“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.
Peter Brook
miércoles, 26 de octubre de 2011
Los soñadores sin sueños
sábado, 22 de octubre de 2011
Historias "atadas" con hilos
TEATRO CON OBJETOS. Esta noche, a las 22, en
Maximiliano Arana habla de “Marionetas de salón”, el espectáculo que lleva adelante junto con su hermano gemelo Juan Manuel, en el que involucran sentimental y emocionalmente al espectador
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 22 de octubre de 2011)
Marionetas y actores crean en escena una conjunción entre movimiento y dramaticidad en la que los roles se vuelve difusos: el actor manipulador se “deja llevar” por el objeto, al tiempo que la marioneta adquiere un carácter humanizado, y entonces “cobra vida”. Con esta premisa, y después de mucho tiempo de investigación y elaboración, los hermanos gemelos Juan Manuel y Maximiliano Arana crearon la Compañía Argentina de Marionetas, con la que por estos días ofrecen el espectáculo Marionetas de salón, que se presentará esta noche y el próximo sábado, a las 22, en La Manzana (San Juan 1950).
"En Marionetas de salón se cuentan historias que se ponen en movimiento a través de hilos. Es un espectáculo que invita a participar de un ritual mágico que trasciende el escenario e involucra sentimental y emocionalmente al espectador, revelando así cómo se van hilvanando y deshilvanando amores y desamores, encuentros y desencuentros”, adelanta el parte de prensa.
"En un comienzo, hace muchos años, trabajamos con el titiritero local Carlos Schwaderer (oriundo de El Chaco, hoy radicado en España). Con él integramos los grupos Sauco y Núcleo Rosario y ahí recibimos un gran flujo de información acerca de las diferentes técnicas de títeres, tanto de manipulación como de construcción de objetos y muñecos. Fue un momento muy importante para nosotros, más allá de que teníamos apenas 16 años. Recuerdo que hicimos una gira de ocho meses por todo el país, y tuvimos que pedir autorización a nuestra madre. Ese tiempo fue de un aprendizaje enorme, porque nos cruzamos con grupos de todo el país: hacíamos un espectáculo de títeres de guante, una versión de Los tres pelos de oro del diablo, de los hermanos Grimm. Después nos metimos a fondo con las técnicas del actor, hasta que en 2003 decidimos crear nuestra propia compañía. Creo que la idea surgió a partir del concepto de poder fusionar todo lo aprendido en relación con las artes escénicas”, relató sobre los comienzos del grupo el actor y titiritero Maximiliano Arana, quien junto con su hermano pasó hace algunos años por el grupo El Rayo Misterioso, donde ambos se formaron como actores.
El creador, que destacó la “inquietud constante de ambos por las cuestiones expresivas”, y además adelantó el estreno de una obra teatral con la misma compañía para 2012, habló de lo perturbador que pueden volverse los objetos cuando se crea una real conjunción entre manipulador y títere, y sobre todo aquí por tratarse de dos hermanos gemelos idénticos: “Venimos trabajando juntos desde el vientre de mi vieja (risas), por eso los espectáculos los componemos juntos en su totalidad, tanto en lo que refiere a dramaturgia o composición de las historias como en relación con la creación de las marionetas, puesta en escena y dirección. Sin embargo, a la hora de ejecutar la obra, lo hacemos por separado, por lo general una función cada uno. Es siempre la misma obra y nosotros somos idénticos físicamente, pero si la gente tiene capacidad de observación, puede notar que al ser yo zurdo y mi hermano derecho, armamos la puesta al revés uno del otro; es el mismo espectáculo pero como hecho en espejo”, relató Arana sumando un interés más al atractivo trabajo del grupo.
Con relación al interés temático de la compañía, el titiritero detalló: “Por lo general, varía según el espectáculo y los momentos que estamos transitando como grupo de trabajo. Por ejemplo: Marionetas de salón es un espectáculo intenso a la hora de contar las historias. Son cuatro relatos fuertes en los que el marionetista interviene en un in crescendo, llegando, sobre el final, a asumir un gran compromiso con lo que pasa en escena hasta llegar a quedar desenmascaro y expuesto, poniendo en primer plano el peligro que corren las historias cuando son «manipuladas». En ese sentido, este no es un espectáculo abordado desde el humor, sino todo lo contrario”.
