todas las obras. Antes de que terminara 1985 teníamás de 1.500 títulos, eso, sumado a los pedidos, me generó un entusiasmo imparable. Me obsesioné, me volví loco, me gastaba el sueldo en libros. Era un placer ingenuo pero intenso que mantengo.
—¿Fantaseabas con lo que ibas a generar en la comunidad teatral argentina el cariño y el respeto que te tienen?
—Para nada, fue la suma de muchas gauchadas lo que llevó a esto. La Hueney, que significa amigo en idioma Mapuche, es el resultado de mucho trabajo y de muchos amigos apoyando el proyecto. Además, tiene que ver con el desinterés de mi parte de ganar dinero con esto: qué les iba a cobrar a los teatristas si nunca tienen un mango. Entonces se empezó a correr la bola de que en el sur había un loco que te mandaba las obras de teatro que vos le pedías y que ni siquiera te cobraba el franqueo, ése era yo.
—¿Porqué solicitás que los pedidos se hagan por carta y no por correo electrónico?
—En primer lugar, porque estamos hablando de gente a la que le cuesta escribir, entonces, el que se toma la molestia es porque tiene una necesidad real. De algún modo, es un filtro natural, simple pero funciona. Recibo un mínimo de 80 cartas por mes y he llegado a superar las 100, tanto del país como del exterior. Ahora hay una chorrera de amigos confianzudos, serán unos 50, que me piden el material por correo electrónico. Para todos aquellos que estén interesados, en la página web (www.bibliotecahueney.com.ar) están todos los detalles respecto de cómo hacer los pedidos y yo gustoso les mandaré el material.
—En la biblioteca convivís con objetos maravillosos: cartas, fotos, recuerdos de los encuentros, y una baldosa transformada en objeto de arte. ¿Cómo llegó a vos?
—Hugo Grandi, creador de efectos especiales, un gran maquillador, vino hace muchos años a dar un seminario de asistencia técnica. En ese momento, él descubre en mi archivo una obra de un autor inglés que no estaba en ninguna parte y que mucha gente estaba buscando, no era tampoco una publicación formal. Unos días después, me llama para decirme que esa gente en Buenos Aires pedía por favor una fotocopia de la obra: se trataba de El vestidor, y yo se las mandé. No lo podían creer, porque la gente de teatro es muy de prometer cosas y después no cumplirlas: se juran amor eterno, y después no pasa nada (risas). Volviendo a Grandi, al día siguiente del pedido, fotocopié la obra, la metí en un sobre y me dirigí a la terminal de ómnibus. El empleado me dice: “Saccoccia, el envío es una encomienda y tiene que pesar por lo menos un kilo”, entonces salí a la calle ymetí en el sobre un pedazo de baldosa. Lo mandé sin explicación alguna, y los llamé para avisarles que iba el material. A los pocos días me llega una caja y me encuentro con la misma piedra trabajada por Grandi, transformaba en un objeto de arte maravilloso. Cuando vi eso sentí un gran estímulo: son esos los hechos que me animan a seguir porque ganas de bajar los brazos he tenido muchas veces.
—En una de las repisas están las botitas que usaba NiniMarshall para uno de sus personajes, ¿cómo llegaron a vos?
—Me las trajo Edda Díaz cuando vino a uno de los Festivales de Humor. Se las había regalado la familia y ella sintió que la biblioteca era el lugar donde debían estar, qué más puedo decir.
—¿Cuáles son los apoyos oficiales con que cuenta Hueney?
—Tengo una suma del Instituto Nacional del Teatro y otra de Argentores que llegaron en estos últimos años, son sumas mínimas y en muchos casos llegan tarde. La biblioteca tiene un costo de funcionamiento de más de 3 mil pesos por mes del que me hago cargo yo. De todos modos, esto es una elección: yo no tengo una 4 x 4, una casa en lago o viajo dos veces al año a Europa. Tengo un buen sueldo y me da placer poder ahorrar y gastarlo en esto, independientemente de que si hago la cuenta, en los últimos veinte años invertí mucha plata, de todos modos si volviera a empezar haría exactamente lo mismo. Además, siento que la tarea tiene sus frutos, me lo dicen los dramaturgos permanentemente, se sorprenden a los lugares que llegan sus obras tanto en el país como en el exterior a partir de la gestión que hace Hueney. Además, los libros que publico se los mando a la gente de teatro, que son cientos, y no los reparto como suelen hacer algunas instituciones por cuestiones protocolares.
—¿Cuáles son tus expectativas a futuro?
—No difieren de las que he tenido desde el comienzo: no me interesa acumular bienes materiales,
mi hijo me dice siempre que me compre otra camisa, que me cambie la ropa, que me vista mejor, ¿para qué? Mientras tenga algo rico para comer o cocinar (otra de sus grandes pasiones), un buen whisky, en lo posible importado, y las obras de teatro, soy feliz.

miércoles, 20 de julio de 2011

En la ciudad de los aplausos


BALANCE. Finalizó el domingo pasado, luego de seis días, la VII edición del Festival de Teatro de Rafaela. Más de 12 mil espectadores en 50 funciones, con la presentación de 26 espectáculos de gran calidad y de diferentes puntos del país, posicionan al encuentro entre lo más destacado de la escena nacional



