“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




domingo, 20 de marzo de 2011

Conmocionadas y extremistas



CRÍTICA TEATRO

La actriz Silvina Santandrea logra, a través de su unipersonal “Yo con todas”, una gran complicidad con el público, de la mano de tres personajes escritos y dirigidos por su colega Alejandra Gómez

YO CON TODAS
Dramaturgia y dirección: Alejandra Gómez
Actúa: Silvina Santandrea
Vestuario: Paola Fernández
Sala: Baraka Bar, Callao 120 bis,
sábados a las 22.30

Por Miguel Passarini (reseña del espectáculo publicada en el diario El Ciudadano & la gente en su edición en papel del 30 de enero de 2010)
Conmocionadas, verborrágicas, extremistas, solitarias, tristes, dolorosas, inquietantes, las nuevas chicas que lleva en su cuerpo Silvina Santandrea en Yo con todas vuelven a posicionar a la actriz entre los nombres más destacados de la escena local. Se trata de su nuevo unipersonal, que se presenta los sábados del verano en Baraka, esta vez escrito y dirigido por su colega Alejandra Gómez, quien más allá del intento de congregar a un trío de mujeres de ésas que suelen verse seguido en los escenarios de los bareslocales, consiguió explayarse en las vicisitudes de tres apetecibles exponentes de un emergente social femenino: el de la mujer sola, sin hombres, aunque en el fondo estén deseosas de encontrarlos.
Al menos así lo reclama desde un comienzo una bizarra versión de La Cenicienta (autohomenaje a Puro cuento, unipersonal anterior de Santandrea en el que parodiaba la “moral” de las míticas chicas de los cuentos infantiles) que, al mismo tiempo que juega con su pollera “campana plato” y
reniega de los maltratos de sus hermanastras “chongas”, se pregunta si los príncipes azules nunca llegan porque están “asfixiados”, o repasa la inconografía popular de los supehéroes (misóginos, si los hay), “siempre persiguiendo hombres y nunca chicas, con sus trajes ajustados”, para despedirse en medio de los acordes de la música de la serie “El gran Chaparral”, por si quedaban dudas de que aquellos personajes tuvieron, entre los 70 y 80, su momento de gloria, y que allí las chicas sólo eran bellos objetos.
Pero no sólo eso: Santandrea va por más, y trae nuevamente al presente a la Norma, una “vieja ventajera”, como ella misma la define, solitaria, dado que sus hijos no la escuchan, y “manguera” de profesión, que está viviendo un momento de gloria por la aparición del nuevo casino, pero que, por esas cosas de la vida (o de los Testigos de Jehová, que para ella es casi lo mismo), pierde todo
lo ganado en una noche y se adentra en una especie de sínodo trágico que incluirá una abducción de extraterrestres que se mueven “impunes” en la zona sur de la ciudad a bordo de un Ford Taunus, un encontronazo con los gitanos de calle Oroño y hasta la pérdida de su stock de Biblias y Atalayas con las que se dedica a la venta callejera. Al mismo tiempo, su amiga Mari Pepa (que llegará poco después), con la que habla compulsivamente por teléfono, espera la muerte en su casa por nonagésima vez.
Es así como la Norma da paso a Pepa, todo un hallazgo. Se trata de una hipocondríaca fóbica “de libro”, a la que no hay ansiolítico que se le resista. Víctima del “panic attack”, llamará a la emergencia aclarando que no quiere peruanos en su casa, que el enchufe para el electroshock (con adaptador de tres patas) está debajo de la repisa de la entrada, y que la vida para ella empieza y termina a cada segundo.
En Yo con todas, un espectáculo artesanal, para nada pretencioso, en el que premia el humor ágil, la complicidad con el público y cierta crítica social, algo que encontrará su camino definitivo con el correr de las funciones, Santandrea se luce como actriz y Gómez, como alguien que ha comprendido cuáles son las coordenadas de los pequeños reductos que fueron en reemplazo de las salas: hay que saber enfrentar al público, hay que tener en claro qué decir y cómo decirlo, o bien la “platea” seguirá degustando su picada favorita, acaso el mecanismo más perverso de un “teatro” en el que, al mismo tiempo que se disfruta de un espectáculo, se come y se bebe.
Es por eso que los personajes de Yo con todas están jugados a un borde, pero no porque sí. Aquí el borde es el del cuerpo (elemento compositivo con el que trabaja Santandrea) y la palabra, al tiempo que la realidad se filtra filosa pero no forzada entre los padeceres de estas mujeres que sin “príncipe azul” a la vista no tendrán más remedio que seguir siendo terrenales, más allá de sus delirios cotidianos que accionan como vías de escape.
Por eso, aquél que dijo alguna vez, y tal como Santandrea contara a este diario, que ella no era buena actriz sino “graciosa”, debería ver ahora su frescura intacta pero también su gran crecimiento, porque a todas luces quien dijo aquello estaba muy equivocado, dado que Santandrea “puede con todas”.

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