“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




jueves, 31 de mayo de 2012

Libres para tocar el viento

“Wayra” desafía los límites de la gravedad en una alocada rutina que mezcla lo tecnológico con la “tracción a sangre”. (Foto: Leonardo Vincenti)



CRÍTICA TEATRO



La compañía porteña Fuerzabruta, que dirige Diqui James, debutó el martes en el Salón Metropolitano con “Wayra”, su nuevo espectáculo, una evocación al juego, el movimiento y la ritualidad festiva




Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del jueves 31 de mayo de 2012)
Cuando todo parece estar inventado, cuando la originalidad se esfuma y la virtualidad se apodera de un mundo habitado por seres humanos que en la medida en que creen estar más y mejor comunicados (por celulares y redes sociales, entre otras ventajas tecnológicas del nuevo milenio), la incomunicación hace mella en sus vínculos, la compañía porteña Fuerzabruta, que anteanoche debutó en el salón Metropolitano (donde seguirá en cartel hasta el domingo), juega en Wayra, desde el campo de lo lúdico y del contagio quinético, a recuperar aspectos de la comunicación más primaria, esa que tiene que ver con el cuerpo en movimiento, con la puesta a punto de los sentidos, con la imitación sin especulaciones (mímesis), factores que lejos de transitar por el lado de la racionalidad se sustentan en algo más primario, fundante e incluso olvidado por las comunidades “evolucionadas” que no amerita demasiada explicación.
Diqui James, talentoso fundador de Fuerzabruta y casi una leyenda de los dorados 80 y el mejor under porteño, parece extrañar la ingenuidad y la alegría que, junto con sus compañeros de la inolvidable Organización Negra, tenía por aquellos años, pero ahora cuenta con el soporte y la producción necesarios como para desarrollar ideas y dispositivos dignos del mismísimo Da Vinci.
Es así como, tomando pasajes de Fuerza bruta (2009), espectáculo que dio nombre a la nueva compañía (un desprendimiento de De la Guarda), el equipo recupera aquí lo más radical de la tribu: lo festivo, el “descontrol”, la fiesta rave, de la mano del otro gran sostén de Fuerzabruta que implica la mixtura musical del eficaz compositor Gaby Kerpel, mentor de los singularísimos grupos King Coya y Terraplén, cuya presencia es mucho más que el soporte sonoro de Wayra. La música es un dato revelador, que aquí, nuevamente, es interpretada en vivo con bombos legüeros y tamboriles, que sumados a las voces son amplificados y distorsionados, sustentando la idea de lo tribal ensalzado con el concepto de fiesta electrónica. 
En Wayra, aquel mismo hombre que corría buscando alcanzar un objetivo imposible mientras la cotidianidad lo superaba a cada paso está de regreso. Ahora, hay más obstáculos (quizás porque el mundo se los sigue poniendo enfrente), mientras trata de escapar de su agobio corriendo sobre una cinta sinfín que no conduce a ninguna parte. 
Son réplicas de una rutina frente a la cual un equipo de alrededor de 15 performers (bailan, cantan, actúan, vuelan colgados de arneses) desafía los límites de la gravedad en una alocada rutina que mezcla lo tecnológico con la “tracción a sangre”, en un equilibrio tan bien dosificado que quien logre abstraerse, al menos por un momento, del enorme “soporte” que implica el pocas veces visto dispositivo escénico, logrará entrar en otra dimensión, conectarse con algo de la niñez, con lo más lúdico, bailar, saltar, ser parte y, lejos de contradecir la norma fundante de toda propuesta teatral que se precie de tal, completar el espectáculo.
Si bien la tecnología ocupa en Wayra un lugar determinante, sólo está al servicio del singularísimo relato: fragmentado, aleatorio, anárquico, fractalizado, pero relato al fin.
Ahora hay escenario y platea (enormes y coherentemente ubicados) y todo, en algún momento del espectáculo, adquiere protagonismo, lejos de un supuesto distanciamiento que en propuestas de similares características provocan los lugares “estáticos”, porque la clave está, básicamente, en compartir el espacio escénico. 
De todos modos, el gran espacio dinámico (el central, a modo de sambódromo) se articula a partir de las incesantes intervenciones de dispositivos de piso y aire, dentro de los cuales la pileta de Fuerza bruta aparece dividida en dos, ahora con movimientos autónomos (sube, baja, recorre), y donde el equipo ha profundizado en la realización plástica que implican el movimiento del agua, la intervención de la luz y el color, y la presencia en ella de los cuerpos, logrando pasajes tan pictóricos que alimentan el concepto buscado de que el agua “contradice” las normas de la gravedad.
También, algo de aquella Victoria Alada que encabezó la performance que el mismo equipo llevó adelante en el marco de los festejos por el Bicentenario reaparece para montarse en un recorrido abismado, de saltos
al vacío, papelitos que vuelan por el aire y arengas a un público que si a esa altura del espectáculo no está en movimiento es porque no entendió de qué se trata. De hecho, los hay, incluso muchos, distanciados por los medios digitales, que eligen ver el espectáculo a través de la óptica de su moderno celular. Esos tampoco entendieron, pero ya se sabe, no es bueno juzgar al público.
No obstante, tras una serie de atractivos cuadros que se suman y replican ocupando y articulando el espacio de modo tal que se pierdan las normas que determinan qué se mueve y qué no, una de los momentos más sugestivos de toda la puesta es la incorporación de un domo, una gran burbuja translúcida que cubre la platea poco después de recorrer las cabezas y las manos de brazos extendidos de los extrañados espectadores, a partir de la cual la sensación de gravedad parece quedar velada por un viento que de brisa pasa a vendaval. Es el preciso momento en el que la voz quechua que da origen al nombre del espectáculo, el “wayra”, se hace presente, y quizás, haciendo honor al “wayra muyu” (viento circular), ese “viento que se levanta de la tierra” y eleva y se eleva, la invitación al baile y al vuelo ya no se pueden resistir: una torre, dos DJs, tubos circulares, y como caminantes lunares algunos afortunados viven la experiencia montados en arneses. Poco después, todos vuelven al escenario; final y principio de una fiesta que junta pasado ancestral con presente de celulares inapagables, movimiento afro y murguero, corridas por muros fulgurantes, baños de luz en piletas transparentes y la más efervescente sensación de libertad.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Noche de cuerpos evaporados

