“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




sábado, 9 de junio de 2012

A falta de talento, encanto





El director Ricky Paskhus, Karina K y Pablo Rotemberg, un equipo en el que abunda el talento.


ESTRENO TEATRO. Karina K habla de su trabajo en “Souvenir” , espectáculo en el que da vida a la desafinada soprano Florence Foster Jenkins junto al músico Pablo Rotemberg y bajo la dirección de Ricky Paskhus, que esta noche a las 21 y mañana a las 20 se presenta en el Teatro Municipal La Comedia, de Mitre y Ricardone 




Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 9 de junio de 2012)
Ligada a Rosario desde hace muchos años, cuando a comienzos de la década pasada llenaba de talento el recoleto escenario del inolvidable concert La Traiciónde Rita Hayworth con sus unipersonales, la actriz y cantante porteña Karina K, junto al talentoso actor, bailarín coreógrafo y músico Pablo Rotemberg, bajo la dirección de Ricky Paskhus, da vida a Florence Foster Jenkins (1868–1944), acaso la primera bizarra de la historia musical norteamericana, en Souvenir, imperdible espectáculo que esta noche a las 21 y mañana a las 20 desembarcará en La Comedia(Mitre y Ricardone).
Karina K, de vasta trayectoria en el musical tanto under como comercial, deslumbra en Souvenir, donde se carga al hombro fragmentos de la singular vida de una cantante sin talento pero con gran carisma. Se trata de una versión de la magnífica pieza de Stephen Temperley, en la que la actriz, de conocida virtud para el canto, tiene que representar a una cantante definitivamente desafinada y de oído casi nulo, pero de una infrecuente personalidad que la hizo famosa y hasta la llevó a cantar en el Carnegie Hall de Nueva York.
“El arte de Florence Foster Jenkins era un arte inaudito o mejor dicho, inaudible”, dijo con humor Karina K en el marco de una charla que mantuvo con El Ciudadano acerca de esta mujer.
Todos la criticaban, desde su familia que conocía su falta de talento hasta la prensa. Pero ella era tenaz y quería ser soprano. En 1909 recibe una herencia tras la muerte de su padre, y a partir de ese momento se dedica a cumplir su sueño haciendo recitales en Filadelfia y Nueva York. Jenkins cantaba de una forma desastrosa y tenía muy poco sentido del oído y el ritmo. Aun así, comienza su carrera realizando conciertos privados para un público que ella misma seleccionaba. A pesar de su poca habilidad musical, el público la adoraba por la diversión que esto les causaba.
—¿Cómo describirías a Florence?
—Creo que es una de las primeras  representantes del arte de lo bizarro; fue una artista que se convirtió en un personaje de culto porque la gente quería saber cómo lograba cosas como grabar discos en su época cantando totalmente desafinado; incluso hoy sus discos se siguen reeditando y están en youtube.com. Ella grabó la peor versión existente del aria “La reina de la noche” (La flauta mágica). De hecho, termina consagrándose como la peor cantante en la historia de la lírica en el Carnegie Hall, en el año 44, que además fue su última presentación en público. Es muy interesante su historia y hay dos obras escritas sobre ella, una en Inglaterra y otra en Estados Unidos. De algún modo, es como la antecesora de Ed Wood, que fue el peor cineasta.
—¿Cómo se hace para cantar desafinado y que no se vuelva paródico siendo vos una excelente cantante?
—Mi mejor maestra fue la propia Florence, porque en su momento estuve cinco meses escuchando sólo su disco; creo que fue el mejor recurso para entender su sonido, porque los únicos registros que hay de ella son fotos y audios; entonces, a partir de escucharla, fue que entendí los desaciertos en la técnica. Tuve la suerte de estudiar bel canto con maestros del Colón y el Argentino deLa Plata, y entonces el procedimiento fue al revés: tuve que deshacerme de la técnica, pero al mismo tiempo utilizarla para no lastimar mis cuerdas. Encontré las entonaciones y los calados como para llegar arrastrándome a la nota, raspando el sonido, y al mismo tiempo la parte arrítmica fue un trabajo con Pablo (quien toca el piano en vivo); con quien, con el correr de los ensayos, logramos ir fuera de tempo.
—Es un trabajo de una gran complejidad, porque ese proceso del que hablás está borrado en escena…
—Sí, y tuve que desapegarme de mi propia vanidad de actriz y cantante para lograrlo (risas), y otorgar mi instrumento a la evocación de esta increíble artista, porque fue una artista de lo “no artístico”, o del no virtuosismo, aunque ella sostenía: “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté”.
—Transmitís la sensación de que algo de artistas locales como Olinda Bozán o la misma Niní Marshall se te cuelan en el personaje; ¿puede ser?
—Un poco de eso hay, pero es algo que surge naturalmente; en su momento, recreé el único unipersonal que montó Niní, Y… se nos fue redepente, que el año que viene se cumplen 40 años de su estreno en el Gallo Cojo, uno de los primeros café concert de Buenos Aires. Y entonces los personajes de Niní, de algún modo, conviven con mi impronta; siempre algo queda del sonido, del comportamiento, más allá de que yo hice una composición basándome en las aristócratas inglesas, viendo películas, del mismo modo que imitando la forma de caminar de mi mamá. Es decir: hice como una gran mezcla y apareció esta Florence a quien trato de evocar con el mayor de los respetos.
—También hay una composición desde lo corporal: el cuerpo de Florence no es tu cuerpo…
—No, es el cuerpo de una mujer de entre los 64 y  68 años. Y yo digo que este espectáculo es una bisagra en mi carrera porque enfrenté un rol que me dio mucho temor; es una mujer mucho mayor que yo y no quería caer en esa cosa de la maquieta y el artificio. Creo que de algún modo, lo que surgió, salió de mi viaje a mi propia mujer, Karina a los 70 años. En ese sentido, me ayudó mucho el vestuario de Renata Schussheim, porque con ciertos artilugios el personaje está “amatronado”, y eso también genera que se mueva de una manera particular. Creo que lo maravilloso fue que pudimos generar esa ilusión.
—¿Tenés la sensación de que el público sale de la sala convencido de que si quiere cantar puede hacerlo más allá de cualquier virtuosismo?
—Creo que la gente sale de ver la obra muy inspirada, porque la vida de esta mujer sirve para comprobar que nada determina nada. Creo que la gente entiende claramente esta cuestión de la convicción. Si uno se lo propone, quizás desde la inconciencia, puede atravesar una roca con una flecha; de todos modos, analizando un poco su conducta, es un poco psicótica, porque ella aseguraba tener oído absoluto, estaba empecinada en que era tan talentosa como Lily Pons, que era la magnánima de esa época; incluso fue contemporánea a Caruso, que un día le dijo: “Lo que usted hace es indescriptible” (risas).

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