“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




miércoles, 10 de octubre de 2012

Con el deseo de ser percibidos





Claudio Danterre, Liliana Gioia y Jorge Ferrucci: tres actores de trayectoria para dar vida a una singular comedia dramática.

CRÍTICA TEATRO

Los actores Liliana Gioia, Claudio Danterre y Jorge Ferrucci dan vida a los delirantes personajes de “Casting en Rosario” , obra con dirección de Ana Tallei que se revela como un homenaje al arte escénico, a sus personajes y a su historia










Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del miércoles 11 de octubre de 2012)

Hay un punto en el que las personas necesitan exponerse, volverse visibles para los demás, salir del cono de sombra en el que habitan cotidianamente, correrse de cierta “marginalidad”. Muchas veces, ese lugar de exposición implica un peligro, un riesgo, un camino sin retorno. Quizás esta haya sido una de las consignas a partir de la cual la actriz, directora y dramaturga local Liliana Gioia urdió la trama de Casting en Rosario, trabajo que también la devuelve a los escenarios, esta vez junto a dos grandes actores: Claudio Danterre y Jorge Ferrucci, bajo la dirección de Ana Tallei, quien de este modo incursiona en el complejo territorio del humor.
Partiendo de una intención de escritura en la que la identidad (no la genética sino la territorial o contextual) fue el disparador, Gioia imagina un casting que, al mismo tiempo, sirve como confesionario, sesión de psicoanálisis e intento de trascendencia artística. Y en ciernes, ensaya un homenaje al teatro y al arte en general, porque el mundo del cine también se filtra por los intersticios de un texto que condimenta el humor con acertadas dosis de nostalgia y pequeñas tragedias, algo que, a simple vista, ofrece como signo fundante los rasgos de una comedia dramática de ribetes fellinescos.
En Casting en Rosario, el teatro vuelve a hacer de las suyas, y a lo Pirandello, los espectadores verán una obra teatral que transcurre dentro de un teatro al que Moniq Lagart (Gioia) llega a instancias de un casting que será comandado por un director que brilló en otros tiempos (Danterre), cuyos mecanismos perversos harán trisas el sueño ínfimo de esta cantante de coros parroquiales y maestra de labores cuyo imaginario va a mitad de camino entre los personajes del Club del Clan (dice ser hija no reconocida de Palito Ortega), el deseo de ser actriz luego de estudiar actuación por correspondencia, y una primera “incursión escénica" con una declamadísima versión del poema “La higuera”, de Juana de Ibarbourou, verdaderamente desopilante.
Con rasgos que recuerdan a modo de homenaje a la inolvidable Giulietta Masina de La Strada o Las noches de Cabiria, Gioia apela a esa frescura que caracteriza su vis cómica para aportarle a Moniq (o Mónica Lagarto, tal su verdadero nombre) esa vulnerabilidad que va entre el humor absurdo y cierto patetismo.
Todo parece encarrilarse en esta historia, incluso Moniq logra por un instante captar la atención del director, pero la llegada de Baltazar (Ferrucci), un marido desesperado por el deseo de borrar a esta mujer de la faz de la tierra, descontrola la acción, al tiempo que el susodicho también desplegará su particular histrionismo, recordando viejos tiempos en los que memorizaba obras completas de teatro tras bambalinas dado su rol de carpintero-escenógrafo. Así, el siempre efectivo Ferrucci rememorará su recordada composición de Don Miguel en la versión de Mateo, de Discépolo, al tiempo que Danterre dirá con su voz omnipresente fragmentos de “Hombre preso que mira a su hijo”, de Mario Benedetti. Aunque quizás el momento en el que La gaviota, de Chéjov, se apropia de la escena se vuelva el más entrañable a la hora de pensar en un teatro que se homenajea a sí mismo y a su historia.
El trío de actores responde correctamente a la locura de estos personajes, aunque la propuesta, que más allá de ciertos juegos en los que apela a la provocación se mantiene en un estado de “corrección”, necesita dar esa vuelta de tuerca imprescindible para que el riesgo se vuelve un camino posible a la hora de descolocar al espectador que, a las claras, se conforma con el rasgo fundante de lo cómico.
Por lo demás, se trata de un trío al que Fellini hubiese amado, porque responden a esa estirpe de personajes que transitan entre lo delirante y lo patético, entre la alquimia de lo escénico, es decir la ficción, y la descascarada impronta de lo privado (o lo real), eso que en el teatro, cada vez más, se revela como inocultable. 

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