María Cecilia Borri y Emiliano Dasso, dos actores de inquietantes presencias.

CRÍTICA TEATRO 


El debutante Felipe Haidar concretó una singular adaptación de “La tercera parte del mar”, texto de Alejandro Tantanián, que cuenta con las inquietantes actuaciones de María Cecilia Borri y Emiliano Dasso


LA TERCERA PARTE DEL MAR

Autor: Alejandro Tantanian
Dirección: Felipe Haidar
Actúan: María Cecilia Borri, Emiliano Dasso
Sala: La Manzana, San Juan 1950, domingos 
las 21.30


Por Miguel Passarini (Publicado por El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 30 de mayo de 2012)
Una mujer que dice saber el idioma de Dios, una mujer que se revela como el paradigma de otras que  desaparecieron y que, quizás, son ella misma; la tortura como rasgo determinante de la infancia y la presencia de un hombre (el padre) que vuelve en otro cuerpo en un claro guiño a la tragedia, para poner a funcionar, una vez más, la belleza de las palabras más terribles, asegurando que la belleza “no es más que terror domesticado”.
En su devenir, el teatro argentino de la post dictadura impregna en su escritura una rara mixtura en la que se conjugan los dramas más feroces con algo de los recursos del policial negro, y la fuerte presencia de lo siniestro con el más singular universo poético. 
Podría afirmarse, incluso, que en cierta dramaturgia de los años 90 y un poco más acá (Alejandro Tantanián, Daniel Veronese, Luis Cano, Rafael Spregelburd), se tejen entramados que buscan desde la oscuridad poner a la luz aquello que el consciente pareciera no poder descifrar en palabras que puedan “decirse”. Se trata de textos que se revelan atractivos para la lectura, de una gran provocación, pero al menos en apariencia, imposibles de poner en escena, indescifrables en el “aquí y ahora” del teatro, porque abrevan en una vastedad y multiplicidad de sentidos que generan la sensación de revelarse como inabarcables para un sólo montaje.
Resignificando con singular ingenio uno de estos textos aparentemente “inasibles” de aquella etapa, el debutante Felipe Haidar, puso en valor desde la puesta y las actuaciones La tercera parte del mar, de Alejandro Tantanián, obra estrenada en Buenos Aires en 1999.
Si algo quedaba de cierto realismo en el comienzo del texto original (un hombre que sufre un accidente y en medio de la noche, abrumado, llega a la casa de una misteriosa mujer), ya no está, y cada espectador deberá reconstruir la pequeña prehistoria que une fortuitamente (o no) el destino desdichado de Victoria y Rodrigo en una especie de limbo entre cielo e infierno, donde la muerte, siempre presente, como suele hacerlo, les jugará una mala pasada, y hasta se reirá con su mueca más grotesca.
Frente a espejos que fragmentan y deforman lo que el espectador puede ver a simple vista, Victoria, casi como una niña que pide ser nombrada “para existir”, comienza a mover las fichas de una jugada en la que pasado y presente serán puestos a prueba, dejando entrever que otra realidad se teje a la sombra de esa que aparece en primer plano. Se hablará de lo aprendido: muertes, mutilaciones, vejaciones; de cierta sexualidad más ligada a la perversión que al placer, y del mar, como la contemplación y la abstracción de un todo. Es, precisamente, esa historia de cuerpos arrojados al mar, de torturas inenarrables, de entierros funestos, de la singularidad de un modo de construir vínculos desde los mecanismos más perversos, lo que traerá al presente los pasajes más oscuros y ominosos de la última dictadura militar, sobre todo si se tiene en cuenta que el título de la obra remite al pasaje bíblico del “Apocalipsis” que refiere: “La tercera parte del mar se convirtió en sangre”.
De este modo, tomando elementos del teatro antropológico y parándose en la vereda opuesta a la del realismo naturalista que ocupa la escena independiente argentina actual, la propuesta de Haidar, al frente de Enjambre P (el colectivo artístico del que participa), desafía esas normas vigentes en la escena contemporánea como son una marcada avidez por el humor (del tono que sea) y un ritmo que muchas veces atenta contra lo más orgánico del campo de lo narrativo. En cambio, elige el riesgo y lo pone en primer plano.
El riesgo (aquí, el más abismal salto al vacío), acaso uno de los pocos caminos que le quedan al teatro que va por fuera de las lógicas de lo comercial, aparece, en primera instancia, en la elección del texto, para luego hacerse carne en la adaptación y fundirse, finalmente, en los registros de actuación, en sus exquisitas formas, donde la presencia del cuerpo (la única herramienta segura con la que cuenta todo actor) se vuelve un signo difícil de contrastar frente a todo lo demás que aparece en la puesta, como la música, unos pocos objetos escénicos usados con particular inteligencia, y una cuidadísima puesta de luces que se revela como todo un signo a nivel dramático. Del mismo modo, la puesta pone a su favor la clara intencionalidad del uso del afuera de la sala (antes, el ingreso del público), que funciona como ese ámbito “indeterminado” y  “mutante” al que hacen referencia los personajes.
El de Tantanián es un texto por momentos escabroso, que en su reconstrucción escénica (donde el creador, entre otras cosas, apela a Lorca en sus intervenciones) pone atención en la poética de lo siniestro para luego pasar a la poética de un mundo más cotidiano (sin perder ese primer registro de lo siniestro), dejando entrever que eso de lo que se habla puede estar mucho más cercano de lo que se piensa, y que aquello que en principio se revela como extracotidiano, con un simple cambio de tono, se vuelve ordinario, corriente, visible. 
De este modo, apoyado en la (infrecuente) entrega de María Cecilia Borri y Emiliano Dasso, dos actores de inquietantes presencias y, sobre todo, en la profundidad a la que puede llevar el análisis agudo de un texto que a primera vista no deja ver lo que oculta en sus laberintos, seguramente, el nombre del joven Felipe Haidar, de sólo 21 años, sonará con fuerza en la producción teatral de los próximos años, más allá de que este singularísimo debut se vuelva, con el tiempo, un desafío difícil de superar.