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 19 de julio de 2011)
Lejos de cualquier especulación, y con la clara decisión de hacer gestión desde la puesta a punto y proyección de bienes culturales de calidad, la ciudad de Rafaela, desde su gestión municipal, volvió a sorprender con la capacidad con la que llevó adelante la VII edición del Festival de Teatro (FTR2011), con la que alcanza un profesionalismo que coloca a este evento anual en primer plano frente a otros que se gestionan tanto desde el ámbito de lo público como desde lo privado.
De este modo, de martes a domingo, con la presentación de 26 espectáculos aunque con más de 50 funciones, sumando propuestas de sala, calle y la experiencia individual Los Filántropos-Audiotour Ficcional, más de 12 mil personas disfrutaron de la presente edición del FTR2011, con una programación que ofreció funciones pagas (todas a 15 pesos) y gratuitas, de espectáculos caracterizados, más allá de su poética específica, por una notable calidad merced al gran trabajo que desde la dirección artística lleva adelante Marcelo Allasino.
El FTR2011 cerró el domingo tras la presentación en el imponente cine-teatro Belgrano de ¡Dolly Guzmán no está loca!, último espectáculo de la actriz porteña Mónica Cabrera, quien con el paso de los años se ha convertido en “número fijo”, por el fuerte vínculo que logró entablar con el público local y, sobre todo, por su incuestionable talento.
De una programación cuidada y diversa, en el marco de una edición donde se sumó una jornada, completando seis días, y se agregó una primera subsede en Sunchales, se destacaron trabajos como La familia argentina, texto de Alberto Ure estrenado en 2010 en Rosario por Rody Bertol, que llegó a Rafaela en versión porteña, bajo la dirección de Cristina Banegas. La obra, que desarma los conflictos de una familia que se construye a partir de los despojos de otra, pone en valor la actuación a partir de las estupendas performances de los rosarinos Claudia Cantero y Luis Machín, a quienes se suma la actriz porteña Carla Crespo.
Siguiendo del lado de la actuación, dos propuestas pusieron en valor el ejercicio de pisar con certeza un escenario: por un lado, la rosarina Baby Jane confirmó el buen momento que atraviesa Hijos de Roche, que comanda Romina Mazzadi Arro, con los enormes desempeños de Paula García Jurado y Elisabet Cunsolo. Se trata de una obra teatral actualmente en cartel en Rosario, basada en el film ¿Qué pasó con Baby Jane? (1962), de Robert Aldrich, que apuesta a registros complejos y, tal como pasó en Rafaela, al aprovechamiento del espacio, dado que la puesta fue concebida en un ámbito articulado que fusiona diferentes ambientes de una casa.
Por otro lado, la actriz porteña Karina K, de vasta trayectoria en el musical, deslumbró junto al actor, bailarín y pianista Pablo Rotemberg en Souvenir, donde se carga al hombro fragmentos de la singular vida de Florence Foster Jenkins. Se trata de una versión de la magnífica pieza de Stephen Temperley, en la que la actriz, de conocido talento para el canto, tiene que representar a
una cantante definitivamente desafinada y de oído casi nulo, pero de una infrecuente personalidad que la hizo famosa y hasta la llevó a cantar en el Carnegie Hall de Nueva York. Karina K demuestra junto a Rotemberg porqué no hay límites entre teatro comercial y no comercial, sino que el límite lo aporta la presencia o ausencia de talento. Momentos de gran ternura con otros de humor, posicionan a Souvenir entre los espectáculos más recomendables de la cartelera porteña.
Con Manipulaciones II: Tu cuna fue un conventillo, el director porteño Diego Starosta, siempre dispuesto a la experimentación al frente de su compañía Muererío Teatro, armó una versión del clásico sainete de Alberto Vacareza en la que los actores son “manipulados” unos con otros, abrevando a singulares formas del movimiento, en lo que se revela como una nueva manera de construir ficción y donde, una vez más, el registro de actuación es el gran protagonista.
Con Proyecto vestuarios el director y dramaturgo porteño Javier Daulte construye un entramado de situaciones que giran en torno a la intimidad de dos grupos: uno de hombres y otro de mujeres, donde, cada uno a su tiempo, dado que se trata de dos espectáculos que integran un díptico, muestra acciones y reacciones referidas a las performances de sendos grupos argentinos de un deporte amateur que se presentan en una final en Hungría. La sexualidad, el racismo, la homofobia y lo atroz de lo íntimo que se vuelve público, son caminos por los que discurren ambas propuestas que, lejos de cualquier eufemismo, desnudan (literal y metafóricamente) la intimidad de un mundo poco revisado por la escena.
Del mismo lado del riesgo, aunque partiendo de una poética del cuerpo en otro sentido, el bailarín y coreógrafo porteño Pablo Rotemberg también sorprendió a los rafaelinos y se llevó, con La idea fija, uno de los mayores aplausos de todo el festival.
Rotemberg pone aquí a funcionar la máquina del sexo: utiliza los cuerpos de sus bailarines-performers como disparadores para narrar situaciones o formas de vincular un cuerpo con el otro a partir de la sexualidad, en el contexto de un espectáculo en el que movimiento, en su gran mayoría, reproduce escenas sexuales que adquieren el carácter de coreografía, y donde los desplazamientos de los cinco extraordinarios intérpretes transitan un sinnúmero de posibilidades
vinculadas al campo de lo sexual.
También se destacaron dentro de la sólida programación las propuestas Rosa brillando, de Juan Parodi, sobre textos de la poeta uruguaya Marosa di Giorgio, con la extraordinaria presencia de la actriz Vanesa Maja, quien sale más que airosa en su delicada visión del universo de la autora, del mismo modo que Llanto de perro, de Andrés Binetti, a cargo de un grupo mendocino dirigido
por Juan Comotti.
Por el lado de Rosario, también se presentaron, además de la referida Baby Jane, dos espectáculos de la Compañía de Objetos El Pingüinazo, que integran Silvia Lenardón y Guillermo Martínez; Colón agarra viaje a toda costa, de Adela Basch, por The Jumping Frijoles, y Arlequín, servidor de dos patrones, una versión de calle del clásico de Carlo Goldoni, montada sobre un carro móvil por la Compañía Tablas Rodantes.
En el marco de un evento que, como cada año, incluyó un cronograma de actividades especiales, todas de carácter gratuito, donde se ofrecieron charlas, presentaciones de libros, muestras, encuentros con los creadores, seminarios dictados por algunos de los artistas participantes y jornadas de devoluciones a cargo de periodistas de distintos puntos del país, quizás sea la experiencia sensorial Los Filántropos - Audiotour Ficcional, uno de los puntos más atractivos de
todo el encuentro, a tal punto que seguirá su recorrido por fuera del FTR2011 dado que el municipio no sólo lo produjo sino que también adquirió el formato. Se trata de un proyecto de los artistas Christina Ruf (Alemania) y Ariel Dávila (Córdoba), quienes llevan adelante el grupo de trabajo y experimentación BiNeural-MonoKultur, y que apela a lo intimo e individual para conjugar con mucha inteligencia elementos propios de una revisión e investigación histórica, con otros devenidos del cine de suspenso y espionaje, mediante la utilización de un audio guía que, de modo individual, lleva a cada participante a recorrer rincones de la ciudad desconocidos u olvidados. Con la ciudad como escenario y muñido de un reproductor MP3, el invitado sale a recorrer calles, plazas, veredas y edificios públicos con la conciencia de que en algún momento, de dejarse llevar por la convención, se transformará en el sujeto protagonista de la historia.
El desembarco BiNeural-MonoKultur en Rafaela es, también, la confirmación de un gran interés del municipio por poner en valor su historia y su cultura, un hecho que va en paralelo con la marcada identidad que el encuentro teatral adquirió desde su aparición en 2005 y que ha llevado, con estoicismo, hasta la fecha, en el contexto de una comunidad que quiere ser la gran protagonista de una ciudad donde se multiplican, año tras año, los aplausos.

El Kamasutra coreografiado



VII EDICIÓN DEL FESTIVAL DE TEATRO DE RAFAELA

Con el extraordinario espectáculo de danza-teatro “La idea fija”, el bailarín, músico y coreógrafo porteño Pablo Rotemberg desafía formas, conductas y maneras de entender la sexualidad

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del domingo 17 de julio de 2011)
Las instancias de una especie de Kamasutra coreografiado donde los involucrados parecen estar alejados de toda posibilidad de vínculo afectivo; la desafectación total de cualquier condicionante erótico para dar paso a la desacralización del cuerpo donde el encuentro con el otro se automatiza y se repite. Un poco de este sustrato es el que prevalece en La idea fija, uno de los espectáculos más potentes y singulares de los presentados en el VII Festival de Rafaela (FTR2011), que finaliza hoy luego de cinco exitosas jornadas.
El bailarín, coreógrafo, actor y músico porteño Pablo Rotemberg pone a funcionar la máquina del sexo: utiliza los cuerpos de sus bailarines-performers como disparadores para narrar situaciones o formas de vincular un cuerpo con el otro a partir de la sexualidad, en el contexto de un espectáculo en el que el movimiento, en su gran mayoría, reproduce escenas sexuales que adquieren el carácter de coreografía, y donde los desplazamientos de los cinco extraordinarios intérpretes transitan un sinnúmero de posibilidades vinculadas con el campo de lo sexual.
“Lo que me interesó trabajar en mi obra fue la ausencia de vínculo. Después de que comenzamos a ensayar, alguien me dijo que hay una frase de (Jacques) Lacan que dice que uno nunca está más solo que en el momento de la relación sexual. A partir de esa idea, se reforzó el concepto de que la sexualidad es una excusa para hablar de un cuerpo que está solo”, relató Rotemberg acerca de la génesis de La idea fija, donde arriesga un escalón más en la utilización del desnudo en escena, un campo bastante explotado por la danza desde los años 60 hasta la actualidad, independientemente de que su propuesta no se parezca a ninguna otra.
“Empezamos a trabajar con un grupo que fue cambiando, porque fue un proceso largo y conflictivo. En un principio arrancamos con mi modo habitual de investigar, que es bastante tradicional, y el tema era el suicidio. En esa primera etapa, sentí que se agotó el tema, que ya no daba para más, y yo venía de hacer El lobo como protagonista, donde estaba bastante desnudo en algunos pasajes. De todos modos, tampoco tenía la intención de trabajar con el desnudo de antemano, porque en la danza es un lugar muy cliché, más allá de que siempre sigue teniendo posibilidades. Tampoco soy de reflexionar demasiado en el momento del trabajo, y un día, en un ensayo, probamos la desnudez. Así apareció de inmediato lo sexual como forma, y cierta cosa vulgar que me interesaba probar, para correr la propuesta del lugar común de la desnudez en la danza que por lo general está asociada a la belleza, a algo extremadamente plástico y poético”, relató el director acerca del proceso, quien un día después del estreno en Rafaela de La idea fija volvió a sorprender como uno de los protagonistas de Souvenir, junto a Karina K, donde actúa y toca el piano para contar los entretelones de la extraordinaria vida de Florence Foster Jenkins (1868-1944), una soprano estadounidense que se hizo famosa por su completa falta de habilidad musical y hasta llegó a tocar en el Carnagie Hall neoyorkino.
“Con el tiempo y los ensayos, la propuesta se corrió hacia cierto lugar que tenía que ver con trabajar, más allá de lo hermoso que es el cuerpo desnudo, con cierta cosa vulgar, algo más cotidiano, algo que por lo general no aparece en la danza, al menos acá (en la Argentina). Tampoco creo que hayamos hecho nada que ya no se conozca afuera, porque la danza es, a diferencia del teatro, un arte abstracto y espectáculos con desnudos hay por todos lados, sobre todo en Europa. Ese fue otro conflicto, porque en algún momento pensé que la propuesta, al menos para mí, era un poco infantil, aunque después el público y la crítica opinaron lo contrario”, detalló el creador.
De este modo, la sexualidad en todas sus formas atraviesa La idea fija, pero lo más interesante del espectáculo es el desprejuicio con el que el director y su equipo abordan el tema, corriéndose de ciertas “tradiciones” en materia de sexo y desnudez, para abordar instancias en las que los géneros pasan a un segundo plano y lo que se juega es el sexo porque sí, cierta cosa impúdica y festiva, desde un lugar en el que se prioriza lo primitivo. Al mismo tiempo, el espectáculo aporta una fuerte impronta kitsch, sobre todos desde la música, donde se pasa sin pudor ni remilgos de la inmaculada belleza de “Romance”, de Georgy Sviridov, al desparpajo de Rafaella Carrá o a lo más meloso de Giorgio Moroder, para hablar, también, de la necesidad de amor que en algún momento reclaman los personajes cuando, sobre el final, se reconocen “humanos”.
“También quería trabajar con la confusión de los géneros, con una sexualidad que está mucho más allá de hombre o mujer. En ese sentido, fue muy valioso el trabajo del bailarín Alfonso Barón, con quien me identifico mucho por su forma de bailar, porque además él tiene un cuerpo hipertónico que le permite hacer cosas inusuales. Él, por momentos, y como también pasa con Juan González, que es otro gran bailarín, tienen una calidad de cuerpo que puede ser femenino o masculino, según ellos lo trabajen, y eso fue determinante, del mismo modo que en el espectáculo se evidencian calidades de cuerpos muy diferentes, un hecho que vuelve todo un poco más real”.
Así, de la risa al espanto, del dolor al goce supremo, de la violencia a la quietud, Rotemberg aporta con su “idea fija” un mensaje que invita a relajar, a entender el sexo como una parte más de la vida, con muchas más variantes y asociaciones que las que suelen considerarse como “aceptadas” en Occidente, y sobre todo, si se trata de una sociedad como la argentina, que recién en los últimos años ha comenzado a entender que la clave de la sexualidad está, precisamente, en la más absoluta diversidad.

