ESTRENO. Cristian Cabruja y Viviana Trasierra hablan de “El teatro en la dictadura”, documental en el que indagan en la producción escénica local entre 1976 y 1983, a partir de los testimonios de algunos de sus protagonistas, que se conoce esta tarde, a a partir de las 19, en la sala Arteón, de Sarmiento al 700
Espacio de resistencia y contracultura, lugar de encuentro, ámbito de reflexión y contención. El teatro rosarino ha sido siempre el soporte de un movimiento de intelectuales inquietos que, como pasó durante la última dictadura, supieron de persecuciones, amenazas y atentados, pero lejos de amilanarse ante el embate del terrorismo de estado, siguió adelante dejando una huella que se proyecta enriquecida y ampliada en la producción teatral contemporánea.
Con la idea de desentramar lo acontecido por aquellos años, los artistas locales Cristian Cabruja (director) y Viviana Trasierra (productora, guionista, investigadora), tras un largo proceso de investigación, rodaje y edición, que estuvo a cargo de Ignacio Roselló, estrenarán esta noche El teatro en la dictadura, documental que a través de testimonios e imágenes busca indagar en la producción local que va de 1976 a 1983. El teatro en la dictadura se conocerá, a las 19, en Arteón (Sarmiento 778), con entrada libre, sala que además comienza de este modo con los festejos por los dos años de su reapertura. Por otra parte, el material llegará el lunes 19, a las 19.30, a la pantalla de Canal Encuentro, donde también se verá en diferentes horarios dentro de la misma semana.
—El estreno del documental en una sala histórica como es Arteón, no es casual…
—(Cabruja) Estrenamos en Artéon porque para nosotros y para el teatro local fue y es un lugar emblemático que por suerte está recuperado. Sólo hay que recordar que en 1971 (Arteón había comenzado a funcionar en 1968), un grupo de tareas lo prende fuego. Justamente por eso, cuando nosotros contábamos acerca de este proyecto en Buenos Aires, nos decían que era muy parecido a lo que había pasado con Teatro Abierto (comenzó en julio de 1981, y a los pocos días incendiaron el Teatro Del Picadero, donde funcionaba). Y nosotros decíamos que aquí había pasado mucho tiempo antes: los grupos de tareas empezaron a quemar teatros en democracia y terminaron incendiando el Olimpo (1980). Entonces, cuando empezamos a indagar, apareció un tema que es muy profundo: la historia de un grupo de artistas de orígenes diversos que se quedó de pie frente a la dictadura haciendo lo que mejor sabía hacer, que era teatro.
—Previo a la dictadura, en Rosario se hacía un teatro muy político y fue difícil sostener esos discursos ¿Cómo refleja eso el documental?
—(Cabruja) Es que en aquél momento se trataba de grupos de teatro que se habían formado por cuestiones políticas: estaban los que pertenecían al radicalismo, los peronistas, la gente del PC, entre otros. Eran grupos entre los que no había cruces. Sin embargo, cuando viene el golpe de Estado del 76, se abroquelaron en espacios, en sótanos, redujeron su apuesta teatral, pero siguieron juntos. Hubo un primer año que fue muy duro, del 76 al 77, que tuvieron que soportar listas negras, secuestros, encarcelamientos, ensayos donde había gente armada. La verdad es que en el proceso de investigación, aparecieron historias muy interesantes y hay una enorme cantidad de material y de registro que quedó afuera y que seguramente servirá para continuar.
—¿Cuál es la marca que sienten que deja este material?
—(Trasierra) Este documental demuestra que el teatro tuvo por aquellos años un terreno muy fértil en Rosario: se montaron muchas obras y hubo grupos que, como pasó con Arteón, lejos de esconderse, eligieron salir a la superficie y estar permanentemente expuestos, mostrando sus obras, caminando las calles de la ciudad y entregando volantes de difusión. En parte, eso es lo interesante del panorama que hemos investigado y que aparece ahora en el material que integra el documental.
—¿Cómo surgió el proyecto?
