“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




miércoles, 13 de junio de 2012

Como una pequeña joya







CRÍTICA TEATRO

La talentosa Karina K emprende un viaje por la vida de una mujer singular, Florence Foster Jenkins, en "Souvenir", donde comparte escenario con Pablo Rotemberg bajo la dirección de Ricky Pashkus, obra que el fin de semana pasó por La Comedia  


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del martes 12 de junio de 2012) 
Un “souvenir”, casi como una pequeña joya que llega en forma de relato, evocación y recuerdo. Es una época en la que en Estados Unidos brillan Noël Coward en el teatro y Cole Porter en la música, y en la lírica, Lily Pons. En una habitación del Ritz-Carlton de Nueva York, Florence Foster Jenkins, ya dueña absoluta de su destino, desafía las normas de la época y, por su osadía no premeditada, se convierte en un ícono, en una especie de leyenda viva del bel canto, aunque lo suyo sea un atentado para los oídos.
El relato de los últimos años de la vida de esta singular artista y mecenas que murió en noviembre de 1944, apenas un mes después de llenar el Carnegie Hall, se revela con vehemencia, humor y cierta nostalgia en Souvenir, obra teatral de Stephen Temperley que, protagonizada por la cantante y actriz Karina K y el actor, bailarín y músico Pablo Rotemberg y bajo la dirección de Ricky Pashkus, pasó el fin de semana por La Comedia.
Autoungida como una “soprano de coloratura” frente a tanta “mezzo de turno”, Florence comienza una carrera en la lírica casi sin importarle el rótulo de “la dama loca que no podía cantar”. Poco a poco, su convicción la lleva a posicionarse como una rara avis, como un icono kitsch, aunque en su momento, muchos fueran a sus conciertos en el auditorio del Ritz sólo para pasar un momento divertido.
El relato, distanciado y para el público, queda en la puesta teatral en manos de Cosme McMoon, personaje que lleva adelante el inclasificable y talentoso Pablo Rotemberg, que a lo largo de la puesta es el gran soporte para el lucimiento de Karina K, no sólo desde el anecdotario que despliega sino desde su acompañamiento al piano, donde pone de manifiesto sus dotes de exquisito concertista.
Fotos de Leonardo Vincenti

Souvenir es, ante todo, un homenaje al teatro y a la música, de la mano de una actriz-cantante como Karina K, que contradice con su performance las normas de la afinación, para lograr “distorsionar” su gran talento para cantar, y de este modo dar vida con frescura y desparpajo a esta “fantasía” acerca de la vida de Foster Jenkins. La artista, de vasta trayectoria en el musical, construye un personaje plagado de sutilezas, de pequeños detalles (la escena en la que junto a Cosme escuchan su primera grabación donde destroza el área “La reina de la noche” es de antología), donde a los desopilantes pasajes cantados le suma lo corporal, y donde, desde el personaje, conviven con su estirpe de gran dama inglesa los condimentos de otras damas más cercanas del humor nacional como las inolvidables Olinda Bozán o Niní Marshal.
Más allá de lo valioso de toda la puesta, el espectáculo se redimensiona en la última media hora: es el momento en el que se recrean algunos de los pasajes de lo que fue la gran noche de la señora Jenkins en el Carnegie Hall, donde la mismísima Greta Garbo fue sacada de la sala “con un ataque de histeria”. Es, además, el momento de mayor despliegue, donde se luce el determinante vestuario creado por Renata Schussheim, y donde Karina K pone a funcionar su inagotable galería de recursos. Es, también, donde el espectáculo se sustenta en los climas más variados: la risa pasa por momentos a un segundo plano; lo grotesco aflora desde su costado más melancólico y la muerte remeda y reconstruye un personaje plagado de encanto que regresa del pasado como un hermoso “souvenir”.

sábado, 9 de junio de 2012

A falta de talento, encanto





El director Ricky Paskhus, Karina K y Pablo Rotemberg, un equipo en el que abunda el talento.


