CRÍTICA MUSICAL
Con dos funciones repletas y un elenco notable, “Forever Young”llenó de música y talento La Comedia
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente en su edición en papel del miércoles 25 de septiembre de 2013)
Uno de los pasajes del musical “Forever Young”, que cuenta con la dirección artística del talentoso Daniel Casablanca. |
Cantar hasta el final, cantar y recordar, pero siempre cantar. En cada estrofa o rima de una canción se encierra un momento vivido, transitado, compartido; la música es un viaje y el mejor intento para poder volver el tiempo atrás. Se sabe, una vieja (y no tan vieja) canción puede ser el puente hacia otro lugar, una postal del pasado, la instancia de un recuerdo que está por llegar y se materializa, un tramo del recorrido ya vivido.
Es el 2050, y en una institución para artistas retirados de Buenos Aires, la residencia El Picadero (la idea de “escenario” atraviesa todo el montaje), un grupo de ancianos comienza a transitar su cotidianidad (su rutina diaria de ejercicios, charlas y hasta procacidades), sin perder de vista que el tiempo y la distancia están allí, presentes y unidos en un punto cenital, que las canciones que cantaron del mismo modo que los personajes que interpretaron alguna vez en algún escenario forman parte de lo que son, de lo que hicieron de sus vidas, de lo que lograron construir para el imaginario del espectador.
Se trata de los entretelones del musical Forever Young, de Eric Gedeon, éxito europeo (primero noruego, más tarde español a manos del equipo catalán de El Tricicle) que en versión de un importante equipo artístico que completa el también director del montaje Daniel Casablanca (que le dio una impronta argentina a los conflictos y situaciones) pasó sábado y domingo, a sala llena, por el teatro municipal La Comedia, donde ya planea volver.
Fue el mismo Casablanca, uno de los mentores del grupo de humor Los Macocos, equipo de trabajo que a lo largo de su recorrido ha sabido transitar propuestas que conjugan mundos ligados al teatro con lo musical, quien entendió que el camino a recorrer daría sus frutos si aquella propuesta original comenzaba a hablar de personajes conocidos, de lugares reconocibles, de problemáticas comunes a la comunidad artística criolla.
Lo demás, queda en manos de un puñado de figuras de los musicales porteños que emana talento en cada detalle y que es el responsable de llevar adelante el desafío, compuesto por la fragmentación (en un ecuánime diálogo con lo que suelen disparar los recuerdos) de canciones que forman parte del imaginario popular de los años 70 en adelante, con la presencia insoslayable en escena del maestro rosarino, radicado en Buenos Aires, Gaby Goldman (Mina, che cosa sei, Rent, Casi normales), aquí, mucho más que un director musical, quien interpreta el piano en vivo, también, desde un personaje.
Acotados a los antojos de una singular enfermera, que recayó en manos de la talentosa soprano Andrea Lovera (Drácula), los “ancianos” no son otra cosa que la recreación del imaginario de un puñado de artistas reales (esos mismos actores) que, de la mano de Casablanca, imaginaron (e ironizaron) acerca de cómo serían dentro de algunas décadas.
Junto a Germán Tripel, ex integrante del grupo musical Mambrú (surgido del reality Popstars, y partícipe de musicales como Hedwig and the Angry Inch, Rent o Tango feroz), que por momentos se roba la atención con su conocida vis cómica, aparecen Wally Canella (Sweeney Todd), Christian Giménez (Sandro, el musical), Melania Lenoir (Chicago) y Mariela Passeri (Joven Frankenstein), quienes aportan sus estupendas voces y actitud para la actuación a un sinfín de momentos musicales a través de una trama en la que se filtran fragmentos entrañables de clásicos del teatro universal, como la escena del balcón o el trágico (pero romántico) final de Romeo y Julieta, el monólogo existencialista de Hamlet, y hasta fragmentos de La vida es sueño (Calderón de la Barca) o La casa de Bernarda Alba (Lorca).
En ese devenir, hace mella un atinado desprejuicio estilístico de canciones en el que se escuchan gemas de Queen, Alphaville (“Forever Young”), Rolling Stones, Eurythmics, Bob Marley, Los Beatles, Bob Dylan o Nirvana, entre otras.
Desde la partida, la selección prioriza piezas como “I Love Rock and Roll”, “Sweet Dreams” (en versiones bellísimas) o “Chiquitita”, el inoxidable éxito de Abba, pasando por el clásico italiano “Parole Parole”, una aguardentosa versión de “Roxanne”, un set de otros clásicos entre los que aparecen Raffaella Carrá o los Bee Gees, del mismo modo que el festivo “I Will Survive” o un set dedicado a una melange de piezas clave del rock nacional, donde se lucen “Muchacha ojos de papel”, “Popotitos”, temas de Sui Generis, Ratones Paranoicos o Rata Blanca, entre muchos otros.
Pero quizás lo más interesante de Forever Young esté dado por la nostalgia. Más allá de las situaciones de un humor físico y hasta circense que tiñen algunos pasajes, del mismo modo que aquellos en los que se apela a lo coreográfico y al irreprochable potencial vocal de sus intérpretes, cierta nostalgia impregna cada uno de los pasajes. Ellos, viejos en cuerpos jóvenes, están allí, concientes de la llegada de un final inevitable.