viernes, 25 de mayo de 2012

“El argentino me conmueve”

“En realidad, soy como una máquina que caga personajes”, sostiene irónicamente Pablo Mikozzi. 

TEATRO CONCERT. El talentoso actor porteño Pablo Mikozzi habla de su unipersonal “Por el lado más bestia”, en el que rescata una serie de personajes, entre patéticos y salvajes, con los que alguna vez se cruzó en la calle, y que esta noche, a partir de las 21.30, se presenta en el Café de la Flor de Mendoza al 800





Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 25 de mayo de 2012)
“Después de varios años haciendo funciones en Buenos Aires, hemos decidido emprender viaje hacia distintos parajes del vasto suelo de la república que nos parió, Argentina en este caso”, escribió el Sr. Mikozzi (así lo conocen en el ambiente) en su blog hace poco más de un año, anunciando que su elogiado unipersonal Por el lado más bestia arrancaba una gira. En ese recorrido, Rosario se convirtió en una parada en la que el actor Pablo Mikozzi parece sentirse a gusto. Tanto es así que cada viernes, a las 21.30, en el Café de la Flor (Mendoza 862), arremete con su habitual ímpetu, escudado en los singulares personajes que integran la variopinta galería de su espectáculo de “humor ácido y peligrosamente real”, tal como lo define. 
Por el lado más bestia es una recopilación de monólogos que fui haciendo desde 1999; todos ellos nacieron a lo largo de mis caminatas en las cuales miraba con sorpresa la jungla de cemento para luego encerrarme a escribir sobre aquello que había observado y sentido. De ese ejercicio silencioso de observación y narración nacieron las criaturas que hacen a este espectáculo, monólogos que se fueron haciendo a base de intuición y exposición permanente. Busco mostrar el lado B que todos tenemos adentro. Creo que todos tenemos un lado marginal y peligroso, otro paranoide y represor, pero caminamos derechos para que nadie vea nuestra parte más oscura, nuestra parte «más bestia». En el show desnudamos a los personajes, los dejamos expuestos y sufrimos y nos reímos con ellos, mostramos con naturalidad y elocuencia las contradicciones y la locura de la ciudad, de personajes desmesurados y aberrantes, pero peligrosamente reales. La idea es poder reírse de lo peor, decir aquello que todos tenemos ganas de decir pero no podemos. Tenemos la necesidad de reír, nuestro país pasó por tantas crisis, mentiras y robos, que se puso un poco triste; creo que todavía nos falta humor. Reír con sentido alivia y da esperanzas”, escribe Mikozzi acerca de su propuesta, que cuenta con la dirección de Tino Tinto.
—He leído alguna reseña de tu espectáculo donde te definen como “un documentalista de la realidad”. ¿Estás de acuerdo con esa lectura?
—Yo sólo puedo verlo desde adentro y no sé si el mío es un registro documental; uno va escribiendo acerca de las cosas que le van ocurriendo o que le van conmoviendo. Sí tiene que ver con las cosas que, por lo menos, veo yo, y en el espectáculo hay una fauna de personajes bastante patéticos y al mismo tiempo, bastante salvajes. 
—¿Cuál sentís que es el “lado más bestia”, el del teatro o el de la vida cotidiana?
—Siempre el lado más bestia no está en el teatro sino en la vida. En el teatro se juegan algunas cosas simbólicamente, con garra, fuerza y fuego, pero simbólicamente. En cambio, lo otro es la vida real y la crueldad, para algunas personas, puede no tener límites.
—¿Cuáles son algunos de esos personajes que alguna vez viste y que hoy aparecen en el espectáculo pasados por el tamiz del teatro?
—Hay una chica que se llama Esvástica, y es un personaje muy festejado por el público porque es muy real, es de esa gente que te dice cosas terribles con una normalidad que, cuando lo llevás a escena, resulta para algunos algo impostado, “muy agresivo”. Sin embargo, cuando la gente asocia ese personaje con la realidad, toma conciencia de que en la vida ve cotidianamente personas o situaciones que pueden ser aún más terribles. Esta chica es de esas que le dicen cosas terribles a la gente y que rematan: “Perdón, estuve re esvástica, pero me sale de corazón, no lo manejo”. Todos los personajes están comunicados entre sí por ese costado de la realidad.
—Entre la extensa galería, aparece también un indigente que tiene un discurso singularísimo…
