“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 30 de marzo de 2010

Tiempo de profesionalización


Balance del año teatral 2009 Publicado el sábado 2 de enero de 2010, en el diario
El Ciudadano & la gente


Las puestas teatrales locales “La temperatura”, de Gustavo Guirado; “Dionisos aut”, de Aldo El-Jatib; “W! noche Edipo”, de Pata de Musa, y “Los días de Julián Bisbal”, de Rosario Imagina, entre las mejores del año 2009

Miguel Passarini
Lejos de temporadas de esplendor en las que uno de los signos era la profusión de estrenos semana tras semana y, paralelamente, en un tiempo en el que el teatro de producción local va camino a su profesionalización definitiva, el 2009 cerró con balance positivo si se tiene en cuenta que un puñado de los espectáculos estrenados o presentados durante el año (no más de una docena) se destacaron del resto, del mismo modo que pudieron, en algunos de los casos, trascender las fronteras de la ciudad más allá de las temporadas realizadas en la ciudad.
Al mismo tiempo, dos salas pertenecientes a grupos con historia fueron recuperadas para el patrimonio local, como es el caso de Arteón (creado por Néstor Zapata en 1968), que reabrió su cine-teatro en los altos de la Galería El Patio (Sarmiento 778), y El Rayo Misterioso (creado por Aldo El-Jatib en 1993), que pudo concretar con enorme esfuerzo, y luego de funcionar en tres espacios diferentes, una sala propia en Salta 2991, en el corazón del barrio de Pichincha.
De los espectáculos entrenados durante el año, y cuando aún resta un debate abierto
hacia varios flancos respecto de porqué el público no concurre al teatro alternativo como pasaba en otros tiempos, se destacaron La temperatura, de Gustavo Guirado; Dionisos aut, de Aldo El-Jatib (al frente del Grupo Laboratorio de Teatro El Rayo Misterioso); W! Noche Edipo, de Esteban Goicoechea y Miguel Bosco (al frente del grupo Pata de Musa Teatro), y la versión de Los días de Julián Bisbal, de Roberto Tito Cossa, estrenada por Rody Bertol (a la cabeza del Centro Experimental Rosario Imagina).
En La temperatura, Gustavo Guirado (autor y director) comanda a un estupendo equipo actoral integrado por Guillermo Becerra, Miguel Bosco, Edgardo Molinelli y Claudia Schujman. El espectáculo permite “tejer” algunas analogías entre la materia que encierra la obra y el enorme magma literario que, de algún modo, dio pie a su escritura hace ya algunos años.
Ezequiel Martínez Estrada dijo alguna vez que escribió su maravilloso Radiografía de la Pampa, porque, entre otras cosas, descubrió que el paso del tiempo podía entenderse “como un sueño”, y que, por lo mismo, el pasado “estaba allí”, esperando ser develado por las nuevas generaciones. No casualmente, y más allá de la profusa lectura de Sarmiento (Facundo), Lucio V. Mansilla (Una excursión a los indios Ranqueles) o José Hernández (Martín Fierro), Guirado vivió, de algún modo, cierto grado de revelación al descubrir y reconstruir el imaginario de Martínez Estrada luego de escribir y decidir estrenar La temperatura, un espectáculo en el que una mujer (quizás la última) está perdida en una vieja tapera en medio de La Pampa. Y tres hombres, cada uno con intereses diferentes, la acompañan. Pero el interés de la Señora es claro: ella buscará en Marcial, el Coronel Lampedusa o Fierro, un semental, alguien que le garantice la “preñez”, alguien que pueda ser fértil en medio de un ámbito tan estéril, un territorio que ha quedado desierto en medio de “tantas batallas”.
Es en el campo de lo simbólico, del pensamiento y la reflexión (la obra integra un corpus que refiere a aspectos mitológicos de la tradición argentina), donde están condensados en la puesta algunos de los elementos más representativos del cine de Leonardo Favio o Arturo Ripstein, el realismo mágico tan arraigado a gran parte de la literatura latinoamericana: del delirio místico hasta llegar a lo horroroso, la inocencia lleva a la perversión a través de personajes que, como escapados de un circo, buscan noche a noche repetir sus rutinas mientras miran (imaginan, sueñan) las hazañas de unos jóvenes trapecistas que, dolorosamente, están desaparecidos. De un elenco sin fisuras, vuelve a ser centro de atención Claudia Schujman, acaso una de las pocas actrices rosarinas que sabe y puede asumir el desafío que implicó su personaje.
Por su parte, El Rayo Misterioso cerró un año en el que no sólo reabrió su espacio, sino que además montó la décima edición del Encuentro Internacional de Grupos Experimenta, y estrenó Dionisos aut. Cuando todo parecía indicar que con La consagración de las furias (2004-2005) El-Jatib había llegado a un límite estético a partir de su búsqueda en el campo del teatro antropológico, el nuevo espectáculo (que se repondrá en los primeros meses del año que comienza) confirma todo lo contrario. Ahora el tótem es una nave, que puede ser la de “los locos”, La balsa de la Medusa (por la pintura homónima de Théodore Géricault), el barco que se lleva “lo
