Sergio Juárez, un joven empleado de un banco, y Ramón Pelletti, un habitual cliente, encerrados en la bóveda. |
CRÍTICA TEATRO
El dramaturgo y director Damián Ciampechini dirige con singular ingenio a Christián Valci y Nicolás Valentini en “Embovedados”, obra en la que ensaya qué podría suceder con dos hombres que quedan encerrados dentro de la bóveda de un banco
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del miércoles 17 de octubre de 2012)
La espera terminó, algo va a pasar, el destino ha querido que la vida de dos hombres cambie para siempre, ya no hay retorno, tampoco hay oxígeno, el aire está viciado, el clima se vuelve irrespirable. Sin embargo, pareciera que aún queda por transitar algo de ese camino de sombra que los oculta; será un tiempo de hastío, de autocompasión, de cierto patetismo cara a cara.
Lo que en ciernes parece una trama urdida con la sagacidad y la inteligencia de un genio como Hitchcock, es uno de los condimentos más fuertes de Embovedados, propuesta que pone a la luz el trabajo de un apasionado creador teatral local como Damián Ciampechini, siempre afecto a las grandes producciones y ahora enfrentado al que, sin dudas, se convertirá en uno de los éxitos de su carrera (y de la temporada), porque se trata de un trabajo en el que dramaturgia, dirección, actuaciones y puesta en escena están en infrecuente sintonía y profesionalismo.
En Embovedados, a partir de un texto propio escrito hace unos años, el director utiliza la anécdota fundante de un accidente que ocurre dentro de la bóveda de un banco minutos antes de que se cierre hasta nuevo aviso para hablar de la opresión, del dolor, de la pérdida, del camino trazado sin retorno, de lo que no se ve (o no se quiere ver), y sobre todo de la marca indeleble que dejan los vínculos en dos personajes que, cada uno a su medida, se revelan como dos perdedores.
Sergio Juárez, un joven empleado de un banco (Nicolás Valentini), acompaña a Ramón Pelletti (Christián Valci), un habitual cliente, a la bóveda. La descompensación momentánea de este último distrae la atención del primero y la bóveda se cierra inevitablemente. Son las tres de la tarde, y a partir de allí, en tiempo real, ambos verán cómo los celulares no tienen señal, el oxígeno se agota y la incertidumbre ciega cualquier atisbo de optimismo. De a poco, con sabio sentido de la dosificación, ambos personajes irán desnudando su mundo privado, al tiempo que un secreto empezará a hacer mella en el deshilvanado vínculo que los une.
En medio de una imponente escenografía cuyo dispositivo juega en paralelo con el desempeño de los actores, el tiempo, que pasa inexorablemente, tentará a la dupla con la posibilidad, llave maestra mediante, de develar qué esconden esas cajas fuertes. Todo aquello que aparezca (algunos objetos verdaderamente impensados) será la vía de comunicación con un afuera inasible y con un pasado doloroso.
Inteligentemente, el dramaturgo y director va superponiendo planos narrativos al tiempo que deja entrever qué se cocina en esta historia rumbo al inimaginable desenlace.
En su devenir, aquellos temas estructurales de los que siempre habla el teatro, como el amor, el poder o la muerte, se dibujan entre esos mismos planos, con grandes momentos que van del humor a lo trágico apelando a una singular organicidad, dejando en primer plano el conformismo y la opacidad que, por diferentes motivos, caracteriza a ambos personajes.
Más allá del correcto desempeño de Nicolás Valentini, quien de este modo comienza a incursionar en las tablas tras su experiencia como actor en cine, la más grata sorpresa de este trabajo es el extraordinario desempeño de Christián Valci, actor y director de vasta trayectoria, vinculado a la comedia y al vodevil, que aquí, lejos de cualquier estado de comodidad, se calza el complejo desafío de interpretar a un hombre cuya trágica vida lo ha convertido en una verdadera bomba de tiempo.
Por lo demás, Embovedados sirve también para preguntarse cuál es el verdadero valor de las cosas materiales, y hasta dónde los vínculos y el pasado modifican los hechos del presente cuando la muerte se vuelve inminente, dejando en claro que los secretos no tienen precio.
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