Benefactores que vendrán



VII EDICIÓN DEL FESTIVAL DE TEATRO DE RAFAELA


El grupo BiNeural-MonoKultur, de Córdoba, deslumbra diariamente con “Los Filántropos - audiottour ficcional”, una singular intervención urbana que llevan adelante los artistas Christina Ruf y Ariel Dávila


Por Miguel Passarini (Publicado por El Ciudadano & la gente en su edición en papel del viernes 15 de julio de 2011)
La experiencia de descubrir lo oculto de una ciudad, la posibilidad de recorrerla a través de una ficción imbricada pero irresistible, la tentación de volverse, al menos por algo más de una hora, una especie de espía y “flaneur”, y a la vez cómplice de un suceso que está por venir, irremediablemente ocurre con la propuesta Los Filántropos - audiottour ficcional, una de las grandes atracciones de la presente edición del Festival de Teatro Rafaela 2011 (FTR2011).
Es un proyecto de los artistas Christina Ruf y Ariel Dávila, quienes llevan adelante el grupo de proyección internacional BiNeural-MonoKultur de Córdoba.
Se trata de un grupo de investigación interesado en lo performático, fundado en 2004 por Ruf (Alemania) y Dávila (Argentina) para investigar formatos artísticos que intervengan en el límite de la realidad y la ficción. Sus trabajos experimentan con espacios no convencionales y dan cuenta de un cruce de diferentes disciplinas, aunque el resultado pareciera reconstruir una nueva, armada a partir de otras “fundantes” como el cine, el radioteatro y, sobre todo, las intervenciones urbanas.
Esta nueva propuesta, que podría definirse como una intervención de “baja incidencia” para la ciudad, apela a lo íntimo, a lo individual, y conjuga con mucha inteligencia elementos propios de una revisión e investigación histórica, con otros devenidos del cine de suspenso y espionaje, mediante la utilización de un audio guía que, de modo individual, lleva a cada participante a recorrer rincones de la ciudad desconocidos u olvidados.
Así, con la ciudad como escenario y una simple tecnología como recurso (un reproductor MP3 y unos auriculares), el invitado, que es citado en día y horario, sale a recorrer calles, plazas, veredas y edificios públicos con la conciencia de que en algún momento, de dejarse llevar por la convención, se transformará en el sujeto protagonista de la historia.
“El proyecto Audiotour Ficcional es una experiencia sonora individual donde se toma a la ciudad como escenario para un recorrido de ficción. El espectador recorre solo con un MP3 y auriculares las calles de la ciudad elegida, escuchando una historia que mezcla hechos reales-históricos con otros de ficción. Por día, millones de peatones transitan por las calles de las ciudades, ciegos por su propia cotidianidad. Edificios emblemáticos, puntos históricos, intervenciones gráficas y hasta otros habitantes que comparten el mismo espacio urbano son ignorados por estos transeúntes”, detallan los creadores de este proyecto que tras conocerse en el Festival del Mercosur de Córdoba, en 2005, no ha parado de funcionar allí para sumar en los años siguientes otras cinco versiones en diferentes ciudades de Brasil, incluida San Pablo, y que ahora prepara su desembarco en España.
“Por lo general, el proyecto implica un mes de trabajo previo, que tiene que ver con la recopilación de material y la escritura de un guión inicial. Este es nuestro séptimo audiotour, y más allá de una idea de formato, son siempre proyectos diferentes”, relató Ariel Dávila acerca de la propuesta que seguirá vigente hasta el final del FTR2011, pero que luego, también, tendrá un espacio dentro de los proyectos que llevará adelante el municipio en los próximos meses del año, hecho que permitirá que muchos más rafaelinos puedan descubrir esa otra cara “oculta” de su ciudad.
“El proyecto, además del proceso relacionado con lo histórico y la construcción del guión, se graba en cada lugar con actores locales y se crea para cada uno una banda sonora con músicos del lugar. Por otro lado, siempre trabajamos a partir de historias o mitos de cada ciudad; en particular, sobre aquello que la ciudad dice o cuenta desde diferentes campos”, relató Dávila.
Por su parte, la artista Christina Ruf explicó: “El proceso se pone en marcha cuando nos mandan el material histórico. De allí sacamos aquello que nos pueda resultar interesante y lo confrontamos luego con los lugares físicos al momento de llegar a la ciudad. En este sentido, no sólo consideramos aspectos que tengan que ver con lo histórico, sino también lugares o personajes que tengan que ver con la idiosincrasia del lugar y de su gente. También, juegan un papel muy importante en todo el proceso aquellos lugares que a nosotros, como realizadores, nos resultan interesantes, y muchas veces pasa que esos lugares que encuentran un espacio dentro del relato nada tienen que ver con lo histórico”.
Mitos y leyendas ligados con la masonería que ponen de relieve la presencia de algunos bustos frente a edificios emblemáticos de la ciudad como pasa, entre otros, con el de Juan Bautista Alberdi, del mismo modo que un recorrido por aquello que ocultan los despojos de los viejos Almacenes Ripamonti y la mansión familiar que hoy se erige como el Museo Histórico Municipal, aparecen dentro del recorrido diferenciados y resignificados a partir de detalles que a primera vista parecen insignificantes, pero que luego accionan dentro de una trama que juega a mitad de camino entre lo posible y lo puramente ficcional.
El recorrido propuesto por Los Filántropos…, una supuesta nueva logia masónica que estaría funcionando desde el anonimato en Rafaela para ayudar cuando la ciudad sea tapada por el agua, sirve para encontrar sentido a muchos otros espacios que tienen un lugar dentro de la trama urbana pero que, por cotidianos, pasan generalmente desapercibidos.
El proyecto, que además de Ruf y Dávila incluye a Guillermo Ceballo en el diseño sonoro y música original, el asesoramiento histórico de Jerónimo Rubino y la participación de los actores locales Sebastián Zoppi, Inés Nosti, Ricardo Croce y Oscar Godoy, sirve para correr la vista de lo obvio para luego mirar lo obvio con el objetivo de descubrir aquello que se oculta detrás de símbolos, palabras, colores, morfologías, dimensiones, direcciones, acciones y modificaciones, buscando repensar la ciudad a partir del par dialéctico ciudad vivida-ciudad construida, dado que el proyecto se revela como un gran desafío a los sentidos, un juego en el que la tan mentada “mentira” del teatro, por una vez, se acerca mucho a la “realidad”, una realidad donde el espectador pasa a ser el gran protagonista.