—Sí, se llama Rey Lumpen, y es un tipo que estaciona los autos y pide una monedita a cambio; vive en la calle y tiene una edad indefinida. Es un personaje como muchos de esos con los que nos cruzamos todos en las calles de las ciudades cotidianamente, con el que aprovecho para decir algunas cosas que me gustaría que esa gente le diga a otra gente, aunque yo lo haga simbólicamente. Y también hago un hincha de fútbol que va a terapia. Es el cliché del hincha de fútbol, pero le canta algunas canciones al psicólogo, como por ejemplo una que dice: “A terapia voy a saber quién soy, de terapia vengo cuantas dudas tengo” (risas).
—¿Sentís que el teatro, desde el bufón que sos, te permite abordar un lugar de mucha verdad, que es el lugar de los actores?
—En general, y a grandes rasgos, me peleo bastante y me aburre bastante el teatro. Lo que sí me parece que es de verdad y que está viva es la palabra, y la palabra que es dicha en vivo y delante de la gente, pero no sé si el teatro es de los actores como decís, porque siento que, muchas veces, los actores de teatro están “teatralizados”. Yo creo que para poder obtener un hecho real y en vivo, hay que estar ahí, y eso es lo más lindo del teatro y al mismo tiempo lo más complejo. Lo que hago en el humor dista bastante de los espectáculos con “cuarta pared”, es decir con lo que sucede en las salas teatrales. Hay cosas de ese teatro a las que yo no les creo, más allá del quilombo que esto que digo me genera con los teatreros.
—Cuando hablás de tu propuesta, ¿te referís a los espectáculos que son, como en este caso, montados en espacios no convencionales como puede ser un bar-teatro?
—Sí, me refiero a que acá está la palabra alzada, con la mirada de esos personajes puesta en la gente, en el contexto de una democracia como la nuestra a la que le ha constado mucho crecer, y no sé si ha crecido o está creciendo un poco cada día. Me parece muy importante el hecho de decirnos las cosas mirándonos a la cara, en vivo, mirando al otro a los ojos, y no con una metáfora tan escondida o tan suave. Por ejemplo: en estos días fui a un acto escolar de mi hijo y es el reflejo de lo que te digo, allí está presente esto de la falta de la palabra para llegar a conmover al otro, la falta de una mirada. Hay maestras que hablan o leen en voz baja y eso es algo terrible si se está intentando manifestar una idea, comunicar algo, y ni hablar de enseñar. Me encuentro con mucha gente que no puede hablar en público, no se puede parar frente a otros y dar una opinión, decir dos oraciones seguidas. Seguramente tenga que ver con que, por muchos años, vivimos en un país que no aceptaba ningún tipo de críticas.
—¿Qué cosas tiene que tener un personaje de esos que ves en la calle para que te resulte atractivo, “recreable”?
—No lo sé…, en realidad soy como una máquina que caga personajes (risas). La verdad es que no sé qué decir, no sé qué tiene que tener; seguramente se trata de personajes que tengan este lado “más bestia”; creo
que lo que más me interesa de un personaje son sus contradicciones, que en definitiva hacen al equilibrio de la persona, esos casos en los que se dice una cosa pero se hace otra, cuando el personaje tiene un doble discurso o bien cuando no se da cuenta de lo que está diciendo y desde dónde lo está diciendo; todo eso me llama mucho la atención, como la mayoría de las cosas que tienen que ver con la injusticia social, porque
se trata de cosas que me conmueven, o las crueldades que uno ve cotidianamente, como los desatinos verbales que, al contrario de lo que se cree, yo siento que son sabios, porque en el fondo están hablando de nosotros; el argentino me conmueve.
—Al final, sos un poco “documentalista de la realidad”…
—De todos modos, quiero correrme de esa visión en la que pareciera que uno tiene una lupa y está mirando al otro para imitarlo. En mi caso no es así, sino que es mucho más complejo porque yo soy cada uno de esos personajes. Más allá de que se trata de algunos personajes con los que alguna vez me crucé, no podría nunca salir a la calle a espiar a la gente para ver qué se me ocurre hacer con eso. A veces, el personaje más común, que también soy yo, es el que más gracia me da. Creo que uno, tratando de ser progre, se evalúa a sí mismo y se encuentra con que uno es medio patético, medio reaccionario y bastante peor de lo que quiere ser o de lo que imagina que es. Creo que esto de entender que todos los seres humanos tenemos un poco de todo es lo que nos sirve para entender al más lejano. Y, de ese modo, estás haciendo humor para gente toda distinta y no para guetos.

