Julio Chianetta dirige a Guillermo Almada y Matías Salas en una correcta versión de “Yepeto”, del dramaturgo porteño Roberto Cossa, donde un profesor cincuentón y un joven deportista debaten acerca del amor
YEPETO
Autor: Roberto Tito Cossa
Dirección: Julio Chianetta
Actúan: Guillermo Almada, Matías Salas
Sala: Amma, Urquiza 1539, jueves a las 21
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 16 de agosto de 2011)
En el frondoso imaginario de un profesor de literatura cincuentón que, como un Quijote, parece querer luchar contra los “molinos de viento” que han sido el paso de los años y sus historias de amor, se esconde, seguramente, un alter ego de Roberto Tito Cossa (Buenos Aires, 1934), uno de los mayores dramaturgos argentinos de todos los tiempos, que en la inoxidable Yepeto dejó las huellas del amor partido, ése que se presenta “dividido” entre lo que dicta por un lado el cuerpo y por otro la mente y la razón.
Yepeto, estrenada 1987 por la inolvidable dupla integrada por Ulises Dumont y Darío Grandinetti, está de regreso en la cartelera local de la mano de un equipo que en escena integran Guillermo Almada y Matías Salas, y desde la adaptación y dirección, el actor y director Julio Chianetta.
La historia es conocida y su universalidad es lo que le ha dado a lo largo de los años el carácter de clásico. Un profesor de literatura que pisa las cinco décadas no puede evitar el encuentro con Antonio, un joven de 17 años novio de Cecilia, alumna del profesor, a quien éste considera con un futuro interesante en la poesía. Así, con los sucesivos encuentros entre el joven, abocado al deporte pero de poco vuelo intelectual, y el profesor, que con humor e ironía puede reconstruir frente al muchacho el imaginario de un vínculo con Cecilia que mucho tiene de platónico, se arma el eje sobre el cual discurre esta obra, en la que, como fuerte metáfora, se ciñe la complitud que estos dos hombres representan para el personaje de Cecilia, el gran objeto de deseo de ambos, quien más allá de su omnipresencia nunca aparece en escena.
En su devenir, el texto, magníficamente escrito, deja entrever los pensamientos de Cossa acerca de la literatura y el arte, y de cómo todo conocimiento se puede “diluir” ante el amor y el deseo (tan propio de la primera juventud), algo que el profesor añora y que Antonio no sabe bien cómo manejar o administrar.
La puesta de Chianetta tiene a favor dos actores cuya dinámica escénica ya había sido probaba con anterioridad por una versión compartida entre ambos de El hombre de la flor en la boca, de Luigi Pirandello, texto donde también, en cierta forma, se pone a prueba un contrapunto de “sabidurías” aunque de otro orden.
Acá los actores sostienen el conflicto que los enfrenta: por un lado, Almada impone cierta frescura, cierto vuelo y locura que el profesor necesita para enfrentar la juventud y la belleza física de Antonio; al tiempo que Salas puede afrontar los momentos de duda e incertidumbre de un personaje que no termina de entender qué es lo que Cecilia encuentra en su profesor que le resulta tan atractivo y con lo que él no puede competir, algo que lo enferma de celos.
De igual modo, en el devenir del conflicto, en esa necesidad de ambos personajes de “desnudarse” el uno frente al otro (aunque en uno el desnudo sea físico y en el otro, emocional), se nota el correcto trabajo de dirección de Chianetta, que encontró cierta dinámica que le permite, por un lado, acercar el conflicto a Rosario y a sus lugares más reconocibles, y por otro, jugar con el ritmo de un texto plagado de guiños al mundo de la literatura y el arte.
De todos modos, esta versión de Yepeto, adolece a la hora de innovar, dado que no busca correr ningún riesgo más allá de aquellos “riegos” que el texto le impone a los actores, lo que la pone en una marco de correccion, teniendo en cuenta que se trata de uno de los textos más representados de la dramaturgia nacional contemporánea, incluso con varias versiones en el extranjero.
Por un lado, porque sustenta la demanda de un espacio escénico dividido entre la casa del profesor y un bar en el que acontecen algunos de los encuentros tal como lo sugiere el autor en las primeras líneas, circunstancia de puesta en escena que requeriría de un trabajo con la luz que avale esos contrastes. Pero por otro, la puesta necesita de un voto más de confianza en los actores, que con poco más podrían (tal como lo hacen en algunos pasajes) potenciar el contrapunto hasta poner de manifiesto la actuación por encima de todo lo demás, apelando a ciertos matices que no son explotados en su totalidad.
De todos modos, el equipo logra salir airoso ante el desafío de poner en escena un texto del que se ha conocido, incluso, una versión cinematográfica, y que además, a partir de una segunda adaptación del propio autor, también regresó recientemente a las tablas porteñas con una temporada en el Teatro Nacional Cervantes.