Apertura con clima de fiesta

VII EDICIÓN DEL FESTIVAL DE TEATRO DE RAFAELA

El encuentro rafaelino comenzó anteayer con un multitudinario desfile callejero, el acto inaugural y la presentación de, entre otras, “La familia argentina”, de Alberto Ure, dirigida por Cristina Banegas

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del jueves 14 de julio de 2011)
La fiesta regresó a Rafaela. Como en ningún otro lugar del país, una ciudad a pleno festejó en la tarde del martes la vuelta del encuentro a nivel teatral más importante del interior del país, por convocatoria, calidad de programación y proyección nacional.
Tras el recorrido de una enorme araña realizada con globos, manteniendo los colores rojo y negro, representativos de la presente edición, el VII Festival de Teatro de Rafaela (FTR) dio el puntapié inicial con la complicidad de todos los rafaelinos que en estos años han aprendido a hacer propio un encuentro que no sólo nació con buena estrella sino que además llegó para quedarse.
Tras la fiesta callejera, alrededor de las 18.30, dio comienzo el acto inaugural, con la presencia de funcionarios, invitados y público en general, en el histórico teatro Lasserre. Lejos de cualquier tentación hacia el discurso político, en un año en el que abundan, una vez más, fueron las palabras iluminadas de la ministra de Innovación y Cultura de la provincia, Chiqui González, las que movilizaron a una platea que venía conmovida tras la pasada de un video recopilatorio del vasto y prolífico recorrido que ha hecho el FTR en estos años, donde el público ha sido uno de los grandes protagonistas. Para dar paso luego a las palabras del intendente Omar Perotti, convirtiéndose de este modo en los dos únicos oradores de la jornada.
Tras repasar algunas acepciones buscando definir qué es teatro, Chiqui González expresó: “Dijeron que el teatro estaba muerto, pero este festival demuestra que está más vivo que nunca. Este es el festival de la gente, y es un milagro. Y es tan bueno porque el teatro de Rafaela ha sido bueno siempre, muy experimental, en una ciudad que es muy experimental, que ha decidido traer el mundo a su casa”.
Por otra parte, la funcionaria, quien acredita una vasta carrera como directora y puestista, remarcó: “Este es un encuentro tan federal que están las mejores obras de Buenos Aires del mismo modo que aquellas que vienen de un pueblito perdido, o de Córdoba, Rosario o de la misma Rafaela. Este es un festival donde las cosas no están hechas sólo para quedar bien, porque los artistas locales pusieron tan alto el nivel, que ahora, a la hora de programar, se preguntan si lo que viene estará a la altura del público que se ha creado en Rafaela”.
Y finalmente, la funcionaria destacó el riesgo como uno de los grandes motores de este encuentro: “El riesgo está siempre presente, está en las obras, en el público, en la calle. Nada es puro, lo único puro aquí es que todo es impuro y eso es lo bueno; porque una de las marcas de este festival está en la hibridación de estéticas y propuestas, donde el escenario puede estar en el escenario, en las calles o en las plazas; por eso quiero decirles que este es, sobre todas las cosas, un gran invento de Rafaela y su gente. Y me permito un comentario que me remite a mi infancia: una vez una maestra le dijo a mi madre, que no era una intelectual, que yo era muy imaginativa. Yo le pregunté a mi madre si eso era ser mentiroso, y ella me respondió muy sabiamente: «Dijo que inventabas y el invento nunca es una mentira»”.
A su tiempo, Perotti resaltó el periplo que ha llevado adelante con su equipo en estos años y el crecimiento y la proyección que ha tenido Rafaela desde los bienes culturales: “Hoy, en cada barrio de la ciudad hay un espacio para el teatro, y eso se lo debemos a este festival que ha crecido tanto y del que se ha apropiado la gente, que nos acompaña masivamente año tras año”.
“Pero, este año, el festival se ha expandido también hacia otros lugares: tenemos una subsede en Sunchales y agregamos un día más a la grilla (de martes a domingo), al tiempo que es la primera edición que se erige con la ciudad declarada Capital Provincial del Teatro”, completó el funcionario, que de este modo comenzó a despedirse de su gestión, que finaliza el próximo 10 de diciembre luego de dos provechosos períodos al frente del municipio.

Deconstrucción de familia
Luego del acto de apertura, se presentó en el mismo escenario del Lasserre la maravillosa versión de La familia argentina, texto de Alberto Ure estrenado en 2010 en Rosario por Rody Bertol, que llegó aquí en versión porteña, bajo la dirección de Cristina Banegas. La obra, que esta noche ofrecerá en el Centro Cultural del Parque de España (Sarmiento y el río), a las 21, su segunda y última función en Rosario, desmenuza los conflictos de una familia que se construye a partir de los despojos de otra.
Compuesta por un largo prólogo y un breve epílogo, la puesta de Banegas, que cuenta con las estupendas actuaciones de los rosarinos Claudia cantero y Luis Machín, y la actriz porteña Carla Crespo, discurre a través de un texto que está plagado de guiños, en los que se evidencia la inteligencia de un observador iluminado: Ure es despiadado en su análisis de un modo de construcción de familia que se desmiembra, que se traiciona a sí misma, que se vuelve sinuosa, y hasta quizás improbable, pero que va en paralelo con el país que vendría en los 90, donde, como pasa con el triángulo que revela la pieza, imperó el individualismo por encima de los proyectos colectivos, y entonces, como en la nueva familia, el único destino es el fracaso.
(ver comentario completo en http://puroteatrorosario.blogspot.com/2011/07/una-comedia-atormentada.html)

Una gran vidriera que privilegia el talento y el valor artístico


VII FESTIVAL DE TEATRO RAFAELA 2011

Desde hoy y hasta el domingo se verán 26 espectáculos de diferentes ciudades, en el marco del evento que el municipio rafaelino organiza conjuntamente con el Instituto Nacional del Teatro y el gobierno de la provincia


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 12 de julio de 2011)
Una nueva edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR2011) se pone en marcha hoy con la convicción se haberse convertido en estos años en uno de los espacios más convocantes y valiosos del teatro de arte dentro del mapa de festivales argentinos contemporáneos.
Declarada Capital Provincial del Teatro en 2010, durante seis jornadas, Rafaela recibirá 26 elencos provenientes de Buenos Aires, Rosario y Córdoba, entre otras ciudades, con una grilla que, como pasa en los últimos años, obligará a los organizadores a agregar funciones debido a que muchas funciones ya están agotadas.
El Municipio de Rafaela organiza el evento en cogestión con el Instituto Nacional del Teatro (INT) y el gobierno de Santa Fe, al tiempo que este año se agrega como novedad la realización de una serie de funciones en la ciudad de Sunchales que suma como subsede, del mismo modo que un importante cronograma de actividades especiales, todas con entrada libre y gratuita, entre las
que se destacan las devoluciones de periodistas especializados a los elencos participantes y público en general, que se realizarán diariamente de 10 a 13.
“Estamos felices porque el sábado, cuando habilitamos la boletería, la demanda superó nuestras expectativas; de hecho, fue la apertura más exitosa de todas las ediciones. El festival nos moviliza mucho a todos, es muy intenso el trabajo, porque es una edición muy especial: tiene un día más en la grilla y sumamos una subsede. Además, estos 26 espectáculos que vienen de todo el país tienen requerimientos de producción muy especiales, y como siempre, nosotros privilegiamos lo artístico por encima de todo. Creo que ése es el gran secreto del éxito de este evento”, contó a El Ciudadano el director artístico del festival, Marcelo Allasino, quien acredita una vasta trayectoria como director teatral en Rafaela al frente de los grupos Punto T y La Máscara.
De la atractiva programación se destacan propuestas tales como La familia argentina, de Alberto Ure, con dirección de Cristina Banegas, que se verá hoy en la jornada de apertura, del mismo modo que Jesucristo, de Mariano Moro (Buenos Aires); Proyecto vestuarios, de Javier Daulte (Buenos Aires); La idea fija, de Pablo Rotemberg (Buenos Aires), y Rosa brillando, de Juan Parodi, sobre textos de Marosa di Giorgio (Buenos Aires).
“Este año recibimos una gran cantidad de propuestas por lo que el trabajo de selección fue muy complejo. Los espectáculos que terminamos programando son maravillosos, y estamos muy felices por la calidad de los artistas que se van a acercar a Rafaela en estos días. A nivel de producción, hay puestas de mucha exigencia, pero que también implican un desafío. Por ejemplo:
Rosa brillando la programamos en una casa que queda en las afueras de la ciudad, donde va a ser una delicia ver ese espectáculo tan lleno de poesía. Del mismo modo, también programamos Baby Jane con la intención de que se viera en un espacio similar al que fue concedido en Rosario (una casa de los años 50). Será en el hall del Centro Cultural Municipal, que tiene una impronta parecida a la original”, señaló Allasino.
También serán de la partida el espectáculo de danza Eclipse, de Carlos Casella y Gustavo Lesgart (Buenos Aires); Comedia cordobesa, de Gonzalo Marull (Córdoba); Llanto de perro, de Andrés Binetti, a cargo de Teatro Nuevo Cuyo Asociación Civil, de Mendoza; Los filántropos–audio tour ficcional, de Christina Ruf y Ariel Dávila al frente del grupo BiNeural-MonoKultur (Córdoba) y ¡Dolly Guzmán no está loca!, de Mónica Cabrera (Buenos Aires), que tendrá a su cargo el cierre del domingo por la noche.
Respecto del complejo montaje que requiere Proyecto vestuarios, con dos numerosos elencos, uno integrado por hombres y otros por mujeres, el director expresó: “Fue complicado traerlos, porque queríamos que esté presente el proyecto completo porque así lo imagino su director, Javier Daulte, y así lo lleva adelante. Hicimos un gran esfuerzo para traer los dos montajes, para que, conceptualmente, la gente pueda verlos a ambos en días consecutivos, un hecho que se convierte en uno de los puntos más fuertes del festival”.
De Rosario se verán los espectáculos El Caldero Circo, de Silvia Lenardón y Guillermo Martínez, al frente de la Compañía de Objetos El Pingüinazo; Colón agarra viaje a toda costa, de Adela Basch, por The Jumping Frijoles; la referida Baby Jane, de Romina Mazzadi Arro, al frente de Hijos de Roche, y Arlequín, servidor de dos patrones, una particular versión de calle del clásico de Carlo Goldoni, montada sobre un carro móvil por la Compañía Tablas Rodantes.
“Este es el cuarto año en relación con las coproducciones municipales, y a partir de una convocatoria tenemos dos espectáculos que se consagraron ganadores y que van tener su estreno en el marco del festival”, relató Allasino respecto de La fiesta, de Paula Rossignoli y Grupo Sobredanza, y una versión de Las reglas de urbanidad en la sociedad moderna, el muy representado texto de de Jean-Luc Lagarce, que en este caso contará con una versión del grupo rafaelino Caldo de Cultivo, con puesta del director y dramaturgo Diego Ferrero.
Finalmente, y respecto de algunos otros condimentos de una programación que se erige entre lo más destacado de la escena nacional, Allasino remarcó: “También tenemos gente que viene de Mendoza, como Juan Comotti; de Córdoba, como Gonzalo Marull o Jazmín Sequeira; amigos de Rosario como los chicos de The Jumping Frijoles, y El Pingüinazo que van a ir a un espacio súper especial que es la Biblioteca Sarmiento, donde podrán mostrar su atractiva propuesta de teatro con pequeños objetos. Y quiero destacar la apertura de esta noche con La familia argentina, con los trabajos de Luis Machín, Claudia Cantero y Carla Crespo, tres actores increíbles, a lo que se suma la dirección de Cristina Banegas. Abrir con ellos y con esa obra de Alberto Ure, dice mucho de lo que nosotros pretendemos con este festival”.