Secreto en la llanura




CRÍTICA TEATRO 


Damián Ciampechini dirige a los actores Cristian Galati y Ricardo Pagliaro en una singular versión de “La China”, de Sergio Bizzio y Daniel Guebel 


LA CHINA

Autores: Sergio Bizzio, Daniel Guebel
Dirección: Damián Ciampechini
Actúan: Cristian Galati, Ricardo Pagliaro
Sala: Amma, Urquiza 1539, sábados a las 22



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 21 de mayo de 2012)

La soledad es mala consejera, ya se sabe, y muchas veces, el vacío que genera obliga a las personas a tomar decisiones que, en gran medida, no tienen retorno porque se vuelven extremas. Partiendo de una premisa parecida, los autores Sergio Bizzio y Daniel Guebel, dieron forma a La China, acaso uno de los textos más misóginos y por momentos revulsivos que haya producido la dramaturgia nacional que, sin embargo, parece haber encontrado en el público un espacio en el que la risa se vuelve un mecanismo de defensa frente las situaciones que plantea la pieza, estrenada originalmente en Buenos Aires, en 1995, bajo la dirección de Rubén Szuchmacher, con las actuaciones de Ricardo Bartis y Gustavo Garzón.
Tras algunas funciones realizada en 2011, La China volvió a los escenarios locales, ahora de la mano del director Damián Ciampechini (se conoció otra versión dirigida por Miguel Bosco), quien inclinó la balanza en forma radical para el lado del humor porque, de otro modo, pareciera que no podría sostenerse hoy un texto semejante.
La China cuenta la historia de Páez y Sosa, o quizás un momento de la historia de estos dos gauchos prototípicos perdidos en un rancho en el medio de La Pampa, hastiados de un horizonte siempre lejano en el
que lo único que esperan ver es la silueta de una mujer (La China en cuestión, a la que definen como “una mercenaria del amor”) que, al parecer, traerá a ambos un poco de alegría frente a tanta desolación.
Así, con la manifiesta intención de “pinchársela”, tal como ellos mismos dicen hasta el cansancio, la brutalidad con que son expuestos estos personajes, con sus aberraciones ideológicas y limitaciones físicas, no deja más remedio que la risa, frente a la crudeza y el desparpajo con la que describen su cotidianeidad y su falta de “afecto”.
Ciampechini tiene a favor el trabajo de dos actores entregados a la causa que entendieron su mirada pero que, quizás, estaban dispuestos a más, porque no temen a la hora de ponerle el cuerpo a dos personajes que pasan del grotesco al ridículo, del mismo modo que se desenvuelven con holgura dentro del rancho que comparten y que, junto al resto de la puesta, vestuario y maquillaje, se revela como un claro homenaje a la estética de Florencio Molina Campos, dado que todo remeda a aquellas postales gauchescas casi paródicas que por décadas ilustraron los almanaques de Alpargatas.
Del mismo modo, ciertos giros en los diálogos que buscan la inevitable risotada de parte de la platea, están dosificados a modo de remates, de modo tal que la risa no se superponga a los parlamentos, en un devenir  en el que la risa parece ser la única “reacción” posible de parte del público.
Sin embargo, algunos otros condimentos como una serie de proyecciones, empastan la imagen, saturan el cuadro compuesto correctamente en vivo por los actores y la escenografía, detrás de uno de los pasajes más logrados por la dupla Galati-Pagliaro, en el que los gauchos recurren a las drogas para paliar su soledad. A su vez, la continuidad de la trama no explota lo suficiente algunos correctos cambios de registro en los cuales de la risa se pasa al silencio, apelando a un recurso que es propio del grotesco, que sirve para atomizar la “risotada” y poner en primer plano lo espantoso y hasta lo siniestro que ofrece el relato.
Por lo demás, resulta un hallazgo el guiño a Secreto en la montaña, la premiada película de Ang Lee, del mismo modo que el tratamiento que se le da a todo lo “pictórico” de la puesta, que luego del relato y de las actuaciones, es el otro gran protagonista de esta recomendable versión de La China.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Danza de México y una revista “Inquieta”




ADELANTO. El miércoles 16, desde las 21.30, en la sala Lavardén de Sarmiento y Mendoza, la agrupación Cobai abre 2012 con la presentación de las obras “Tras la sombra de los pájaros” y “Deseo”, y el lanzamiento del quinto número de su publicación




Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 9 de mayo de 2012)

Cobai, agrupación que reúne a coreógrafos, 
bailarines, investigadores del movimiento y expresión corporal independientes de la región, arranca con su programación 2012 con un evento internacional que contará con la presentación de dos puestas que llegan desde México. De este modo, el miércoles 16, a partir de las 21.30, en la sala Lavardén (Sarmiento y Mendoza), se ofrecerán las obras Tras la sombra de los pájaros y Deseo, al tiempo que Cobai presentará oficialmente el quinto número de Inquieta, su publicación dedicada a la investigación en danza.
Tras la sombra de los pájaros se inscribe dentro de la estética de la danza butoh, y cuenta con la interpretación y colaboración en creación de la bailarina Isabel Beteta. Esta pieza coreográfica, dirigida por Natsu Nakajima, reflexiona, a través de la danza, las imágenes poéticas y el silencio, sobre temas sustantivos y amenazantes en la existencia humana: la vejez, los recuerdos y la muerte.
Por su parte, Deseo es una puesta de danza contemporánea del grupo Cia Nemian.
Según adelanta el parte de prensa, “se trata de un trabajo extremadamente visual, pensado en imágenes casi como pinturas japonesas o chinas, que utiliza la estética y el lenguaje del Tai-Chi, en la especialidad del abanico, de una manera coreográfica novedosa, donde el vestuario juega un papel importante tanto en lo visual como en su manejo particular”.
Cobai lleva adelante este evento en conjunto con la revista DCO Danza, cuerpo y obsesión, de México, con el auspicio del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe.