Finalmente Arana, quien junto con su hermano estrenó también en 2007 El show de la música, adelantó: “Con las marionetas estamos trabajando en un nuevo espectáculo en el que intentaremos irnos a otros lugares en relación con la temática, con lo expresivo; quizás hacia el humor, que suele ser lo más complicado de elaborar con los objetos”.
miércoles, 19 de octubre de 2011
Filoso revisionismo del pasado reciente
CRÍTICA TEATRO
El dramaturgo y director platense Daniel Dalmaroni consiguió una atractiva versión de su obra “El secuestro de Isabelita” con un elenco de actores rosarinos
EL SECUESTRO DE ISABELITA
Autor y director: Daniel Dalmaroni
Asistencia: Federico Fernández Moreno
Coordinación general: Walter Operto
Actúan: Angie Ambrogi, Roberto Malaguarnera, Juan Onetto, Anabella Agostini, Romina Zencich, Alesandra Roczniak, Lisandro Quinteros, Juan José González Sala: La Nave, San Lorenzo 1383, sábados a las 21
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 19 de octubre de 2011)
El prolífico dramaturgo, director y docente platense Daniel Dalmaroni, conocido en todo el país (también en el exterior) por la muy representada Una tragedia argentina, abreva en El secuestro de Isabelita, obra que escribió y dirigió en Buenos Aires y que desde hace poco más de un mes también montó con un elenco local (por el momento, se reserva el montaje de este texto al que considera “de cuidado”), en los entretelones de la antesala del golpe militar del 1976.
Apelando a un humor filoso, concreto, y al mismo tiempo sumamente inteligente, algo que además caracteriza toda su obra (Burkina faso, Maté a un tipo, entre muchas otras, donde priman la crueldad y el humor negro en cuotas iguales), Dalmaroni, aquí con la colaboración del director local Walter Operto y de todo su equipo de La Nave, construye un entramado que va desde el disparate al sentido común, tomando como ejes del relato hechos o circunstancias reales en un contexto dramático imaginado.
No es Isabel Perón la secuestrada del título, se trata de Isabel Pavón, una asistente (personal de maestranza) de la polémica mujer del general, por entonces presidenta de la Nación. Es el verano del 76, y es a esta mujer, en una triste confusión que tendrá su costo, a la que un grupo de ex Montoneros se lleva de la Quinta de Olivos mientras ésta ordena una habitación y asegura no ser Isabelita. De todos modos, ellos están convencidos de que es la presidenta y de que a partir del suceso esa célula tomará el protagonismo buscado, en el contexto de un momento histórico en el que la Triple A hacía estragos, y la ferocidad de la dictadura por venir mostraba sus primeros zarpazos.
Si bien la puesta busca reflexionar desde el humor (vaya desafío) sobre las contradicciones de la militancia en los años 70, se complejiza (para bien) en un devenir en el que intervienen cuestiones ligadas con aquel momento del peronismo (el de derecha enfrentado al de izquierda), apelando a un ejercicio de memoria en el que se pone en jaque lo ocurrido con el tamiz que implica el paso del tiempo.
Así, el director juega a poner en esos relatos (parlamentos) momentos de la historia que vendrían después como la no sucesión de Perón y la aparición de supuestos hijos, el destino desconocido de sus manos (su tumba fue profanada en 1987), y hasta una hipótesis diferente acerca de su muerte.
En el comienzo, la irrupción de un material audiovisual posiciona al espectador en tiempo y espacio. Claramente son los años 70, tiempo de lucha sindical, de enfrentamientos ideológicos feroces, de chicos y jóvenes que querían un país mejor. Isabel Martínez de Perón, quien había asumido el gobierno el 1º de julio de 1974 como vicepresidenta, tras la muerte de su esposo, el general Perón, se debate entre la insensatez y las decisiones de su entorno, donde “brillan” las “inmanentes” ideas del Brujo, José López Rega, secretario privado de ambos, y mentor de la llamada Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como Triple A.
