CRÍTICA TEATRO
El actor rosarino Gustavo Guirado dirige a un grupo de actores catalanes en "El Rey , las reinas, el médico y ella", espectáculo que presenta hoy en la sala Saulo Benavente, y a través del cual dialoga acerca del poder, el amor, la sexualidad y la muerte
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 21 de septiembre de 2012)
Hay un lugar para la muerte, se la intuye, se la anuncia,
llegará finalmente. Y el que está por morir “con lujo de detalles” es un rey,
no el de Ionesco, porque ya no es aquel rey tragicómico que esperaba la muerte
rodeado de su familia disfuncional, aunque la de éste también lo sea y las
huellas del primero estén presentes. Este es un rey más patético, por momentos
grotesco, de a ratos temeroso, y en otros pasajes incapaz de soportar la
pérdida de un poder que se diluyó como su entorno (como se desinfla su muñeca
inflable), que al mismo tiempo que se desintegra busca remedar un pasado de
gloria.
El monarca no dejará descendencia, está seco, “yermo”, su
“dictadura” de oropeles de cartón pintado se agota casi en paralelo con la
arena del reloj que marca los últimos minutos de su vida y de la puesta, es
decir del teatro.
Se trata de los entretelones de El rey, las reinas, el
médico y ella, del director local Gustavo Guirado, que tras su estreno del fin
de semana en el Parque de España en el marco del Festival Internacional de
Rosario (FIT) ofrecerá esta noche, a las 21, una nueva función en la Saulo Benavente
(Alem y Gaboto), para desembarcar, mañana y pasado, en el Foro Cultural de la UNL de la capital provincial.
El proyecto surgió en 2008 cuando Guirado fue convocado por la Associació d’Actors i
Directors Professionals de Catalunya, en Barcelona, donde dictó un curso
intensivo para actores y directores. De allí en más, y con la presencia cercana
de un montaje similar estrenado por el mismo director con la comedia de la Universidad del
Litoral (UNL), en la ciudad de Santa Fe en 2006, y tras ganar una de las
convocatorias para coproducciones de Iberescena, la presente versión de la obra
se revela, frente a su predecesora, como un giro brusco hacia el costado más
aciago del conflicto, partiendo de un concepto dramatúrgico en el que
prevalecen la ironía, la crítica al sistema capitalista, el individualismo, la
manipulación genética (el mal, la contaminación, las enfermedades) y el cuerpo
como un campo de batalla en el que la sexualidad trunca se vuelve un signo de
aquello que no se puede concretar, al tiempo que los personajes arriban a la
conclusión de que “el mal no está en el cuerpo sino en el alma”.
De este modo, y apelando al sentido más poético que aportan
las improvisaciones que van acompañadas de un texto que asumió su forma tanto
en acto como en el papel, Guirado jugó esta versión al frente de un equipo de
grandes actores, cuya intensidad y entrega se revela como uno de los mayores
capitales del proyecto. Aquí están las reinas, las dos mujeres del monarca
(María y Margarita, como las de Ionesco); son las que lo conocen pero, al mismo
tiempo, las que lo fagocitan. También está el médico, un personaje mengueliano,
especulador, cuya atrocidad es directamente proporcional a su curiosidad por
saber cómo terminará todo; y también está “ella”, un cuerpo silenciado que
resume a todos los demás. Es en ese microcosmos, a mitad de camino entre sala
de terapia, quirófano, prostíbulo y palacio, donde Guirado construye y
deconstruye lo que representa el poder frente a la muerte, es decir la nada.
Aquí lo fundante es el significado de la muerte, el ensayo permanente acerca
“de cómo se muere” (título original del proyecto), la idea de poder entender
ese momento que trastoca la continuidad de todo, ese presagio fatal e
inexorable que iguala, que pone al “monarca” en estado de desesperación, y a su
entorno, impotente frente a eso que es inapelable.
Es así cómo la puesta adquiere una relevancia inusual si se
tiene en cuenta que llega desde Barcelona, donde, a diferencia de otros lugares
de España, la monarquía está en constante discusión. Pero lo más interesante es
que, en su devenir, el montaje propone una serie de interludios metateatrales:
hay un tiempo que es del teatro y otro que es de la vida, pero aquí,
intencionalmente, se confunden en un juego en el que intervienen almas
desencantadas que, al mismo tiempo, se vuelven espectadoras de su propia
finitud frente al rey que se muere inexorablemente.