lunes, 11 de julio de 2011

Una comedia atormentada



CRÍTICA TEATRO


Llega a la ciudad la extraordinaria versión de “La familia argentina”, de Alberto Ure, que dirige Cristina Banegas, con Claudia Cantero, Luis Machín y Carla Crespo, que mañana abre el Festival de Rafaela

LA FAMILIA ARGENTINA
Autor: Alberto Ure
Dirección: Cristina Banegas
Asistencia: Francisca Ure
Actúan: Luis Machín, Claudia Cantero, Carla Crespo
Sala: Parque de España, Sarmiento y el río,
miércoles 13 y jueves 14, a las 21

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 11 de julio de 2011)
Los trazos gruesos, ajados, incómodos, de los vínculos de una pareja quebrada en la que el amor se esfumó para dar paso al odio y al desprecio; la ironía de una comedia atormentada con algo siniestro, donde la mueca disimula una tragedia que está por venir irremediablemente.
En La familia argentina, el incandescente maestro del teatro Alberto Ure, acaso el más reflexivo y al mismo tiempo irreverente e irónico de la escena argentina contemporánea, construyó un entramado de diálogos y situaciones que fuerzan a mirar: el espectador es un voyeur desde el minuto cero, y no hay duda de que el hecho a develar está fuertemente ligado con algo inconfesable, muy parecido al incesto.
La familia argentina era, hasta el año pasado, un texto inédito de Ure (la única obra que escribió y no terminó), que vio la luz en Rosario gracias al empeño que puso Rody Bertol, creador del Centro Experimental Rosario Imagina, discípulo y amigo del gran maestro porteño, quien estrenó la obra en La Manzana, con un elenco local, y con la ayuda de Cristina Banegas en la reconstrucción del texto. Meses después, en febrero de 2011, Banegas estrenó en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires, con la asistencia de Francisca Ure, y las extraordinarias actuaciones protagónicas de los rosarinos Claudia Cantero y Luis Machín, una versión porteña, que mañana abrirá el 7º Festival de Rafaela y que miércoles y jueves se presentará en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España, hecho que se revela como una cita imperdible con el mejor teatro argentino.
Conocedora como pocos del mundo Ure, Banegas, quien ensayaba la obra junto a Norman Briski cuando el director sufrió un ACV a fines de los 90, acciona desde la actuación en el entramado que el texto muestra en un primer plano: una pareja que se termina para dar paso a otra que se deforma. La primera, integrada por Laura y Carlos, se diluye frente a la segunda, integrada por Carlos y Gabriela, la hija de Laura.
Pasaron quince años de los últimos días del gobierno de Isabel Perón, son los confines de los dorados 80, y algo está irremediablemente roto. Laura llega para buscar a Gabi, su hija, quien ya vive en su departamento con el que hasta hace algún tiempo fue, por 17 años (desde su primera infancia), el marido de su madre. Él puntea algo en una máquina de escribir, es psicoanalista; ella dice que quiere ver “como son felices”, que le diga “la verdad” y que después se muera.
Sólo serán los agravios previos, los que vengan después no tendrán tanta piedad, porque como espasmos, los hechos presentes sacarán de cada uno lo peor, en una living que se transforma en una especie de ring side donde los golpes serán palabras.
Es así como el texto y los parlamentos muestran, ya en un segundo plano, cómo a fines de los años 80 se gestaba algo monstruoso: la familia en cuestión es, también, un país (Argentina), y el vínculo que quiere mostrarse como “natural”, se incluye dentro del análisis en una diatriba psicoanalítica de la que Ure parece mofarse. Así, la nueva “familia argentina”, más allá del fracaso estrepitoso que fueron los años 90 y su plan macabro, está allí, medio risueña y medio horrorizada de lo que en verdad es o será.
Compuesta por un largo prólogo y un breve epílogo, la puesta de Banegas discurre a través de un texto que está plagado de guiños, en los que se evidencia la inteligencia de un observador iluminado: Ure es despiadado en su análisis de un modo de construcción de familia que se desmembra, que se traiciona a sí misma, que se vuelve sinuosa, y hasta quizás improbable, pero que va en paralelo con el país que vendría en los 90, donde, como pasa con el triángulo que revela la pieza, imperó el individualismo por encima de los proyectos colectivos, y entonces, como en la nueva familia, el único destino es el fracaso.
Así, el texto de Ure se posiciona también, merced a los estupendos trabajos de los protagonistas, como una descorazonada crítica a un modo de familia que a fines de los 80 entraba en desuso: algo de la ruptura de la concepción clásica de la familia aparece aquí como anticipatorio de lo que a fines de los años 90 (una década después) el teatro argentino dio en llamar la “disfuncionalidad familiar en escena”.
Pero además, el texto arremete fuertemente contra los alcances del psicoanálisis, y desmitifica su arraigo en un país que se revela, al menos, como el más psicoanalizado de Latinoamérica. Ironías a la vista, será Carlos quien diga que la Asociación Psicoanalítica y sus distinguidos colegas son una “mafia con protección automática”, al tiempo que asegurará que el escándalo con el que Laura lo amenaza si cuenta de su nueva vida amorosa, lo único que va a conseguir es ponerlo de moda.
Carlos habla de amor hacia a Gabi, Laura no lo entiende, y juntos analizan sin complacencias el qué dirán de la periferia familiar y amistosa. En su devenir, el texto arremete también respecto de algunos de los lugares por los que el psicoanálisis ha dejado su marca: qué es lo simbólico, cuál es el lugar del dinero, dónde está el poder o quién lo detenta dentro de la estructura de toda familia, también son lugares por los que transita la obra.
Del mismo modo, otros aspectos que dialogan con la problemática de los vínculos, son puestos en evidencia de una manera descarnada: en la tortura de Laura por querer conocer la intimidad entre Carlos y Gabriela, se esconden aspectos tortuosos propios de una tragedia griega, donde se pone en evidencia la competencia entre madre e hija, las leyes de la sangre, la locura, los alcances de una fidelidad que responde a una moral determinada, y la constitución de una familia en la que la simulación se vuelve un recurso de “supervivencia”.
En ese tránsito, es estupendo el trabajo de Luis Machín, sobre todo en su composición de un supuesto ganador que al final pierde, haciéndose cargo en un devastador epílogo, irónico y complejísimo de sostener desde la actuación, que se revela como todo un guiño al autor. Al mismo tiempo, Cantero, una de las mejores actrices que ha dado Rosario, atraviesa a lo largo de la puesta un decálogo de estados que van de la desolación a la omnipotencia, jugando por momentos con una especie de grotesco de inusual factura, donde risa, llanto, dolor y euforia conviven en un mismo estado, hecho que posiciona su performance entre los mejores trabajos actorales de los últimos tiempos, por su inagotable variedad de recursos y su absoluta verdad. Por su parte, la joven Crespo asume con valentía el riesgo de pararse frente a estos dos grandes monstruos de la escena nacional logrando en algunos pasajes instancias interesantes, sobre todo en los momentos en los que consigue quebrar el personaje frente a la enjuta relación que éste mantiene con su madre, donde, lejos de la ironía del comienzo, ambas se muestran desesperadas tratando de reencontrarse con aquella niña que parecen haber perdido ambas.
Aunque por encima de todo lo dicho resplandece la mano y la inteligencia de Cristina Banegas, quien a lo largo de su carrera ha trabajado bajo las órdenes de Ure en puestas memorables de El padre, de Strindberg, o de Los invertidos, de José González Castillo, para revisar minuciosamente un texto que si bien no da respiro, en una lectura primaria aparece como una comedia disparatada, donde cada palabra dicha y cada acción sugerida son, un poco más tarde, una invitación a hundirse, poco a poco, en las profundidades de algo que se revela como monstruosamente humano.