Autor: Roberto Tito Cossa
Dirección: Julio Chianetta
Actúan: Guillermo Almada, Matías Salas
Sala: Amma, Urquiza 1539, jueves a las 21
Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 16 de agosto de 2011)
En el frondoso imaginario de un profesor de literatura cincuentón que, como un Quijote, parece querer luchar contra los “molinos de viento” que han sido el paso de los años y sus historias de amor, se esconde, seguramente, un alter ego de Roberto Tito Cossa (Buenos Aires, 1934), uno de los mayores dramaturgos argentinos de todos los tiempos, que en la inoxidable Yepeto dejó las huellas del amor partido, ése que se presenta “dividido” entre lo que dicta por un lado el cuerpo y por otro la mente y la razón.
Yepeto, estrenada 1987 por la inolvidable dupla integrada por Ulises Dumont y Darío Grandinetti, está de regreso en la cartelera local de la mano de un equipo que en escena integran Guillermo Almada y Matías Salas, y desde la adaptación y dirección, el actor y director Julio Chianetta.
La historia es conocida y su universalidad es lo que le ha dado a lo largo de los años el carácter de clásico. Un profesor de literatura que pisa las cinco décadas no puede evitar el encuentro con Antonio, un joven de 17 años novio de Cecilia, alumna del profesor, a quien éste considera con un futuro interesante en la poesía. Así, con los sucesivos encuentros entre el joven, abocado al deporte pero de poco vuelo intelectual, y el profesor, que con humor e ironía puede reconstruir frente al muchacho el imaginario de un vínculo con Cecilia que mucho tiene de platónico, se arma el eje sobre el cual discurre esta obra, en la que, como fuerte metáfora, se ciñe la complitud que estos dos hombres representan para el personaje de Cecilia, el gran objeto de deseo de ambos, quien más allá de su omnipresencia nunca aparece en escena.
En su devenir, el texto, magníficamente escrito, deja entrever los pensamientos de Cossa acerca de la literatura y el arte, y de cómo todo conocimiento se puede “diluir” ante el amor y el deseo (tan propio de la primera juventud), algo que el profesor añora y que Antonio no sabe bien cómo manejar o administrar.
La puesta de Chianetta tiene a favor dos actores cuya dinámica escénica ya había sido probaba con anterioridad por una versión compartida entre ambos de El hombre de la flor en la boca, de Luigi Pirandello, texto donde también, en cierta forma, se pone a prueba un contrapunto de “sabidurías” aunque de otro orden.
Acá los actores sostienen el conflicto que los enfrenta: por un lado, Almada impone cierta frescura, cierto vuelo y locura que el profesor necesita para enfrentar la juventud y la belleza física de Antonio; al tiempo que Salas puede afrontar los momentos de duda e incertidumbre de un personaje que no termina de entender qué es lo que Cecilia encuentra en su profesor que le resulta tan atractivo y con lo que él no puede competir, algo que lo enferma de celos.
De igual modo, en el devenir del conflicto, en esa necesidad de ambos personajes de “desnudarse” el uno frente al otro (aunque en uno el desnudo sea físico y en el otro, emocional), se nota el correcto trabajo de dirección de Chianetta, que encontró cierta dinámica que le permite, por un lado, acercar el conflicto a Rosario y a sus lugares más reconocibles, y por otro, jugar con el ritmo de un texto plagado de guiños al mundo de la literatura y el arte.
De todos modos, esta versión de Yepeto, adolece a la hora de innovar, dado que no busca correr ningún riesgo más allá de aquellos “riegos” que el texto le impone a los actores, lo que la pone en una marco de correccion, teniendo en cuenta que se trata de uno de los textos más representados de la dramaturgia nacional contemporánea, incluso con varias versiones en el extranjero.
Por un lado, porque sustenta la demanda de un espacio escénico dividido entre la casa del profesor y un bar en el que acontecen algunos de los encuentros tal como lo sugiere el autor en las primeras líneas, circunstancia de puesta en escena que requeriría de un trabajo con la luz que avale esos contrastes. Pero por otro, la puesta necesita de un voto más de confianza en los actores, que con poco más podrían (tal como lo hacen en algunos pasajes) potenciar el contrapunto hasta poner de manifiesto la actuación por encima de todo lo demás, apelando a ciertos matices que no son explotados en su totalidad.
De todos modos, el equipo logra salir airoso ante el desafío de poner en escena un texto del que se ha conocido, incluso, una versión cinematográfica, y que además, a partir de una segunda adaptación del propio autor, también regresó recientemente a las tablas porteñas con una temporada en el Teatro Nacional Cervantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario