Cristina Banegas en uno de los pasajes de “Molly Bloom”. |
TEATRO. La actriz Cristina Banegas deslumbra con su interpretación del monólogo de “Molly Bloom”, que se incluye en el final del “Ulises”, de James Joyce, con el que se presenta esta noche, a las 21.30, en la Plataforma Lavardén de Sarmiento y Mendoza
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 31 de agosto de 2012)
La vasta carrera de la actriz y directora teatral Cristina Banegas está teñida de logros que la posicionan en un lugar inusual para una artista que entendió que el teatro es, al mismo tiempo, el refugio, la experimentación, el riesgo, la ideología, el camino y el aprendizaje.
Discípula ilustre de Alberto Ure, maestro y director del que aceptó grandes desafíos y con el que montó, entre otras, una inolvidable versión de El padre, de Strindberg (que con el tiempo se convirtió en una bisagra en su carrera), Banegas eligió festejar sus 45 años con el teatro con el montaje de un texto que para muchos era irrepresentable.
Se trata del monólogo Molly Bloom, con el que esta noche, a las 21.30, se presentará en el Auditorio de la Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza), en una única función.
Bajo la dirección de Carmen Baliero, quien estará mañana en la Plataforma (en el Gran Salón del 5º piso) con su propio espectáculo (ver aparte), y con la adaptación de Ana Alvarado, Laura Fryd y la propia Banegas, este texto, que aparece en el capítulo final del Ulises, de James Joyce, encierra una serie de interrogantes que la actriz desanda y transita utilizando como recurso una especie de “no actuación”.
“La estructura del monólogo, las ocho oraciones sin signos de puntuación, la extraordinaria afirmación que hace Molly, exigen una enunciación en velocidad”, escribe Banegas, y eso es lo que hace con este texto procaz y sinuoso, acerca de este personaje de ficción que Joyce incorpora en su Ulises, y que para muchos es una especie de Penélope (personaje de la Odisea de Homero, donde aparece el mítico Ulises) que se refleja en un espejo que “distorsiona” su imagen de mujer que espera sola y paciente, posicionándose en el otro extremo, el de una mujer que elige dar rienda suelta a sus fantasías sexuales siendo infiel a su marido.
Así, incandescente y tan vertiginosa como el texto que se dispone a representar, lo que prevalece en el montaje de Baliero es la velocidad de las palabras, dichas (actuadas) detrás de un atril en el contexto de una puesta austera, con una Banegas que por momentos parece una adolescente en escena aportando al personaje un histrionismo que apabulla, usando recursos tan simples (pero complejos de trabajar) como las inflexiones de la voz (en todas su coloraturas e intensidades), los movimientos de las manos que recuerdan a los sagrados mudras de los hindúes, y el aporte de mínimos cambios de registro en los que las palabras adquieren musicalidad, merced al complejo trabajo realizado por la directora, no casualmente conocedora de los territorios de la música, y de Banegas, que además es cantante.
“Si no es en velocidad, ¿cómo traducir el pensamiento, el fluir de la conciencia a la voz hablada? Y la velocidad implica vértigo, precisión, es como hacer surf en ese río de palabras. Es un viaje vertiginoso”, escribió Banegas, quien agregó: “Ella (Baliero) planteó de entrada que la afirmación, los «sí» de Molly son fonemas estructurales de la obra”.
Sola, quizás como la propia Molly Bloom reposando junto a su amante mientras imagina momentos de su privacidad, Banegas dice lo indecible tomando las palabras escritas como una especie de partitura en la que su cuerpo y su voz se vuelven (más que nunca) un instrumento que acompasa la rítmica de aquello que fue escrito sin siquiera signos de puntuación.
Es la voz de la conciencia de Molly la que Banegas traduce, pone a consideración, manifiesta con una memoria prodigiosa. Y es ella misma la que se sorprende, asiente, se “ruboriza” o se erotiza, al tiempo que, atinadamente, utiliza el atril para ocultar sus “vergüenzas” frente lo escrito por Joyce, en su ocurrente relato cuya efervescencia y fluir encuentran en Banegas a una de las pocas actrices (seguramente la única del medio nacional) que podía enfrentar con tanta precisión, ingenio y esplendor semejante desafío.