Acerca del cuerpo y el movimiento 
El quinto número de la revista sobre danza y artes del movimiento Inquieta, que se conocerá en el mismo marco, cuenta con un dossier especial sobre danza y comunicación.
La publicación introduce al lector en el mundo de la danza y las artes del movimiento desde diferentes ópticas, con el desarrollo de contenidos propios y la convocatoria de colaboradores especializados. El objetivo de la revista es acercar a los lectores al pensamiento filosófico, estético y técnico del arte contemporáneo en relación con la danza. Además, se propone producir contenidos temáticos en torno a grandes ejes, como el tiempo, el espacio, los lenguajes y el cuerpo, entre otros.
Inquieta es uno de los proyectos ganadores del Concurso de Nuevas Revistas Culturales Abelardo Castillo 2011, organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación.

La prepotencia en el relato



CRÍTICA TEATRO



La corrosiva e inquietante “Lluvia constante”, de Keith Huff, con actuaciones de Rodrigo de la Serna y Joaquín Furriel, dirigidos por Javier Daulte, pasó el último fin de semana por el Astengo con tres funciones a sala llena



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 15 de mayo de 2012)
En Lluvia constante, el autor norteamericano Keith Huff pareciera preguntarse qué es lo que desata una tragedia, cuánto de pasión y de traición se debe combinar para que aquello que a simple vista parece un juego de niños, se tiña de un rojo intenso, se vuelva oscuro y siniestro, y termine corriendo de registro lo que, en ciernes, no es otra cosa más que una comedia, quizás, dramática.
Aplaudida en varios escenarios incluido el porteño complejo La Plaza donde se presentó durante 2011, la versión argentina de Lluvia constante pasó el último fin de semana con tres funciones repletas por el Auditorio Fundación Astengo, para seguir confirmando la amplitud de públicos que pueden sumarse al sentido que busca este texto, en apariencia pequeño porque es pequeña la historia que cuenta, pero que, desde su pequeño conflicto, que parte de la idea de su autor de subvertir el género policial, analiza problemáticas propias del mundo contemporáneo tales como la ruptura de los vínculos y la dimisión de los valores más elementales en personas que, a primera vista, parecieran hacer un alarde de esos mismos valores.
Como pasa con muchas tragedias, aquí también hay una amistad que es puesta a prueba: la historia de Rodo (Joaquín Furriel) y Dani (Rodrigo de la Serna) es la de dos amigos de la infancia que parecen haberlo compartido todo, incluso, de adultos, el trabajo. Son dos policías de calle de una ciudad de hoy, donde la corrupción es parte de su mundo, en el contexto de una cotidianeidad plagada de situaciones complejas, que ponen a prueba sus principios éticos y morales.
De este modo, la convivencia se vuelve extrema, se polariza, y la lealtad se agrieta entre la adicción al alcohol y la eterna soledad de Rodo y la violencia doméstica y las mentiras de Dani, y en cierta simbiosis en la que ambos se van fagocitando para terminar parándose uno en el lugar del otro, dejando en claro que en la vida no siempre se hace lo que se quiere sino lo que se puede.
En Lluvia constante brilla, ante todo, la inteligencia de un texto que se revela como eminentemente narrativo, distanciado de los registros de actuación habituales, que somete a los actores a un desafiante “tour
de ford” en el que De la Serna, reciente ganador del Florencio Sánchez al mejor actor, pone a funcionar su conocido y camaleónico registro de actuación, en el que, del mismo modo que agita en pasajes un humor clownesco, en otros, parece escapado de la más sangrienta tragedia griega. 
El efecto bélico de la traición es aquí acompañado con el comienzo de la lluvia: afuera llueve y adentro (del conflicto) se empiezan a desentrañar (a “lavar”) los costados más ocultos de los personajes y sus historias.
Más allá de los cambios en la puesta (en las funciones locales, un auto que aparece en escena fue reemplazado por un carro) y en la magnífica escenografía de Alberto Negrín (la original, acentuaba la sensación de opresión), la obra se deposita en el trabajo de los actores y en cómo desandan el relato, de la mano del siempre atento Javier Daulte, acaso el director del under que menos ha traicionado su mirada en el salto al vacío que suele resultar el paso hacia un teatro más comercial.
Por lo demás, la pieza resulta sumamente atractiva para el público argentino, quizás porque en su trama se trabajan problemáticas cotidianas como la inseguridad, el gatillo fácil, y la falta de lealtad y las contradicciones en lo que, se supone, debería entenderse como familia, hechos y circunstancias que se sintetizan en una frase que integra uno de los parlamentos, y que sostiene: “A veces, para salvarse, hay que perderlo todo”.