Lo que vendrá, la aparición de los personajes, dejará en evidencia las grietas de un movimiento que entre buenas intenciones y decisiones desacertadas (y hasta ingenuas) puso en juego valores e ideologías, pero sobre todo vidas humanas.
Desde la actuación, muy conocedor de su obra y de lo que quiere contar, Dalmaroni, con la colaboración de Operto y la asistencia de dirección Federico Fernández Moreno, armó un elenco de actores infrecuente surgido de un casting, donde primaron los requerimientos de los personajes por encima de las “reuniones amistosas” a las que suele arribar el intento de montar una obra en la ciudad. Esa búsqueda de calidades diferenciales en los actores se nota en el trabajo final: más allá de mejores y peores performances, el equipo de actores alcanza una media más que aceptable a la hora de trabajar cuestiones corporales y expresivas, que posicionan a la versión a la par de su gemela porteña, merced al equipo artístico local (en su totalidad), que logra dotar al trabajo de un verosímil en el que se filtran desde el humor instancias de un absurdo cotidiano.
Aunque quizás lo más interesante de esta pieza teatral, que se destaca por su contundencia e ingenio dentro de la vasta obra de Dalmaroni, es que pone en jaque la existencia de lo que el propio autor llama el “discurso unívoco y progresista respecto de los años 70”. Es así que vale el intento a la hora de desentrañar y desmantelar una trama en la que la improvisación, la confusión y la desprolijidad se volvieron factores de riesgo en el contexto de un movimiento que, más allá de muchas buenas intenciones, requiere (pide a gritos) de parte de la historia una profunda autocrítica, algo que en el terreno del teatro era, al menos hasta ahora, materia pendiente, con una apuesta por un revisionismo filoso, en el que el autor y director, en un final en el que la risa queda de lado, deja en claro en qué vereda está parado.
lunes, 17 de octubre de 2011
La noche de los paranoicos
Con la premiada “El miedo (dos vueltas de llave)”, el dramaturgo y director rosarino Esteban Goicoechea elabora una ingeniosa tesis, con grandes actuaciones, acerca de la “construcción” de la inseguridad
EL MIEDO (DOS VUELTAS DE LLAVE)
Dramaturgia y dirección: Esteban Goicoechea
Asistencia: Yanina Mennelli
Actúan: Paula García Jurado, Ariel Hamoui,
Gustavo Sacconi
Sala: CET, San Juan 842, domingos a las 21
El silencio y la oscuridad dan miedo, pero también lo incierto, algo de eso en lo que se cree o se construye como creencia; eso que se dice y se acepta como verdadero y no se vuelve a revisar, instalando algo intangible pero que crea paranoia en quienes lo padecen y en la sociedad toda.
De todos modos, hablar del miedo en la Argentina no es como hablar del miedo en cualquier lugar: la temática atraviesa de modo siniestro la historia reciente, y el miedo se conjuga junto con la memoria, porque miedo y memoria parecieran ser inseparables si se intenta entablar algún tipo de diálogo con el pasado reciente.
El miedo paraliza y agobia, se sustenta en la tensión y provoca una especie de silencio desmoralizante frente a algo que, en ciernes, es desconocido pero inevitable en quienes lo padecen.
Pareciera que conjugando esta serie de variables, aunque traídas a un presente reconocible (doméstico), el prolífico creador local Esteban Goicoechea, también integrante de Pata de Musa Teatro, elaboró la compleja dramaturgia de El miedo (dos vueltas de llave), espectáculo que lleva adelante con un elenco concertado, ganador del primer premio del concurso de obras teatrales de Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti de Buenos Aires (donde se presentó con una serie de funciones) y de Coproducciones Municipales 2010.
