CRÍTICA TEATRO
La talentosa Karina K emprende un viaje por la vida de una mujer singular, Florence Foster Jenkins, en "Souvenir", donde comparte escenario con Pablo Rotemberg bajo la dirección de Ricky Pashkus, obra que el fin de semana pasó por La Comedia
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del martes 12 de junio de 2012)
Un “souvenir”, casi como una pequeña joya que llega en forma de
relato, evocación y recuerdo. Es una época en la que en Estados Unidos
brillan Noël Coward en el teatro y Cole Porter en la música, y en la
lírica, Lily Pons. En una habitación del Ritz-Carlton de Nueva York,
Florence Foster Jenkins, ya dueña absoluta de su destino, desafía las
normas de la época y, por su osadía no premeditada, se convierte en un
ícono, en una especie de leyenda viva del bel canto, aunque lo suyo sea
un atentado para los oídos.
El relato de los últimos años de la vida de esta singular artista y
mecenas que murió en noviembre de 1944, apenas un mes después de llenar
el Carnegie Hall, se revela con vehemencia, humor y cierta nostalgia en
Souvenir, obra teatral de Stephen Temperley que, protagonizada por la
cantante y actriz Karina K y el actor, bailarín y músico Pablo Rotemberg
y bajo la dirección de Ricky Pashkus, pasó el fin de semana por La
Comedia.
Autoungida como una “soprano de coloratura” frente a tanta “mezzo de
turno”, Florence comienza una carrera en la lírica casi sin importarle
el rótulo de “la dama loca que no podía cantar”. Poco a poco, su
convicción la lleva a posicionarse como una rara avis, como un icono
kitsch, aunque en su momento, muchos fueran a sus conciertos en el
auditorio del Ritz sólo para pasar un momento divertido.
El relato, distanciado y para el público, queda en la puesta teatral
en manos de Cosme McMoon, personaje que lleva adelante el inclasificable
y talentoso Pablo Rotemberg, que a lo largo de la puesta es el gran
soporte para el lucimiento de Karina K, no sólo desde el anecdotario que
despliega sino desde su acompañamiento al piano, donde pone de
manifiesto sus dotes de exquisito concertista.
Souvenir es, ante todo, un homenaje al teatro y a la música, de la
mano de una actriz-cantante como Karina K, que contradice con su
performance las normas de la afinación, para lograr “distorsionar” su
gran talento para cantar, y de este modo dar vida con frescura y
desparpajo a esta “fantasía” acerca de la vida de Foster Jenkins. La
artista, de vasta trayectoria en el musical, construye un personaje
plagado de sutilezas, de pequeños detalles (la escena en la que junto a
Cosme escuchan su primera grabación donde destroza el área “La reina de
la noche” es de antología), donde a los desopilantes pasajes cantados le
suma lo corporal, y donde, desde el personaje, conviven con su estirpe
de gran dama inglesa los condimentos de otras damas más cercanas del
humor nacional como las inolvidables Olinda Bozán o Niní Marshal.
Más allá de lo valioso de toda la puesta, el espectáculo se
redimensiona en la última media hora: es el momento en el que se recrean
algunos de los pasajes de lo que fue la gran noche de la señora Jenkins
en el Carnegie Hall, donde la mismísima Greta Garbo fue sacada de la
sala “con un ataque de histeria”. Es, además, el momento de mayor
despliegue, donde se luce el determinante vestuario creado por Renata
Schussheim, y donde Karina K pone a funcionar su inagotable galería de
recursos. Es, también, donde el espectáculo se sustenta en los climas
más variados: la risa pasa por momentos a un segundo plano; lo grotesco
aflora desde su costado más melancólico y la muerte remeda y reconstruye
un personaje plagado de encanto que regresa del pasado como un hermoso
“souvenir”.
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