“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




viernes, 16 de abril de 2010

Mar de palabras maravillosas



Con “Ala de criados”, obra que se presentó en el Centro Cultural Parque de España, el dramaturgo y director porteño Mauricio Kartun, conjuga ideología y estética en un espectáculo de fuerte impronta narrativa

(Nota publicada por el diario El Ciudadano & la gente el miércoles 15 de abril)


Por Miguel Passarini

El rótulo de hombre de teatro no se gana de un día para otro. La calificación reúne a unas pocas personas en la Argentina, entre las que se cuenta al dramaturgo y director porteño Mauricio Kartun, cuya obra, que podría definirse como una paráfrasis sobre los rasgos más estigmatizantes de la argentinidad en todas sus formas, encierra títulos como Chau, Misterix, Rápido nocturno, aire de foxtrot o Sacco y Vanzetti (por estos días en cartel en la ciudad), entre una veintena de títulos, y una última etapa que lo ha descubierto como director de sus propias obras, con las elogiadas La madonita, El niño argentino (lamentablemente, no estrenadas en Rosario) y Ala de criados, que el miércoles 15 de abril se presentó en el Parque de España (Sarmiento y el río), en una única función, y como disparador de un seminario sobre desmontaje que el director ofreció en los días sigueintes en el mismo lugar.

En la última edición del Festival Argentino de Teatro, realizada en Santa Fe por la Universidad Nacional del Litoral en noviembre de 2009, y bastante tiempo antes de que el premio Clarín cerrara un año lleno de alegrías para Kartun y su equipo, el director, tras el estreno de Ala de criados, mantuvo un distendido encuentro con periodistas y críticos teatrales de diversos puntos del país. La simpleza de sus palabras, la claridad conceptual que sólo un verdadero hombre de teatro puede abordar, dejaron en los presentes (entre ellos, éste cronista) la certeza de que sólo es grande aquél que duda. Escucharlo a Kartun es escuchar la voz de un empírico que no tiene prejuicios, al tiempo que se revela en su discurso ameno la honestidad de alguien que ha sabido equilibrar oficio con gusto personal, criterio con conocimiento, e ideología con estética, un par dialéctico que se juega a sus anchas en Ala de criados.

En esa jugosa charla, Kartun dio algunas pistas acerca de la impronta de Ala de criados: “Me interesa una obra que tenga poder de novela; en realidad, quizás me interesa más la novela que la obra. Al mismo tiempo, como en este caso, disfruto mucho del fenómeno plástico que es el teatro y que muchas veces no está atado al sentido. Esta obra es un desafío que está enmarcado dentro de una zona que creo que se discute poco en el teatro: cuál es el grado de relación que se plantea entre lo placentero y algo más denso, algo para lo cual un sector del público quizás no esté preparado para ver o soportar”.

Ala de criados es una pequeña historia de un grupo de personas de la alta sociedad porteña de principios del siglo XX (ver aparte), quienes, escapando de la Semana Trágica de la Buenos Aires de 1919, se refugian en Mar del Plata. Allí, los contrastes de la clase pudiente frente a la trabajadora quedarán expuestos con crudeza, entre parlamentos filosos, llenos de guiños históricos, un humor singular y cierta ironía que caracteriza la pluma de Kartun.

“Tengo dos campos de cocina: por un lado, los universos que por alguna razón me rondan, posibles de ser desarrollados. Si pensamos puntualmente en la Semana Trágica, tuve la sensación de que me interesaba la idea de una obra en ese contexto porque ese fragmento aludiría de una manera a veces metonímica (la parte por el todo) y en otras más poética o metafórica, a un momento de la historia argentina; y otra veces cae un elemento que dentro de ese espacio se desarrolla como argumento. Acá tenía, por un lado, la Semana Trágica y el comienzo fue azaroso: encontré una foto de la Mar del Plata de esa época, recordé el Club de Tiro a la Paloma que estaba en el Torreón, y al mismo tiempo yo había estado hablando mucho con Daniel Veronese de escribir una obra «chejoviana», y pensé cuál sería el clima, cuál la médula, e imaginé gente hablando en un contexto distendido, con mucho tiempo para hacerlo. Quizás, con el tiempo, ese clima se fue de la obra pero no del todo, porque en cierta forma, quedó en la primera escena, donde los personajes muestran cierta distensión que después se diluye poco a poco”, expresó el director acerca de cuáles fueron en este caso los disparadores de la historia que se cuenta.

El creador habló también de la estructura que dio sustento al trabajo dramático-escénico: “En términos de estructura, trabajé con un doble mecanismo, por un lado hay una hipótesis que tenía que ver con pensar una obra en la cual una mujer que aborrece la poesía termina escribiendo poesía por cierta «incidencia hormonal»: hay algo donde, enamorados, vamos inevitablemente hacia la poesía y aceptamos incluso la hipótesis cursi, es eso que uno puede llegar a decir a las cuatro de la mañana por teléfono y que si lo graban y luego lo muestran, uno puede llegar a morir de horror. La otra hipótesis es en el tedio de un verano en el que no hay ídolos, construir un ídolo con lo que se tiene a mano para luego no soportarle la idolatres. Esa es, a su vez, la dialéctica habitual entre director y elenco, porque el límite de lo que un director puede hacer con sus actores está marcado por el límite de confabulación que esos actores puedan tener entre sí. Por eso es que sostengo que el director tiene, en cierta forma, que ser el psicólogo de los actores, pero también el torturador y el amante. En los tres últimos espectáculo que dirigí, las actuaciones se consolidaron unos quince días después del estreno, de una manera muy diferente a lo que yo había piloteado, pero es un lugar donde yo no puedo seguir imponiendo hipótesis, porque ya hay una realidad”.

Respecto del arduo trabajo que impone la etapa de ensayos con los actores, el director dijo: “Uno se pregunta hasta qué punto está dispuesto a bancarle la ansiedad a un actor, hasta qué punto sos capas de enojarte un día y crear una crisis. Una vez le escuché decir a Alberto Ure una cosa muy interesante, dijo: «Una puesta no es otra cosa que una batalla entre un director y un grupo de actores». Yo estoy convencido de que es una batalla, y si uno no enfrenta esa batalla, no sabrá nunca hasta qué punto ese texto que escribió tiene una voluntad conquistadora, y entonces uno tiene que ser Atila, y salir a invadir con ese texto y ver hasta dónde puede llegar con los actores”.

Kartun habló también respecto de los caminos por los que transita el teatro porteño contemporáneo, del cual esta obra pone distancia ofreciendo un regocijante viaje narrativo que, por momentos, llega a competir con el lenguaje teatral. “Hay otra búsqueda en el teatro que puede ser más hedonista que es el teatro como mero placer, y no por eso más liviano, pero se trata de un teatro pensado exclusivamente en la zona de comunicación gozosa. Me da la sensación que ese teatro siempre resigna valor, y sobre todo valor narrativo. En cambio, si pienso, por ejemplo, en El zoo de cristal (Tennesse Williams), la cabeza del espectador se va con algo, con una ecuación positiva, esto es lo que me obsesiona en los últimos años, incluso más que la temática: la pasión está en sentarme y poder resolver eso”.

Puesta Ala de criados en el contexto de otros trabajos de Kartun, y en relación con la recepción por parte de los espectadores, el director explicó: “Yo miro mucho la cara de los espectadores, necesito de algún modo, ese agujero en la escenografía, porque tengo la sensación de que sin eso se crea siempre una zona ilusoria que pone el material en lo que algunos sostienen «mi obra es aburrida pero profunda», o todo lo contrario, cuando hay gente que te dice «mirá como se ríen, seguro que la están pasando bien». Ninguna de las dos cosas son ciertas. En ese sentido, siempre el público está dividido entre los que están dispuestos a «comprar » la propuesta y los que no lo están, salvo en los casos en los que se hace una fiesta desde el escenario para que el espectador esté contento, algo que en el teatro porteño pasa mucho: esto que llaman código o convención, porque «somos de la misma tribu». En ese sentido, a mi no me interesa ser el mejor amigo del espectador, creo que ni siquiera soy el amigo del espectador, soy otra cosa, más inclasificable”.

Acerca de aquello que no se puede ocultar

M.P.

Ala de criados se sitúa en enero de 1919, en el contexto de la Semana Trágica que “ahuyenta” de Buenos Aires a las familias poderosas, muchas de las cuales se refugian en Mar del Plata, tratando de ocultar lo inocultable.

Así, tres integrantes de la oligarquía porteña, tres primos de apellido Guerra (vaya ironía) que reparten su tiempo entre la Argentina y Europa, y Pedro (Alberto Ajaka), un peón que se gana la vida en el verano haciendo changas, se cruzarán en diferentes momentos en una playa, dejando a la luz las contradicciones de la clase “pudiente” frente a las problemáticas sociales que entonces (y ahora) hablaban a las claras de las contradicciones del “ser nacional”.

Tatana (Laura López Moyano), Emilito (Esteban Bigliardi) y Pancho (Rodrigo González Garillo) pasarán sus horas escuchando el ruido del mar en el recoleto club marplatense donde, además de tomar sol, practican tiro al pichón y beberán tragos, convencidos de que su intelecto y poder los aleja del conflicto.

Sin embargo, al desnudarse los cruces que dos de ellos entablan con el peón que ocupa el “ala de criados”, todos tendrán “su” semana trágica, aunque frente al mar.

La pieza, que está estupendamente escrita, hace además, y como acostumbra su autor, un viaje crítico y de humor voraz, por el mundo del teatro y de las metáforas que le dan carnadura (la primera frase que se escucha dice: “La metáfora es cosa de putos”), de la sobreimpresión, de que el teatro puede construir sustento dramático, como en este caso, a partir de un hecho histórico.

De este modo, los ecos de una Buenos Aires cuyos defensores de la familia y las buenas costumbres se enfrentan por primera vez a la clase trabajadora (socialistas, anarquistas) que reclama por sus derechos laborales, se filtran en los discursos de los personajes que ven con tirria cómo Buenos Aires se vuelve un espejo de los destellos de la Revolución rusa o mexicana (por si quedaban dudas de que la historia es cíclica).

Como ya lo había hecho en El niño argentino, Kartun vuelve con su lupa insoslayable a poner el ojo en la clase alta de principios del siglo XX, a la que parece conocer en detalle, y arma un entramado de conflictos que por momentos incomoda, que se vuelve un poco reaccionario sobre todo por el lugar que termina ocupando el peón en la historia, pero que de todos modos vuelve a hacer brillar su pluma maravillosa, al tiempo que confirma sus palabras: detrás de Ala de criados descansa una estupenda novela que algún día el autor deberá escribir.

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