A modo de tesis, la obra, que ofrece por estos días sus últimas funciones en la ciudad (al menos en la presente temporada), desarrolla una trama en la que prevalece la idea de miedo como forma de control, donde los personajes habitan el encierro en un lugar remoto en un pequeño pueblo. Pareciera tratarse de un taller, la parte en desuso de una casa, un depósito donde dos de ellos, una pareja, muestra cómo el miedo se instala a modo de orden dramático, donde una vez más Goicoechea, aquí con la asistencia de dirección de Yanina Mennelli (todos, junto con los actores, integrantes del colectivo Teatro en Rosario), desnuda los entretelones de un teatro que no reniega de la ficción sino que, por el contrario, la pone en evidencia, dejando filtrar esas instancias en las que los actores (los personajes) crean una nueva ficción en escena, apelando a una de las tantas formas del metateatro (un teatro dentro de otro).
Lo que condiciona el miedo es así el sustento dramático de este trabajo basado esencialmente en un registro de actuación que toma elementos del cine de terror y recursos del expresionismo y del absurdo, donde una vez más, en el contexto de un elenco notable, se destaca la talentosa Paula García Jurado, quien recrea a la vacilante Ana. Se trata de una actriz que tiene la virtud poco frecuente de poder “limpiar” su actuación de cualquier vestigio presente de otros personajes, apelando en El miedo a lo siniestro y a cierta inestabilidad provocada por lo desconocido, algo que también transitan los dos hombres: Gustavo Sacconi (Héctor, pareja de Ana) y Ariel Hamoui (Julio, el intruso).
No hay aquí, sin embargo, una especificidad del miedo. En todo caso, el miedo atraviesa y trasciende los momentos que viven estos dos personajes a la espera de la llegada de un tercero que merodea la casa, un carnicero del barrio (del pueblo), insomne y nervioso, con el que mantienen un vínculo riesgoso que discurre entre la paranoia y la resignación, intercambiando roles.
De todos modos, merced a un texto en el que las palabras no están puestas porque sí, lo que pone en evidencia el material (en cierto modo, lo ridiculiza), es lo que el colectivo social dio en llamar en el último tiempo “la problemática de la inseguridad”, un fenómeno mediatizado y magnificado como emergente de una sociedad que, incluso, en otros tiempos supo de represiones y hasta de teorías “de los dos demonios” como horrorosa “justificación” del terrorismo de Estado durante la última dictadura.
Así, los actos privados de estos personajes agobiados por el miedo (también por la chatura y la monotonía del entorno en el que habitan) están vinculados con una muerte cercana, y si no aparece se la recrea como en el teatro, con sangre artificial, aunque con ribetes de ceremonia, como la resultante de un juego ilógico en el que la inseguridad debe ser algo “seguro” y “palpable”.
En este discurrir, y como apuesta teatral, Goicoechea, uno de los dramaturgos y directores más notables de su generación, acomete con un texto en el que se murmura el miedo: trabaja con las miradas, con la gestualidad, con lo corporal, con los saltos en el tiempo, nuevamente apelando a un recurso propio del cine, algo que ya había probado en Mirta muerta (con el grupo Pata de Musa).
Es así como desde los rubros técnicos, la puesta se sustenta en un cuidado trabajo con la luz: de lo tenue al apagón total, el trabajo transita por los recodos del cine (plano secuencia, plano detalle), apelando a un atractivo juego de planos en el que parecieran convivir uno real y otro deseado y/o imaginado.
De todos modos, el director profundiza sobre ciertos elementos ligados a la noche, a lo siniestro, logrando en los actores un realismo inusual, a partir de la presencia de un texto sinuoso, marcado por detalles inesperados que someten a los actores al difícil ejercicio de sostener el verosímil en situaciones definitivamente inverosímiles.
Es precisamente allí donde, también, se pone en juego el deseo (aunque el tema no sea tratado en profundidad) como aquello que se reprime y se disocia del cuerpo, más allá de lo que los personajes llaman “la memoria de la carne”. No casualmente, la obra retrata a un carnicero en un país carnicero; una mujer tentada por la carne frente a un hombre (real o imaginario) que le ofrece lo que otro no le ofrece, ante el terror latente de que aquello imaginado pueda pasar finalmente.
sábado, 15 de octubre de 2011
El gran regreso del público
Taller de Crítica Teatral, dictado por integrantes de Critea en el Sindicato de Prensa de Córdoba.
"Amar", de Alejandro Catalán (Buenos Aires).