ESTRENO TEATRO. Karina K habla de su trabajo en “Souvenir” , espectáculo en el que da vida a la desafinada soprano Florence Foster Jenkins junto al músico Pablo Rotemberg y bajo la dirección de Ricky Paskhus, que esta noche a las 21 y mañana a las 20 se presenta en el Teatro Municipal La Comedia, de Mitre y Ricardone 




Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 9 de junio de 2012)
Ligada a Rosario desde hace muchos años, cuando a comienzos de la década pasada llenaba de talento el recoleto escenario del inolvidable concert La Traiciónde Rita Hayworth con sus unipersonales, la actriz y cantante porteña Karina K, junto al talentoso actor, bailarín coreógrafo y músico Pablo Rotemberg, bajo la dirección de Ricky Paskhus, da vida a Florence Foster Jenkins (1868–1944), acaso la primera bizarra de la historia musical norteamericana, en Souvenir, imperdible espectáculo que esta noche a las 21 y mañana a las 20 desembarcará en La Comedia(Mitre y Ricardone).
Karina K, de vasta trayectoria en el musical tanto under como comercial, deslumbra en Souvenir, donde se carga al hombro fragmentos de la singular vida de una cantante sin talento pero con gran carisma. Se trata de una versión de la magnífica pieza de Stephen Temperley, en la que la actriz, de conocida virtud para el canto, tiene que representar a una cantante definitivamente desafinada y de oído casi nulo, pero de una infrecuente personalidad que la hizo famosa y hasta la llevó a cantar en el Carnegie Hall de Nueva York.
“El arte de Florence Foster Jenkins era un arte inaudito o mejor dicho, inaudible”, dijo con humor Karina K en el marco de una charla que mantuvo con El Ciudadano acerca de esta mujer.
Todos la criticaban, desde su familia que conocía su falta de talento hasta la prensa. Pero ella era tenaz y quería ser soprano. En 1909 recibe una herencia tras la muerte de su padre, y a partir de ese momento se dedica a cumplir su sueño haciendo recitales en Filadelfia y Nueva York. Jenkins cantaba de una forma desastrosa y tenía muy poco sentido del oído y el ritmo. Aun así, comienza su carrera realizando conciertos privados para un público que ella misma seleccionaba. A pesar de su poca habilidad musical, el público la adoraba por la diversión que esto les causaba.
—¿Cómo describirías a Florence?
—Creo que es una de las primeras  representantes del arte de lo bizarro; fue una artista que se convirtió en un personaje de culto porque la gente quería saber cómo lograba cosas como grabar discos en su época cantando totalmente desafinado; incluso hoy sus discos se siguen reeditando y están en youtube.com. Ella grabó la peor versión existente del aria “La reina de la noche” (La flauta mágica). De hecho, termina consagrándose como la peor cantante en la historia de la lírica en el Carnegie Hall, en el año 44, que además fue su última presentación en público. Es muy interesante su historia y hay dos obras escritas sobre ella, una en Inglaterra y otra en Estados Unidos. De algún modo, es como la antecesora de Ed Wood, que fue el peor cineasta.
—¿Cómo se hace para cantar desafinado y que no se vuelva paródico siendo vos una excelente cantante?