Es el 2050, y en una institución para artistas retirados de Buenos Aires, la residencia El Picadero (la idea de “escenario” atraviesa todo el montaje), un grupo de ancianos comienza a transitar su cotidianidad (su rutina diaria de ejercicios, charlas y hasta procacidades), sin perder de vista que el tiempo y la distancia están allí, presentes y unidos en un punto cenital, que las canciones que cantaron del mismo modo que los personajes que interpretaron alguna vez en algún escenario forman parte de lo que son, de lo que hicieron de sus vidas, de lo que lograron construir para el imaginario del espectador.
Se trata de los entretelones del musical Forever Young, de Eric Gedeon, éxito europeo (primero noruego, más tarde español a manos del equipo catalán de El Tricicle) que en versión de un importante equipo artístico que completa el también director del montaje Daniel Casablanca (que le dio una impronta argentina a los conflictos y situaciones) pasó sábado y domingo, a sala llena, por el teatro municipal La Comedia, donde ya planea volver.
Fue el mismo Casablanca, uno de los mentores del grupo de humor Los Macocos, equipo de trabajo que a lo largo de su recorrido ha sabido transitar propuestas que conjugan mundos ligados al teatro con lo musical, quien entendió que el camino a recorrer daría sus frutos si aquella propuesta original comenzaba a hablar de personajes conocidos, de lugares reconocibles, de problemáticas comunes a la comunidad artística criolla.
Lo demás, queda en manos de un puñado de figuras de los musicales porteños que emana talento en cada detalle y que es el responsable de llevar adelante el desafío, compuesto por la fragmentación (en un ecuánime diálogo con lo que suelen disparar los recuerdos) de canciones que forman parte del imaginario popular de los años 70 en adelante, con la presencia insoslayable en escena del maestro rosarino, radicado en Buenos Aires, Gaby Goldman (Mina, che cosa sei, Rent, Casi normales), aquí, mucho más que un director musical, quien interpreta el piano en vivo, también, desde un personaje.
Acotados a los antojos de una singular enfermera, que recayó en manos de la talentosa soprano Andrea Lovera (Drácula), los “ancianos” no son otra cosa que la recreación del imaginario de un puñado de artistas reales (esos mismos actores) que, de la mano de Casablanca, imaginaron (e ironizaron) acerca de cómo serían dentro de algunas décadas.
Junto a Germán Tripel, ex integrante del grupo musical Mambrú (surgido del reality Popstars, y partícipe de musicales como Hedwig and the Angry Inch, Rent o Tango feroz), que por momentos se roba la atención con su conocida vis cómica, aparecen Wally Canella (Sweeney Todd), Christian Giménez (Sandro, el musical), Melania Lenoir (Chicago) y Mariela Passeri (Joven Frankenstein), quienes aportan sus estupendas voces y actitud para la actuación a un sinfín de momentos musicales a través de una trama en la que se filtran fragmentos entrañables de clásicos del teatro universal, como la escena del balcón o el trágico (pero romántico) final de Romeo y Julieta, el monólogo existencialista de Hamlet, y hasta fragmentos de La vida es sueño (Calderón de la Barca) o La casa de Bernarda Alba (Lorca).
En ese devenir, hace mella un atinado desprejuicio estilístico de canciones en el que se escuchan gemas de Queen, Alphaville (“Forever Young”), Rolling Stones, Eurythmics, Bob Marley, Los Beatles, Bob Dylan o Nirvana, entre otras.
Desde la partida, la selección prioriza piezas como “I Love Rock and Roll”, “Sweet Dreams” (en versiones bellísimas) o “Chiquitita”, el inoxidable éxito de Abba, pasando por el clásico italiano “Parole Parole”, una aguardentosa versión de “Roxanne”, un set de otros clásicos entre los que aparecen Raffaella Carrá o los Bee Gees, del mismo modo que el festivo “I Will Survive” o un set dedicado a una melange de piezas clave del rock nacional, donde se lucen “Muchacha ojos de papel”, “Popotitos”, temas de Sui Generis, Ratones Paranoicos o Rata Blanca, entre muchos otros.
Pero quizás lo más interesante de Forever Young esté dado por la nostalgia. Más allá de las situaciones de un humor físico y hasta circense que tiñen algunos pasajes, del mismo modo que aquellos en los que se apela a lo coreográfico y al irreprochable potencial vocal de sus intérpretes, cierta nostalgia impregna cada uno de los pasajes. Ellos, viejos en cuerpos jóvenes, están allí, concientes de la llegada de un final inevitable.
Sin embargo, el paso del tiempo se vuelve apenas una circunstancia: ríen, se emocionan, se enojan, se insultan y hasta se aman como si fueran niños, como si el mundo fuera realmente “un gran teatro” en el cual el destino de los personajes (los de arriba y los de abajo del escenario) ya ha sido escrito y sólo queda un tiempo para poder interpretarlos sin reproches.