“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




jueves, 24 de marzo de 2011

“El éxito nunca fue una meta”



ESTRENO TEATRO. Desde hoy hasta el domingo, en la sala Lavardén, de Sarmiento y Mendoza, el actor Juan Pablo Geretto presenta “Yo amo a mi maestra normal”, premiado con tres Estrella de Mar y una mención al José María Vilches, en el que recupera a uno de sus personajes más entrañables

Por Miguel Passarini (publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del jueves 24 de marzo de 2011)
Hubo varias despedidas y reencuentros. Hubo un Monumento a la Bandera lleno de gente que lo ovacionó cuando su partida a Buenos Aires era inminente. En el medio, y como una ráfaga de aplausos, abrazos, agradecimientos, risas desaforadas y mucha emoción, hubo muchos “actos escolares” en los que la Maestra desplegó su ritual de manzanas regaladas, gritos, chicles Jirafa y
galletitas Manón, entre recuerdos hermosos y verdades dolorosas.
Pasaron quince años desde que Juan Pablo Geretto comenzaba a sorprender con la Maestra, un personaje que se transformó en un clásico de la escena rosarina dentro del unipersonal Solo como una perra. Ahora, con dos unipersonales en el haber (el otro es Como quien oye llover) y el reconocimiento de la crítica y el público porteños bajo el brazo, aunque con la humildad y la capacidad de reflexión de siempre, Geretto está de regreso con Yo amo a mi maestra normal, su tercer espectáculo, donde retoma a la Maestra, éxito de la cartelera porteña del año pasado y del reciente verano marplatense, donde se llevó tres premios Estrella de Mar y una mención en el prestigioso José María Vilches.
“Soy un tipo que habla de cosas de mujeres con una impronta femenina”, sintetizó Geretto en una larga charla que mantuvo con El Ciudadano, donde habló del espectáculo que se presenta hoy y mañana, a las 21.30, el sábado a las 21 y 23.30, y el domingo a las 21, que cuenta con el aporte en los textos de la actriz y directora local Andrea Fiorino y dirección de Ana Sanz.
—La espesura de tus personajes siempre hizo que cada uno tenga peso propio, por fuera del espectáculo que lo incluía. ¿Sabías que la Maestra sería algún día la protagonista excluyente de una nueva propuesta?
—No, y la verdad es que uno no sabe nada. Son cosas que uno hace, pasa un año, y de repente lo seguís haciendo, y pasaron quince. Se fue armando con el tiempo. Y sacamos a la Maestra de la galera por una situación particular: así decidimos que de un monólogo haríamos un espectáculo. En ese traspaso me ayudó Andrea (Fiorino), porque no es nada fácil. Yo creo que este personaje,
como pasa con la gente, tuvo sus años de chatura, de tranquilidad, de discurso repetitivo, y de repente se revitalizó, y entonces ahora la Maestra se puso un poco más aguda, tiene otros matices. Y la verdad que el primer sorprendido soy yo, porque me gustó mucho que eso pasara.
—De todos modos, la Maestra no es cualquier personaje en tu carrera.
—Sí, es verdad, creo que de todos los personajes de aquella época era el que estaba destinado a seguir, el que más peso tenía por el rol que una maestra cumple en la sociedad. Y hoy por hoy, siento que ya no estoy haciendo un espectáculo sobre una maestra, sino que estoy hablando acerca de una forma de educar que de algún modo definió los destinos de este país; creo que la cara visible de todo eso es una maestra. El espectáculo habla de una forma que, a través de muchas generaciones, nos ha venido educando, se cuenta un sistema.
—Siendo un personaje tan transitado, cuando lo repensaste para que adquiera la forma de un espectáculo, ¿qué otras cosas de aquella primera infancia aparecieron?
—Es que siempre hubo cosas que no decía porque si no entraba en otro espectáculo y el resto de los personajes hubiesen quedado como un coro de la maestra. Pero además, en estos años, han pasado otras cosas: hace quince años, cuando arrancó, no existían ni las redes sociales y apenas internet. Pero, sobre todo, no existía la problemática docente frente a todo eso. También le van pasando cosas a la educación y a los educadores, y al personaje como tal, y los problemas de la educación siempre se reciclan, por eso la maestra sigue vigente.
—Nunca fuiste un artista al que le importara el éxito, sin embargo estás viviendo un momento de mucha presencia en el medio, con la mención del José María Vilches bajo el brazo y el elogio unánime de la crítica. ¿Cómo se sobrelleva todo eso?
—Creo que bien porque nunca puse el éxito como una meta sólo en el trabajo. No es que no me importe el éxito, sí me importa, pero me importa más ser una persona exitosa que un artista exitoso, y creo que ahí se equilibran las cosas. Hay que tratar de saber que las cosas pasan: me preguntan qué implica estar en la calle Corrientes y no lo sé, porque yo llego igual a trabajar todos los días dos horas antes, me maquillo y me preparo para la función con el mismo compromiso y las mismas ganas que lo hacía en el Broadway, en El Cubo o en La Traición de Rita Hayworth. De todos modos, tuve que cambiar un poco el discurso; ahora digo: “Me siento honrado de haber llegado hasta acá”, porque hay cosas que no se entienden, y si digo que no me interesa la calle Corrientes, quizás se malinterpreta. Lo que sí sé es que hoy puedo estar ahí y mañana en otro lado, porque todo pasa. En occidente, el trabajo te define, y yo trato de que eso no me pase. Trato que el trabajo sea una parte de mi vida, que me permita vivir, ser feliz por momentos, viajar o darme un gusto. Hay otra parte, tan importante como ésa, en la que yo quizás no tenga que ser protagonista, sino sería muy fácil creerse el aplauso.
—Hoy sí te podés jactar que antes de 2002 y de tu desembarco en el programa de Tinelli, que te dio popularidad, ya habías recorrido un camino y conocido el éxito.
—Es así, en Rita había un mes de reserva con anticipación, y lo de Tinelli llegó en el momento que tenía que llegar, más allá de que me lo habían ofrecido dos años antes. Igual, yo soy un bicho de teatro, creo que no entiendo del todo el lenguaje de la televisión. Cuando pienso en un nuevo desafío, nunca tiene que ver con la tevé. No es que no los pueda encontrar, pero la televisión no tiene nada que ver con mi forma de estructurarme frente a un desafío artístico, y los desafíos aparecen igual. Cuando me fui de Rosario, me despedí en el Monumento, y pensé: “Ya está, ¿qué más puedo hacer?”, y podía hacer miles de cosas más, pero así lo vi con mi cabeza de ese momento, y me fui de una cosa masiva a una sala para 150 espectadores, y arranqué desde ahí y nunca me sentí ni mejor ni peor que antes porque viniera más o menos gente, porque además la gente que está es la que me eligió, y eso es grosísimo.
—Igual, vos nos sos inocente respecto de tu talento, tenés certeza de eso.
—No soy para nada inocente, y a tal punto no soy inocente, que me cuesta mucho relacionarme con cuestiones ligadas al medio, esa parte que tiene que ver con “las cosas que hay que hacer para…”. Yo soy conciente de que nunca voy a ser mejor de lo que soy arriba del escenario. Siempre le digo a los empresarios o a la gente que me hace la prensa: “Vos acercalos al teatro que después yo los convenzo”, porque no tengo talento para hacer lobby. Por eso, aunque parezca que no, nos cuesta llevar gente al teatro, y yo siempre, cuando firmo un contrato, digo “dame tiempo”, porque estoy convencido de que lo que funciona conmigo, aún hoy, es el boca a boca.
—¿Acordás que en ese punto también entra a jugar el criterio comercial con el que se pone el espectáculo?
—Yo siempre tuve un pensamiento comercial con respecto a mi trabajo, porque lo que dignifica el trabajo es la retribución, entonces sí o sí tenés que tener un pensamiento comercial. La prueba estuvo con la temporada de varios meses en el Multiteatro (2010), donde tenés que llenar la sala o te vas. Y estoy hablando de una retribución económica más allá del aplauso, porque vivimos en un mundo donde existe el dinero.
—¿Cómo viviste la apertura respecto de la diversidad sexual y la puesta en marcha de la ley de matrimonio igualitario, siendo un artista que desde su irrupción en el medio reivindicó cuestiones de género?
—Seguí el tema de cerca y al mismo tiempo de lejos, porque fue a través de la tele, por lo tanto es de lejos. Me parece que se logró algo importante y por otro lado “me nefrega”. Porque me pregunto: “¿Por qué las personas que nos creemos que vamos a la vanguardia terminamos recayendo en una institución vencida como es el matrimonio?”. Y por otro lado, también tengo en claro que para discutir algo tenemos que estar todos en una situación de igualdad, entonces estoy
de acuerdo con que primero nos igualemos y que después podamos discutir si sirve o no sirve. Ahora, esto me representa a mí una responsabilidad que yo no tenía, y me pregunto: “¿Ahora que me puedo casar, le tendré que proponer matrimonio a alguien?”. Es así, la libertad trae consigo una enorme responsabilidad. La libertad no es el cuentito de un tipo solo en una montaña
viendo pasar las nubes. La libertad implica caminos para elegir y muchas dudas.
—¿Te sentís un artista militante?
—Militar en algo implica siempre un gran compromiso de esa generación con la que viene. Uno no milita por uno, lo hace por algo más. En ese sentido, me parece brillante una serie norteamericana que protagoniza Toni Collette (United States of Tara), donde una pareja tiene un hijo gay, pero todo transcurre con cierta normalidad y no se habla del tema. A mí eso me parece moderno. Porque ahora nos podemos casar, pero no saben bien dónde meternos: en Gran Hermano estuvieron semanas especulando con la confesión gay de un chico y eso parecía que iba a ser explosivo, parece que somos como fuego en la mano.
—De todos modos, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo trae aparejada toda otra cuestión de orden social necesaria.
—Por supuesto, pero estoy hablando del matrimonio como tal, y yo siempre lo tomé como otra forma de sociedad: para mí está la S.R.L, las S.A. y el matrimonio. Me parece que hemos sacado del matrimonio la cuestión del amor. De todos modos, si hoy quisiera tener un hijo, seguramente me casaría porque le estaría dando a ese hijo un marco legal que lo sostenga dentro de la sociedad. Y si te preguntás si estaría yendo en contra de lo que creo, seguramente que un poco sí. Igual, ésa es mi filosofía de vida: siempre busco el gris, ni el blanco ni el negro.
—Hace años, en otro reportaje, dijiste que el personaje de la Maestra había terminado para vos cuando pudiste hacerlo frente a tus maestras en la escuela de tu Gálvez natal. ¿Seguís pensando así?
—Sigo pensando que sí, que una parte terminó, y es la parte más personal del espectáculo, que tiene que ver con alguien que salió de un lugar y que necesitó pelearse con todo eso para después poder elegirlo. Pelearse con el pueblo en el que uno nació por prejuicio propio es lo mismo que pelearse con la familia: sólo cuando los tenés lejos podés tener la verdadera dimensión de lo que representan para vos. Esta cosa de amigarse con lo que uno es, hoy por hoy, también me permite decir que soy un transformista, cuando por mucho tiempo prefería definirme sólo como un actor. Creo de algún modo que le estoy pidiendo disculpas al transformista que fui y que sigo siendo, porque siento que no hubiese podido encontrar el discurso propio de no haber tenido por delante una máscara tan fuerte. Y ahí estoy hoy: soy un tipo que habla de cosas de mujeres con una impronta femenina.


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