“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 6 de abril de 2010

Edipo, o la fuerza del destino



W! Noche Edipo es uno de los últimos trabajos del grupo teatral rosarino Pata de Musa Teatro estrenado en 2009, con dirección de Esteban Goicoechea y la actuación de Miguel Bosco. Se presentó en la sala del Centro de Estudios Teatrales (CET, San Juan 842).

Lo que sigue es la crítica publicada en el diario El Ciudadano


Miguel Passarini

La noche es larga, pero la vida es corta. La noche puede volverse siniestra, aún cuando lo que se cuenta se conoce. Una noche, un narrador, un contador de historias que, copa de vino en mano (tinto, como la sangre), traerá al presente con inusitada contundencia los albores de una tragedia clásica, la de Edipo Rey, de Sófocles, en versión libérrima y con la intención de confirmar que las tragedias siguen estando allí para volver a ser contadas porque su efecto está intacto. Una vez más el teatro rosarino se interroga acerca de quiénes son hoy los protagonistas de la tragedia. Para eso, nada mejor que un actor dúctil como Miguel Bosco y un director arriesgado y presente como Esteban Goicoechea. El resultado: el trabajo más acabado hasta la fecha del grupo Pata de Musa Teatro, que viene de participar en la edición 2009 del Festival Internacional de Buenos Aires (Fiba) con Blut!, una pareja de sangre.

En primer lugar, porque la propuesta no se parece a ninguna, o quizás sí en el sentido amplio de poner al teatro en primera persona, en el lugar de la representación, y tal como lo hizo el creador en otros trabajos de su producción reciente (Intervenidos, Mirta muerta), el teatro aparece, fluctúa, en medio de una aparente ficción que por momentos se ve desplazada por la realidad del “aquí y ahora” propia de la escena. El narrador en cuestión, el señor W, habla de la historia de un calesitero que mueve su calesita en la que los padres abandonan al desdichado Edipo, quien de este modo comenzará a desandar un camino escrito, trazado, e irremediablemente doloroso.

Bosco, quien ya había demostrado su capacidad para “cargarse” varios personajes en Horario, amigo de Hamlet, de Matías Martínez, juega aquí a ser un narrador, el señor W, a todas luces un alter ego de William Shakespeare (como Sófocles, el otro padre de la tragedia), quien en su juego teatral va construyendo un entramado en el que, del mismo modo que puede ser Yocasta (mujer y madre de Edipo), Tiresias (el adivino que conduce a Edipo a la verdad al que W describe como “una rubia hermosa”) o Layo (el padre), puede volver a ser el actor que narra y a la vez se repliega detrás de las fisuras de cada personaje. No casualmente en este Edipo resuena Hamlet, acaso los dos personajes de las tragedias más involucrados con la búsqueda de la verdad.

Esta obsesión se ve sustentada en la presencia de Bosco como aquél que cuenta la historia pero también como el que pone el cuerpo a disposición de los personajes e, inevitablemente, padece las consecuencias.

La sobriedad de la puesta, que pareciera escapada de una vieja película clásica en blanco y negro, trae al presente a través de la música y los objetos, a los años 70, en particular a través de un viejo tocadiscos que más allá de la música se convierte en una metáfora de la “calesita” a la que está subido Edipo, quien no podrá bajarse de allí nunca más, mientras W, como muchos otros, seguirán contando su historia.

Por otra parte, algo de la tragedia de la dictadura y de los cuerpos ausentes de los desaparecidos pareciera flotar en el aire, lo que confirma que la gran tragedia de los argentinos siempre está presente a la hora de hablar de muerte, traidores, asesinos y perversos. Otro dato singular de la puesta es la utilización de un teléfono (acaso algo de La voz humana, de Jean Cocteau se filtró por algún lugar). En él, la voz del director (del que manda, aunque no se lo escucha), aparece, ordena, cambia de rumbo. Así, el juego de la representación tomará protagonismo y nadie tendrá dudas de que lo que se ve es ficción, que el actor está actuando.

De todos modos, la convención funciona a rajatabla: los presentes se espantarán con las atrocidades de un Edipo atormentado pero perverso, que podrá parodiar y hasta tomarse con cierto humor su historia de incesto, traición, muerte y ceguera autoinducida, más allá de la contundencia que tiene en su historia, como en la mayoría de las tragedias griegas, la fuerza del destino.

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