Una familia, entre distorsión y perversión




ESTRENO TEATRO. Los sábados, a las 22 en el CET, de San Juan al 800, se presenta “Telarañas”, obra escrita por Tato Pavlovsky, con las actuaciones de Julia Tarditti, Federico De Battista y Nicolás Palma, bajo la dirección de Malén Meazza

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 5 de mayo de 2012)

Telarañas, un clásico de la dramaturgia de Eduardo Tato Pavlovsky escrito y estrenado a fines de la década del 70, regresó a la cartelera local de la mano de un joven equipo artístico que de este modo se constituye como grupo de trabajo.
La puesta, que se presenta los sábados a las 22 en el CET (San Juan 842), cuenta con las actuaciones de Julia Tarditti, Federico De Battista y Nicolás Palma, bajo la dirección de Malén Meazza, con la asistencia de Carla Tealdi, diseño de vestuario de Pilar Ramos y Ramiro Sorrequieta, y música original y material audiovisual de Sistema de Sonido Descontrol (David Gustafsson, Germán Illuminati, Osvaldo Zulo).
La obra, una producción general del novel grupo Dedoenelojo Teatro, resultó ganadora del Concurso Subsidios para Teatro 2011, del área Artes Escénicas de la Municipalidad de Rosario.
Si bien el relato en el momento de su estreno en 1977 hablaba metafóricamente, a partir de una familia, de la destrucción de un país frente a los embates de la dictadura, hoy, desde la adaptación propuesta, está hablando de otra cosa. “Se trata de mi trabajo de tesis de la carrera de dirección, que se presentó en diciembre pasado a modo de preestreno. Este es el estreno oficial, y la obra muestra a una familia, los padres y su hijo. Es un texto muy comprometido con la temática de la dictadura, por eso fue que preferimos aislarlo en cierto modo de aquél contexto y traerlo más a nuestra contemporaneidad”, relató a El Ciudadano Malén Meazza, quien agregó: “Nosotros como jóvenes de entre 20 y 30 años, más allá de hablar de las relaciones fascistas dentro de la familia, le damos una vuelta aportando a la trama la historia que vivimos como una generación que es hija del modelo neoliberal instalado por el menemismo”.
“Hoy, nosotros, –continuó la directora– como generación, nos sentimos de algún modo los hijos del modelo neoliberal que, incluso, viene desde la época de la dictadura militar, por eso es que buscamos develar en la intervención del texto, es decir a través de un hecho artístico, la estructura ideológica que subyace en toda las relaciones familiares”.
En la puesta, la resistencia de un chico que fue criado en el maltrato y la ignorancia, queda librada al azar del destino: “Su suerte se juega en la ruleta y gana la desgracia. El padre y la madre desvarían con sueños superfluos y miran la realidad por la puerta de un ropero, en un intento por negar que son parte de esa misma realidad”, adelantan desde el grupo, al tiempo que completan: “Se juegan entonces relaciones perversas y tergiversadas, donde cada uno lucha de forma mediocre por sus propias necesidades, donde se percibe algo que nos roza o nos toca demasiado de cerca a todos”.
“De todos modos –completó la directora–, hacemos un pantallazo de lo que pasó desde el momento en el que se escribió la obra hasta este tiempo, porque lo que más nos atrajo del texto es su vigencia. Por eso tratamos de que el espectador tenga algún tipo de identificación con lo que pasa en escena, con esa distorsión de la realidad que provocan estos personajes”.

Tras la resaca de un cumpleaños atípico





ESTRENO TEATRO. Los viernes, a partir de las 22, en La Manzana, el grupo local The Jumping Frijoles, con dirección de Cristian Marchesi, presenta “Sigo mintiendo”, una comedia de la actriz y directora porteña Mariana Chaud 


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 4 de mayo de 2012)

En el año 2005, la actriz Mariana Chaud irrumpió en la escena porteña como dramaturga y directora con Sigo mintiendo, un espectáculo que más allá de apelar a un humor absurdo, bastante transitado por entonces, dejó una marca en la producción escénica de aquel momento por la particularidad de su estructura narrativa. 
Ahora, el grupo local The Jumping Frijoles, equipo de trabajo con más de diez años de trayectoria en la ciudad, estrenó su versión de la misma obra, que se presenta los viernes, a las 22, en La Manzana (San Juan 1950), con las actuaciones de Juan Pablo Biselli, Daniela Martinangeli, Lucrecia Panzia, Marcela Ruiz y Juan Pablo Yevoli, con la asistencia de dirección de Germán Basta y dirección general y puesta en escena de Cristian Marchesi.
Según se adelanta, la puesta muestra una particular fiesta de cumpleaños, o bien lo que quedó de un cumpleaños. Entre los resabios de este evento se encuentran una cumpleañera, un novio, una hermana menor, una amiga y un Príncipe Azul, que es azul porque es un extraterrestre, compartiendo una noche de forzada celebración.
“Se trata de un festejo que dejará expuestas las relaciones afectivas de estos personajes, sus ridículos deseos y pequeños fracasos. La insoportable exposición de imposturas, simulacros y vacuidad de la existencia de sus protagonistas y su imposibilidad de comunicación y vínculo”, adelantan.
“Es una comedia acerca de lo que le pasa a un grupo de personas que festeja un cumpleaños. En realidad, todos participan de un cumpleaños bastante forzado porque están incómodos con la situación, hasta que se sorprenden con la llegada de este singular personaje que es un extraterrestre. De todos modos, en medio del disparate que resulta todo esto, el arribo de este singular personaje sorprende más a la platea que los participantes del cumpleaños, porque ellos no pueden ver más allá de sus narices”, relató a El Ciudadano la actriz Marcela Ruiz. 
El resultado es una comedia ágil y contemporánea, que plantea varios tópicos y preocupaciones cotidianas de la generación de los que están rondando los 30. “Habla de una problemática generacional, de gente que ni siquiera puede notar que está delante de un extraterrestre que tiene algo para decirles y a quien confunden en medio de su enorme confusión”, acotó la actriz.
Frente al desafío que implica la propuesta para un grupo de trabajo acostumbrado a trabajar en escena desde la improvisación, la actriz reflexionó: “En particular, el gran desafío fue la dramaturgia, porque la obra tiene un juego con el tiempo narrativo que se vuelve muy interesante pero a la vez complejo de contar, y que es lo que vuelve realmente divertida a la obra. Creo que es una propuesta cuyos personajes tienen bastante que ver con nosotros como personas, con lo que estamos atravesando en este tiempo, y con lo que teníamos ganas de contar como grupo de trabajo. Eso lo pudimos confirmar después, trabajando con el director, que al leer la obra se la imaginó con todos nosotros adentro”.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El final de todo en un segundo



