“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




sábado, 15 de mayo de 2010

El fuego camina con ellas



Dos mujeres al filo del abismo, atraviesan en “La quema (todo candor trae sangre)”, de Gustavo Guirado, una especie de “vía crucis” en el contexto de una comedia bizarra donde prevalece el trabajo actoral de Claudia Schujman y Paula Fernández


Por Miguel Passarini
Hay olor a quemado, el fuego acecha casi tanto como el dolor que quita la respiración a dos mujeres que entre el humo, intoxicadas, asqueadas, sacan a relucir sus frustraciones. Una comedia bizarra, un juego teatral que derivó en otra cosa, quizás en la plenitud e intensidad de dos actrices impresionantes que llevan al límite sus potencialidades expresivas para abordar una obra inclasificable, provocadora, un trabajo singular dentro de la vasta producción de un director siempre arriesgado e inquieto como Gustavo Guirado que, como otras veces, se dejó seducir por la improvisación, aunque siempre conciente, y como suele decir, que “el imaginario del actor pulsa en el imaginario colectivo”.
Muchos mundos conviven en La quema (todo candor trae sangre), incluso el de los bellos y a la vez terribles poemas de Roberto Juarroz. Pero acaso el más revelador sea el real que se filtra, que acciona y atraviesa los cuerpos de las actrices. Algo se abisma (el mundo real se abisma, la Tierra tiembla por todos lados), algo se termina afuera, el fuego lo está quemando todo (¿el fin del mundo?, ¿el Apocalipsis?).
Ellas dos, en el encierro, desandan los fragmentos de sus pobres biografías de soledades: no hay hombres, los que están, están afuera, en medio de la quema (quizás ya quemados). Una de las dos mujeres escucha por la radio cómo la gente (los rosarinos) salen a quemar sus objetos poniendo distancia de los recuerdos en una especie de ritual catártico, y entonces, la metáfora del “barajar y dar de nuevo” no es un chiste. Pero adentro, ambas se extrañan de lo que acontece (de lo enloquecedor que se ha vuelto todo), y ritualizan situaciones como si pusiesen a funcionar un mecanismo de defensa. Pero, ¿actúan o son ellas en realidad?
Quizás estos dos personajes, no casualmente sin nombres, perdido por perdido, antes de resignarse a lo que viene, prefieran “recrear” el pasado que, según parece, aquí sí fue mejor.
De este modo, una se pone la ropa de los muertos y como una médium imita sus voces, los corporiza; la otra añora su cargo de vicerrectora en un colegio, época de la que sólo le quedó un viejo sillón como recuerdo y única reliquia, porque el resto es “vacío”.
Una enumera una lista de cremas y ungüentos para paliar el dolor de las quemaduras como presagiando el final, la otra se “incendia” de bronca ante el “no poder” permanente, que se ha vuelto una enfermedad crónica en ella y en todos.
Gustavo Guirado acciona, una vez más, en el mundo femenino, etapa que comenzó hace mucho tiempo y que empezó a profundizar a partir de su impactante versión de Medea. Ahora, y tras La temperatura, obra en cartel que habla de una mujer que no puede ser fecundada (también protagonizada por Schujman), presenta a dos criaturas que, en cierta forma, son víctimas de una especie de “esterilidad” afectiva.
Pareciera que todavía quedan espacios (aunque vacíos) para contar los despojos de un pasado en el que los vínculos (los de ellas) tuvieron sentido, pero ya no hay objetos, fueron regalados, sólo quedan sus sombras en pisos y paredes.
Si bien en el trabajo se notan algunos bordes de los materiales improvisados y por momentos, la puesta requeriría de una dramaturgia más elaborada, la visión de La quema se ofrece como un ejercicio para avezados en el mejor teatro de producción local. Claudia Schujman, una de las mejores actrices que ha dado la ciudad, se enfrenta a otro peso pesado, Paula Fernández, la otrora protagonista de Botellas al mar, o la pasión según Alicia, espectáculo estrenado por Guirado a fines de 1996 (una versión libre de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll), con varias temporadas sucesivas y con el que el director descubrió una poética.
La obra es de ellas, de las actrices, porque son ellas las que juegan en ese tiempo detenido, se pierden y reaparecen en la profundidad del espacio escénico, muestran su tormento, lo materializan, y toman conciencia de lo solas que están.
Así, el personaje de Schujman, casi como un alter ego de la autodestructiva Laura Palmer imaginada por David Lynch en Twin Peaks (el fuego camina conmigo), juega con fuego. Es un momento en el que todo adquiere sentido en medio de un clima enrarecido e inexplicable, y otra vez las palabras de Roberto Juarroz impresionan, porque ella dirá, entre otras cosas, y recordando abandonos sucesivos al borde del abismo, que “pensar en un hombre se parece a salvarlo”.

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