“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 1 de junio de 2010

Iluminados por el flash


Todos los viernes de junio, a las 22, se presenta nuevamente en el CET (San Juan 842), "Mal de ojo", de Juan Hessel, con las actuaciones de Silvia Ferrari, Adriana Frodella, Gustavo Castilla, Lucrecia Zamboni y María Romano. Después de varias temporadas, sigue siendo uno de los mejores trabajos estrenados en la ciudad en los últimos años. Si no lo vieron, no se lo pierdan. Lo que sigue, una reseña.


Por Miguel Passarini

El mítico artista francés Henri Cartier-Bresson, padre de la fotografía contemporánea, hablaba, a la hora de referirse a su trabajo, de “la magia de un instante”, el del “click”, algo que en muchos de sus retratos le permitió develar el interior desconocido de sus personajes. Aunque resulte lejano, el último espectáculo del director rosarino Juan Hessel, estrenado en 2008, recuerda a Cartier-Bresson. Sucede que en Mal de ojo, Hessel discurre en la interioridad: tanto en la de sus personajes como en la de un mundo interior, el living de una casa de clase alta ubicada en Colastiné, en el interior de la provincia de Santa Fe, donde se desnudan conflictos que, bajo toda condición, sólo pueden ser narrados a puertas cerradas.

Es así como varias “texturas interiores” conviven en Mal de ojo, un espectáculo inusual, original, que a nivel narrativo se debate entre la belleza y la atrocidad, entre el deseo y el odio, entre el humor y la congoja, pares dialécticos que han marcado gran parte de la obra de Hessel con recordados trabajos como Almas fatales, Naturaleza muerta y Territorio falso, aunque ahora consigue equilibrar todas las poéticas que atravesaron sus propuestas anteriores para alcanzar momentos en los que prevalece una impronta propia, extremadamente personal.

En Mal de ojo hay una muerte que no se ve pero se percibe. Acaban de sepultar al fotógrafo Enrique Torcuatto, nunca se sabrá de qué murió, aunque las pistas estarán allí y la necrológica podrá leerse en el programa de mano, donde se adelanta que el occiso “murió a el 23 de agosto, a las 15.45, a los 51 años, luego de una extraña enfermedad”. También dice que “en sus últimos años, se destacó como un eximio fotógrafo”. Y agrega: “Será recordado con ahínco por su única serie de fotografías llamada «Misterios de Colastiné», obra que se expone actualmente en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación”.

Tras la tragedia, los más allegados se encontrarán en la casa del fotógrafo. Allí se cruzarán su viuda, María Luisa, la cuñada de ésta, Ruth, y tres jóvenes: Albertina, una niña-mujer devenida en aprendiz a quien Torcuatto atribuida una mirada “poco terrenal” (“tu mirada no es de este mundo”, le decía); Angélica, sobrina y “amiga” de la hermana del fotógrafo, y un joven, Javier, enamorado de la aprendiz, que se muestra confuso, aunque decidido a ocupar el rol masculino en un mundo que es dominado por mujeres.

Así, casi al mismo tiempo que coincidirán que “entre el dolor y la maldad hay una relación posible”, lo avieso se apoderará de la escena.

Sucede que en las obras de Hessel late algo ominoso: un estado de malignidad convive en el cuerpo de sus personajes casi con la misma proporción que lo hacen el deseo y una cierta candidez.

Qué quiere cada una de estas mujeres, cuáles son sus reales intereses por encima de la vieja cámara alemana que cada vez que es disparada provoca en aquellos que están dentro del encuadre un estado de éxtasis, son sólo algunos de los interrogantes de este espectáculo, que se vale de una dramaturgia aunque lejana desde lo formal, cercana desde los climas a los cuentos de Silvina Ocampo que le sirvieron a Hessel como disparadores de trabajos anteriores.

Pero ahora, lejos de cierta solemnidad y sincretismo de aquellos, Hessel se permite jugar con un humor ilógico, que sorprende, a la vez que mantiene el estado al que gusta llevar a sus personajes, que va de la excitación más elevada al más profundo desamparo. Además, Hessel ironiza sobre ciertos valores, del mismo modo que pone en tela de juicio la ideología de sus personajes, algo que quedará en evidencia en el accionar de Javier, al que tildarán de “comunista infiltrado” mientras éste cuida que no se dañe su impoluta chomba Lacoste.

El gran sustento de Mal de ojo son las actuaciones. Un elenco integrado por dos actrices que conocen la “impronta Hessel”, como Adriana Frodella (Naturaleza muerta) y Silvia Ferrari (Almas fatales), se potencia con la presencia de los jóvenes Gustavo Castilla, Lucreacia Zamboni y María Romano, de los cuales se destaca esta última por su complejo personaje, a mitad de camino entre una especie de “niña santa” llorosa y una mujer volcada al vicio. El espectáculo suma también un escalón más en el historial del director a nivel de puesta, a lo que se suma un claro trabajo de Juan Carlos Rizza en relación con el diseño lumínico, que aporta dramaticidad al mismo tiempo que, en algunos pasajes, se revela como gran protagonista.

Para el colofón, los acordes de “Un gato en la oscuridad”, clásico de todos los tiempos de Roberto Carlos, terminarán por teñir de kitsch el clima que emerge por momentos y sobre todo en los barrocos pasajes finales, en los que los extasiados personajes no podrán resistirse a ser “iluminados” por el flash.

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