—Mi mejor maestra fue la propia Florence, porque en su momento estuve cinco meses escuchando sólo su disco; creo que fue el mejor recurso para entender su sonido, porque los únicos registros que hay de ella son fotos y audios; entonces, a partir de escucharla, fue que entendí los desaciertos en la técnica. Tuve la suerte de estudiar bel canto con maestros del Colón y el Argentino deLa Plata, y entonces el procedimiento fue al revés: tuve que deshacerme de la técnica, pero al mismo tiempo utilizarla para no lastimar mis cuerdas. Encontré las entonaciones y los calados como para llegar arrastrándome a la nota, raspando el sonido, y al mismo tiempo la parte arrítmica fue un trabajo con Pablo (quien toca el piano en vivo); con quien, con el correr de los ensayos, logramos ir fuera de tempo.
—Es un trabajo de una gran complejidad, porque ese proceso del que hablás está borrado en escena…
—Sí, y tuve que desapegarme de mi propia vanidad de actriz y cantante para lograrlo (risas), y otorgar mi instrumento a la evocación de esta increíble artista, porque fue una artista de lo “no artístico”, o del no virtuosismo, aunque ella sostenía: “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté”.
—Transmitís la sensación de que algo de artistas locales como Olinda Bozán o la misma Niní Marshall se te cuelan en el personaje; ¿puede ser?
—Un poco de eso hay, pero es algo que surge naturalmente; en su momento, recreé el único unipersonal que montó Niní, Y… se nos fue redepente, que el año que viene se cumplen 40 años de su estreno en el Gallo Cojo, uno de los primeros café concert de Buenos Aires. Y entonces los personajes de Niní, de algún modo, conviven con mi impronta; siempre algo queda del sonido, del comportamiento, más allá de que yo hice una composición basándome en las aristócratas inglesas, viendo películas, del mismo modo que imitando la forma de caminar de mi mamá. Es decir: hice como una gran mezcla y apareció esta Florence a quien trato de evocar con el mayor de los respetos.
—También hay una composición desde lo corporal: el cuerpo de Florence no es tu cuerpo…
—No, es el cuerpo de una mujer de entre los 64 y  68 años. Y yo digo que este espectáculo es una bisagra en mi carrera porque enfrenté un rol que me dio mucho temor; es una mujer mucho mayor que yo y no quería caer en esa cosa de la maquieta y el artificio. Creo que de algún modo, lo que surgió, salió de mi viaje a mi propia mujer, Karina a los 70 años. En ese sentido, me ayudó mucho el vestuario de Renata Schussheim, porque con ciertos artilugios el personaje está “amatronado”, y eso también genera que se mueva de una manera particular. Creo que lo maravilloso fue que pudimos generar esa ilusión.
—¿Tenés la sensación de que el público sale de la sala convencido de que si quiere cantar puede hacerlo más allá de cualquier virtuosismo?
—Creo que la gente sale de ver la obra muy inspirada, porque la vida de esta mujer sirve para comprobar que nada determina nada. Creo que la gente entiende claramente esta cuestión de la convicción. Si uno se lo propone, quizás desde la inconciencia, puede atravesar una roca con una flecha; de todos modos, analizando un poco su conducta, es un poco psicótica, porque ella aseguraba tener oído absoluto, estaba empecinada en que era tan talentosa como Lily Pons, que era la magnánima de esa época; incluso fue contemporánea a Caruso, que un día le dijo: “Lo que usted hace es indescriptible” (risas).