miércoles, 6 de julio de 2011

Imágenes y palabras de un gran poeta en el ocaso




CRÍTICA TEATRO

José Sacristán ofreció el viernes en La Comedia un emotivo recorrido por la obra del autor de “Retrato”, con el unipersonal “Caminando con Antonio Machado”, acompañado por el pianista Facundo Ramírez

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 5 de julio de 2011)
Un viaje, el recurso del que tantas veces se ha apropiado el teatro para contar historias, acaso porque remite a recorridos remotos, improbables, mágicos, sirvió una vez más para desempolvar la pluma iluminada de uno de los mejores poetas de habla hispana, Antonio Machado (1875-1939), de la mano del español José Sacristán.
Caminado con Antonio Machado, que el viernes pasó por el teatro La Comedia y el domingo se presentó en la ciudad de Santa Fe, en el marco de una gira, encierra un recorte de la obra del autor que retoma, en parte, su última etapa.
Acompañado por el pianista Facundo Ramírez, quien siendo conocedor de los escenarios arriesga pasajes en los que presta su voz a fragmentos de algunos de los poemas en un gustoso contrapunto, la acción dramática se sitúa en Collioure, Francia, el 22 de febrero de 1939, día de la muerte de Machado, a quien Sacristán posiciona como uno de los referentes morales y culturales de la España de fines del siglo XIX, ilustre integrante de la Generación del 98.
Con gafas, sobretodo, sombrero, valija y bastón, el actor de Solos en la madrugada, Asignatura pendiente y La colmena (no casualmente tres títulos emblemáticos de la cinematografía española de todos los tiempos) le pone el cuerpo al poeta, lo “incorpora”, para empezar a desentrañar, siempre en complicidad con el pianista, los versos de un Machado evocador a punto de partir en forma definitiva, y en medio de un doloroso exilio, obligado por el avance del franquismo. De hecho, el espectáculo lleva como subtítulo “De «los días azules» a «el sol de la infancia»”, las palabras póstumas del autor.
Con destino “al mar”, entre una veintena de poemas que atraviesan la primera hora del espectáculo (después, ya sin Machado “encima”, vendrán los bises), el actor arranca su recorrido con un repaso por La guerra (1937), último libro publicado en vida por Machado, recitando, entre otros, “Una España joven” y el incandescente y siempre conmocionante “El crimen fue en Granada: a Federico García Lorca”. También aparecen “Verdes jardinillos”, entre otros, de Soledades, del mismo modo que los poemas dedicados a Leonor Izquierdo, su mujer, quien murió a poco de casarse con el poeta. De este segmento resplandecen “Noche de verano” o “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería...”, en uno de los pasajes en los que el actor, como Machado, se muestra más conmovido, un estado que logró trasladar a la platea en la fría noche del viernes, un frío que se hizo notable, incluso, dentro de la sala.
También aparecen en el periplo otros poemas referidos a su tierra y a dios, como algo de una dimensión inalcanzable y poseedora de toda verdad, del mismo modo que en otro pasaje inquieta el bucólico “A un olmo seco”, de Poesías completas, fechado en su amada Soria en 1912, o el atormentado “Eran ayer mis dolores”.
Pero además, el espectáculo está tan bien estructurado, es tan claro ideológicamente, que hasta se agradece que, como consigna, el actor haya elegido “evitar” algunos de aquellos poemas que Joan Manuel Serrat inmortalizó con su música (“Cantares”, “La saeta”), porque como bien sostiene Sacristán, “poesía y música ya son una misma cosa”.
Es de destacar la gran presencia de Ramírez, quien está más allá del mero acompañamiento musical, erigiéndzose como el gustoso compañero de viaje que Don Antonio (así lo llama) necesita para pasar de un lugar a otro (de un tiempo a otro), independientemente de que, obviamente, se luce en sus logrados abordajes de partituras de Isaac Albéniz, Claude Debussy, Brahms, Schumann, Liszt o Chopin.
La evocación lleva también al personaje a recordar a su padre, en un momento clave del espectáculo, en el que brilla “Retrato”, cuya frase final encuentra a la platea, una vez más, con los ojos húmedos, cuando el poeta, casi como un presagio, escribe (y el actor dice): “Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”. El pasaje va en paralelo con uno de los mejores momentos de Sacristán en escena, quien acto seguido “abandona” el personaje en la misma silla donde lo “encontró” al comienzo, hecho que se convierte en una clase magistral de actuación, cita imperdible con un teatro despojado de cualquier ornamento pero rebosante de palabras maravillosas.

martes, 5 de julio de 2011

Un melodrama expresionista


CRÍTICA TEATRO

El director, puestista y docente Aldo Pricco, dirige una versión de “Una tragedia argentina”, del dramaturgo porteño Daniel Dalmaroni, en la que brilla la actriz Ofelia Castillo como una matriarca singular

UNA TRAGEDIA ARGENTINA
Autor: Daniel Dalmaroni
Dirección: Aldo Pricco
Asistencia de dirección: Lucrecia Moras
Actúan: Bernardo Vitta, Juan Manuel Raimondi,
Mariano Raimondi, Ofelia Castillo, Ana Laura
Caraffielo, Dannae Abdalla de Sá
Sala: Cultural de Abajo, San Lorenzo y Entre Ríos,
viernes a las 22


