CRÓNICA RECITAL
La utopía, el dolor, la revolución, el desconcierto, la certeza, el amor perdido, el amor encontrado. Todo convive entre simpleza y complejidad en las letras de las canciones de Silvio Rodríguez, trovador cubano nacido el 29 de noviembre de 1946 en San Antonio de Los Baños, acaso el cantautor iberoamericano dueño de la poética más feroz y encendida, y al mismo tiempo, profunda y evocadora de las últimas tres décadas.
Con los ojos brillosos, seguramente un poco húmedos, y con la convicción de estar delante de un público que valoró verdaderamente su presencia después de una ausencia demasiado larga (hacía 17 años que no se presentaba en Rosario), uno de los mentores de la Nueva Trova Cubana, a poco de cumplir 65 años, pasó el sábado como un rayo de luz por el Hipódromo del Parque Independencia antes unas 8 mil personas, en una noche soñada, en la que regaló a lo largo de tres horas de concierto, todas las canciones, las de antes y las de ahora, en total, alrededor de treinta.
Con su pluma filosa y encendida, Silvio Rodríguez, que el próximo 10 de diciembre actuará en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, donde realizó su primera presentación en público hace 44 años, en lo que se revela como uno de los acontecimientos culturales e históricos del año en la isla, armó para el sábado una bella trama de canciones en el contexto de una puesta simple (austera), al tiempo que trazó en la memoria de la mayoría de los presentes (un público que en promedio iba de los 35 a los 45 años) un puente que unió aquellos primeros años 80, con su desembarco en el país y el recordado disco en vivo de 1984 (grabado junto a Pablo Milanés y varios argentinos invitados), y el presente, en el que la militancia y la efervescencia política que vive la Argentina parece querer reconstruir el sueño de la llamada por entonces “primavera alfonsinista”, en el regreso de la democracia, aunque por suerte, lejos de aquella comprensible e inevitable inocencia.
La velada, que trajo a la memoria fogones y peñas, comenzó puntualmente a las 22, tras el paso de la banda argentina La Surca (soporte en toda la gira), con la presentación del quinteto de músicos (cuerdas, vientos, percusión) que lo acompañó a lo largo de la noche, integrado por el Trío Trovarroco (con el destaque del guitarrista Maikel Elizarde Ruano), la exquisita flautista y clarinetista Niurka González y Oliver Valdés en batería y percusión, que al ritmo del son regaló una primera pieza instrumental para poner en clima la noche.
Un primer puñado de temas, algunos de Segunda cita, su último disco editado en 2010, abrió con el recordado “En el claro de la luna”, casi como un guiño a la iluminada velada que vio cómo desde el horizonte, a la derecha del escenario y a punto de comenzar el concierto, la luna aparecía insinuante para apostarse, inquietante, y quedarse iluminando todo el recorrido de una noche que finalizó pasada la una de la madrugada.
En el primer tramo de un concierto prolijo y sin estridencias, fueron de la partida “Sea señora”, “Carta a Violeta Parra”, ambas de Segunda cita, del mismo modo que “Cuentan”, la bella “Virgen de Occidente”, “De la ausencia y de ti”, “Días y flores” (del disco homónimo de finales de los 80) y “Mariposas” (del disco homónimo de finales de los 90).
Claramente compenetrado con la realidad cambiante y compleja que vive la Cuba actual, Silvio fue hilvanando unas pocas pero precisas palabras que, de un modo u otro, se hicieron canciones. En ese tránsito, el cantautor pidió por la liberación de los cinco cubanos que cumplen condena en los Estados Unidos acusados de supuesto espionaje, del mismo modo que habló de los cambios, algunos “necesarios” que acontecen en la isla, pero bregó por que se sucedan “sin perder la esencia”.
Fue así que el segundo tramo, acaso el de las canciones más políticas, abrió con “Sonrisas de papel”, grabado a fines de los años 70, al que se fueron sumando piezas clave de su cancionero como la “Canción del elegido” y “El mayor”, dedicada a la primera revolución de Cuba, la de fines del siglo XIX, para dar paso a una serie de clásicos integrada por “La gaviota”, “El reparador de sueños”, “Óleo de una mujer con sombrero”, “Escaramujo”, “Quién fuera” y una singular versión de “La maza”.
Conocida su generosidad, Silvio no estuvo solo en su vuelta a Rosario después de tantos años. Poco después del primer set de canciones, presentó a su compatriota, el cantautor Amaury Pérez (emocionado, interpretó tres temas de su autoría y agradeció la oportunidad a su amigo “más talentoso”), y tras el segundo, que terminó con “La maza” sobre la medianoche, los invitados fueron los también cubanos Santiago Feliú y la ascendente cantautora Yusa (ya conocida en la ciudad), para cerrar como un último eslabón de una estirpe de trovadores cubanos de diferentes generaciones, creada por el propio Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre otros artistas, a finales de la década del 60.
Poco después de ser distinguido por el Concejo Municipal local como Visitante Ilustre de la ciudad, y ajeno a cualquier discurso formal, el agradecimiento llegó con más canciones. Así, el tercer set, el más compacto y a poco del cierre, abrió con el himno “La era está pariendo un corazón”, para seguir con “El necio” y “Demasiado”, a lo largo de un recorrido que abundó en canciones de todas las épocas.
“Ojalá” fue el tema elegido para el cierre poco antes de los bises (no podía faltar). Un coro bastante afinado repasó su letra marcada a fuego: fueron “la palabra precisa, la sonrisa perfecta”. Silvio miró a la multitud que lo ovacionaba, levantó los brazos y los abrazó a todos, estaba en la ciudad del Che. La emoción fue inevitable: ese hombre de cuerpo pequeño y de presencia irradiante dejó un mensaje de coherencia, todos lo escucharon, nadie quería que se vaya, será porque la coherencia no abunda.
Y entonces, llegó por fin el momento en el que el concierto mutó en ceremonia: el público se quedó de pie, lo más cerca posible del escenario, para que vuelva. Silvio reapareció, cámara en mano, para inmortalizar el momento fotografiando él mismo a los presentes, y acto seguido entonar las inconmensurables “Te doy una canción”, “Pequeña serenata diurna”, “Ángel para un final”, “La gota de rocío”, la enorme (y muy pedida toda la noche) “Playa Girón” y, poco después, con el público decidido a ir por más, llegó el turno de “Paula” mientras algunos abandonaban el predio pletóricos de felicidad.
A esa altura, la despedida ya era inevitable. Todo fue pura belleza y emoción; el tiempo pasó, los 80 pasaron, pero él estuvo allí nuevamente, y ojalá que vuelva siempre.
Miguel, gracias por tan hermosa crónica. Su lectura emociona.
ResponderEliminarFelicitaciones!!!
Hola Miguel! Me gustó mucho tu crónica, excelenteee. Estuve en el recital y vi también a muchos jóvenes de "ventichirolas" y me sorprendió gratamente que estuvieran. Lo de la luna pareció parte de la producción. A las 10 en punto terminaba de asomar sobre los árboles. Besos!. Vero Yáñez
ResponderEliminarGracias Miguel! todavía me brota la emoción cuando recuerdo esa noche. Tus palabras relatan con mucha honestidad y simpleza un encuentro realmente imposible de valuar. Romina Z.
ResponderEliminar