Performance como provocación




Foto: Marcelo Martínez Berger (El Ciudadano & la gente)


ESTRENO. La directora Norma Ambrosini habla de “Amar el día, aborrecer el día”, espectáculo que se presenta en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España, y que dirige junto a Diego Stocco, basado en la obra de María de Zayas. En escena, participan Victoria Garay, Valeria Forcadell, Federico Dí namo y Santiago Orlandi

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 8 de junio de 2012)
Tomando como disparador el Barroco y algunos de sus lugares, recorridos, estéticas y personajes, la compañía rosarina de investigación en la performance La Quadrille, que llevan adelante desde hace dos años los directores Norma Ambrosini y Diego Stocco y de la que participan artistas itinerantes, estrenará esta noche, a las 21, en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río, donde repetirá mañana y la semana próxima en iguales días y horarios) Amar el día, aborrecer el día, “un evento basado en la vida de María de Zayas y Sotomayor (Madrid, 1590-1661)”.
“Nada es lo que parece en esta obra, ni el actor, ni el bailarín, ni el vestuario, la escenografía o el resto de sus elementos. Y a la vez nada ha sido azaroso pues, desde el publicista hasta el ingeniero, han vivido una y otra vez la historia que intentamos develar”, adelanta el intrigante parte de prensa de un espectáculo que en escena integran Victoria Garay, Valeria Forcadell, Federico Dínamo y Santiago Orlandi, y que tras las funciones locales participará en la muestra off del Festival de Almagro (España), este año dedicado al Barroco.
El resultado es una propuesta multimedia, siendo el teatro, la poesía, el montaje escénico, la performance y la música en vivo sus elementos constitutivos. 
“Esta propuesta surge a partir de la convocatoria del Parque de España para montar coproducciones tomando como disparador obras de autores españoles, y la idea fue que se tratara de mujeres y poetisas. Así, en el marco de una investigación acerca del Siglo de Oro, y tratando de no caer en los autores más conocidos, fue que abordamos a esta mujer que nos robó el corazón: María de Zayas y Sotomayor”, relató a El Ciudadano la directora Norma Ambrosini acerca de este trabajo que toma el título del poema “Amar el día” de la referida autora, “iniciática del feminismo contemporáneo, del psicoanálisis, y de un realismo mágico sin precedentes que resultan de una contemporaneidad notable”, según adelanta.
Respecto de por qué la poesía se transformó en disparador y con relación a los rótulos que hoy ya no determinan qué es danza y qué teatro, la directora se explayó: “La performance trabaja siempre el lugar del público y de la provocación, y aquí partimos, entre otros caminos, pensando qué determina el vestuario en una obra, si es posible que represente algo distinto a lo que intenta contar el personaje. Es un vestuario importante, que tiene algo de Las Meninas, de Velázquez, aunque el público se va a encontrar con un universo poético, porque todo está atado a la poesía, y es un viaje muy personal por el Barroco; es por eso que aparecen las imágenes de La lección de anatomía, de Rembrandt, o de La Bacanal, entre otras”.
Por otra parte, la directora completó: “La idea es que el público se lleve imágenes del Barroco a partir de estos personajes escritos por María de Sayas que son de una contemporaneidad increíble; más allá de que su lectura es tediosa porque está en un castellano antiguo, invito a todos a que la lean: se van a encontrar con una mujer que, veladamente o no, defendía al género y su rol de artista en un mundo dominado por hombres. Pero, además, el suyo es un universo ligado a lo psicológico: en sus poemas está muy presente la moral de la época, que si bien nos da risa, también nos involucra desde un lugar bastante perverso. Todo eso está presente en sus novelas, que en total fueron veinte, diez de amor y otras diez de desengaños, y es en esas novelas que están basados los personajes que trabajamos que son sólo cuatro”.
Respecto de la convocatoria para el Festival de Almagro Off que tiene lugar los últimos diez días del Festival de Almagro Clásico, la directora analizó: “Fuimos favorecidos también por el Fondo de Ayuda Para las Artes Escénicas Iberoamericana (Iberescena) y el Instituto Nacional del Teatro, y justo este año el off de Almagro está dedicado al Barroco y a las nuevas lecturas del teatro clásico. Estaremos viajando el 21 de julio y, como pasa siempre, uno de los jurados rescató esta obra argentina porque trabaja sobre María de Sayas, que muchos españoles desconocen”.

miércoles, 6 de junio de 2012

Cutre, desaforado, ominoso


Foto: Marcelo Manera 


CRÍTICA TEATRO 


El actor Pablo Mikozzi, bajo la dirección de Tino Tinto, muestra en “Por el lado más bestia” una galería de personajes que vio en la calle, a los que ni juzga ni redime, sino que los expone con ingenio y talento


POR EL LADO MÁS BESTIA 
Dirección: Tino Tinto
Actúa: Pablo Mikozzi
Sala: Café de la Flor, Mendoza 862,
viernes a las 21.30