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 27 de junio de 2011)
Entender la metáfora de la tragedia como un rimbombante despliegue de frases más o menos conocidas o escuchadas en la intimidad de una familia que se espanta de sus “secretos” bien guardados. No es Shakespeare, pero el incesto, la mentira, la traición y la culpa que reaparece, están allí, aunque de otro modo. Con estos elementos casi como una consigna, el dramaturgo porteño Daniel Dalmaroni (Maté a un tipo, Burkina Faso, El secuestro de Isabelita) parece haber escrito Una tragedia argentina, quizás pretendiendo acercar el nudo de la tragedia a cierta cotidianeidad que, en todo caso, y más allá de los juicios de valor que puedan hacerse sobre su escritura, generaron un interés en la escena argentina que ha encontrado en Dalmaroni a un autor que la representa.
Tras el éxito en otros escenarios (se recuerda la extraordinaria versión que el entrerriano Lito Senkman estrenó en Santa Fe al frente de la Comedia de Universidad Nacional del Litoral), hace algunas semanas, se conoció en la ciudad una versión de Una tragedia argentina con un elenco concertado, dirigido por el talentoso Aldo Pricco.
En ciernes, la historia conjuga los ribetes más exacerbados de lo que en la escena nacional se ha dado en llamar “disfuncionalidad familiar”, dejando en claro que la disfuncionalidad es propia de cualquier familia, como sostiene Pricco, “Pérez García, Familia Falcón, Simpson, Benvenuto, Campanelli, Ingalls. Formatos diferentes de relaciones aptos para sufrir y gozar, para emocionarse y reírse, para llorar y soñar”.
Sin embargo, aquí se está frente a los integrantes de una familia tipo cuyos vínculos primarios derivarán en otros secundarios: madre, padre, dos hijos y el hermano del marido, podrán ser otros cuando la verdad salga a la luz. Y entonces, lo secular de los vínculos, aparecerá con la fuerza del oráculo de la tragedia: el deseo de Mario por cierta parte de la anatomía de Susana, su cuñada, disparará el enojo de su hermano Hugo; al tiempo que Roy, hijo de la pareja, confesará que es gay y su hermana Nam, que está embarazada de la pareja de su hermano. Sin embargo, estos primeros “detalles” serán mínimos frente a lo que vendrá después.
Lo interesante del trabajo de Pricco, que aceptó el desafío no menor de poner en escena un texto que se aleja bastante de sus últimos trabajos como director (Troyanas, El soldado fanfarrón), esta cimentado en dos aspectos que tienen que ver con el lenguaje.
Por un lado, el corrimiento de cierto naturalismo planteado en el texto a un expresionismo algo “sucio”, sirve para poner el acento en un registro actoral que se vale, precisamente, de los recursos expresionistas para intentar sostener la vorágine de situaciones propias de un melodrama que en su increscendo parecen no tener fin. Pero por otro, en el juego dialogal, los personajes trabajan finamente una deformidad de las palabras (del lenguaje) que va en paralelo con eso que se va deformando de la estructura familiar primariamente concebida y aceptada, y que quizás de forma racional no se pueda decir.
Para alcanzar los puntos más altos de la puesta, en los que cierto absurdo del conflicto exige en los actores una entrega inusual que linda con el grotesco, el trabajo de Ofelia Castillo como Susana, la matriarca que enjuaga culpas entre lágrimas aciagas e ironías propias de una malvada de telenovela, se convierte en el basamento fundante de todo el trabajo, en el que el resto del equipo, si bien no está a la misma altura, está correcto en sus performances.
Pero sobre todo, la versión de Pricco pone en primer plano el interrogante que también disparó en Dalmaroni la escritura de la obra, y que tiene que ver con preguntarse qué es la familia hoy, cuáles son sus alcances, dónde radica un nuevo modo (quizás algo monstruoso) de construcción de estructura familiar que ha mutado y que convive con otro más “tradicional” y cercano al pensamiento católico.
Tanto es así, que la canción de la banda mexicana Kinto Sol, “Esa es familia”, un rap agitado que acompaña el apagón inicial, deja en claro que lo que viene después es una especie de paráfrasis de lo bello y lo monstruoso de la familia, que quizás correrá sangre, y que, a pesar de todo, la fe será el último escalón cuando ya no quede nada más que los pueda salvar.

Eso que ocultan los vínculos




CRÍTICA TEATRO
El realizador cinematográfico rosarino Gustavo Postiglione construye un atractivo entramado de situaciones cercanas al melodrama con algo de policial negro, en la obra teatral “Algo sobre el amor”

ALGO SOBRE EL AMOR
Texto, dirección y puesta: Gustavo Postiglione
Asistencia de dirección: Maru Solana
Actúan: Claudia Schujman, María Celia Ferrero,
Caren Hulten, Juan Nemirovsky
Sala: CET, San Juan 842, viernes a las 22

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del miércoles 29 de junio de 2011)
Apelando a un lenguaje naturalista, en el que la cotidianeidad se filtra en medio de las instancias de un encuentro de amigos que no será uno más, el director de cine Gustavo Postiglione volvió a experimentar con el teatro a partir de Algo sobre el amor (ganadora de Coproducciones Municipales 2010), tras su primera incursión con la versión escénica de su película El asadito, estrenada en 2002.
A medio camino entre el melodrama y el policial negro, la propuesta echa raíces en las convenciones de un teatro más o menos conocido, aunque con un lenguaje que tiene, desde lo descriptivo, mucho de cinematográfico, lo que aporta una coloratura diferente al trabajo en el contexto de la escena rosarina contemporánea.
Un grupo de amigos, dos parejas, se encuentran una noche para cenar y hablar, algo que parece habitual, común, sin nada que pueda volverse imprevisto. Aunque como en un cuento de Chejov (no casualmente uno de los autores que sirvió como disparador para el montaje, del mismo modo que “Raymond Carver y algo de Joyce”, tal como relata el mismo director), lo imprevisto parece estar escondido debajo de la alfombra, y entonces, algo de eso que se ha callado y ocultado por mucho tiempo, algo que en ciernes podría modificar para siempre la continuidad de los vínculos tal como están planteados, saldrá a la luz.
Julia (Claudia Schujman) y Sofía (María Celia Ferrero) van a cenar una noche cualquiera a la casa de Mauro (Juan Nemirovsky) y Cecilia (Caren Hulten). Hablan, se chicanean, se critican veladamente. Cecilia habla compulsivamente por teléfono, al tiempo que descalifica a Mauro porque no tiene trabajo. Mientras tanto, Mauro deja entrever que lo que lo une a Cecilia está a punto de terminarse, porque la presencia de Sofía lo perturba. Beben alcohol, mucho. El alcohol afloja, tal como se suele decir, y entonces las chicanas y pases de facturas que se lanzan como cuchillos, derivarán en una siniestra confesión sobre algo que los unió en el pasado pero que no todos saben.
A nivel de estructura dramática, el conflicto desatado, servirá para alcanzar el mejor momento del trabajo, que se ve atravesado por una pretendida intervención musical de una serie de canciones que, de un modo u otro, van desentrañando cabos sueltos. Así, a modo de playbacks sobre las letras de las canciones, los actores “interpretan”, entre otras, “Me haces tanto bien”, de Amistades Peligrosas, o “Cuando me enamoro”, de Enrique Iglesias.
Es en ese mismo camino, que el recurso del musical, que no es explotado en su totalidad (la impronta recuerda a la del exitoso unitario Para vestir santos, escrito por Javier Daulte, que se vio el año pasado por Canal 13), encuentra sin embargo el tono de frescura que el conflicto necesita para descomprimirse, parar, y luego volver a comenzar, lo que dinamiza el discurrir de la puesta, lograda con unos pocos elementos escénicos que remedan un moderno living de un departamento.
A todas luces, Postiglione marca con Algo sobre el amor un gran crecimiento desde su primera incursión en las tablas. En primer lugar, porque el texto, escrito previamente, tiene la carnadura necesaria como para poder despegarse de lo que acontece en escena, más allá de cuáles hayan sido esos otros textos que sirvieron como antesala de la escritura. Por otro, el director se rodeó de dos de los mejores actores con que cuenta la escena teatral rosarina, Claudia Schujman y Juan Nemirovsky, los verdaderos pilares de un trabajo en el que los niveles de intensidad en los registros de actuación de todo el equipo deberán encontrar cierto equilibrio con el correr de las funciones, independientemente del esfuerzo notable de algunos pasajes por posicionar la actuación en un mismo nivel.
Por lo demás, el trabajo se plantea como un valioso intento por acercar al público a las salas y con la excusa de un melodrama (una problemática cercana) ofrecerle otra cosa (la confesión de algo doloroso y oscuro), buscando distanciarse de cierto lugar común de la escena rosarina en la que el público sólo parece estar dispuesto a la risa.
Tanto es así, que los minutos finales de Algo sobre el amor están a mucha distancia del comienzo en relación con el conflicto y la profundidad de lo que acontece en escena. Una de las frases que allí se escuchan sostiene que “la felicidad es algo que sucede a veces”. Después de ver cómo la vida de los personajes da un vuelvo radical tras la inesperada confesión, no quedarán dudas de que esa frase, que aparece como “escapada” de un cuento de Carver, servirá para dejar en claro que la felicidad aparece por resquicios y que del amor sólo se puede contar “algo”, porque todo sería imposible de soportar.

