“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




viernes, 27 de agosto de 2010

Dos mujeres solas frente a una fantasía que se diluye





ESTRENO TEATRO. Mañana, a partir de las 21, en el Nacional Rosario, de Córdoba 1331



El reconocido actor uruguayo Carlos Perciavalle habla de “Jardín de otoño”, la clásica comedia dramática de la escritora Diana Raznovich, donde comparte escenario con Guillermo Gill y Julián La Bruna

Por Miguel Passarini (nota publicada en El Ciudadano & la gente, edición 28 de agosto de 2010 )
Dos mujeres solas, grandes, grises, miran diariamente embelezadas a su galán preferido de las telenovelas por la pantalla de televisión. Nada deja entrever (o quizás sí) el deseo oculto de estas dos señoras de tenerlo cara a cara, de poder concretar algo con él, de poder tocarlo, aunque quizás ese instante lo humanice y la magia se esfume como el sueño trunco de la felicidad que les ha sido esquiva a lo largo de sus vidas. Se trata, en parte, de los entretelones de Jardín de otoño, un clásico de Diana Raznovich que, con las actuaciones de Carlos Perciavalle (Rosalía), Guillermo Gill (Griselda) y Julián La Bruna (Marcelo), se presentará mañana, a las 21 (en una única función), en el Teatro Nacional Rosario (Córdoba 1331).
Estrenada en 1972, con una recordada versión montada en los primeros años 80 que llevaron adelante Tina Serrano, Ana María Casó y Mario Pasik, dirigidos por Hugo Urquijo, la obra, cuyos personajes femeninos por primera vez son representados por hombres, retrata a dos solteronas que comparten sus vidas entre la novela preferida de la televisión y sus fantasías. “Ambas tienen, como dice Doña Rosita, la Soltera (de la obra homónima de Lorca): «El más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta»”, sostienen sus protagonistas. Es por eso que un día, estas mujeres deciden secuestrar a Marcelo, su galán de teleteatro, y así buscar la felicidad aunque sea por un instante fugaz. El final de la pieza, inesperado, pone en vilo “lo irreal del mundo mediático”, acaso el factor que con mayor vehemencia trae al presente el texto de la también autora de Desconcierto y De la cintura para abajo.
En una charla que mantuvo con El Ciudadano, el actor uruguayo Carlos Perciavalle habló de la pieza de Raznovich, y de la televisión como ese paradigma que hoy, más que nunca, juega entre la verdad y la mentira.
—¿Por qué la elección de este texto tan emblemático de Diana Raznovich?
—Porque siento que es una obra magnífica, donde además de actuar, dirijo. Son personajes muy lindos, muy coloridos, y me animo a decir que en mi larga carrera de actor (debutó en Uruguay, a los 15 años), es mi mejor trabajo en un escenario. Y también están muy bien Gillermo Gill (el clásico imitador de Mirtha Legrand) y Julián La Bruna, que son dos grandes actores, surgidos del conservatorio. Julián, que más allá de ser conocido como el notero del programa de Viviana Canosa, hace un trabajo notable. Y respecto de mi trabajo, no se parece en nada a lo que hice hasta ahora, porque al mismo tiempo que es cómico, es un personaje patético, triste, emocionante y por momentos, gracioso.
—Si bien recreás a una mujer, dista bastante de otras que has hecho en otros momentos, a lo largo de tus unipersonales.
—Es que yo compongo a una mujer, y si bien hice muchas en mi carrera, siempre era yo vestido de mujer, siempre con una especie de guiño al público. Acá es otra cosa, acá hay una historia, un personaje, un conflicto. Hago una mujer desde adentro: mi voz de barítono la uso como mezzosoprano, y de ahí en más, todo. Cuando vino a ver la obra mi amiga China Zorrilla, a media hora de comenzado el espectáculo, preguntó al que estaba a su lado cuándo entraba yo. “¿Cómo va a ser ése?”, dijo, no lo podía creer, y ella es quien me conoce como nadie en el mundo; sin embargo, no vio ni el más mínimo gesto que le diera la pauta de que era yo.
—Respecto de la temática de la obra, ¿cómo la definirías?