que quedó”, con un Dionisos que ya no festeja y que se muestra en el borde de su existencia (no casualmente el espectáculo lleva como subtitulado “El niño del abismo”).
Tomando como punto de partida la mitología griega, pero confrontando su poética con discursos y personajes contemporáneos, El-Jatib logra otro prodigioso espectáculo en el que se conjugan el entrenamiento férreo de sus actores, la claridad ideológica, el funcionamiento de un dispositivo escénico que más allá de su aparente simpleza se multiplica en escena creando imágenes que provocan gran conmoción; pero sobre todo, consigue una vez más hablar de los mismos temas de siempre (desde el estreno del emblemático MUZ), es decir la familia, el pensamiento y su construcción, la sexualidad, la guerra y la muerte.
En W! Noche Edipo, el prolífico grupo Pata de Musa, dirigido por Esteban Goicoechea y con la actuación de Miguel Bosco, propone contar la tragedia de Sófocles a partir de un narrador, un contador de historias que, copa de vino en mano (tinto, como la sangre), traerá al presente con inusitada contundencia los albores de la tragedia clásica Edipo Rey, en versión libérrima y con la intención de confirmar que las tragedias siguen estando allí para volver a ser contadas porque su efecto está intacto.
El resultado, el trabajo más acabado hasta la fecha del grupo Pata de Musa Teatro, que también en 2009 participó en el Festival Internacional de Buenos Aires (Fiba) con Blut!, una pareja de sangre. En primer lugar, porque la propuesta no se parece a ninguna, o quizás sí en el sentido amplio de poner al teatro en primera persona, en el lugar de la representación, y tal como lo hizo el creador en otros trabajos de su producción reciente, el teatro aparece, fluctúa, en medio de una aparente ficción que por momentos se ve desplazada por la realidad del “aquí y ahora” propia de la escena.
El narrador en cuestión, el señor W, habla de la historia de un calesitero que mueve su calesita en la que los padres abandonan al desdichado Edipo, quien de este modo comenzará a desandar un camino escrito, trazado, e irremediablemente doloroso.
Más allá de todo, la convención funciona a rajatabla: los presentes se espantarán con las atrocidades de un Edipo atormentado pero perverso, que podrá parodiar y hasta tomarse con cierto humor su historia de incesto, traición, muerte y ceguera autoinducida, más allá de la contundencia que tiene en su historia, como en la mayoría de las tragedias griegas, la fuerza del destino.
Por último, con Los días de Julián Bisbal el Centro Experimental Rosario Imagina, que lleva adelante Rody Bertol hace casi dos décadas, se jugó una carta difícil, porque buscó acercarse al público (búsqueda que comenzó hace dos años con la versión de Los invertidos, de González Castillo) con una pieza conocida de Tito Cossa. Los días de Julián Bisbal sumerge a los espectadores en un pasado-presente: el de un hombre como miles que un día se levanta y se da cuenta que su vida es un error, que ha vivido equivocado, y que dirá sin más remedio “no quiero ir a trabajar, no sé lo qué me pasa, es como si todo se viera distinto”.
Aunque la empresa parecía compleja, sobre todo si se piensa cómo se conjuga en un proyecto teatral el realismo social de los años 60 de Cossa (en su momento, vanguardia) con el mundo poético (onírico y de gran cuidado estético) al que suele someter sus puestas Rody Bertol, el resultado fue a favor.
Bertol tomó el texto de Cossa a modo de homenaje a un tiempo, el de su primera juventud, en el que veía a sus maestros en esos personajes. Pero también lo tomó porque “siempre estuvo ahí” (en los ensayos, en los talleres, en La Escuela de Teatro), y más allá de su pretensión de trabajar el realismo (independientemente de lo que Cossa escribió alguna vez, cuando afirmó que “el realismo puede apelar a la forma que más le conviene al creador”), el resultado juega con elementos que escapan a esa estética: están allí algunos de los clichés del realismo naturalista mixturados con otros del grotesco.
Incluso, independientemente de la voluntad del director, algo de su mundo de “fantasmas” se filtró para concretar un trabajo que discurre entre el filoso equilibrio que se juega frente a la voluntad de acercarse al público y el deseo de ser fiel a un teatro que prioriza la poética por encima de todo.
Lejos del realismo naturalista al que remite el texto, Bertol propone una especie de juego onírico, brumoso, en el que los personajes parecen llegar al presente desde el más allá, para habitar los momentos que conducirán, parafraseando a O’Neill, ese “largo viaje de un día hacia la noche”.
Finalmente, también es de destacar la performance que durante el año hizo Mal de ojo, último y estupendo espectáculo de Juan Hessel al frente del grupo CET, estrenado en 2008, con el que el director se presentó tanto dentro como fuera de la ciudad.

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