Paola Chávez dirige a Romina Tamburello y Camila Olivé en la imperdible “Mujeres de ojos negros”, una de las ganadoras de Coproducciones Municipales 2009, que trabaja sobre la relación madre-hija
MUEJRES DE OJOS NEGROS
Dirección: Paola Chávez
Actúan: Romina Tamburello, Camila Olivé
Sala: Centro de Estudios Teatrales
(CET, San Juan 842), domingos, a las 21
(reseña publicada en el diario El Ciudadano del domingo 11 de julio de 2010)
MUEJRES DE OJOS NEGROS
Dirección: Paola Chávez
Actúan: Romina Tamburello, Camila Olivé
Sala: Centro de Estudios Teatrales
(CET, San Juan 842), domingos, a las 21
(reseña publicada en el diario El Ciudadano del domingo 11 de julio de 2010)
Por Miguel Passarini
Hay algo que no da para más, pero todo volverá al comienzo. En el título se revela algo genético, se intuye una unión, algo heredado e inevitable. Sucede que los ojos negros a los que alude el título son una marca en tres generaciones de mujeres que, invariablemente, repetirán una historia, casi como un guiño a la tragedia más clásica, casi como un juego absurdo en el que el paso del tiempo no importa porque a lo que se hace referencia allí (con ese conflicto por todos conocido) es a eso que “no cambia ni cambiará jamás”, porque “mamita siempre va a estar”.
Mujeres de ojos negros, espectáculo estrenado hace algunas semanas en el Centro de Estudios Teatrales (CET), ganador de uno de los Proyectos de Coproducciones Área Teatro de la Secretaría de Cultura municipal 2009, propone el inquietante debut de un equipo de jóvenes creadoras rosarinas que incluye actrices y directora, en un trabajo que partió de la dramaturgia de Romina Tamburello (una de las actrices) en el que se filtran los legados de una familia matriarcal, casi como mueca siniestra y atroz, mediante la cual la construcción del imaginario pueril de una niña se verá atravesado por el doloroso camino recorrido antes por la madre, quien dejará en ella las huellas de su propio pasado vivido con padecimiento, casi sin poder evitarlo.
La de Mujeres de ojos negros es una temática que, al menos en principio, podría resultar vieja, ochentosa, casi en desuso en un momento donde la disfuncionalidad familiar tan “de moda” en el teatro pasa más en la escena argentina por lo ruidoso, por la profusión de los conflictos de las grandes familias, que por los silencios y las frases dichas con contundencia, donde, como aquí, las intensidades están sabiamente administradas, algo que el espectador agradece porque se trata de un espectáculo que no tiene vacíos ni excesos, y cuya visión resulta imperdible y recomendable para todo el público.
Sin embargo, el mayor logro de este singular trabajo es, precisamente, el planteamiento del conflicto que encuentra en las sólidas actuaciones de Romina Tamburello y Camila Olivé el mejor camino para llegar al público que no podrá evitar la identificación.
A través del humor (por momentos desopilante e incluso hasta impensado) y en otros pasajes mediante la contemplación de algo que resulta espantoso, la dramaturgia de Tamburello y la propuesta escénica consiguen poner énfasis (accionar) en los lugares comunes de los mecanismos perversos de las relaciones de sometimiento que, por momentos, recuerda a cierta dialéctica de las obras de Griselda Gambado (Decir sí, De profesión maternal). Quizás allí es donde aparece más fuertemente la influencia de Romina Mazzadi Arro, dado que el proyecto surgió a partir del encuentro de las actrices en un taller de montaje de escenas que llevó adelante la directora de Hijos de Roche, interesada desde los comienzos de su trabajo en la relación sometedor-sometido.
De todos modos, ese primer ejercicio dramático alcanzó con el tiempo y los ensayos al carácter de obra, dado que ahora conjuga todos los elementos necesarios como para erigirse en una de las propuestas más interesantes de las vistas últimamente en Rosario.
En primer lugar, desde la dirección, la hasta ahora actriz Paola Chávez (Mirta Muerta, Blut! una pareja de sangre) entendió y supo hilar las coordenadas de un devenir en el que se conjugaban situaciones previamente escritas con otras surgidas de la improvisación donde, por suerte, no quedan referencias de las “costuras”.
Están en esos pasajes el dolor y los miedos de la hija que, del mismo modo que deseará enfrentar su “devenir hormonal” por un camino distinto al recorrido por la madre, repetirá una vieja frase escuchada de su progenitora y de su abuela (que sólo aparece por teléfono, en un recurso que descomprime y al mismo tiempo desestabiliza el conflicto madre-hija): “Hay que abrir bien los ojos antes de casarse, para cerrarlos una vez casada”.
El equipo consiguió abordar una estética que también abreva en un teatro de otro tiempo: el vestuario que remite a épocas pasadas, la aparente monocromía, una historia que pareciera estar contada en “sepia”, encuentra en los pocos elementos escénicos el soporte adecuado para sostener una ficción que tiene mucho de lúdico.
Tanto es así, que ciertas “encerronas” en las que quedan parapetadas ambas mujeres, y más allá del vínculo madre e hija, corren el eje del conflicto y abren el juego a otras variantes que llevan a preguntarse: ¿No se tratará de dos niñas que juegan a ser madres? El cambio de roles que se preanuncia y se juega todo el tiempo, es una prueba de que bien podría tratarse de un juego.
Sin embargo, el simulado juego llega a un punto en el que se pone negrísimo, en el que ya no se puede jugar más, un momento en el que el encierro se vuelve claustrofóbico y en el que, inevitablemente, el espectador deberá tomar partido por alguno de los personajes para, al menos, salvarlo con la imaginación.
La dolorosa canción de cuna escuchada al comienzo, regresará sobre el final como banda sonora de una relación quebrada en la que brillan las ironías del universo femenino, ese que se construye en un mundo de hombres ausentes y a puertas cerradas, con dos mujeres enfrentadas ante el horror de la repetición.
Mujeres de ojos negros, espectáculo estrenado hace algunas semanas en el Centro de Estudios Teatrales (CET), ganador de uno de los Proyectos de Coproducciones Área Teatro de la Secretaría de Cultura municipal 2009, propone el inquietante debut de un equipo de jóvenes creadoras rosarinas que incluye actrices y directora, en un trabajo que partió de la dramaturgia de Romina Tamburello (una de las actrices) en el que se filtran los legados de una familia matriarcal, casi como mueca siniestra y atroz, mediante la cual la construcción del imaginario pueril de una niña se verá atravesado por el doloroso camino recorrido antes por la madre, quien dejará en ella las huellas de su propio pasado vivido con padecimiento, casi sin poder evitarlo.
La de Mujeres de ojos negros es una temática que, al menos en principio, podría resultar vieja, ochentosa, casi en desuso en un momento donde la disfuncionalidad familiar tan “de moda” en el teatro pasa más en la escena argentina por lo ruidoso, por la profusión de los conflictos de las grandes familias, que por los silencios y las frases dichas con contundencia, donde, como aquí, las intensidades están sabiamente administradas, algo que el espectador agradece porque se trata de un espectáculo que no tiene vacíos ni excesos, y cuya visión resulta imperdible y recomendable para todo el público.
Sin embargo, el mayor logro de este singular trabajo es, precisamente, el planteamiento del conflicto que encuentra en las sólidas actuaciones de Romina Tamburello y Camila Olivé el mejor camino para llegar al público que no podrá evitar la identificación.
A través del humor (por momentos desopilante e incluso hasta impensado) y en otros pasajes mediante la contemplación de algo que resulta espantoso, la dramaturgia de Tamburello y la propuesta escénica consiguen poner énfasis (accionar) en los lugares comunes de los mecanismos perversos de las relaciones de sometimiento que, por momentos, recuerda a cierta dialéctica de las obras de Griselda Gambado (Decir sí, De profesión maternal). Quizás allí es donde aparece más fuertemente la influencia de Romina Mazzadi Arro, dado que el proyecto surgió a partir del encuentro de las actrices en un taller de montaje de escenas que llevó adelante la directora de Hijos de Roche, interesada desde los comienzos de su trabajo en la relación sometedor-sometido.
De todos modos, ese primer ejercicio dramático alcanzó con el tiempo y los ensayos al carácter de obra, dado que ahora conjuga todos los elementos necesarios como para erigirse en una de las propuestas más interesantes de las vistas últimamente en Rosario.
