Dramaturgia: María Goos
Dirección: Javier Daulte
Adaptación: Fernando Masllorens y Federico González del Pino
Actúan: Hugo Arana, Darío Grandinetti, Juan Leyrado y Jorge Marrale, con la participación de Paula Kohan
Sala: Auditorio Fundación Astengo
Un hecho fortuito vuelve a unir a un grupo de amigos de muchos años que más allá del paso del tiempo mantienen en sus reuniones el clima jocoso de la juventud, independientemente de que el fantasma de los 50 (en algunos, algo más) esté rondando sus vidas y las cosas estén tomando un rumbo en el que ya no habrá atajos posibles.
Se trata del disparador de la comedia dramática Baraka (Cloaca, en el original, traducida al español como Baraka, que podría entenderse como una especie de deseo de “suerte”, una palabra que juega como un código íntimo y cómplice), inteligente texto de la holandesa María Goos escrito a comienzos de esta década (y de moda en varios puntos del planeta), que en versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, con las actuaciones de Hugo Arana, Darío Grandinetti, Juan Leyrado y Jorge Marrale, con la participación de Paula Kohan y bajo la dirección de Javier Daulte, se presentó con éxito de viernes a domingo (en cuatro funciones a sala llena) en el Auditorio Fundación Astengo, antes de emprender una gira internacional y después de dos exitosas temporadas en Buenos Aires, una, en el verano, en Mar del Plata, y varios premios y nominaciones.
Pedro (Darío Grandinetti), un gay de 45 años (estupenda su composición alejada de todo cliché), empleado público del área Cultura desde hace dos décadas, se quedó con unos cuadros que fue recatando del sótano de su oficina con el paso del tiempo que, por esas arbitrariedades del arte contemporáneo, de la nada y tras la muerte de su autor, pasan a costar millones (Goos hace aquí un pequeño homenaje a su compatriota Van Gogh). Es así como el Estado lo intima para que los devuelva, pero esos cuadros encierran para él un valor emocional que está por encima del dinero: en realidad, son una metáfora respecto de lo que el arte y la cultura representan en la sociedad contemporánea, es decir un valor de cambio.
De este modo, en plena crisis de Pedro, acuden en su ayuda los amigos de la infancia, los de toda la vida: Juan (Juan Leyrado), futuro Ministro de la Nación en plena campaña y con una familia en proceso de desintegración; Tomás (Jorge Marrale), un abogado adicto en plan de recuperación que buscará ayudar a Pedro en el terreno legal, y Martín (Hugo Arana), un director de teatro singular, convencido de su talento pero ajeno a su realidad.
En primer término, Daulte, aparentemente ganado por el teatro comercial luego de más de dos décadas de prolífico trabajo en el campo del teatro independiente, como dramaturgo y director, no resigna un ápice de calidad en sus propuestas. Si en Un dios salvaje, de Yasmina Resa (actualmente en cartel en Buenos Aires), hace gala de su incuestionable sentido de ubicuidad, aquí provoca en el espectador la distensión necesaria como para llevarlo a un terreno en el que la tragedia se vuelve inevitable y se ofrece como un cachetazo, con un final tan doloroso como imprescindible para la fabula que se está narrando: hombres enfrentados a la soledad de la vida, más allá de los detalles que matizan cada una de las historias.
Por el lado de la dramaturgia, la obra es, quizás, uno de los relatos más honestos y “sin rencores de género" acerca de cómo las mujeres perciben el universo masculino: más allá de caer en algunos lugares comunes, y poniendo la cuota de misoginia necesaria en aquellos personajes que se lo “merecen”, los destinos de estos hombres están signados por una pluma femenina. Es Goos quien los redime o juzga según sus parámetros, pero esos parámetros no son otros que los mismos que suelen poner en evidencia las sociedades modernas en su conjunto respecto del pensamiento masculino.
De todos modos, lo interesante aquí es que lo masculino, como género, no está planteado sólo por disputas de fútbol y mujeres sino por otras problemáticas como la falta de entendimiento, los egos personales, la incomunicación, lo doloroso que puede volverse el paso del tiempo, la pérdida del amor y, sobre todo, la traición como una elección impensada en un mundo compartido por amigos “entrañables”.
Goos, además, juega con el mundo del teatro y la cultura, y se posiciona con actitud crítica: el personaje de Leyrado, futuro Ministro de Relaciones Exteriores, deberá conformarse finalmente con el Ministerio de Cultura (“bueno, voy a tener mucho libre”, dirá con ironía); el director de teatro hará una afrenta respecto de su talento y defenderá la “vanguardia” en un mundo donde ésta se encuentra en franca decadencia, al tiempo que el adictivo Tomas (impresionante trabajo de Marrale), volverá a consumir para decir frente a sus amigos algunas verdades que se vuelven imprescindibles, en una sociedad donde el vínculo amistoso, tal como sostiene Daulte, “está excesivamente idealizado”.
Por esto, lo más destacable de esta versión criolla de Baraka, es el incuestionable elenco: cuatro grandes nombres de la escena nacional que saben cómo dosificar cada situación, son los responsables de urdir la trama, de aportarle coloratura local, de poner en escena los años de oficio que los cuatro acreditan para que cada gesto adquiera la dimensión necesaria y todo el producto no se transforme en un “fantoche” de situaciones hilarantes y chistes llenos de efecto (por momentos, los conflictos transitan esa delgada línea), y que el público agradezca generoso con risas y aplausos pero que no se lleve nada para pensar o elaborar. Por suerte no es así. Incluso, los cuatro se permiten una antológica escena de baile, coreografiada por el talentoso Carlos Casella (El Descueve), donde al son de “Mi gran noche”, cantada por Raphael, bailan y ríen sin imaginar que la tragedia teñirá el futuro inmediato y que a partir de ese momento ya nada será igual entre ellos.
De todos modos, y lamentablemente, este cronista sólo pudo ver el espectáculo a medias: la producción local le adjudicó un lugar en el palco cuatro, a la derecha de la sala, pegado al escenario, un muy buen espacio, quizás, para un show musical, pero el peor para presenciar un espectáculo pensado a la italiana (frontal). Por momentos, la bella puesta de Daulte se transformó en un “radioteatro”, las limitaciones visuales apenas si dejaban ver la mitad izquierda del escenario. De todas maneras, y más allá de la incomodidad, el talento del cuarteto protagónico está muy por encima de las arbitrariedades de este tipo de decisiones empresariales.