7ª EDICIÓN DEL FESTIVAL ARGENTINO DE TEATRO - SANTA FE
Por Miguel Passarini (publicado el viernes 12 de noviembre de 2010 por El Ciudadano & la gente)
Por séptimo año consecutivo, la ciudad capital de la provincia volvió a ponerse a la vanguardia con la puesta en marcha de una nueva edición del Festival Argentino de Teatro que organiza en Santa Fe la Universidad Nacional del Litoral (UNL) durante cinco jornadas, en este caso con la presentación de once espectáculos, además de los habituales talleres y seminarios.
Para abrir la primera noche, el miércoles, dos propuestas porteñas unidas por la calidad, pero de estéticas rotundamente opuestas, dejaron una marca indeleble en la gran cantidad de público que año tras año acompaña el evento.
Con la estupenda El tiempo todo entero, la teatrista porteña Romina Paula, quien dio el puntapié inicial en la sala del Foro Universitario, ilumina los entretelones de un clásico de clásicos: El zoo de cristal, de Tennessee Williams. Por su parte, el actor y director entrerriano radicado en Buenos Aires Mauricio Dayub dirige al talentoso y polifacético Oski Guzmán en una nueva versión de El bululú, otro clásico, esta vez del recordado José María Vilches, con el que el desaparecido actor español recorrió el país en los años 70 concretando más de 4 mil funciones.
Corazones rotos y sangrantes
El dramón familiar con ribetes autobiográficos El zoo de cristal, escrito en la década del 30 del siglo pasado, con el que el autor de Un tranvía llamado deseo retrata las marcas de la crisis económica (la Gran Depresión) en una familia de clase media, fue el disparador para que la directora Romina Paula volviera a juntar al trío de su anterior trabajo, Algo de ruido hace, integrado por los talentosos Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa y Esteban Lamothe, presentado en este mismo festival, a quienes se sumó Susana Pampín.
A partir de una dramaturgia que hurga en los intersticios del texto de Tennessee Williams, en aquello que subyace, la propuesta juega con los ecos del original manteniendo el efecto que cada uno de los personajes (madre, hijos, amigo del hijo) tiene, abordando un drama singular, inquietante y hasta perturbador.
Los oscuros conflictos que encierra esta familia sin padre van saliendo a la luz merced a una estructura dramática que se vale de un sinnúmero de sutilezas y en la que, por ejemplo, Laura, la hija temerosa y conflictuada por su renguera, que tiene fobia de salir de su casa, aquí se llama Antonia, y si bien camina sin dificultad, su limitación es intelectual y vincular. Del mismo modo, su alienación la mantiene singularmente cerca de su hermano (no Tom sino Lorenzo), cuya frustración por la escritura lo lleva a devorarse el clásico Moby Dick, de Herman Melville, acaso en un guiño al autor y a su personaje.
Como en el original, la presencia de la madre (no Amanda, sino Úrsula) es el nexo que “sujeta”, aunque aquí la directora hace hincapié en la latencia de la muerte. La posibilidad de matar o morir está presente a lo largo de todo el montaje (se presume como la única salida) del mismo modo que la música, un inimaginable mix que del mismo modo que rescata el hit "No hay nada más difícil", del mexicano Marco Antonio Solís (la letra sustenta particularmente los entretelones del conflicto), pasa de la incandescente “Macorina”, cantada por Chavela Vargas, a “La leyenda del hada y el mago”, de Rata Blanca.
Un mecanismo perfecto encierra cada pasaje de la puesta, donde cierta raíz naturalista no compite con un espacio de pura ficción, en el que los actores entran y salen para dejar a la vista los agujeros emocionales que, como en la pintura El recuerdo, de Frida Kahlo, donde ella se retrata a sí misma con un hueco en el pecho y con su enorme corazón sangrante en el piso (otra de las fuertes referencias de la puesta, la vida y obra de Kahlo), quedan a la luz lo tortuoso y por momentos torcido de los vínculos, acaso la confirmación más palmaria de que la disfuncionalidad familiar de la que tanto se habló y habla en el teatro argentino es “funcional” a toda posibilidad de construcción de “familia”, hoy totalmente alejada de su significado de antaño.
Homenaje imprescindible a un juglar
Pensar en una versión de El bululú sin el recordado actor español José María Vilches en escena parece, al menos a primera vista, una osadía. Sin embargo, en tono de colorido y festivo homenaje, la dupla que integran Mauricio Dayub (director) y Oski Guzmán, trasciende el recuerdo para adquirir entidad propia, lo que posiciona al trabajo en un lugar más cómodo, no sólo para el público sino también para el talentoso Guzmán, que al contrario de sentir la carga de semejante desafío, brilla en escena merced a su ductilidad como actor, mimo, clown e incluso cantante.
Vilches hizo de El bululú, a partir de mediados de los años 70, su medio de vida. Con el espectáculo, donde aparecía en escena apenas con unos pocos objetos, múltiples personajes (de allí el nombre de bululú) y su inconmensurable presencia, recorrió el país llevando consigo la historia de un actor trashumante que homenajeaba con su voz inigualable a sus autores amados: Quevedo, Antonio Machado, Miguel Hernández, Lope de Vega y Lorca, entre otros.
Vilches encontró la muerte en 1984, en una ruta, vaya paradoja para un actor que vivía viajando y que amaba los caminos. Con todos estos elementos, pero partiendo de su propia historia familiar y de acercamiento al arte dramático, Oski Guzmán no juega “a ser Vilches”. Por el contrario, se vale de algunos de sus recursos escénicos, pero al mismo tiempo trae al presente a esos mismos autores, en su devenir de contar la historia de un actor (el propio Guzmán) que escuchaba a Vilches a través de un viejo cassette mientras colaboraba con el taller de costura familiar y soñaba con estudiar artes marciales.
De este modo, el actor se luce en escena con su conocido abanico de recursos, a través del cual, del mismo modo que juega con el humor que lo caracteriza, pone de manifiesto su conocimiento del Siglo de Oro Español, e incluso recrea, en uno de los momentos más emocionantes de toda la puesta, los versos del Romancero Gitano, de Federico García Lorca.
Las cerradas ovaciones del final de la función en el primer coliseo santafesino, el Teatro Municipal 1º de Mayo, no dejaron dudas acerca de que, por lo general, el hecho de correr riesgos en el teatro da sus frutos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario