8° FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO DEL MERCOSUR
Propuestas nacionales e internacionales de gran valor artístico completaron en las últimas jornadas la destacada grilla del evento que finaliza hoy después de diez días de intensa y atractiva programación
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 7 de octubre de 2011)
El 8º Festival Internacional de Teatro del Mercosur finaliza hoy en la ciudad de Córdoba, después de 10 días, con la clara convicción de mantener intacta su identidad, independientemente de algunas arbitrariedades dentro de una programación compleja
de armar por su diversidad, integrada por más de cuarenta propuestas tanto del país como del exterior, en las que se incluyen trabajos de sala y proyectos especiales.
Dentro del apartado nacional, obras consagradas por el público y la crítica tales como las porteñas Nada del amor me produce envidia, de Santiago Loza con dirección de Diego Lerman; La familia argentina, de Alberto Ure con dirección de Cristina Banegas; Un hueco, de Juan Pablo Gómez, o
la santafesina Edipo y yo, versión del clásico de Sófocles de Edgardo Dib, del mismo modo que la cordobesa Simulacro y fin, de Maximiliano Gallo, se destacaron en los últimos días. Aunque una de las grandes sorpresas de la presente edición del Mercosur fue, sin duda, Amar, del creador porteño Alejandro Catalán.
Las contradicciones del amor
En Amar, un verdadero prodigio teatral que conjuga ingenio, actuaciones deslumbrantes y un dispositivo escénico que no se parece a nada, donde todo el artificio del teatro queda a la vista y sin embargo la convención con el público permanece intacta, Alejandro Catalán atraviesa junto a sus actores un decálogo de situaciones ligadas con el amor y el fracaso.
Edgardo Castro, Ximena Banús, Natalia Di Cienzo, el rosarino Miguel Ángel Bosco, Federico Liss y Paula Manzone arman y desarman los entretelones de tres parejas en una noche frente al mar.
El artificio es funcional a un presente constante en el que los personajes van dejando entrever la trama de sus vínculos de pareja, en una construcción que del mismo modo que acerca la circularidad del cine de Bergman o del mejor Woody Allen abreva por pasajes en las bizarras instancias del más abigarrado melodrama.
Sólo unas linternas que apelan a los primeros planos manejadas por los mismos actores y unos tubos hechos con botellas de plástico descartables que asemejan palos de agua y con los que reproducen la inconfundible sonoridad del mar, son suficientes para codificar situaciones propias
de una noche en la que el calor, la música estridente y los tragos portentosos serán el puente para que las verdades más dolorosas, los rencores más funestos, la envidias más inconfesables y los deseos más ocultos salgan a la luz, en lo que el director define como “el derrotero de una noche intensa y descarriada”.
“En esta obra continúo profundizando la problemática en torno a la que constituí mis proyectos anteriores: el imaginario actoral. Esta profundización implica dos aspectos; uno es el desalojo de referencias totalizadoras, centralizantes o preestructurantes que identifico en la práctica escénica
habitual y descubro escondida en mis trabajos anteriores. El otro aspecto fue, consecuentemente,
el compromiso con una mayor apertura e indeterminación en el proceso de búsqueda a realizar con los actores, abordando a la actuación como un juego mágico y radical”, sostiene Catalán.
Ilustres visitantes
De las últimas jornadas, y dentro del apartado internacional, se destacaron puestas tales como Odisea, versión del clásico de Teatro de los Andes de Bolivia, con dirección de Cesar Brié (aunque éste ya no pertenezca a la compañía); la chilena Diciembre, del grupo Teatro en el Blanco, bajo la
dirección de Guillermo Calderón, y la española André y Dorine, del grupo Kulunka Teatro.
Con el extraordinario trabajo de José Dault, Garbiñe Insausti y Edu Cárcamo, bajo la dirección de Iñaki Rikarte, André y Dorine, que llegó del País Vasco, retrata con singular intensidad y sin palabras la vida de una pareja de ancianos que se ve atravesada por la enfermedad de Alzheimer, en un relato dramático en el que se ponen en jaque los efectos de la memoria, la pérdida de la identidad y el paso del tiempo como ejes estructurantes de un trabajo profundo y conmovedor.
En una casa, dos ancianos, frente a la pérdida de aquello que se tuvo siempre, buscarán reconstruir desde lo posible y como en una película en sepia, los momentos que marcaron el encuentro, el amor, las grandes pasiones de ambos: André por la escritura y Dorine por la música.
Casi al mismo tiempo que Dorine no encontrará la manera de hacer sonar su violonchelo como antes, André buscará, tras el enojo que le causa el dolor, la manera de rearmar su forma de vincularse con alguien que ya no lo reconoce.
Con el recuerdo aún presente de la extraordinaria Lejos de ella, película rodada por la canadiense Sarah Polley sobre la misma temática (protagonizada por una inolvidable Julie Christie), el equipo partió, sin embargo, de la historia del vínculo que unió al filósofo francés André Gorz con su esposa Dorine, a la que le escribió una carta cuando descubrió que estaba enferma, aunque no de Alzheimer.
Así, sólo tres actores componen una docena de personajes, a través de los cuales juegan a recrear una especie de retablo en el que como títeres mudos a escala humana (utilizan máscaras) transitan una historia que, según aclaran, se revela como “un viaje a través del recuerdo; recordar quiénes han sido para no olvidar quiénes son”.
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