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 6 de junio de 2012)
La mordacidad puede ser un arma de doble filo si no se entiende la lógica de ese humor que abreva en lo cutre, en lo desaforado, en lo ominoso; en ese campo de lo cotidiano que la sociedad “moderna” prefiere poner al costado del camino porque obstaculiza, nubla, molesta, distancia, disocia, corre de eje.
Por el lado más bestia, elogiado espectáculo unipersonal del actor Pablo Mikozzi con dirección de Tino Tinto, que por estos días reparte cartelera entre el porteño Centro Cultural Konex, donde se presenta los domingos, y el Café de la Flor de Rosario, donde desembarca los viernes, lejos de escaparle a ese costado complejo y muchas veces inasible, lo toma como disparador y lo eterniza en un sinfín de personajes que desde la risa disparan con munición gruesa contra la estupidez, la mediocridad y la ignominia.
Mikozzi (o el Sr. Mikozzi), siempre políticamente incorrecto, no prescinde del monólogo a público o de lo que ahora llaman “stand up”. En el comienzo, le sirve, por las dudas, para ubicar a algún desubicado que quizás no sepa qué es lo que ha ido a ver. Le sirve, además, para decir algunas cosas desde el actor, desde el enorme artista que es, desde esa convención o pacto que una vez “firmado” no admite quejas o reclamos.
Lo que viene después es una galería de criaturas indemnes, al menos en apariencia, pero que, poco a poco, comienzan a despellejarse y a mostrar un mundo, un espacio de pertenencia, lo doloroso, lo agrietado de una cotidianeidad sin remedio que les toca vivir, y lo insoportables o desagradables que pueden llegar a ser, subidas a un carrusel que no da respiro hasta el final.
Paradigma de los obsesivos compulsivos, un adicto a la informática dejará en claro que la incomunicación es el signo de estos tiempos: “Nada más comunicativo que un muro”, dirá en referencia a la portada personal de la red social Facebook mientras que, con singular ironía, ridiculiza los lugares comunes de un universo virtualizado hasta el hartazgo. 
La locura inmodesta de un futbolista que apela a la terapia recién descubierta y se jacta de su elección, entre cantitos funestos de rimas pegajosas, darán paso a Esvástica, acaso el más recalcitrante de todos los personajes, que Mikozzi se calza con una certeza pocas veces vista en un escenario. No es esta “rubia tarada” una más del montón. Por el contrario, xenofobia en dosis incalculables y la prístina mirada de una realidad de camionetas último modelo, shoppings y tilinguerías varias, completarán el pasar de un personaje que detrás de la risa que provoca esconce el más atroz de los mensajes, al punto que matar a un “trapito” en la calle por descuido puede volverse una tentación de risa tan histérica como impertinente.
Cuando el incandescente Parakultural pareciera filtrarse en un off que permite escuchar algunos pasajes del ya histórico “Poema de las conchas”, Mikozzi vuelve recargado con el personaje que, quizás, mejor lo representa: un animador de fiestas infantiles abatido por la rutina y la música de Los Parchís, que odia el lugar que le tocó en la vida (y en el arte), que adiestra a la manada de niños de turno para que cante a coro, y que, al mismo tiempo, da pena desde su patético “mundito”, reconociendo como un equívoco el no haber “estudiado”. En el medio, un pequeño homenaje al teatro con objetos que muestra otra faceta del actor, distiende y maravilla frente a la metralla de palabras oscuras que se acaban de escuchar y de las que estarán por venir. 
Ni el paranoico que habla de la inseguridad y de los alcances de los funestos informes televisivos, ni el portero de edificio facho con su diatriba chismosa y homófoga mientras desnuda su historia de amor “diferente”, alcanzarán para cerrar un viaje en el que el actor, bajo la mirada atenta de su colega Tino Tinto, apela a los personajes que vio o escuchó; son personajes de la calle que lejos de ser redimidos o juzgados, sólo son puestos en primer plano, con una dosis de verdad infrecuente, con la sabiduría que dan la noche, el recorrido, el saber ver e interpretar.
No alcanzan, porque el público pide más. Hay otros que aparecen o desaparecen según la ocasión (según el clima), pero todos están ahí, en el cuerpo del Sr. Mikozzi, prestos para salir a escena.

lunes, 4 de junio de 2012

Retazos de la clase media



CRÍTICA TEATRO

Nicolás Jaworski dirige “El frac rojo”, pieza escrita por Carlos Gorostiza a finales de la década del 80 que coquetea con el grotesco, donde se lucen Mario Vidoletti, Marita Vitta y Aldo Villagra

EL FRAC ROJO
Autor: Carlos Gorostiza
Dirección: Nicolás Jaworski
Asistencia: Soledad Otero
Actúan: Mario Vidoletti, Marita Vitta, Flavio Soso, Aldo Villagra, Bernardo Vitta, Ebelyn Rita
Sala: Cultural de Abajo, San Lorenzo y Entre Ríos, domingos a las 20