—(Trasierra) En realidad, surgió a partir del momento en el que me estaba por recibir de Profesora de Teatro. Tuve una idea, quizás un poco ingenua, porque al comienzo apenas fue una monografía sobre el tema para recibirme; pero allí crucé dos mundos que para mí son muy significativos: el teatro y la dictadura. Y me encontré con una primera sensación, el gran vacío de registros. Creo que en un punto, lo tomamos como una misión y aporte a la democracia, a la memoria y sobre todo, al “nunca más”.
—¿Cómo eligieron a los entrevistados?
—(Trasierra) Aparecen muchos y son todos muy valiosos en el contexto del que hacer teatral local. Están Liliana Gioia, Cristina Prates, Valterio Ciz, Mirko Buchín, Alfredo Anémola, Néstor Zapata, Hugo Salguero, Rody Bertol, Cacho Palma, Daniel Querol, María Zulema Amadeo, Clide Tello y Darío Grandinetti.
—En todos los casos, gente que sigue vinculada al teatro, que sigue produciendo…
—(Cabruja) Esa fue casi una consigna, porque nos parecía muy valioso hablar con gente que sigue trabajando, que su trabajo está vigente. Nos parecía importante dejar en claro que es gente a la que el teatro y lo que pasó en la dictadura no los mitigó, no los apagó, no se silenciaron.
—¿Cuáles sienten que son los puntos en común entre este grupo de gente que hizo del teatro un lugar de encuentro y resistencia?
—(Cabruja) Precisamente, son esas dos palabras: resistencia y encuentro. Porque todos pasaron por lo mismo, todos eran investigados, estaban en listas negras, a muchos les allanaban sus casas, se cerraban sus teatros. De todos modos, siempre prevalecía esta idea de que el otro estaba haciendo algo importante, más allá de la típica competencia que es parte del teatro y que, en cierto modo, hizo que la propuesta creciera. En Rosario hubo grupos que siguieron haciendo sus temporadas aún con los patrulleros en la puerta de la sala. También, “resistencia y encuentro” estuvieron apoyados por una gran poética: los artistas sabían de qué no se podía hablar, pero siempre iban un paso adelante e imponían las metáforas necesarias para poder seguir diciendo. Creo que ese es otro de los ejes de este documental. Y no hay que perder de vista que la Liga de la Decencia y la de Madres de Familia tenían mucho poder, mandaban en Rosario.
—(Trasierra) Todos estos relatos que aparecen en el documental están unidos por huellas que están asociadas con el miedo, pero también con una gran pasión por el teatro que fue lo que les permitió sobrevivir. La apuesta por el teatro fue lo que les permitió seguir vivos, respirar, producir en medio de una cotidianeidad muy marcada por la dictadura. No hay que perder de vista que esos años fueron la base de las que fueron dinámicas teatrales posteriores como las creaciones colectivas, que se entramaron en los años de la dictadura.
—¿Cuáles son los títulos que refleja el material como los más emblemáticos de aquellos años?
—(Trasierra) Los clásicos versionados fueron, como pasa siempre, el motor para poner en escena algunas obras que dejaban entrever una denuncia, y era como un modo “legal” de hacerlo. Hay títulos como La casa de Bernarda Alba (Lorca) o Stéfano (Discépolo), también hay una obra de Arteón que es muy mencionada, El último salva a todos, de la que participaron 40 actores, del mismo modo que Bienvenido León de Francia (Arteón) o El señor Galíndez (Tato Pavlovsky), entre muchas otras.
—(Cabruja) Son muchos títulos, pero cuando la dictadura ya se estaba alejando,1979-80, donde baja un poco la mano dura, aparece como gran referente ¿Cómo te explico?, con Chiqui González a la cabeza. La gente de aquél espectáculo cuenta que tenían como tres versiones de la obra: una para cuando aparecían los de la Liga de la Decencia, otra para cuando veían en la platea a algún sospechoso, y otra para los jóvenes y los adolescentes, que en definitiva era a quienes estaba dirigida. Pero hacerla, era toda una proeza.
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