Discípula ilustre de Alberto Ure, maestro y director del que aceptó grandes desafíos y con el que montó, entre otras, una inolvidable versión de El padre, de Strindberg (que con el tiempo se convirtió en una bisagra en su carrera), Banegas eligió festejar sus 45 años con el teatro con el montaje de un texto que para muchos era irrepresentable.
Se trata del monólogo Molly Bloom, con el que esta noche, a las 21.30, se presentará en el Auditorio de la Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza), en una única función.
Bajo la dirección de Carmen Baliero, quien estará mañana en la Plataforma (en el Gran Salón del 5º piso) con su propio espectáculo (ver aparte), y con la adaptación de Ana Alvarado, Laura Fryd y la propia Banegas, este texto, que aparece en el capítulo final del Ulises, de James Joyce, encierra una serie de interrogantes que la actriz desanda y transita utilizando como recurso una especie de “no actuación”.
“La estructura del monólogo, las ocho oraciones sin signos de puntuación, la extraordinaria afirmación que hace Molly, exigen una enunciación en velocidad”, escribe Banegas, y eso es lo que hace con este texto procaz y sinuoso, acerca de este personaje de ficción que Joyce incorpora en su Ulises, y que para muchos es una especie de Penélope (personaje de la Odisea de Homero, donde aparece el mítico Ulises) que se refleja en un espejo que “distorsiona” su imagen de mujer que espera sola y paciente, posicionándose en el otro extremo, el de una mujer que elige dar rienda suelta a sus fantasías sexuales siendo infiel a su marido.
Así, incandescente y tan vertiginosa como el texto que se dispone a representar, lo que prevalece en el montaje de Baliero es la velocidad de las palabras, dichas (actuadas) detrás de un atril en el contexto de una puesta austera, con una Banegas que por momentos parece una adolescente en escena aportando al personaje un histrionismo que apabulla, usando recursos tan simples (pero complejos de trabajar) como las inflexiones de la voz (en todas su coloraturas e intensidades), los movimientos de las manos que recuerdan a los sagrados mudras de los hindúes, y el aporte de mínimos cambios de registro en los que las palabras adquieren musicalidad, merced al complejo trabajo realizado por la directora, no casualmente conocedora de los territorios de la música, y de Banegas, que además es cantante.
“Si no es en velocidad, ¿cómo traducir el pensamiento, el fluir de la conciencia a la voz hablada? Y la velocidad implica vértigo, precisión, es como hacer surf en ese río de palabras. Es un viaje vertiginoso”, escribió Banegas, quien agregó: “Ella (Baliero) planteó de entrada que la afirmación, los «sí» de Molly son fonemas estructurales de la obra”.
Sola, quizás como la propia Molly Bloom reposando junto a su amante mientras imagina momentos de su privacidad, Banegas dice lo indecible tomando las palabras escritas como una especie de partitura en la que su cuerpo y su voz se vuelven (más que nunca) un instrumento que acompasa la rítmica de aquello que fue escrito sin siquiera signos de puntuación.
Es la voz de la conciencia de Molly la que Banegas traduce, pone a consideración, manifiesta con una memoria prodigiosa. Y es ella misma la que se sorprende, asiente, se “ruboriza” o se erotiza, al tiempo que, atinadamente, utiliza el atril para ocultar sus “vergüenzas” frente lo escrito por Joyce, en su ocurrente relato cuya efervescencia y fluir encuentran en Banegas a una de las pocas actrices (seguramente la única del medio nacional) que podía enfrentar con tanta precisión, ingenio y esplendor semejante desafío.
VIOLETA POR CARMEN
Mañana, a las 21.30, en el Gran Salón, Carmen Baliero presentará su espectáculo teatral-musical Centésimas del alma de Violeta Parra. Como en una pieza de teatro, la pianista y cantante desanda estados que van cambiando, atravesados siempre por los números y tocando temas como el amor, los desengaños, la religión y la historia. Se trata de la primera versión musicalizada completa del texto de Violeta Parra, autorizada por Isabel Parra, su hija.