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del lunes 4 de junio de 2012)
Una casa de clase media, son los finales de los 80, así lo indican la ropa, los objetos escénicos, el empapelado estampado de los muros, cierta tristeza. Se oye de fondo a Enrico Caruso cantando una de las áreas de la ópera Tosca, de Puccini, no es casualidad. El patriarca de la familia, que escucha en el combinado ese disco hasta el hartazgo, está silente hace años, tampoco es casualidad.
Casi como un coletazo del teatro social de los 60 y 70, El frac rojo, pieza escrita por el maestro Carlos Gorostiza (El puente, El patio de atrás, Hay que apagar el fuego) a finales de los años 80, que coquetea con el grotesco, eterniza en sus palabras y desde un humor accesible, el desencanto de un país que por esos años veía como el sueño de una democracia incipiente se desvanecía frente a una nueva crisis económica y moral, acaso una de las más complejas que haya vivido el país, porque en sus entretelones se vislumbraban los más espurios intereses políticos que darían paso al menemismo, período que pondría en práctica el proyecto económico de la última dictadura, es decir el liberalismo más salvaje.
Es así como en los personajes de esta familia argentina de una clase media que daba sus últimos coletazos, Gorostiza plasma la más ostensible metáfora sobre el desastre de los sueños colectivos, el efecto dominó de lo que comenzaba a representar el dinero y el árbol frente a los ojos que no dejaba ver el bosque, dejando en claro que el “quitarse las caretas” era la única alternativa frente al mar de mentiras imperantes.
Pero en la pieza, las caretas a quitar están dentro de las paredes de la propia casa: mientras el megalómano padre de familia, Amadeo, sueña con inventar un “negocio” que ponga en valor su “ingenio y talento” a la luz de la mirada entre ingenua y cómplice de Elvira, su mujer, el resto de la familia se desintegra, se deshilacha como la manga del frac rojo que no se puede terminar de coser. El hijo prueba las drogas, el abuelo se muere a cuentagotas, y la falta de trabajo (de dinero), parece fagocitar el final, en el cual, como en todo grotesco, ya no habrá máscaras posibles que puedan ocultar la verdad. Frente a todo eso, Amadeo insiste con su pyme y busca un socio: un pequeño emprendimiento para apretar gente que no paga, uno de sus tantos proyectos delirantes y patéticos destinados al fracaso, casi como los mismos que los gobernantes de entonces ponían en práctica.
Por el lado de los logros, el montaje se vale de los hallazgos que significan algunos momentos verdaderamente descollantes en los que Mario Vidoletti y Marita Vitta (Amadeo y Elvira) parecen escapados de la más inasible escena de Matrimonios y algo más. Con su estirpe de capocómico, Vidoletti, actor de una desmesura y entrega infrecuentes, aporta solvencia a un personaje jugado a todo o nada, en su carrera contra reloj por escuchar “a los que tienen la plata” que parecen saberlo todo y a los que se quiere parecer, al tiempo que Marita Vitta suma su experiencia y presencia para componer a Elvira, el gran soporte en el que se apoya el protagonista, dotándola de lo más incómodo que quizás pueda tener un personaje: un rasgo de imbecilidad que la condiciona a decir las cosas más terribles entre la incomprensión y la doble intención, y entre la angustia y la desesperación.
Más allá de algunas irregularidades en los registros de actuación del resto del elenco que pareciera no comprometerse con un género que exige otro nivel de entrega, el otro gran motor de la puesta es el extraordinario trabajo que lleva adelante desde lo corporal Aldo Villagra, quien compone al abuelo. Pocas veces el teatro da la oportunidad de ver a un actor de semejante presencia, acaparando la atención desde el silencio en medio de un mar de palabras. Mimo y clown, conocedor de la estética circense, Villagra entabla con el abuelo un diálogo introspectivo que, sorprendentemente, puede poner en la coloratura e intensidad de cada uno de sus movimientos.
Por lo demás, entre los interrogantes que plantea el estreno de esta pieza, queda claro que el equipo de trabajo buscó priorizar la llegada al público y lo logró, algo sobre lo que el director ya venía trabajando con propuestas anteriores, aunque quizás el montaje necesite dosificar el humor para llegar al registro que requiere el grotesco: por momentos, la risa parece opacar cierta melancolía que está latente en los personajes y que en unos pocos pasajes los actores pueden soltar, dejando en claro que la lógica del grotesco requiere de un estado en el que el actor logra manifestar la compleja agonía de la risa.