8° FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO DEL MERCOSUR
La fiesta comenzó con el murguero uruguayo Tabaré Cardozo y el estreno de “Tesoro público”, con Paco Giménez, al frente de la histórica Comedia Cordobesa
Por Miguel Passarini (Publicado por El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 30 de septiembre de 2011)
La fiesta teatral está en marcha: los murgueros del uruguayo Tabaré Cardozo coparon diversos escenarios en una apertura sin precedentes, descentralizada, recorriendo con su arte varios escenarios para terminar a la caída del sol en el viejo Mercado Norte (construido en 1927), a pocas cuadras del corazón de Córdoba. Así comenzó el miércoles el 8° Festival Internacional del Mercosur que organiza la Secretaría de Cultura provincial, y que hasta el 7 de octubre tendrá lugar en la Docta y en las distintas subsedes de toda la provincia.
Desde temprano, en la plaza de Villa Libertador, y luego en la plaza Lavalle de San Vicente, a modo de breves “llamadas” o “toques”, Tabaré Cardozo y su banda dieron el puntapié inicial a una jornada que cerró el legendario Paco Giménez con el estreno de Tesoro público, por primera vez como director invitado de la Comedia Cordobesa.
La banda de Cardozo, líder de la colorida murga Agarrate Catalina, repasó, en medio de los aromas propios del mercado que se aprestaba alrededor de las 20 a cerrar sus puertas tras una jornada muy calurosa, clásicos de su repertorio al tiempo que homenajeó al recordado Canario Luna.
Rara mezcla de gardelito y murguero, Cardozo hizo gala de su conocida presencia escénica, mechando entre sus canciones el típico discurso al que los uruguayos tienen acostumbrados a su público. La poesía de Cardozo brilló en “El tipo de la radio” y “El pistola”, en homenaje a uno de los tantos “ángeles del barrio” que la murga suele homenajear.
Paco, siempre Paco
La irreverencia, la provocación y la incorrección política están intactas en Paco Giménez, uno de los creadores más relevantes de las últimas tres décadas del teatro cordobés, cuyo talento ha traspasado las fronteras de su ciudad natal, para ocupar un lugar de privilegio en la escena argentina en general.
Convocado para dirigir la Comedia Cordobesa, compañía con más de cincuenta años de trayectoria y con cierta “fama” de haberse burocratizado, el creador de La Cochera y director de Los Delincuentes Comunes, lejos de atenuar su imaginario de lo que debe ser el teatro, y tomando apenas como disparadores textos de Brecht, Lorca o Camus, armó con los 17 integrantes del elenco estable Tesoro público, un entramado de situaciones en el que brilla, desde la denuncia, la necesidad de reconocimiento por parte de la comunidad teatral y del público en general de un equipo artístico que, quizás, no había encontrado en los últimos años un director que sepa acompañarlos en una búsqueda de nuevos sentidos que ponga en valor su trabajo.
Giménez, que reparte su tiempo entre Córdoba y Buenos Aires, arribó a un montaje que tiene mucho de catártico y liberador, cuya impronta, en algunos pasajes, recuerda a la siempre polémica Insultos al público, del austríaco Peter Handke.
Aquí, pareciera que los actores, lejos de aceptar el mote de “aburguesados”, dieron el sí al nada menor desafío del director, quien pone en jaque desde los discursos la verdadera tarea del actor que se involucra en una comedia oficial, frente a la inestabilidad del mal llamado teatro independiente. Pero, sobre todo, Giménez busca poner a la luz el verdadero rol del teatro, el arte más efímero de todos, devolviéndole a los actores de la mítica Comedia Cordobesa el lugar que se merecen: el espacio mágico que implica la actuación, la instancia poética del hecho de actuar en un “templo” en el que, tal como escribe el propio director en el programa de mano, conviven “sacerdotes y bufones, dioses y pecadores”.
De este modo, la sala Carlos Giménez del Teatro Real se llenó de esos “pequeños tesoros” que el singular y ecléctico equipo artístico tenía guardados; un poco apelando a los recuerdos, un poco retomando otros personajes ya transitados, pero lejos de cualquier texto preestablecido, como es habitual cada vez que encaran un proyecto.
El resultado, un espectáculo en el que la ironía y el desenfado invitan al público a reconciliarse con el mejor teatro, recuperando ese “tesoro público” que estaba latente pero oculto.
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