CRÍTICA TEATRO

El talentoso actor, clown y director marplatense Toto Castiñeiras, integrante del Cirque du Soleil, ofreció el viernes en la sala Lavardén una función de su extraordinario e inclasificable unipersonal “Finimondo”


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 2 de mayo de 2012)
Tomar conciencia de la finitud, llegar a un destino que quizás no es el deseado pero habiendo sido fiel a los sentimientos, y un circo, cuya recoleta trastienda es la excusa perfecta para reconstruir las instancias de un viaje en el que la vaguedad se vuelve todo un signo. Es China, París, Venecia o la Argentina, qué más da si en escena irrumpe un clown (un actor, narrador, performer) extraordinario que viene a desandar su historia de amores contrariados, pérdidas y hastíos.
Detrás de la risa está la tragedia, ya se sabe. Es que Finimondo es un espectáculo de clown trágico, porque dista bastante del humor blanco que le da origen. En el se revelan los avatares de un clown que apenas comenzado el espectáculo trasciende los lugares comunes de una estética compleja y muchas veces “maltratada”, para pasar a un estado en el que la complicidad con el público, el humor absurdo y los irremediables ribetes funestos de lo que se cuenta son los soportes por los que transita su inclasificable pero irresistible propuesta.
De este modo, quedó demostrado que el actor, dramaturgo, director y clown marplatense Toto Castiñeiras, que el viernes último pasó por la sala Lavardén con Finimondo invitado por el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia, es mucho más que “el argentino de Quidam”, elogiado trabajo de la compañía canadiense Cirque du Soleil, para la que trabaja desde 2004.
Finimondo es su rutina personal y singularísima, creada en 1999 y en constante cambio, en la que, además, brillan el vestuario de Renata Schussheim, la escenografía de Amadeo Azar, las luces de Omar Possemato, las máscaras de Claudio Gallardou y los muñecos de Giancarlo Scrocco.
Allí están condensados algunos de los aspectos que hacen a la estética del clown pero desde la óptica de un actor que puede jugar con la tragedia, aquietar lo gracioso y poner en primer plano cierta oscuridad por la que siempre transita el payaso, haciendo equilibrio sobre esa delgada línea que implica el desafío de correrse de lo probado o de lo que “da resultado”, para adentrarse en otra cosa, donde el riesgo es uno de los signos fundantes.
Toto llega al circo y a poco de comenzar la función, por una serie de situaciones fortuitas y hasta mágicas, toma conciencia de un engaño. Otros personajes, como Rosita o Batata, irán “apareciendo” de un singular “retablo”. De todos modos, quizás ni estén allí, quizás sólo sean parte de la frondosa imaginación de Toto, que desde su soledad narrará con tristeza y hasta con aires de ingenua venganza aquello que la vida le ha reservado como infausto destino, mientras se vale de los recuerdos de un tiempo pasado y de gloria en la arena del circo.
Si algo puede definir (sin intentar rotular) la propuesta de Toto Castiñeiras es la capacidad de construcción de un espacio escénico- narrativo al que llena de talento y que no se parece a nada, en el que cohabita con sus personajes. Tomando elementos (detalles) de algunas tragedias clásicas, pero sin perder de vista el particular registro de humor que lo caracteriza, más allá de su impronta cercana a la de los payasos de la Europa del este de comienzos del siglo pasado, en Toto parecen convivir, como en un tango, esos clichés que hacen al despecho y al fastidio.
Valiéndose, además, de un humor eminentemente físico que no reniega pero que tampoco alardea de la destreza, algo de su propuesta está librado al “aquí y ahora”, al acontecer en la platea con la que juega todo el tiempo, pero también desde la palabra. No sólo el silencio y las acciones singularizan Finimondo. El “desbarajuste” al que alude el título lleva, irremediablemente, a un final en el que la risa queda a un lado, y como en el trágico Lago de los cisnes, de Tchaikovsky, el cisne soñado y amado se “esfuma” justo en el momento en el que el circo pone en marcha, una vez más, su repetida rutina cotidiana. Porque, como pasa en la vida real, el final de todo puede llegar en un segundo.