En primer lugar, desde la dirección, la hasta ahora actriz Paola Chávez (Mirta Muerta, Blut! una pareja de sangre) entendió y supo hilar las coordenadas de un devenir en el que se conjugaban situaciones previamente escritas con otras surgidas de la improvisación donde, por suerte, no quedan referencias de las “costuras”.
Están en esos pasajes el dolor y los miedos de la hija que, del mismo modo que deseará enfrentar su “devenir hormonal” por un camino distinto al recorrido por la madre, repetirá una vieja frase escuchada de su progenitora y de su abuela (que sólo aparece por teléfono, en un recurso que descomprime y al mismo tiempo desestabiliza el conflicto madre-hija): “Hay que abrir bien los ojos antes de casarse, para cerrarlos una vez casada”.
El equipo consiguió abordar una estética que también abreva en un teatro de otro tiempo: el vestuario que remite a épocas pasadas, la aparente monocromía, una historia que pareciera estar contada en “sepia”, encuentra en los pocos elementos escénicos el soporte adecuado para sostener una ficción que tiene mucho de lúdico.
Tanto es así, que ciertas “encerronas” en las que quedan parapetadas ambas mujeres, y más allá del vínculo madre e hija, corren el eje del conflicto y abren el juego a otras variantes que llevan a preguntarse: ¿No se tratará de dos niñas que juegan a ser madres? El cambio de roles que se preanuncia y se juega todo el tiempo, es una prueba de que bien podría tratarse de un juego.
Sin embargo, el simulado juego llega a un punto en el que se pone negrísimo, en el que ya no se puede jugar más, un momento en el que el encierro se vuelve claustrofóbico y en el que, inevitablemente, el espectador deberá tomar partido por alguno de los personajes para, al menos, salvarlo con la imaginación.
La dolorosa canción de cuna escuchada al comienzo, regresará sobre el final como banda sonora de una relación quebrada en la que brillan las ironías del universo femenino, ese que se construye en un mundo de hombres ausentes y a puertas cerradas, con dos mujeres enfrentadas ante el horror de la repetición.
muy buena la descripcion, coincido con el critico: muy recomendable! Felicitaciones chicas!
ResponderEliminarimpresionantes las actuaciones... hasta cuando hacen funciones?
ResponderEliminarLa ví y la sufrí. Me pegó de verdad. Muy buena y recomendable.
ResponderEliminaruna obra fabulosa, las impresionantes actuaciones de ambas actrices escapan a todos los estereotipos. Gran trabajo de dirección en una dramaturgia que no le tiene miedo a nada
ResponderEliminarJovenes e irrespetuosas creadoras haciendo algo distinto sin caer en lugares comunes. excelente crítica.
ResponderEliminarGRACIAS MIGUEL POR EL APOYO AL TEATRO INDEPENDIENTE Y POR UNA HERMOSA CRITICA, SOY ROMINA TAMBUELLO DE MUJERES DE OJOS NEGROS. ESTAMOS JULIO Y AGOSTO PARA LOS QUE QUIERAN VERLA, TODOS LOS DOMINGOS A LAS 21 EN EL CET.LOS ESPERAMOS
ResponderEliminarMuy bien contada la historia aunque un poco gastada pero las actuaciones son excelentes. Tal vez si la hicieran dos actrices con edades mas verosimil a la historia seria mucho mejor y no caeria en un juego teatral.
ResponderEliminarcoincido con lo anterior... la obra no esta buena. cuesta entrar en el juego. lamentablemente a la gente le copa... yo tube la oportunidad de verla en el teatro la comedia y me parecio que los aplausos finales fueron excesivos. voy a ver mucho teatro (del cual soy un espectador limpio, ya que ni estudio ni tengo amigos en ese ambiente, pero me gusta ver) y en rosario tendria que cambiar un poco las historias... todos dicen y cuentan lo mismo. y hasta se van copiando. es un garron que una ciudad con tantas obras de teatros no tenga actores bien formados y la formacion no pasa por las escuelas sino por aprender a leer lo que quiere uno como publico o mero espectador.
ResponderEliminarnada personal...
gracias
No comparto lo que dice el último comentario. La obra es buena y la crítica es merecida. Coincido tal vez que los actores que se forman con determinados docentes tienden a "imitar" cierta estética, poética e impronta. Particularmente veo en este trabajo lo que plantea el crítico, el sello de la directora de Hijos de Roche (Romina Mazzadi Arro). Soy una asidua espectadora de teatro y el tipo de teatro que propone Mazzadi Arro es uno de los que mas me gusta en la ciudad. Comparto, tal vez, que vi ciertas similitudes en este trabajo con trabajos anteriores de la directora de Hijos de Roche, como Hasta la exageración y la reciente Se finí (sobre todo esta última por los vestuarios y la puesta), pero creo que se potencia esto con la mirada propia de este novel grupo. Asi que las felicito y a seguir adelante. Saludos. Marisa Astegiano.
ResponderEliminarCreo que la crítica es exelente. No estoy de acuerdo con lo de las edades ya que el teatro es un juego, es magia. Yo no necesite ver a una niña de doce y una mujer de cincuenta, porque lo crei, las vi, vi el vínculo. Ví excelentes actuaciones y una puesta con mucho trabajo. Las felicito. Marina García
ResponderEliminarvi la funcion en la comedia y no estoy de acuerdo con la critica de anonimo sin nombre. Mi nombre de Clara Vallejos y me pareció que dos actrices llenando un teatro tan grande, robandole carcajadas, aplausos a la gente, no hace sino hablar del gran momento del teatro rosarino. Con respecto a las influencias, no dicen que desde shakspeare esta todo hecho? yo vi una mirada distinta a muchas, me gusto. De todas maneras respeto todas las opiniones posibles.
ResponderEliminarEstimados todos: está bueno que cada uno opine lo que quiera, es más, lo agradezco mucho, pero no me gustan los mensajes anónimos.
ResponderEliminarEn lo posible, pongan la firma.
Gracias por participar!! Miguel Passarini
Es una obra maravillosa. Desde lo actoral, desde la direccion, desde la dramaturgia. Es simple pero soberbia. Sinceramente entiendo que genere enojos...es una tematica tan arrasadora que si no te encuentra riendo, te encuentra odiando. POR MUCHO MAS MUJERES DE OJOS NEGROS. Que suerte que Rosario siga creando revoluciones. Se propone mucho en nuestro teatro, es muy importante que notemos esto. Uno que lo vive de adentro sabe lo dificil que es contar una historia, tener el talento de hacer creer que eso esta pasando...jugar con el espectador. El arte es un camino que tiene su arduo trabajo. MUJERES SI LE HAN LLEGADO A TANTA GENTE, si me han dolido, si me han hecho reir...si han generado quilombo...MUJERES SON ARTISTAS. Que orgullo. Abrazo.
ResponderEliminarSOY ROMINA TAMBURELLO (ACTRIZ Y DRAMATURGA DE MUJERES DE OJOS NEGROS) AGRADEZCO A TODOS LAS OPINIONES, SIN IMPORTAR SI SON ANONIMAS O CON NOMBRE. ESTA BUENISIMO QUE DE CUALQUIER HECHO TEATRAL SE GENERE SEMEJANTE DEBATE, Y SE AGRADECE. NOS PARECE BUENISIMO TENER DISTINTAS PERCEPCIONES PORQUE LA IDEA ES LLEGAR A TODO TIPO DE PUBLICO Y PODER APRENDER LO QUE EL ESPECTADOR ELIGE VER.
ResponderEliminarSon admisibles todas las críticas, pero a este comentarista anónimo, no le parece que "aprender a leer lo que quiere el espectador" sería limitar la capacidad creativa de los actores y/o dramaturgos? Nadie inventaría nada, el público no propone, es invadido por una puesta, y de ahí saca sus propias conclusiones, sería triste que todos propongan los que otros quieren ver, terminaría en un facilismo incompatible con la creatividad.
ResponderEliminarActores que hacen lo que los demás esperan... es hasta sonoramente impensable..
El "espectador limpio", no existe, cada uno carga con su experiencia personal tanto como espectador, como actor y como ser humano, es imposible comvencer a todos, lo importante es convencerse a uno mismo de lo que está interpretando y mostrando al público.
La finalidad del arte es la emoción, no el convencimiento.
Me gustó mucho la obra, gracias MUJERES por animarse, sigan sorprendiéndonos.
Nicolás Cefarelli.