—Es un momento en la vida de dos mujeres grandes, vírgenes totalmente, que nunca han tenido ni siquiera un romance o un beso, no saben ni siquiera lo que es ése primer beso de los doce o trece años con el que uno cree dar la vuelta al mundo; jamás han tenido nada con un hombre porque han sido criadas en forma muy severa, estricta, y han pasado los años y se encuentran en un momento singular de sus vidas. Incluso una, que es dueña de una casa, tuvo que alquilar una habitación para sobrevivir. Ambas mujeres se enamoran durante mucho tiempo de un galán que ven en televisión, hasta que un día se arman de valor, y con un revolver, lo raptan a la salida del canal donde el actor graba su telenovela, y se lo llevan a la casa. Una vez allí, no saben qué hacer con el, intentan todos los caminos pero ni siquiera se animan a tocarlo. Finalmente, después de tenerlo un tiempo y mientras en el transcurrir de la obra se dicen unos monólogos maravillosos, él intenta seducirlas, dominarlas, intenta con el humor e incluso físicamente, pero ellas terminan convenciéndose de que este hombre, en realidad no existe, para ellas es un mamarracho que se debe ir de la casa porque ya no lo quieren. En cambio, como está por comenzar la telenovela, ellas están nuevamente allí, frente al televisor, convencidas de que eso que ven sí es lo real.
—Sentís que en un punto, y respecto de la mediatización que vive el país, ¿la obra pone en duda dónde está la verdad, qué es lo que realmente vende la televisión?
—Puede ser, de todos modos, la obra hace foco más en el mundo de una televisión del pasado, de la época fuerte de los teleteatros, de aquellos de Rodolfo Bebán o Claudio García Satur, una época inolvidable de las telenovelas. De todos modos, y más allá de lo anecdótico, la pieza juega todo el tiempo con esto de la realidad y la fantasía que es la televisión, qué es verdad y qué no. En ese sentido, la obra es de una actualidad increíble.
—¿Cómo ves a la televisión actual que parece tener un sentido unívoco y donde se habla todo el tiempo de un mismo programa y de lo que ese programa genera?
—La veo así como me lo preguntás, donde se habla de un sólo programa que parece ser lo único que importa. En realidad, hay cosas maravillosas en televisión y es cierto eso de que si salís en televisión, en unos minutos te ven más personas que todas aquellas que puedan verte en una extensa temporada de teatro, e incluso en años. Pero partamos de la base que la televisión es lo opuesto del teatro, porque el teatro es como hacer el amor, el otro está allí, en cambio en la televisión actuás para una cámara, lo que grabás ni siquiera sale ese mismo día, y el único interés concreto que tiene es el rating y la publicidad que se venda.
—Quizás eso fue siempre así, pero, ¿compartís que ahora se cristalizó de una manera un poco peligrosa?
—Es que la televisión es un invento de Hitler que le pidió a (Joseph) Goebbels (ministro de propaganda nazi): “Inventame algo para meterme en las casas de la gente y convencerlos de que viven en el paraíso nacional socialista”. Y Goebbels le inventó lo de las Olimpíadas de Munich, de 1936, que fueron las primeras que se transmitieron por televisión. Y entonces, la televisión sigue siendo eso, con señores que se meten en tu casa y te dicen lo que tenés que hacer, qué está bien y qué está mal, cuál es el orden preestablecido; pero todo eso es en base a lo económico, es decir qué vende y qué no. Al principio, la televisión argentina tuvo cosas muy buenas, que tenían mucho más que ver con el arte. Recuerdo Alta comedia, del mismo modo que ciclos de humor como los de Pepe Biondi, y años después ciclos como los que hice yo o Antonio Gasalla.
—¿Por qué pensás que en esta televisión no hay espacio para el humor o bien se considera humorístico a un programa como el de Tinelli donde están en juego otras cosas?
—Creo que los que hacen la televisión, en el fondo saben que el humor es mucho más poderoso que cualquier otra cosa, y que el humor te permite decir muchas más verdades que si estás habando seriamente, más allá de que el humor es algo serio. Creo que hay un clima general que está viviendo el país y, obviamente, la televisión no es ajena para nada a este fenómeno, sino todo lo contrario.
—¿Lo que decís es lo que te lleva a elegir el teatro por encima de todo?
—Es que yo, como muchos de mis colegas, prefiero refugiarme en el teatro, y los pocos o muchos que me vengan a ver, vivan en carne propia lo que les estoy contando. El teatro es la verdad, es la ceremonia más antigua que existe, es como un orgasmo tántrico que desde los griegos en adelante es la única ceremonia que sigue teniendo vigencia e importancia: es en vivo, es en el momento y nunca es igual, más allá de que nosotros digamos el mismo texto y seamos las mismas personas.

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