“Este es un Discépolo que dice presente”




TEATRO POLÍTICO. El dramaturgo y director Walter Operto habla de la obra teatral “¡A mí no me la van a contar!”, que se presenta en el Centro Cultural La Nave, sobre el apoyo de Discepolín a la reelección de Perón en el 51

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del jueves 23 de junio)
La comprometida militancia política en favor del peronismo de Enrique Santos Discépolo en los años 50, en particular la de los meses previos a su muerte, quedó inmortalizada en sus monólogos radiales a Mordisquito, el apodo con el que el inconmensurable Discepolín llamada a los opositores a Perón. Se trataba de corrosivos monólogos que le escribieron primero Julio Porter y luego Abel Santa Cruz, que a modo de “diálogos” iban desnudando las flaquezas de una oposición demudada a la que Discépolo se refería cuando hablaba públicamente como “los profesionales del chisme que quieren oscurecer la alegría popular inventando peligros que no existen, angustias que no se explican”.
Por entonces, el hermano menor de Armando Discépolo, padre del grotesco criollo junto a quien el autor de “Cambalache” aprendió a entender las problemáticas de las clases más empobrecidas (por entonces, los inmigrantes), utilizó como vehículo la radio para decir lo que pensaba en su famoso micro, donde hablaba de los que “murmuraban” y les decía: “El rumor es una agachada, sean más leales, más argentinos, más argentinos sobre todo”.
Precisamente, aquel recordado micro radial dio origen al espectáculo teatral ¡A mí no me la van a contar!, que conoció una primera versión local hace tres años pero que ahora regresó con elenco renovado, y se presenta en el Centro Cultural La Nave (sala La Bancaria, San Lorenzo 1383).
Se trata de una puesta teatral basada en los mensajes radiales a Mordisquito de Enrique Santos Discépolo, que en gran medida favorecieron la reelección a presidente de la Nación de Juan Domingo Perón en 1951.
Con marco histórico del profesor Norberto Galasso, la obra cuenta con las actuaciones de Rodolfo Pavanetto (Discépolo), Sofía Pisano (Musa tanguera), vestuario y maquillaje de Doris García y dramaturgia y dirección de Walter Operto, quien contó con la asistencia de dirección de Natalia Operto, también a cargo de las coreografías.
“En este espectáculo hay un cruce de lenguajes entre el teatro, la danza, la música y el cine, porque además de lo que pasa en escena, como fondo y decorado viviente, proyectamos la película El hincha (estrenada en 1951y dirigida por Manuel Romero), que es la última con la que Discepolín recorre los distintos pueblos del país, interpretada y con guión del propio Discépolo, en colaboración con Julio Porter”, contó a El Ciudadano el dramaturgo, director teatral, periodista y gestor cultural Walter Operto.
“En lo personal, me encanta este Discépolo que siempre dice «presente» en los tiempos políticos de los argentinos; es también el Discépolo de los tangos «Cambalache» o «Yira, yira», que en su momento, cercano a sus días finales, decide tomar un micrófono y durante 36 noches dirigirse al pueblo argentino pidiendo la reelección a presidente de Juan Domingo Perón en 1951”, relató Operto acerca de uno de los personajes más emblemáticos del arte y la cultura argentinos de todos los tiempos.
“En aquellos años, Enrique Santos Discépolo venía del anarquismo. Sin embargo, sintió la necesidad de comprometerse como artista y ciudadano con ese momento de felicidad que vivían los sectores más populares del país”, acotó el director, quien reconoció que ese apoyo al peronismo “le costó que cierta vanguardia intelectual de entonces, del mismo modo que los conservadores, lo dejaran de lado. Impusieron con él una distancia, lo despreciaron, y de algún modo, todo eso lo entristeció mucho y le adelantó su muerte, dado que falleció apenas dos meses después de estas audiciones (el 23 de diciembre de 1951)”.
Con relación a la construcción dramática del espectáculo, el director reflexionó: “Alrededor de la historia de Discépolo se tejen muchas anécdotas que refieren a ese desprecio, ese «mal humor» de los sectores opositores que vieron muy mal ese compromiso con lo nacional y popular que además estaba muy en sintonía con toda su línea tanguera; que en realidad no debió ser una sorpresa para nadie, pero creo que aquél desprecio hacia Discépolo comenzó a marcar lo complicado que podemos llegar a ser como país. Y creo que si bien este episodio que cuenta la obra ocurrió hace casi 60 años, es muy interesante ver de qué modo ilumina este tiempo político que estamos atravesando todos los argentinos”.
En relación con la responsabilidad que tiene el teatro desde sus temáticas de iluminar el presente, el director reflexionó: “Este es el teatro que me convoca, un teatro de arte y de ideas, que nos descubre como seres pensantes, más allá de que una de las primeras cosas que debe generar un espectáculo es el entretenimiento, siempre sin adormilarte sino despertarte poniendo en funcionamiento las vísceras, en particular el corazón, como también la memoria y el pensamiento que muchas veces, por distintos motivos, aparecen como dormidos. En un sentido más amplio, ese es el objetivo del teatro en su totalidad, y la experiencia es incomparable frente al cine o la televisión, porque nada puede reemplazar la energía que transmite el actor desde el escenario”.
Respecto de las vinculaciones de este espectáculo de cara a un teatro político que tras el fracaso de los años 90 está de regreso, el director expresó finalmente: “Yo vengo de los años 70 y estoy ciento por ciento identificado con el teatro político, y cuando no pudimos hacer teatro político, no hicimos teatro. Hoy, uno puede mirar todo aquello y ponerlo en una posición un poco dogmática, pero eso es lo que hizo nuestra generación”.

sábado, 2 de julio de 2011

Entre gritos y susurros




CRÍTICA TEATRO. Pompeyo Audivert conmociona con la performance “Museo Ezeiza”, sobre la masacre de junio de 1973, que esta noche a la 21, ofrece la última función en el CEC, con entrada gratuita

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado )
Despojos mudos de una tragedia cercana reaparecen incandescentes, crudos, como a través de un acto metafísico, en un espacio simbólico que puede entenderse como un museo, independientemente de que su creador, el talentoso teatrista porteño Pompeyo Audivert, considere que el museo “es siempre una máquina mitologizadora de la burguesía”.
Los objetos están allí, apoyados sobre un montón de cuerpos ocultos bajo lienzos que de un momento a otro asumirán el compromiso de volver a decir aquello por lo mismo que los dueños de esos mismos objetos (hoy fetiches) fueron silenciados hace 38 años.
El caos de lo preformativo, lo arbitrario de la elección de un recorrido cuyo interés y valor serán directamente proporcional a la percepción de la propuesta, son los ejes por los que discurre Museo Ezeiza, valioso proyecto de la Escuela Provincial de Teatro y Títeres Nº 5029 que esta noche, a las 21, ofrecerá su última función gratuita en el CEC (Paseo de la Artes y el río), luego de presentarse jueves y viernes, y del que participan alrededor de 60 personas entre artistas rosarinos y porteños.
Los espectadores-partícipes ingresan a un museo que respira, la consigna es caminar, “circular”, no detenerse. Una vez allí, los objetos que laten en los cuerpos de los actores-performers tomarán la palabra, y habrá que acercarse para escuchar quién es cada uno y qué es aquello que tienen para decir, siempre y cuando no llegue alguien para volver a silenciarlos.
Así, un pasaporte, un documento, una bicicleta, una carta, una cubierta de auto, la emblemática imagen de Perón y Evita vestidos de gala o banderas celestes y blancas ajadas por el paso del tiempo o ensangrentadas, entre muchos otros objetos, “toman” la palabra por asalto luego de haber sido encontrados en el gran escenario trágico de Ezeiza del 73.
Lo objetual de un museo, cierta necrofilia propia de la argentinidad que se palpita en cada rasgo de la puesta, aquello ante lo que cada uno se detiene tratando de encontrar el significante, a diferencia de un museo tradicional, aquí está vivo, y por lo mismo se vuelve irremediablemente perturbador para quien lo mira o escucha. Es decir: no es cualquier museo, porque están allí, “conviviendo”, los despojos de la memoria de una tragedia que marcó una bisagra en la historia del movimiento peronista (tan vasto, rico y contradictorio) como fue la Masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973, el día en el que Perón regresaba al país tras 18 años de exilio, y militantes del movimiento, de izquierda y de derecha, se enfrentaban en una contienda que dejó muertos y heridos y mucho sabor a fracaso.
Pero es aún más perturbador el hecho de pensar que aquellos que hoy prestan sus cuerpos a esos “objetos” que hablan, tienen la misma edad (o parecida) que muchos de aquellos que soñaron con un país diferente, y que aquél 20 de junio esperaban el regreso del General con la esperanza de que esa construcción fuera posible, más allá de que, entre traiciones y abandonos, la más sangrienta dictadura de la que se tenga memoria comenzaba a gestarse, y se agazapaba para arremeter unos pocos años después.
Pero todo se singulariza aún más si se tiene en cuenta que el museo late a instancias de un país donde izquierda y derecha peronista han vuelto a afrentarse. Así, entre la conmoción y la consternación, quienes ingresen a este museo-instalación se encontrarán con un fárrago de recuerdos dolorosos, más allá de que el director priorice su forma de producción poetizante por encima del acontecimiento histórico.
De este modo, los gritos y susurros de una generación que se vio traicionada vuelven al presente en medio de una agonía con final conocido, que es acompañada por un coro de voces que a modo de canción fúnebre tararea la “Marcha peronista”. Todos, como aquellos, van camino a un palco, aunque sin fuerza, sin la intención original de mostrar un poder que ahora se desvanece frente a las estrofas de “Fuiste mía un verano”, una canción de Leonardo Favio, gran protagonista de la gesta original, que remata con la lapidaria frase “otra vez será”.